domingo, 31 de agosto de 2014

Gustavo Sánchez -Últimas preguntas del Marqués de Sade

Gustavo Sánchez, CABA, 30 de abril 1967


Últimas preguntas del Marqués de Sade

¿Alguien
mirada
nada
y horror?

¿Alguien
por las dudas
en la rima
soplo
y vida?

¿Alguien
en la letra
de la sed
y la piel?

¿Alguien
todavía
niño
y aire?

¿Alguien
sin la guía
del espanto
del otro
en la risa?

¿Alguien
en los tres
puntos suspensivos
y después?

¿Alguien
en la sombra
de la cereza
alumbra
y nombra?

¿Alguien
tan distante
cerca
de lo extraño
humano
o no?

¿Alguien
como la luz
o viceversa
oscura
la luna?

jueves, 28 de agosto de 2014

Dolores Etchecopar -9

   Dolores Etchecopar, nació en Buenos Aires 4 de julio 1956


9

¿de dónde sopla el viento que abre
las pequeñas jaulas
de la memoria?
el mar está prohibido dijo una voz
que salía del mar
el mar de las desapariciones
vivíamos allí
¿se puede?
a ciegas tanteo esa sustancia oscura
que atraviesa mi cuerpo día tras día
¿dónde estoy?
ahora levanto uno de sus miles de brazos
y para esa mano más fría que el mar
que me tienden desde la costa
sólo tengo la mascarilla
de la Madonna de los gritos


martes, 26 de agosto de 2014

Alfredo Veiravé -Nunca Más

Alfredo Veiravé, Entre Ríos, 29 de marzo 1928 - Resistencia, Chaco, 22 de noviembre 1991


Nunca Más

Nunca más los gordos caballos de la muerte entrarán a la plaza
a destrozar los canteros de plantas y de flores (amarillas)
de las tipas asustadas; nunca más los bastones
golpearán con esa furia las cabezas ensangrentadas de los que ahora corren
bajo las nubes cirros, estratos, cumulus o nimbos; nunca más estas flores
de lapachos temblarán en la noche su color rosáceo al oír los aullidos;
nunca más esos aullidos cruzarán la calle subiendo desde el sótano
en el subsuelo de la madrugada.
Nunca más esos gritos terribles descarnarán la corteza de los murales
de la plaza desnuda, nunca más explotarán entre los intestinos
o las bocas del cuerpo / las convulsiones de la electricidad violenta;
(nunca más llamarás gritando a tu mamá en la violácea oscuridad lila
y azul que oyeron solamente los jacarandaes florecidos de la plaza)
Solamente?
Nunca más? No lo sé
porque hoy he visto a un tigre de Bengala correr a una gacela por la
llanura, a una boa constrictora devorar a una ranita saltarina,
a una araña correr sobre la tela al oír un zumbido.

domingo, 24 de agosto de 2014

Mariel Monente -El metal se conduele


Mariel Monente, Buenos Aires, 5 de junio 1961 


El metal se conduele

                                               Una niña luna
y una constelación bizarra de luz de mercurio,
De autopista

Niña,                    se agita la caña y tambalea

El metal discierne
gira la moneda
                           finge ser plata el estaño

y la niña clavando la plana lasitud de su espalda
alfileres, agujas de acero en un vientre, más allá
su corazón de arcilla en la jaula
pendiendo en el rellano las agujas.

Gozne
falleba                         chirrido
Pendiendo en el rellano
una constelación de mercurio
una niña luna.


Una constelación de alambre dice: lávame la sombra,
                                                      retuerce el paño.
                                                      gima la gata sin nombre.

La niña del corredor,
el alambre,
la jaula,
en un postigo de madera blanca
de celosías de chapa.

Detrás la reja
Detrás el gozne
Detrás la niña luna
                                                      tejiendo el alambre,
encerrando el magneto de su corazón de arcilla.


La inocencia roba un rojo
quiebra una luna
sube al patíbulo una vez más.


La niña se deshace en los jolgorios de su tintineo
de su bronce vibrando
                                            puede tomar varillas
y agitar su clavicordio de llantos por el pecho.
Como un castillo de notas agudas
los gemidos se esfuerzan
                                                moran la cumbre
                                                rozan el cielo raso
se cuelgan de las telas de araña en lo alto.
En los tubos de gas fluorescente zumbidos,
gemidos                          en la habitación desnuda.



Los cubiertos dan otra vuelta a su tuerca de hambre
La moneda no gira, no es plata
La luna es un menguante en la autopista
La constelación de neón se apaga
                                        en una danza de alambre.

viernes, 22 de agosto de 2014

Victor Redondo -Los jóvenes maestros

Victor Redondo, CABA, 8 de enero 1953


Los jóvenes maestros

Uno

Una vez más frente a frente.
Pero ahora el miedo
ha quitado de las palabras el ropaje de las palabras
y ahora las palabras, pero no las palabras,
son palabras finalmente, y no aquellas.

Hay mucha exageración en todo esto
y una pequeña parte de verdad, “tengo
ciertos miedos que pertenecen al futuro”.
No se halla nunca el comienzo
y es tan difícil terminar. Un poema
quisiera extenderse como un pecado nuevo,
siempre insuficiente. ¿Para quién se escribe?
La ficción comienza antes del primer acto,
antes de entrar en la sala de los enigmas, antes
de sentarnos frente a la hoja, enjoyados por el hastío,
y antes de ser los animales jóvenes en busca del deseo.
No me mires así, sobre esto debo hablar.
Deja que destierre en paz estas almas que recuerdo
en cenizas, en trampas, en las noches donde vierto
la triste espuma de un vino inacabable.

Hemos nacido para el éxtasis seco,
para la furia de no comprender,
para tener cadenas por necesidad de cadenas y gozar
la lujuria de la rebelión. Deja que hable.
Pero no me dices que no hable: no me escuchas.
Hablo a la fría lucidez de los muertos
que no creen necesario contestar.
Ser o no ser son dos espejos ausentes.
Sobre esto es inútil hablar.
Tengo las palabras cubiertas de polvo.
Necesito que me respondas, ese silencio enloquece.
Necesito enfrentar palabras para oponer palabras.
Necesito creer en el mal para vencer lo irremediable.
El veneno de la serpiente
nos defiende de la serpiente. Y estamos hablando
de las involuntarias víctimas de un antiguo mal. Eso creo.
Quizás estamos hablando de otra cosa
y yo esté demasiado solo esta noche.

Dos

Oye si es que no cantan
los peces de la noche en sus negras aguas.
Mira, si es que no sabemos ver sino pasiones sagradas,
los pájaros que beben junto a los melancólicos animales.
Huele las botas, el lodo de los reyes guerreros,
si es que no tenemos más que palabras en la mano.
No puedo darte nada que te salve,
y si arrojo hacia ti una cuerda, veré, sufriré sonriendo,
una cuerda en tu cuello, una mano pálida buscando el horizonte.
Y más allá nada. Pero más acá
la trama de oscuras cabezas bajo la lluvia,
paraísos perdidos en un mar borrado.
Y conducidos ante la alta sombra sin respuestas
Cenaremos como desenfrenados, tendremos dientes de abismo.

Ahora esta palabra te recuerda por no haberte conocido.
Ahora esta palabra, hecha de polvo y de ciudades,
vendrá con su horrible aliento a envejecer estas páginas,
y tú seguirás sin estar.
Entre la mierda de los perros y la basura de los edificios
pasarán las aguas como un espejo
y no tendrán tu rostro
hecho de infinitas armonías desesperadas, ni tus manos,
ni tus piernas, ni tus ojos de ahogado.
Mas pasarán de boca en boca,
pesarán en los nervios, serán una cruz
poemas de tan corta vida.
Cernuda, lo hemos leído hasta olvidarnos los ojos,
nos hablaría de ilustres efebos sin nombre,
de prados donde el silencio crece entre los cuerpos,
y nos perdería en su voz, fuente del deseo.
Pero seríamos igualmente tres náufragos en la noche,
sin nadie que nos oyera. Pero si alguien nos oyera
¿nos salvaría? Por los labios
cruza una estrella, una primera canción de rumores de almendro,
un misterio abierto para los ojos abiertos.
Y no, no era la luz lo terrible del amanecer.
No eran las sombras que cantaban frente a tu vista
lo que yo he mirado. Eran rostros de espuma
en una noche sin fin, un terrible peso
más poderoso que el amor.
Para estar realmente solos fue necesario habernos conocido.

Y yo te hablo a ti pero tú a nadie hablabas.
Eras más sabio que yo, escribías desde la muerte.
Otoño tras otoño, a orillas del mismo mar,
buscábamos alguna señal de los ahogados, alguna palabra
que arrojada contra las piedras aún cantara
bajo la sal de sus cuerpos podridos.
Y volvíamos desnudos, solitarios en la intemperie,
a nuestro hogar terrestre donde la ropa
temblaba en la cuerda como un fantasma
que clama ser poseído. Y no teníamos
un cuerpo para ofrecer. Sólo palabras, triste amigo,
besando la brisa de los mares, una eterna soledad.

Tres

Y he creado tu nombre
para inventarme uno propio. Cortinas de humo
para despertar palabras que nadie vea.
¿Y si me vieras cantando, solo, melancólico como un perro viejo,
frente al espejo de mi única herencia,
me seguirías viendo? ¿Dirías: frutos prohibidos?
¿Dirías: victoria del polvo? Y no has de regresar.
Esa fue la primera certeza del poeta. Nadie puede regresar
del país oscuro o claro donde canta la sombra o la luz.
Pero veremos –somos viejos hechiceros-
el beso de los espíritus entre las mismas palabras.
No será un triunfo claro,
apenas alquimias del alma errante
que busca labios que la nombren
entre fríos y cadenas deshabitados.
¿Quién lee ahora lo que no has escrito?
Te he soñado, te pido responder. Debes ser mi ficción, mi fe.
¿Quién ha hecho de la noche el verdugo sin rostro?
¿Quién nos ha hecho creer que la luz nos salva?
Si no lo supimos, nunca lo sabremos. Si no lo sabremos
esta vida
un goce de palabras
una desnudez sin cuerpo.

Toda noche tiene su música oculta.
Es necesario crearse oídos para oírla.
Y eso, nuestro cuerpo y nuestra sangre lo saben,
ya nos ha costado demasiada vida.
Somos héroes de un ejército perdido.
Somos peregrinos y por ahora
la inmensidad vence. Volveremos a nacer
con el lenguaje de los cuervos. Tornaremos a las felices lágrimas
luego del falso vino de los templos. Y ya no será necesario
ocultar los fantasmas que poseen nuestra razón.
Comprenderemos que jamás, jamás,
jamás, como si no tuviera importancia.

Este es nuestro daño, tiene deseos y soberbia,
pero pide la clemencia de las manos ardientes.
Son insectos de mujeres en el sueño,
son silencios de dioses muertos que retornan,
son bestias de silencio, o bestias de palabras,
son nada, triste amigo,
pero es nuestra creación.

Y la literatura no tiene importancia
cuando tus ojos nadan extraviados en el océano de los continentes.
Y tus ojos son nada frente a los continentes sin forma
que han marcado tu cruel partida. Todo es el hombre
y nosotros -¡fantasma, fantasma, fantasma!-
ya no somos sino fantasmas
de lo que hubiéramos podido ser.

Sí, falta el amor, el peligro, la aproximación,
faltan paisajes donde el Sol se alce y nos recorra
y nos vuelva a crear hijos de la Luz.
Derrochamos muerte, nos falta pasión. Volvemos siempre
al pensamiento que se muerde la cola
y muere en las estériles tierras sedientas
donde se estremece la codicia del conocimiento.
  












miércoles, 20 de agosto de 2014

Pier-Paolo Pasolini -La glicina

Pier-Paolo Pasolini, Bolonia, Italia, 5 de marzo 1922 – Ostia, Italia, 2 de noviembre 1975
Traducción Delfina Muschietti


La glicina

¿Eso es, estaba muerto?, sobre
los bastiones del Vascello - irreales
como este aire que no conozco desde niño,
o esta lengua de itálicos
paganos o siervos de clérigos- los oscuros
festones de las glicinas. El barrio rico
está lleno de ellas, por todos lados. Sobresalen
violeta sobre el violeta de las nubes y las avenidas.
Absurdo milagro, para un alma
para la cual cuentan los años
que han sido para ella siempre inmortales.
Estas que ahora nacen son
las glicinas muertas, no sus hijas bárbaras
-digo bárbaras si oscuramente nueva
es su existencia, muda su admonición.


Pero lo repito: no son vírgenes
en la vida, son moldes funerarios,
que imitan la barbarie del decir
sin poseer todavía
palabra alguna, puro violeta sobre el verde...
Yo estaba muerto, y entretanto era abril
y la glicina estaba aquí, floreciendo otra vez.
Qué dulce es este color del cadáver
que cubre los murallones de Villa Sciarra,
predestinado, prefigurado, hacia
el fin del tiempo que se vuelve siempre más ávido...
¡Malditos mis sentidos,
que son, y han sido muy hábiles
pero no lo suficiente para que las floraciones antiguas,
aunque nuevas, no los tienten!

Maldigo los sentidos de aquellos vivos,
para los cuales, un día, en los siglos volverá abril:
con las glicinas, con estos granos lilas,
temblorosos en sus filas carnales,
casi sin color, casi, diría, lívidos...
Y tan dulces, contra sus muros de arcilla
o travertino, misteriosos como la manzanilla,
tan amigables para los corazones que nacen con ellos.
¡Maldigo esos corazones, que tanto amo,
porque no sólo no conocen aún
la vida: ni siquiera el nacimiento!
¡Ah, la vida verdadera sólo es aquella
que será: virgen deja
sólo a los que han de nacer, la glicina, su encanto!

Y yo aquí, con esta astilla
inmaterial en el corazón, esta involuntaria
conciencia de mí, que se reaviva en el instante
de la estación que cambia.
¿Insuficiencia hormonal en la que desvarían
los sentidos? ¿Debilitamiento de los latidos
del corazón, o exceso de los actos vitales
de la inteligencia? Ah, seguro alguna cosa
que se echa a perder. Esta flor es signo
en lo más íntimo, del reino
de la caducidad - de la religiosa
caducidad- nada más.
La suya es una alegría dolorosa,
y en el dolor de esa lila casi blanca
se exalta el corazón del llanto.

¡Pero es ridículo, no puedo
atormentarme aquí sobre esta pálida
aunque sobrecargada de espasmos,
esta ligera onda
lila que borda el murallón rojo
con la impúdica ingenuidad, la afásica
fiesta de los eventos salvajes!
No puedo: yo que desde hace años predico
que todo esto no existe, que es sólo acto
de una voluntad alienada,
de ceguera que no conoce otro remedio
que morir en el corazón
del mundo que se tiene como don al nacer,
de inconsciente posesión de la historia,
de conciencia solamente retórica...

Y ahora, por una mísera glicina
florecida en las esquinas de Monteverde
estoy aquí hablando de derrota.
¿Pero qué es lo que me pierde?
¿Dios redicico, la culpa felíz?
Sí, me siento víctima, es verdad, pero víctima
¿de qué? De una historia apocalíptica,
no de esta historia. Me contradigo.
Vuelvo ridícula mi eterna pasión
de verdad y razón.
Pasión...Sí, porque hay un corazón antiguo,
preexistente al pensamiento:
y un cuerpo- o floreciente o herido,
pobre vida nunca segura realmente
de poder resistir a la vida informe de los nervios.

De este inexpresable roce
surge la primera larva de la Pasión:
entre el cuerpo y la historia, hay esta
musicalidad que desentona,
estupenda, allí lo que ha terminado
y lo que empieza es igual, y queda así
por los siglos: dato de la existencia.
La frontera entre la historia y el yo
se hiende torcida como un abismo ebrio
más allá del cual, a veces, escindido,
a la deriva, está el glorioso rumor
de la existencia sensual
llena de nosotros: delante de esta física
miseria no puede sino retornar
cada histórico acto irracional...

Yo no sé qué es
esta no-razón, esta poca-razón:
Vico, o Croce, o Freud, me socorren,
pero con la sola sugestión
del mito, de la ciencia, en mi abulia.
No Marx. Sólo aquello que ahora es palabra
su palabra muda, no el claror,
no la oscuridad que hay primero, ¡pobre glicina!
Cuanto en ti vive-y en mí por ti tiembla-
permanece gemido reprimido
del que no se sabe, del que no se dice.

¿Pero es posible amar
sin saber qué quiere decir esto? ¡Felíz
de ti, que eres sólo amor, gemelo vegetal,
que renaces en un mundo prenatal!

Prepotente, feroz
renaces, y de golpe, en una noche, cubres
una pared entera recién levantada, el muro
proncipesco de un ocre
resquebrajado al nuevo sol que lo cuece
caduca trepadora, para volverme limpio
de historia como un gusano, como un monje
y no quiero, me revuelvo - árido
en mi nueva rabia,
apuntalando el revoque descascarado
de mi nuevo edificio.
Algo ha profundizado
el abismo entre cuerpo e historia, me ha debilitado,
me ha hecho árido, reabriendo las heridas.

Gimo de desilusión, impúdica planta
de un día: lo sé.
La incomprensión, el odio son más
fuertes de cuanto puede
soportar una existencia cansada:
que, por lo demás, ni el amor -ni la muerte,
su gemela- sabe definir: la llevan
a disgregarse esos mismos viejos sentidos
otra vez agudizados por mi debilidad.
Así frente al violeta que jaspea
los muros anunciando abril y los tiempo inmensos,
yo querría solo morir...
Mi vida ya no tiene recompensas:
no le basta la vitalidad de abril,
le parece vana la voluntad de comprender...
Un monstruo sin historia,
feroz con la ferocidad bárbara
que cumple sus persecuciones
en a prensa libre, en los mitos confesionales,
que quema pasiones, purezas, dolores,
que acepta la muerte con crueldad casi irónica,
a su pesar estoica, que no tiene religión
sino aquella de imponer una legalidad
con sus propias reglas, que no tiene amor
sino aquel que quiere
la igualdad de todos, en el bien y en el mal,
que no conoce piedad,
porque para cada uno conquistar
la vida es una tácita apuesta que lo vuelve
ciego dueño de todo lo que sabe:
todo esto encontré
al nacer, y enseguida me dio dolor:
pero un dolor glorioso casi, tanto
me ilusionaba que el corazón
pudiera transformar cada dato,
adentro, en un amor unificador:
de Cristo a Croce, ¡qué camino reconfortante!
Y después, la esperanza de la Revolución.
Y ahora aquí: recubre la glicina
las superficies rosadas
de un barrio que es tumba de toda pasión,
acaudalado y anónimo, caliente
al sol de abril que lo descompone.
El mundo se me escapa ahora, no sé ya dominarlo,
se me escapa, ah, una vez más es otro...

Otras modas, otros ídolos,
la masa, no el pueblo, la masa
decidida a dejarse corromper
ahora se asoma al mundo,
y lo transforma, se sacia
en cada pantalla, en cada video,
horda pura que irrumpe
con pura avidez, informe
deseo de participar de la fiesta.
Y se asienta allá donde el Nuevo Capital quiere.
Cambia el sentido de las palabras:
quien hasta ahora ha hablado con esperanza, se queda
atrás, envejecido.
¡No sirve, para rejuvenecer, este
disgustado angustiarse, este desesperado
rendirse! Quien no habla, es olvidado.

Tú que regresas brutal
no rejuvenecida, sino directamente renacida,
furia de la naturaleza, dulcísima,
me quiebras porque ya estoy quebrado
por una serie de días miserables,
te asomas a mis abismos reabiertos,
perfumas virgen sobre mi eclipse,
antigua sensualidad, disgregada, piedad
asustada, deseo de muerte...
He perdido las fuerzas;
no conozco ya el sentido de la racionalidad;
caída se enarena
-en tu religiosa caducidad-
mi vida, desesperada de que el mundo
sólo tenga ferocidad, y mi alma, rabia.












lunes, 18 de agosto de 2014

Jorge Brega -Juegos

Jorge Brega, Buenos Aires, 16 de agosto 1949


Juegos

Mi hijo juega en la casa vecina.
Regresa empapado de barro.
El patio de sus amigos es de tierra.
Si llueve no hay reparo para todos.
La casa tiene dos habitaciones.
Al frente un cerco de ligustro.
El portón de alambre vencido deja ver
el adobe que antaño ha perdido el estuco.
Sus amigos no meriendan ni cenan.
Desayunan con pan y almuerzan en la parroquia.
Hermanos y primos comparten la cama.
Y el cuarto con los adultos.
Por la noche mi hijo medita en el porche.
Impulsa sobre el mosaico
un diminuto automóvil con mecanismo de fricción.
Sin levantar la vista
parece dirigirse a mí cuando refiere
alguno de estos datos.

Ha sucedido así
este verano de vez en vez
desde principios de enero.

sábado, 16 de agosto de 2014

Joseph Brodsky -Me dicen que hay que partir

Joseph Brodsky, San Petersburgo, Rusia, 24 de mayo 1940 - Nueva York, 28 de enero 1996
Traducción Natalia Litvinova


Me dicen que hay que partir

Me dicen que hay que partir.
Sí, sí. Gracias. Me estoy preparando.
Sí, sí. Entiendo. No hace falta
que me acompañe. Sí, no me voy a perder.

Ah, qué es lo que dice – un largo viaje.
Cualquier próxima parada.
Ah, no, no se preocupe. De alguna manera.
Voy ligero. Sin equipaje.

Sí, sí. Es hora de salir. Gracias.
Sí, sí. Ya es hora. Y todos lo entienden.
Los árboles levantan sobre la patria
el triste amanecer del invierno.

Todo terminó. No discutiré.
Juntaré las manos - y adiós.
Ya no estoy enfermo. Hay que partir.
Sí, sí. Agradezco la despedida.

Taxi, llévame por toda la patria
como si no recordara la dirección.
Llévame hacía los campos silenciosos,
yo, sabes, dejo mi tierra.

Como si no recordara la dirección:
me pegaré a la ventanilla empañada,
y sobre el río, que amé,
lloraré y le gritaré al barquero.

(Todo terminó. Ahora no tengo prisa.
Regresa tranquilo, por Dios.
Voy a mirar el cielo y a respirar
el viento frío del otro lado.)

Y bien, este es el viaje tan esperado.
Regresa, no te sientas triste.
Cuando pises la entrada a la patria,
yo tocaré la abismal orilla.


jueves, 14 de agosto de 2014

Paul Celan -Fuga de la muerte

Paul Celan, Rumania, 23 de noviembre 1920 - París, 20 de abril 1970
Traducción Ricardo Ibarlucía



Fuga de la muerte

Leche negra del alba la bebemos de tarde
la bebemos al medio día y de mañana la bebemos de noche
bebemos y bebemos
cavamos una tumba en los aires ahí no hay estrechez
Un hombre vive en la casa juega con las serpientes escribe
escribe al oscurecer a Alemania tu cabello de oro Margarita
lo escribe y sale de la casa y relampaguean las estrellas silba a sus perros aquí
silba a sus judíos allá manda cavar una tumba en la tierra
nos ordena ahora toquen música de baile

Leche negra del alba te bebemos de noche
te bebemos de mañana y al mediodía te bebemos de tarde
bebemos y bebemos
Un hombre vive en la casa juega con las serpientes escribe
escribe al oscurecer a Alemania tu cabello de oro Margarita
tu cabello de ceniza Sulamita cavamos una tumba en los aires ahí no hay estrechez

Grita hinquen más profundamente en el reino de la tierra los otros canten y toquen
echa mano del fierro en el cinto lo agita sus ojos son azules
hinquen mas profundamente las palas los otros sigan tocando música de baile

Leche negra del alba te bebemos de noche
te bebemos al mediodía y de mañana te bebemos de tarde
bebemos y bebemos
un hombre vive en la casa tu cabello de oro Margarita
tu cabello de ceniza Sulamita juega con las serpientes

Grita toquen mas dulcemente a la muerte la muerte es un maestro de Alemania
grita tañan mas sombríamente los violines luego ascenderán como humo en el aire
luego tendrán una tumba en las nubes ahí no hay estrechez

Leche negra del alba te bebemos de noche
te bebemos al mediodía la muerte es un maestro de Alemania
te bebemos de tarde y de mañana bebemos y bebemos
la muerte es un maestro de Alemania su ojo es azul
te dispara con bala de plomo te dispara certero
un hombre vive en la casa tu cabello de oro Margarita
azuza sus perros contra nosotros nos regala una tumba en el aire
juega con las serpientes y sueña la muerte es un maestro de Alemania

tu cabello de oro Margarita
tu cabello de ceniza Sulamita





martes, 12 de agosto de 2014

Héctor Ramón Cuenya -Marihuana octubre

Héctor Ramón Cuenya, Río Gallegos, provincia de Santa Cruz, 22 de agosto 1963


Marihuana octubre

Presentía que la historia estaba pasando junto a nosotros
y nos acariciaba suavemente como la brisa fresca del río.
                                                         R. Scalabrini Ortíz

fenómeno maldito
el de la pobreza y su mal olor
turbas borrachas
conglomerado aullante
patas en las fuentes con olor
por la calor y la caminata

no hubo violencia
solamente quemamos alguna que otra cosa
y alguna que otra patada a gente insoportable
y hubo unos tiros
no se ahorquen con sus trajes
dijo una vieja

a una cita de amigos sólo se lleva armas cortas

la partera de la historia viene a tomar unos vinos al bar

la negrada tuvo su síndrome juana de arco

los cuchilleros del sur mueren de amor por el coronel 


domingo, 10 de agosto de 2014

María Belén Aguirre -Electra baila la danza coral


María Belén Aguirre, Tucumán, 11 de marzo 1977 


Electra baila la danza coral

Pude a través
de la cámara ver
a mi madre por primera vez
me confesó. Primero no era

ella ese manojo
de nerviosas imposturas.

Después
sí. Después

ella

emergió de entre ella
como supongo lo harán
durante la tempestad
del mar los desechos
de un navío naufragado.

Soy cruel con ella
para que otro no,
me aclara.

Una madre sabe
supongo cuando
un hijo va
a nacer. Se estremece
como un sismo en la tierra
se abre y da
paso a eso
nuevo
que de sí
ha procedido.

La estructura ósea cede.
Duelen las caderas
como bueyes tirando hacia los lados.

Mater sempre certa est.

¿Pero el pater?

El pater bebe
a varias cuadras de ahí
ignorante
de su engendro.

Bebe no ya
para celebrar.

(Bebe por si acaso.
Bebe por las dudas.
Bebe ya sin sed.)

¿Y la mater?
Pare en soledad
a la hija diminuta.

¿Me odia por eso?

No. El odio vino
después.

Todo el blister vacío
y la jarra.

Todo el cuerpo dormido
y los brazos.

Ella sacudiéndote.

Gritándote
Tanita.

Ella cargándote en sus brazos camino al hospital.

Una madre sabe
supongo cuando
su hijo va a morir.

Le duele el útero.
Le carcome
el vientre
y sabe que no es
la vida esta vez.

Pude verla por la cámara
me repite. Mediada
por la cámara.

La ralentizo.
La acelero.

Hago

lo que quiero.

Mi madre es la mujer que camina hacia mí
de camisón por el pasillo de la casa
mientras sus sueños duermen. 

viernes, 8 de agosto de 2014

Jorge Rivelli -al centro por arenales

Jorge Rivelli, Olivos, 8 de agosto 1954


al centro por arenales


viaja de día de noche
colgado del bondi
en el subte
con las tripas en la boca
viaja vestido de capitán
de marinero
de odalisca
de hippie de yuppie
de cartonero de orfeo
de gardel lepera de
hermes o trece
mariposas negras
viaja
mientras en su casa
esperan las arañas
tejiendo sus telas
en los rincones
-soy un flaneur
un enviado de los libros-
recorre las calles
sin castidad
pasó por las armas
doncellas
putas y
travestis
llegó borracho
al último bar
de la noche
con el pelo azul y
la máscara de fawkes
-soy un ángel
un enviado de labruna-
a las quince treinta
cuarenta moscas
de villa lugano
encuentran la cabeza
de verlaine
en una alcantarilla
insistía
que lo llevaran volando
al bar del andén
con la solidez de un buitre
vuela por plaza de mayo
con corchos en los oídos
para evitar ser seducido
por bombos consignas
palomas cacerolas
rondas carteles música
de pueblos originarios
hincha pelotas
en general
-soy un barco de papel
un enviado de tuñón-
vestido de neruda
entra a la isla maciel
el légamo y las sombras
batallan en los muros
la luna extiende sus brillos
hasta un refugio de ladrones
y una bruja sentencia el futuro
de jóvenes enamorados
bar la academia
sentado en la mesita
de la ventana
con una botella de ginebra
entre copa y copa
basilio le habla
en cuatro idiomas +cocoliche
del puchero misterioso
en un buenos aires pagano
y la noche desata sus poderes
corrientes corre eléctrica
hacia el bajo
con el dominio
de los ascensores y
la fuga del subterráneo
los libros se despegan
de las mesas
cuántos para leer
cuántos para releer
cuántos para guardar
cuántos para olvidar
se acercan nubes oscuras
desde el borde de la ciudad
con amenaza de lluvia
o tal vez
para borrar el viaje que repetirá
hasta la rebelión del tránsito
de la vida a la muerte
tirado en la vereda
fuma y escribe
-soy un naufrago
un enviado de los libros-

miércoles, 6 de agosto de 2014

Rubén Reches -El teléfono de la casa paterna

Rubén Reches, CABA, 5 de diciembre 1949 - CABA, 6 de diciembre 2018


El teléfono de la casa paterna
                                                  a la memoria de mis padres
                                          Jane Szichman y Samuel Moisés Reches



Acabo de cambiar el aparato telefónico.

En la casa de mi infancia,
adonde he vuelto a vivir con mujer e hijos.

Desconectado, entre tornillos y pedazos de cable,
el aparato viejo parece esperar en la mesa del comedor
a que se proceda con él a un baño ritual.

Y ahí se está, como resto de un antiguo naufragio
que ha vuelto a tierra firme y se ha puesto a secar:
pierde su envoltura de cosa de humano
en el breve rato que necesita cualquier objeto depositado por el mar
para secarse de siglos de errar sumergido.

Muy pronto me parece que podría vacilar en decir para qué sirve,
qué fue, si es algo que ya estaba en la casa o si lo acaban de traer,
cuando durante cuarenta años por él llegaban y salían voces
que tejieron la historia de un continente perdido en el que yo fui hijo,
y mis propios dedos pequeños giraban su disco para llamar a mis amigos de pantalón corto.

Muchas de las escenas centrales de la historia de mi primera familia
se constituyeron a su alrededor y al cabo de un rato se disgregaron,
¡en este caleidoscopio donde cada pedacito de papel es un ser humano!

Por él se anunciaron nacimientos de seres
que muy pronto iban a decidir exponer sus pechos a las balas de la tierra.
Por él un día mi madre oyó después de cincuenta años
la voz de su hermano soviético que acababa de llegar a Israel
mientras en otra pieza esperaban su turno de hablar tías y tíos.
-Al volver a la pieza cada uno debía transmitir con la mayor fidelidad
las pocas palabras dichas por el hermano mayor
que se había quedado en Moscú porque ya era un hombre y optaba por guerrear
mientras el padre rabino y la madre cuyo vientre había diez veces a luz
decidían emigrar con todos los hijos que pudieran-.
Por él nos felicitaban por casamientos,
-por el de mi hermano primero, por el mío después-.
En los días que precedieron al de mi hermano,
recuerdo las llamadas a la modista, a la confitería, a todo lo que se alquilaba.
Por él dije mis primeras palabras de amor.
Él ocultó el temblor, el enrojecimiento, el rostro demudado
y sólo dejó pasar las palabras casi puras.
Por él mi padre anunció la muerte de mi hermano
después de arrancar su tubo de las manos de mi madre
para abreviar un llamado que los sollozos de mamá rota para siempre
podían prolongar hasta la exasperación.
Por él llamé y me llamaron amigos para decirnos, sin disculpas ni preámbulos,
poemas recién terminados o un verso que acabábamos de modificar en algo,
en días en que no dudábamos, -¡y con cuánta razón entonces!-
de la incondicional disponibilidad del otro,
de que al otro ese poema anunciado o ese verso imperfecto
lo habían mantenido en vilo con tanta intensidad como a uno mismo.
Por él circularon conversaciones clandestinas
con sus circunlocuciones y sus claves.
Las de mi hermano comunista primero, y luego,
muchos años más tarde, las de yo mismo comunista.

Finalmente, de los cuatro, fui yo quien lo desconectó.

Aunque el balance final de sus días entre nosotros no fue bueno,
lo guardo con respeto junto a las herramientas en la oscuridad de un placard.

Al depositarlo, roza levemente un obstáculo y vuelve a sonar su campanilla.

No descubro razones para que yo quiera sacarlo alguna vez de donde está,
pero me digo que las manos que un día lo hagan
no tendrán motivo para actuar con extrema delicadeza
y la campanilla sonará de nuevo.

Porque él reserva gotas de sonido para cuando yo mismo ya no esté.


lunes, 4 de agosto de 2014

Juan Carlos Moisés -Un sueño de doce caras

Juan Carlos Moisés, Sarmiento, Chubut, 4 de agosto 1954


Un sueño de doce caras


Lo soñé anoche. Estaba
con mi mujer en otro país.
El idioma que hablaban era extranjero,
no lo entendíamos, no lo conocíamos.
Había violencia, una especie de guerra civil,
con un gran caos que nos rodeaba.
Nosotros éramos, tal vez, turistas.
Había mucha gente en las calles.
Los hombres y las mujeres del lugar
estaban armados, de uno y de otro bando.
Dos tipos abrigados con camperas
(sería invierno; en el sur era invierno)
peleaban a pocos pasos de nosotros.
Uno estaba en el suelo, el otro de pie.
Éste agarraba al primero de la ropa
como a una bolsa de papas y lo soltaba.
Tenían ametralladoras o fusiles ametralladora,
armas sofisticadas de las que no sabría
dar un pormenor, hacer una descripción.
En lugar de disparar uno contra el otro,
la agresión consistía en tirar al aire.
Estaban sacados, muy violentos,
y por lo que se veía no tiraban a matar,
pero había gente muerta en las calles,
cuerpos destrozados producto de alguna
explosión, o de varias, y pedazos de cosas
desparramadas imposibles de reconocer.
Los que no participábamos de la pelea
encarnizada mirábamos con terror,
cualquiera podía ser el siguiente,
o todos juntos, barridos por la metralla.
Pensaba: somos turistas, no corresponsales
de guerra (no soy periodista ni fotógrafo)
para estar en medio de la balacera.
Me daba ánimo con esos pensamientos.
Corrimos para huir, corrió toda
la gente que estaba cerca de nosotros,
pero nos detuvieron en medio de la carrera.
Se nos acercó una mujer apuntándonos
con un arma larga, y yo me vi, sorprendido,
sosteniendo un revólver a la vista de todos.
Como si hubiera tenido asignada una tarea
heroica, mi intención fue ganarle de mano.
Gatillé varias veces pero las balas
no salieron. Por suerte ninguna salió.
La mujer abandonó la actitud agresiva
del principio y me mostró una especie
de globo terráqueo con la forma de un poliedro.
Lo hacía girar sobre su eje como un juego.
Cuando lo detuvo en seco apoyando su mano
en una de las caras creí que la intención
era señalarme el país en el que estábamos.
De cerca vi que se trataba de un almanaque,
un mes en cada cara, y en cada cara una escritura.
Me lo mostró lado por lado, de un vértice a otro.
Era un dodecaedro con doce caras regulares.
A la vez que me lo ofrecía como un obsequio,
me dijo: —Poca cosa, mucha cosa.
El objeto era blanco, las letras (no reconocí
otro idioma que el nuestro) y los números
estaban definidos por bordes oscuros.
Leí lo que estaba escrito, lo que se podía
leer en esas condiciones de apremio.
En una de las caras había un pequeño
y viejo poema (viejo como el mundo,
viejo como la poesía) que escribí
hace muchos años cuyo primer verso dice:
“El patito no era feo ni era patito”,
y que hace referencia, como bien suponen,
al cuento de Hans Christian Andersen.
Reconocí los poemas en cada mes del año.
Pensé que me estaba haciendo una broma
antes de enfrentarme a lo peor.
Habló pausadamente pero sin dejar
de fruncir el ceño; creo que me daba
a entender que cada poema requería algo
de mí, algo más que ser sólo el autor.
Interpreté o quise interpretar que la mujer
además me exigía una explicación
o una justificación de los poemas
en el marco de esa guerra incierta
en la que sin opción estábamos incluidos.
¿Y si lo que me ofrecía era una especie
de granada en condiciones de explotar?
La miré a los ojos y la respuesta de su cara
no fue ni por un sí ni por un no.
Era yo el que debía hablar y no hablaba,
el que debía optar y no optaba.
El revólver había desaparecido.
Mi semblante cambiaba. Lo supe enseguida.
Busqué a Clara para mostrarle el almanaque.
Me di vuelta en la cama y la encontré a mi lado.
Estaba dormida, tapada hasta el cuello.
Quería contarle el sueño. No tenía el objeto
pero lo recordaba en varios de sus detalles.
Un globo terráqueo, de características geométricas
muy particulares, cubierto con poemas.
El deseo de la poesía universal en las manos
y a la vista de todos; una ingenuidad
o una amenaza sin codificar.
—Poca cosa, mucha cosa, fue lo primero
que se me ocurrió decirle.

sábado, 2 de agosto de 2014

Antonio Colinas -Nuestra sangre es la luz

Antonio Colinas, La Bañeza, España, 30 de enero 1946


Nuestra sangre es la luz
(Castro de las Labradas)


Éstas son las ruinas del cielo.
Éstas son las altas praderas de la desolación.
Cerrar  los ojos y quedarse aquí,
o abrir los ojos y sobrevolar
las nubes y los límites,
los espinos del mundo, las heridas del mundo.
La idea es aquí sólo un aroma.
La palabra aquí sólo un silencio.

Este nido de soledad colmado
tuvo un día dos cercos de murallas,
pero el tiempo ha vencido, una a una, a sus piedras.
Derrotadas están por la más pura luz
las piedras de  la historia,
las que sembró y recolectó la muerte.
(La piedra sólo es hoy un pájaro que canta.)

Roma venció a este nido de la luz,
a este cuenco de nieve, a estos labios helados de la roca
donde el ocaso viene a posar
las brasas de los suyos.
Luego, las nuevas piedras que alzó Roma
con sus armas, sus versos, sus amores,
también las derrotó el tiempo cruel.
Para sacralizar estos espacios
sin dioses conocidos,
hoy  queda un laberinto de raíces,
una trama de sierpes.

Y las enmudecidas peñas no revelan
ni un solo secreto de estos montes;
ni  los prados muertos, ni los prados vivos
nos hablan de los rebaños sonámbulos,
de los pastores ausentes;
ni nos hablan las piedras
de  los llantos, aullidos, sonrisas,
de  los que por aquí vagaron como lunas.

En el silencio de  la cima
se guarda una lección no escrita, un secreto,
pues todavía hay algo que nos canta
como  la piedra, un silencio
de nevero que reverbera, un ara
en la que arde lenta una hoguera
de llamas blancas.
(El  fuego que concede el instante sublime
de la plena consciencia.)

Cerrar o abrir los ojos
en estos páramos del firmamento,
sintiendo el dilatado expirar del otoño,
la música que asciende desde pinares fríos
hasta el negro encinar,
la música que nace de la respiración
de los que ahora estamos leyendo en estas ruinas
y a los que tanta luz
también nos deshará despacio un día.

Aquí tú y yo, lo tuyo y  lo mío,
lo de él, y lo de ellos, lo de todos,
nada serán al fin, nada seremos.
Porque ésta fue la sima
                                     de los puñales,
abismo de las lanzas.
Aquí hallaremos la última lección
y la tumba de las ideas contrarias,
aunque allá abajo, en valles confiados,
el hombre aún no aprenda:
luche sin fin por nada un siglo y otro siglo.

Torques y ajorcas de oro sólo son un silencio
amordazado por esta montaña
de los olvidos.
Todo lo que no son signos o símbolos
aquí yace  dormido o sepultado.
(Los mejores tesoros
la muerte los mantiene muy ocultos.)

Valdemoratones: pozo sin fondo de lo  morado.
Pozo de la Negruría: el ojo que devoró y devora
cuanto no es paz en el mundo,
cuanto no es alma en el hombre.
Y allá,  en la lejanía, Petavonium
(tan sólo unas esquirlas de sol cobrizo,
unas pestañas quemadas de plata,
un fuego que huye siempre al noroeste).

Jamás busquéis aquí los territorios
de la sangre, ni de las ideas
enfrentadas, ni los de la ambición.
Aquí no queda ya una gota
de sangre, pues  la sangre
ya es la luz.
                        Nuestra sangre
será la luz mientras la luz no muera.




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