martes, 30 de agosto de 2016

Philip Kindred Dick -Exégesis

Philip Kindred Dick, Chicago, 16 de diciembre 1928  - California, 2 de marzo 1982
Versión Lino Mondino


                                                  Inicio de un diario de más de 8000 hojas dividido en 91 carpetas
                                                                   Primer escrito a partir del 02 03 74

Exégesis
                                                                                     
En ese instante,
mientras miraba fijamente
el signo centelleante del pez
escuchaba sus palabras,
de repente experimenté
lo que supe
se llamaba anamnesis
en griego
"pérdida del olvido"
Me acordé de quién era
y dónde estaba.
Todo tuvo sentido para mí.
No recordarlo, sino que pude verlo.
La chica era una secreta cristiana
y yo también.
Vivíamos con miedo
de ser detectados por los romanos.
Tuvimos que comunicarnos
con signos crípticos.
Ella me había dicho todo esto,
y era verdad.
Por un corto tiempo,
tan difícil como es esto de creer o explicar,
vi desapareciendo a la vista
los contornos negros,
carcelarios de la odiosa Roma.
Pero, mucho más importante,
me acordé de Jesús,
que había estado con nosotros,
y se había ido fuera por un tiempo,
y que volvería muy pronto.
Mi emoción!!!
Estábamos preparando
en secreto su bienvenida.
No pasaría mucho tiempo.
Y los romanos no lo sabían.
Pensaron que estaba muerto,
muerto para siempre.
Ese fue nuestro gran secreto,
nuestro conocimiento.
A pesar de las apariencias,
Cristo iba a regresar,
y nuestra alegría
y anticipación eran ilimitadas.

domingo, 28 de agosto de 2016

Delmore Schwartz -Consideremos dónde están los grandes hombres

Delmore Schwartz, Brooklyn, 8 de diciembre 1913-Nueva York, 11 de julio 1966 
Traducción Alberto Girri


Consideremos dónde están los grandes hombres

Consideremos dónde están los grandes hombres
que obsesionarán al niño cuando sepa leer:
Joyce enseña en Trieste en una escuela Berlitz,
aprende a pronunciar los juegos de palabras en Finnegan's Wake...
Eliot trabaja en un banco, y allí aprende
las utilidades y las pérdidas,
la muerte de las ciudades...
Pound brama en contra de él, encuentra lo que los expatriados
pueden hallar,
una confusión de culturas de todos los tiempos,
como una muestra de Picasso.
Rilke soporta
la no oída música del silencio y de la soledad
en vacíos castillos que grandes caballeros abandonaron
(como Beethoven, hachando de la memoria
los inefables bosques de los últimos cuartetos).
Trotsky, también en el exilio, pasea por Londres
con Lenin, le escucha decir semi verdades de exiliado:
"Mira: ésta es la Westminster de ellos", como si
los rasgos del padre fueran el alma entera del hijo...
También Yeats, como Rilke, con maneras de antiguos señores,
busca lo permanente entre la pérdida
cotidiana y desesperada del amor, de los amigos,
de cada uno de los pensamientos con que comenzó su época...
Kafka trabaja en una oficina en Praga, aprende
qué burocrática es la vida,
qué lejos está Dios,
en una escuela de teología de empleados...
Perse, diplomático en Asia,
descubre la violenta energía con la cual
la civilización se crea a sí misma y marcha...
Sin embargo, con esas imágenes él no puede ver
la apatía moral luego del Pacto de Munich,
el forzado silencio de la línea Maginot,
y además no puede prever la caída de Francia...
También Mann, en Davos-Platz, encuentra en los enfermos
el triunfo del artista y del intelecto...
Por toda Europa estos desterrados descubren en el arte
lo que es el exilio: también el arte se convierte en exilio,
un secreto y un código estudiado en secreto,
proclamando la agonía de la vida moderna:
este niño aprenderá de la vida de estos grandes hombres,
participará de su soledad,
y quizás, al final, en una noche
como ésta, volverá al punto de partida, a su nombre
mostrándose a sí mismo como tal, entre sus amigos.

viernes, 26 de agosto de 2016

Bob Kaufman -En

Bob Kaufman, Nueva Orleans, 18 de abril 1925 – California, 12 de enero 1986
Traducción José Vicente Anaya


En

En prisioneras esquinas de deseos embriónicos, ahogadas en una gota de heroína.
En prisioneras esquinas de vuelos estacionarios para sonar los bolsillos llenos en el espacio.
En neuro-esquinas de cerebros desnudos y desesperados electro-cirujanos.
En alcoholizadas esquinas de discusiones inútiles y cronísticas crudas.
En televisivas esquinas de literarios cornflakes y rockwells América impotente
En universitarias esquinas de intelecto a la medida y abrecartas griegos.
En militares esquinas de muertes megatónicas y anestesia universal.
En religiosas esquinas de quintillas teológicas y
En radio esquinas de grabaciones eternas y eventos estáticos.
En publicitarias esquinas de helados con filtro e instantáneos instantes.
En adolescentes esquinas de seducción de libros de comics y guitarras corrompidas.
En políticas esquinas de candidatos buscados y mentiras rituales.
En cinematográficas esquinas de lassie y otros símbolos.
En intelectuales esquinas de terapia conversacional y miedo analizado.
En periodísticas esquinas de encabezados sexys e historietas escolares.
En divididas por el amor, esquinas de -muera ahora pague después- funerarias.
En filosóficas esquinas de criminales semánticos y traficantes de ideas.
En clasemedieras esquinas de pubertad de escuela privada y revueltas anatómicas.
En ultra-realistas esquinas de amor en montañas rusas abandonadas.
En esquinas de poetas solitarios, de hojas que yacen por lo bajo y de ojos de profetas enmohecidos.



miércoles, 24 de agosto de 2016

Philip Lamantia -He dado una justa advertencia

Philip Lamantia, California, 23 de octubre 1927 – California, 7 de marzo 2005
Traducción Juan Arabia


He dado una justa advertencia

He dado una justa advertencia
Chicago Nueva York Los Ángeles han caído
He ido a Swan City con el fantasma de Maldoror que todavía deambula
El Sur es muy civilizado
He comido cola de rinoceronte
Esta es la última noche entre los cocodrilos
Albion abre su puño en un palmeral
Observaré joyas moteadas crecer en la parte posterior de los barcos de guerra
La exultación cabalga por
una amapola del tamaño del sol en mi cráneo
He dado una justa advertencia
En el momento de las nubes y de los cadáveres aquí puedo hacer el amor como
en cualquier sitio

lunes, 22 de agosto de 2016

Diane di Prima -El día que te besé…

Diane di Prima, Brooklyn, 6 de agosto 1934
Traducción José Vicente Anaya


El día que te besé…

El día que te besé, la última cucaracha
se murió. Las Naciones Unidas
abolieron todas las cárceles. El papa
admitió a Jean Genet como miembro
del Colegio de Cardenales. La
Fundación Ford, con gasto enorme,
reconstruyó la ciudad de Atenas.
El día que hicimos el amor, el dios pan
volvió a la Tierra, Eisenhower dejó
de jugar al golf. Los supermercados
vendieron marihuana. Y Apolo leyó
poemas en el parque Union Square.

El día que retozaste en mi cuerpo
las bombas se disolvieron.

sábado, 20 de agosto de 2016

José Barroeta -Todos han muerto

José Barroeta, Trujillo, 24 de octubre 1934 – Mérida, 5 de junio 2006


Todos han muerto

Todos han muerto.
La última vez que visité el pueblo
Eglé me consolaba
y estaba segura, como yo,
de que habían muerto todos.
Me acostumbré a la idea de saberlos callados
bajo la tierra.
Al comienzo me pareció duro entender
que mi abuela no trae canastos de higo
y se aburre debajo del mármol.
En el invierno
me tocaba visitar con los demás muchachos
el bosque ruinoso,
sacar pequeños peces del río
y tomar, escuchando, un buen trago.
No recuerdo con exactitud
cuándo empezaron a morir.
Asistía a las ceremonias y me gustaba
colocar flores en la tierra recién removida.
Todos han muerto.
La última vez que visité el pueblo
Eglé me esperaba
dijo que tenía ojeras de abandonado
y le sonreí con la beatitud de quien asiste
a un pueblo donde la muerte va llevándose todo.
Hace ya mucho tiempo que no voy al poblado.
No sé si Eglé siguió la tradición de morir
o aún espera.

jueves, 18 de agosto de 2016

Alejandro Crotto -Acá el fuego transforma la madera en más fuego

Alejandro Crotto. Buenos Aires, 16 de marzo  1978


Acá el fuego transforma la madera en más fuego

I. Como forma la ostra en su interior…

Como forma la ostra en su interior la perla
exacta, esta canción nacida desde un punto
que quema, y escondida, esta canción tensada
en ese ardor. Un íntimo relámpago, el fulgor
dándose forma luego de encendida crisálida
de nácar, pura herida, pura brasa encriptada,    
espina y flor. La sílaba, su voz, dijo tu nombre,
metió a tu cuerpo –y quema y da placer– la encina
entera en una actual bellota. Está en tu cuerpo
ahora, no te asombre que así de dulce duela
componer su potencia precisa, su alta nota.

II. Así como la lluvia cae del cielo…

Así como la lluvia cae del cielo y se filtra
fecunda y no regresa sin haber empapado
a fondo el suelo para que nazca trigo, harina
espesa y pan; así como la brasa viva
en la ceniza yace oculta y luego al dársele
por fin lugar se activa con creciente fulgor
y enciende el fuego; así como la savia tras
la espera del invierno por vasos diminutos
despierta a los sarmientos y genera con íntimo
cuidado flores, frutos... Así el verbo que sale
de su boca hace nuevas las cosas si las toca.

III. Acá el fuego transforma la madera…

Acá el fuego transforma la madera en más fuego.
Venía con premura su llama calentándola
por fuera y la incendió cuando la vio madura.
Y aunque sea fuego es agua verdadera, una fuente
que mana con dulzura. Y esta sed –que uno sacia
cuanto quiera en el agua– saciándose perdura.
Es fuego que al morderte te repara, corriente
enamorada de agua clara. Fuego feroz
de llama tierna: pira, manantial que renueva
al que lo mira. Es fuego, es agua el vivo amor,
ahora tiembla un dulce poder que me enamora.


martes, 16 de agosto de 2016

Amiri Baraka -Todo cuanto no comprendemos

Amiri Baraka, Nueva Jersey, 7 de octubre 1934 – Nueva Jersey, 9 de enero 2014
Traducción Carlos Bedoya


Todo cuanto no comprendemos

Todo cuanto no comprendemos
es explicado
por el Arte
El sol
palpita dentro
de nosotros
El espíritu fluye
fuera y dentro
de nosotros
Una cíclica transbluesencia
bombea dentro
del Detroit Rojo,
profunda nos traspasa
como un Mar
& quien nos llama amargos
nos ha amargado
y de esa herida
escancia Malcolm
Poco
a
Poco

domingo, 14 de agosto de 2016

Vahan Tekeyan -Llueve, hijo mío

Vahan Tekeyan, Constantinopla, 21 de enero 1878 – El Cairo, 4 de abril 1945 
Traducción del inglés Jonio González


Llueve, hijo mío

Llueve, hijo mío... El otoño es húmedo,
húmedo como los ojos de un pobre amor engañado...
Ve, cierra la ventana y la puerta,
después ven a mi lado, ven, siéntate frente a mí

en un silencio supremo... Llueve, hijo mío.
¿Llueve también a veces en tu alma?
¿Se estremece también tu corazón? ¿Tiemblas
al pensar en el brillante y pasado sol

detrás de una de las puertas cerradas del destino?
Pero lloras, hijo mío... En la oscuridad, enseguida
brotan lágrimas de tus ojos húmedos, de tus ojos húmedos...

Derrama, derrama las lágrimas de la inocencia pronto perdida;
llora sin saber, mi pobre, imprudente hijo,
la pobre plegaria de la vida; llora que puedes crecer.



viernes, 12 de agosto de 2016

Carlos Battilana -Parrilla

Carlos Battilana, Paso de los Libres, 19 de septiembre 1964


Parrilla

Sobre el fin de la calle
rumbo al cuartel
hay un asador:

es verano
pero corre una pequeña
brisa.

Mi padre
mi madre
nuestros hermanos
disfrutan de la cena
familiar
al aire libre.

No hay nada que temer
estamos abrazados por el campo
el mundo acontece en ese punto
minúsculo del universo. Tengo
seis años. Conozco
todo
lo que me circunda.
Somos libres
en el lugar.

Mi padre es feliz;
se rodea de sus hijos
de su mujer
tiene información suficiente
para proveernos
durante algunos años:
axiomas, libros, narraciones
de adolescencia.
Ahora que
su muerte es fresca
y reciente, recreo el instante
en que mi padre
distribuye la carne,
las achuras, las ensaladas
en derredor.
Mi madre lo roza con los ojos
y deliberadamente
lo deja hacer
deja que su fuerza crezca
allí, en ese punto
minúsculo del universo.














miércoles, 10 de agosto de 2016

Paul Valery -Cementerio marino

Paul Valery, Sete, 30 de octubre 1871 – París, 20 de julio 1945
Versión Javier Sologuren


Cementerio marino
                                                                         ¡Oh alma mía, no aspires a la vida inmortal, 
                                                                         pero agota toda la extensión de lo posible.
                                                                                                                      Pindaro, Píticas III.

Calmo techo surcado de palomas,
palpita entre los pinos y las tumbas;
mediodía puntual arma sus fuegos
¡El mar, el mar siempre recomenzado!
¡Qué regalo después de un pensamiento
ver moroso la calma de los dioses!

¡Qué obra pura consume de relámpagos
vario diamante de invisible espuma,
y cuánta paz parece concebirse!
Cuando sobre el abismo un sol reposa,
trabajos puros de una eterna causa,
el Tiempo riela y es Sueño la ciencia.

Tesoro estable, templo de Minerva,
quietud masiva y visible reserva;
agua parpadeante, Ojo que en ti guardas
tanto sueño bajo un velo de llamas,
¡silencio mío!... ¡Edificio en el alma,
mas lleno de mil tejas de oro. Techo!

Templo del Tiempo, que un suspiro cifra,
subo a ese punto puro y me acostumbro
de mi mirar marino todo envuelto;
tal a los dioses mi suprema ofrenda,
el destellar sereno va sembrando
soberano desdén sobre la altura.

Como en deleite el fruto se deslíe,
como en delicia truécase su ausencia
en una boca en que su forma muere,
mi futura humareda aquí yo sorbo,
y al alma consumida el cielo canta
la mudanza en rumor de las orillas.

¡Bello cielo real, mírame que cambio!
Después de tanto orgullo, y de tanto
extraño ocio, mas pleno de poderes,
a ese brillante espacio me abandono,
sobre casas de muertos va mi sombra
que a su frágil moverse me acostumbra.
A teas del solsticio expuesta el alma,
sosteniéndote estoy, ¡oh admirable
justicia de la luz de crudas armas!
Pura te tomo a tu lugar primero:
¡mírate!... Devolver la luz supone
taciturna mitad sumida en sombra.

Para mí solo, a mí solo, en mí mismo,
un corazón, en fuentes del poema,
entre el vacío y el suceso puro,
de mi íntima grandeza el eco aguardo,
cisterna amarga, oscura y resonante,
¡hueco en el alma, son siempre futuro!

Sabes, falso cautivo de follajes,
golfo devorador de enjutas rejas,
en mis cerrados ojos, deslumbrantes
secretos, ¿qué cuerpo hálame a su término
y qué frente lo gana a esta tierra ósea?
Una chispa allí pienso en mis ausentes.

Sacro, pleno de un fuego sin materia;
ofrecido a la luz terrestre trozo,
me place este lugar alto de teas,
hecho de oro, piedra, árboles oscuros,
mármol temblando sobre tantas sombras;
¡allí la mar leal duerme en mis tumbas!

¡Al idólatra aparta, perra espléndida!
Cuando con sonrisa de pastor, solo,
apaciento carneros misteriosos,
rebaño blanco de mis quietas tumbas,
¡las discretas palomas de allí aléjalas,
los vanos sueños y ángeles curiosos!

Llegado aquí pereza es el futuro,
rasca la sequedad nítido insecto;
todo ardido, deshecho, recibido
en quién sabe qué esencia rigurosa...
La vida es vasta estando ebrio de ausencia,
y dulce el amargor, claro el espíritu.

Los muertos se hallan bien en esta tierra
cuyo misterio seca y los abriga.
Encima el Mediodía reposando
se piensa y a sí mismo se concilia...
Testa cabal, diadema irreprochable,
yo soy en tu interior secreto cambio.

¡A tus temores, sólo yo domino!
Mis arrepentimientos y mis dudas,
son el efecto de tu gran diamante...
Pero en su noche grávida de mármoles,
en la raíz del árbol, vago pueblo
ha asumido tu causa lentamente.

En una densa ausencia se han disuelto,
roja arcilla absorbió la blanca especie,
¡la gracia de vivir pasó a las flores!
¿Dónde del muerto frases familiares,
el arte personal, el alma propia?
En la fuente del llanto larvas hilan.

Agudo gritos de exaltadas jóvenes,
ojos, dientes, humedecidos párpados,
el hechicero seno que se arriesga,
la sangre viva en labios que se rinden,
los dedos que defienden dones últimos,
¡va todo bajo tierra y entra al juego!

Y tú, gran alma, ¿un sueño acaso esperas
libre ya de colores del engaño
que al ojo camal fingen onda y oro?
¿Cuando seas vapor tendrás el canto?
¡Ve! ¡Todo huye! Mi presencia es porosa,
¡la sagrada impaciencia también muere!

¡Magra inmortalidad negra y dorada,
consoladora de horroroso lauro
que matemal seno haces de la muerte,
el bello engaño y la piadosa argucia!
¡Quién no conoce, quién no los rechaza,
al hueco cráneo y a la risa eterna!

deshabitadas testas, hondos padres,
que bajo el peso de tantas paladas,
sois la tierra y mezcláis nuestras pisadas,
el roedor gusano irrebatible
para vosotros no es que bajo tablas
dormís, ¡de vida vive y no me deja!

¿Amor quizás u odio de mí mismo?
¡Tan cerca tengo su secreto diente
que cualquier nombre puede convenirle!
¡Qué importa! ¡Mira, quiere, piensa, toca!
¡Agrádale mi carne, aun en mi lecho,
de este viviente vivo de ser suyo!

¡Zenón! ¡Cruel Zenón! ¡Zenón de Elea!
¡Me has traspasado con tu flecha alada
que vibra, vuela y no obstante no vuela!
¡Su son me engendra y mátame la flecha!
¡Ah! el sol... ¡Y qué sombra de tortuga
para el alma, veloz y quieto Aquiles!

¡No! ¡No!... ¡De pie! ¡En la era sucesiva!
¡Cuerpo mío, esta forma absorta quiebra!
¡Pecho mío, el naciente viento bebe!
Una frescura que la mar exhala,
ríndeme el alma... i Oh vigor salado!
¡Ganemos la onda en rebotar viviente!

¡Sí! Inmenso mar dotado de delirios,
piel de pantera, clámide horadada
por los mil y mil ídolos solares,
hidra absoluta, ebria de carne azul,
que te muerdes la cola destellante
en un tumulto símil al silencio.

¡Se alza el viento!... ¡Tratemos de vivir!
¡,Cierra y abre mi libro el aire inmenso,
brota audaz la ola en polvo de las rocas!
¡Volad páginas todas deslumbradas!
¡Olas, romped con vuestra agua gozosa
calmo techo que foques merodean!

lunes, 8 de agosto de 2016

Giácomo Leopardi -La retama

Giácomo Leopardi, Recanati, 29 de junio 1798 – Nápoles, 14 de junio 1837
Traducción Romeo Juárez Carreón


La retama

                                                      Y los hombres 
                                                       prefirieron las tinieblas a la luz 
                                                                          San Juan, III, 19 


Sobre el árido lomo
del formidable monte
asolador Vesubio,
al cual ninguna flor ni árbol alegra,
tu mata solitaria en torno esparces,
olorosa retama,
contenta del desierto. Yo te he visto
hermosear con tus tallos las comarcas
que la ciudad rodean,
la cual señora fue de los mortales
y del perdido imperio
que parece, con taciturno aspecto,
recuerdo y fe prestar al pasajero.
En este suelo vuelvo a verte, amante
de parajes del mundo abandonados
y de adversas fortunas compañera.
Estos campos, cubiertos
de estériles cenizas, anegados
bajo la pétrea lava
que cruje bajo el pie del peregrino;
en donde al sol anida y se retuerce
la serpiente, y por donde
a su oculto cubil vuelve el conejo,
fueron villas y granjas
donde la espiga se doró y sonaron
mugidos de rebaños;
palacios y jardines
del ocio del potente
gratos refugios, y ciudades célebres
que con sus habitantes el altivo
monte, arrojando de su ígnea boca
ríos de lava, asoló. Hoy todo en torno
lo envuelve la ruina
donde tú, gentil flor, brotas, y casi
compadecida del ajeno daño
al cielo das dulcísimo perfume
que al desierto consuela. A estos lugares
venga aquel que exaltar con ditirambos
suele la humana condición, y vea
cuánto de nuestro género
cuida amante Natura. Y la pujanza
en su justa medida
aquí podrá estimar de los humanos
a los que sin piedad, en un instante,
la cruel nodriza, inesperadamente,
con leve movimiento
anula en parte, y puede si lo quiere
aniquilar del todo.
Aquí se ven pintadas
de la humana familia
las magníficas suertes progresivas.

Mírate ante el espejo,
necio y soberbio siglo,
que el camino hasta ahora
al alto pensamiento señalado
abandonas, volviendo atrás los pasos;
te jactas del retorno
y progresar lo llamas.
Tus niñerías los ingenios todos
de que la adversa suerte te hizo padre
van alabando, mientras
entre sí te escarnecen
con frecuencia. Yo, en cambio,
con tal baldón no bajaré al sepulcro;
mas antes el desprecio que se encierra
en este pecho mío
mostraré cuanto pueda al descubierto,
aunque sé que el olvido
oprime al que a su propia edad increpa.
De este mal, que me iguala
a ti mismo, me río yo hasta ahora.
Sueñas en libertad, y siervo a un tiempo
al pensamiento quieres,
por el cual resurgimos
de la barbarie en parte, y por quién sólo
se aumenta la cultura, único guía
de públicos destinos.
La verdad te disgusta
del mezquino lugar y áspera suerte
que Natura nos dio. Por eso vuelves,
cobarde, las espaldas a la lumbre
de la verdad, y, fugitivo, llamas
vil a aquel que la sigue,
y magnánimo sólo
a quien de sí se burla, o de los otros,
astuto o loco, y hasta el sol la eleva.
El hombre pobre y de organismo débil
aunque de alma elevada y generosa,
no se cree ni se llama
arrogante ni rico,
ni de espléndida vida o de bravura
jamás entre la gente
hace risible alarde;
mas de riqueza y de vigor mendigo,
muéstrase sin rubor, y lo declara
hablando abiertamente, y a sus cosas
las estima en lo justo.
Yo no creo magnánimo
espíritu, sino al contrario, necio,
al que nació para morir y dice:
"Hecho estoy para el goce",
y con hediondo orgullo
llena el papel, destino excelso y nueva
felicidad -que el mismo cielo ignora,
no ya sólo este mundo-, prometiendo
a pueblos que una ola
de airado mar, o un soplo
de aura maligna, o subterránea furia,
destruye de tal modo
que apenas el recuerdo de ellos queda.
Naturaleza noble
la del que a alzar se atreve
ojos mortales, contra
el destino común, y con franqueza,
sin rebajar lo cierto,
confiesa el mal que nos fue dado en suerte,
y el débil, bajo estado;
la que fuerte y altiva
se muestra en el sufrir, y ni ira ni odio
fraternos, aun más grandes
que todo mal, añade
a sus miserias, inculpando al hombre
de su dolor, sino que sólo acusa
a la culpable, que es de los mortales
madre en el parto, en el amor madrastra.
A ésta llama enemiga, y contra ella
creyendo coaligada
como lo están sin duda, y de concierto
la sociedad humana,
los hombres todos cree confederados
entre sí, y los abraza
con amor verdadero,
les ofrece valiosa y pronta ayuda
en los peligros y en las aflicciones
de la guerra común. Y, para ofensa
del hombre, armar la diestra y tender trampas
y estorbos al vecino
tan torpe le parece cual lo fuera,
en un campo cercado de enemigos,
en el más rudo asalto,
olvidando al contrario, acre disputa
iniciar con los suyos,
fulminando y sembrando así la huida
en sus propios guerreros.
Cuando tales ideas,
como antes, sean notorias para el vulgo,
y aquel horror que antaño
contra Natura impía
ató a los hombres con social cadena
en parte se renueve
por el veraz saber, el puro y recto }
conversar ciudadano,
la piedad y la justicia otras raíces
tendrán, que no las fábulas soberbias
donde se funda la honradez del vulgo,
como estar acostumbra
en pie el que en el error tiene su asiento.

Cuántas veces en estas
desoladas orillas
que el pardo manto de la lava cubren
me siento por la noche, y sobre el llano,
en el azul purísimo,
contemplo el fulgurar de las estrellas
a las que el mar distante
de espejo sirve, y centellea todo
en el éter sereno, en torno al mundo.
Cuando la vista fijo en esas luces
que un punto nos parecen
y que son tan inmensas
que la tierra y el mar son a su lado
un punto, y a las cuales
no ya el hombre, sino este
globo en que el hombre es nada,
ignorado es del todo; y cuando miro
las infinitamente más remotas
muchedumbres de estrellas
que niebla nos parecen, y a las cuales
no el hombre, no la tierra, sino todo,
el número infinito de las moles,
y el áureo sol, nuestras estrellas todas,
desconocen, y les parecen, como
ellas al mundo, un punto
de nebulosa luz; así, a mi mente
¿ tú que pareces, raza
humana? Y recordando
tu condición terrena, de que muestra
da este suelo que piso, y de otra parte
que tú fin y señora
te creíste del Todo, y cuántas veces
fantasear quisiste, en este oscuro
grano de arena que llamamos Tierra,
pensando que del orbe los autores
afablemente a conversar bajaron
con tu especie mortal, y que irrisorios
ensueños renovando, insulta al sabio
hasta la edad presente, que en cultura
y en cívica costumbre
parece a todas superar, ¿ qué impulso,
mortal prole infeliz, qué sentimiento
me asalta el corazón para contigo?
No sé si risa o piedad me inspiras.

Como al caer del árbol leve poma
que en el tardío otoño
su propio peso y madurez abaten,
de un hormiguero los albergues cálidos
cavados en la blanda
tierra, con gran trabajo,
y las obras y toda la riqueza
que con harta fatiga el pueblo activo
celosamente atesoró en verano,
aplasta, rompe y cubre,
desplomándose así desde lo alto,
del útero tonante
que lanza al hondo cielo
de cenizas, de piedras y de lava
oscura noche y ruina,
por hirvientes arroyos
o bien por la ladera,
furioso entre la yerba,
de derretidas piedras
y metales y arenas encendidos
baja inmenso torrente,
y las ciudades que en la lejanía
bañaba el mar, confunde,
aniquila y recubre
al instante: donde hoy sobre ellas pace
la cabra, y nuevos pueblos
surgen al lado opuesto,cimentados
en los sepultos, y los derruidos
muros el monte altivo pisotea.
Que Natura no estima
ni cuida más al hombre
que a las hormigas, y si en él más raro
el estrago es que en ellas,
se debe únicamente
a que es menos fecunda nuestra raza.

Mil ochocientos años
hace que se borraron, oprimidos
por el ígneo poder, aquellos pueblos,
y el campesino, atento
a las viñas que en estos mismos campos
nutre la muerta y cenicienta tierra,
aún alza la mirada,
temeroso, a la cumbre
fatal, siempre iracunda e implacable,
que se yergue terrible, y amenaza
con su estrago a sus hijos y a su pobre
hacienda. Y con frecuencia
el infeliz, subido
al techo de su choza, a la intemperie
toda la noche pasa, desvelado,
y a menudo, temblando, observa el curso
de aquel temido hervor, que se desborda
de la inexhausta falda
sobre el lomo arenoso, iluminando
las riberas de Capri,
de Nápoles el puerto y Mergelina.
Y si ve que se acerca, o si en el fondo
del doméstico pozo escucha el agua
borbollear, apresuradamente
a su mujer despierta y a sus hijos,
y recogiendo lo que pueden, huyen,
contemplando de lejos
su nido y el pequeño
campo que fue del hambre único amparo
presa de la ola ardiente
que llega crepitando, e inexorable
sobre ellos para siempre se derrama.
Torna la luz del cielo,
tras el antiguo olvido, a la extinguida
Pompeya, cual sepulto
esqueleto que pone
avaricia o piedad al descubierto;
y desde el yermo foro,
erguido entre las filas
de truncadas columnas, a lo lejos
contempla el peregrino el bipartido
pico, y la humeante cresta
que esparce ruina y todavía amenaza.
Y en el horror de la callada noche,
por los desiertos circos,
por los informes templos, por las casas
donde esconde sus crías el murciélago,
como siniestra antorcha
que girase a través de los palacios,
corre el fulgor de la funérea lava
que en las sombras, de lejos,
brilla rojiza y tiñe todo en torno.
Ignorante del hombre y las edades
que él llama antiguas, y del sucederse
de abuelos y de nietos,
Naturaleza, siempre verde, avanza
por tan largo camino
que inmóvil nos parece. Caen los reinos,
pasan gentes e idiomas, pero ella
no lo ve; y que es eterno el hombre cree.

Y tú, lenta retama,
que con fragantes hojas
adornas estos campos desolados,
también muy pronto a la cruel potencia
sucumbirás del subterráneo fuego,
que retornando al sitio
ya conocido, extenderá su manto
sobre tus tiernos tallos. Y, rendida,
inclinarás bajo el terrible peso
tu inocente cabeza;
mas hasta entonces no la habrás doblado
cobardemente suplicando, ante
el futuro opresor, ni a las estrellas
la habrás erguido con insano orgullo,
ni en el desierto, donde
lugar y nacimiento
la suerte, no tu gusto, quiso darte;
pero más sabia y sana
que el hombre, no has pensado que tus débiles
retoños, inmortales
se hayan hecho por ti o por el destino.

sábado, 6 de agosto de 2016

Carl Sandburg -El pueblo ha de perdurar

Carl Sandburg, Illinois, 6 de enero 1878 – EEUU, 22 de julio 1967
Traducción Eugenio Florit


El pueblo ha de perdurar

           El pueblo ha de perdurar.
El pueblo que aprende y desatina perdurará.
Le engañarán, le venderán, le volverán a vender
y volverá a la tierra a nutrir sus raíces;
el pueblo tan extraño en renovarse y regresar,
que no podemos reírnos de su capacidad de aguante,
el mamut descansa entre sus dramas ciclónicos.

El pueblo tan a menudo dormido, cansado, enigmático,
es un vasto conglomerado de unidades que dicen:
           “Me gano la vida.
           Gano bastante para ir tirando
           y eso me lleva todo el tiempo.
           Si tuviera más tiempo.
           haría más por mí
           y tal vez por los otros.
           Leería y estudiaría
           y discutiría las cosas
           y averiguaría…
           Eso lleva tiempo.
           Ojalá tuviera tiempo”

El pueblo tiene dos caras: es trágico y es cómico:
héroe y rufián: fantasma y gorila que
gime con su boca de gárgola: “Me
compran y me venden…como si fuera un juego…
un día me soltaré…”

           Después de haber sobrepasado
Las márgenes de la necesidad animal,
La torva línea de mera subsistencia,
Entonces llegó el hombre
Al ritual más profundo de sus huesos,
A las luces más livianas que cualquier hueso,
Al momento de pensar en las cosas,
A la danza, a la canción, al cuento,
A las horas entregadas al ensueño,
           Después de haber marchado.

Entre las infinitas limitaciones de los cinco sentidos
y los anhelos sin fin del hombre por lo eterno
el pueblo se agarra al insulso imperativo de comer y
           trabajar
mientras tiende la mano, cuando se presenta la
           coyuntura,
hacia las luces que están más allá de la prisión de los
           cinco sentidos,
recuerdos más duraderos que el hambre y que la
           muerte.

           Y este tender la mano es cosa viva.
Los alcahuetes y mentirosos lo han violado y hollado.
           Pero aún está vivo este tender la mano
           para alcanzar luces y recuerdos.

El pueblo conoce la sal del mar,
la fuerza de los vientos
que azotan las esquinas de la tierra.
Toma el pueblo la tierra
de tumba de descanso y cuna de esperanza.
¿Quién más habla por la Familia Humana?
El pueblo está a tono y paso
con las constelaciones de la ley universal.
El pueblo es policromo,
es espectro y es prisma
apresado en movible monolito,
un órgano de temas que varían,
un clavilux de poemas de color
en donde el mar ofrece niebla
y la niebla se disipa en lluvia
y el ocaso del Labrador se reduce
a un nocturno de estrellas claras,
sereno en el rocío disparado
de la aurora boreal.

El cielo de altos hornos está vivo.
El fuego rompe en blanco y zigzaguea
disparado en metálico crepúsculo.
El hombre tarda mucho en llegar.
El hombre todavía triunfará.
Aún puede el hombre marchar hombro con hombro con
           su hermano:

Este viejo yunque se ríe de tanto martillo roto.
           Hay hombres que no se venden.
           Los nacidos en fuego se hallan bien en el fuego.
           Y las estrellas no hacen ruido.
           No se puede impedir que el viento sople.
           El tiempo es el gran maestro.
           ¿Quién vive sin esperanza?

En lo oscuro con un gran fardo de penas
           el pueblo marcha.
En la noche, con una paletada de estrellas encima
           para siempre, el pueblo marcha:
           “¿Adónde? ¿Y ahora qué?”






jueves, 4 de agosto de 2016

Friedrich Hölderlin -Al Éter

Friedrich Hölderlin, Alemania, 20 de marzo 1770-Alemania, 7 de junio 1843
Traducción Federico Gorbea


Al Eter

¡Oh, Éter, padre! Nunca hombre o dios alguno
fue conmigo tan cariñoso y fiel como tú.
Aún antes que mi madre me tomara en sus brazos
y bebiera en sus senos, me abrazabas tiernamente,
y vertiste en mi naciente pecho,
con el soplo sagrado, tu elixir celestial.
A los seres no les basta para crecer el alimento
terreno. Pero tú los nutres a todos con tu néctar, oh Padre.
Y el aire vivificante que surge de tu eterna plenitud,
corre a raudales por todos los vasos de la vida.
Y así, todos los seres te quieren, te buscan,
y, durante su feliz crecimiento,
se esfuerzan sin cesar por llegar hasta ti.
¡Divino! ¿No te busca con sus ojos la planta?
¿No te tiende sus tímidos brazos la maleza?
Para unírsete, la semilla cautiva rompe su vaina.
Para bañarse en tus vivificantes ondas
el bosque sacude su manto de nieve,
como si fuera un ropaje inoportuno.
Hasta los peces saltan a la superficie del agua
y brincan, ávidos, fuera del espejo centelleante
del río, como si también ellos quisieran
dejar su cuna para ascender a ti.
Y los nobles animales terrestres cobran alas
cuando el potente impulso de su secreto amor por ti
los domina y los solivianta.
El soberbio corcel desdeña el suelo y tiende,
como un arco de acero, su pescuezo en el aíre,
mientras su casco apenas va tocando el suelo.
La pezuña del ciervo sólo como jugando roza
la brizna de hierba, y leve como céfiro
atraviesa de un salto el espumoso arroyo
que se despeña, y mientras salta de una orilla a otra,
apenas se le ve entre los matorrales.
En cambio, los pájaros, favoritos del Éter,
habitan y juegan alegres en el palacio eterno
de su Padre. Hay allí lugar para todos,
la senda de ninguno está trazada. Y libres,
grandes y pequeños revolotean en la morada.
Oigo sobre mi cabeza su gozoso clamoreo,
y mi corazón, presa de un extraño anhelo,
se siente atraído por ellos. Pareciera
que un dulce país me llamara desde lo alto.
Querría trepar a las cumbres de los Alpes
y allí suplicar al águila veloz, que antaño
puso en brazos de Zeus al niño bienamado,
que me arranque de mi cautiverio
y me transporte al palacio del Éter.
Nosotros, insensatos, damos vueltas en vano
por la tierra. Y como la vid, cuando se ha roto
la estaca que al cielo guiaba sus sarmientos,
también nosotros vagamos por los caminos,
con el deseo incesante de entrar en tus jardines.
Nos arrojamos sobre las olas de los mares,
tratando de saciarnos en espacios más abiertos,
y el oleaje infinito juguetea con nuestra nave
y el corazón se regocija ante las fuerzas
del dios del mar. Sin embargo, nada nos satisface.
Un piélago más hondo nos llama con ondas
más sutiles. ¡Oh, quién pudiera llevar nuestro errante barco
a esas riberas de oro, allá en lo alto!
Pero mientras yo sueño con vagas lejanías
donde con tu onda azulada enlazas ignoradas orillas,
tú mismo, ¡Éter!, desciendes susurrante
de las cimas florecidas del huerto. Y así revivo,
dichoso como antes, con las flores de la tierra.



martes, 2 de agosto de 2016

Alicia Genovese -Azucenas silvestres

Alicia Genovese, Lomas de Zamora, 8 de noviembre 1953


Azucenas silvestres

Cuando no era visible la casa
ni esta palmera morada
ni la hortensia, ni el roble
ni nada de lo que después,
plantado, prosperó;
cuando todo era proyecto
y torpeza
que desacierta el sendero.
Porque la risa o el disfrute
no se orientan, sólo irrumpen
y giran sobre sí.

Cuando era la maleza informe,
los árboles caídos
que no dejaban pasar,
y el terreno era un charco
de isla virgen
que hundía los pies en su limo, vi
las hojas lustrosas
de las azucenas silvestres,
su imposible delicadeza
sobre la tierra áspera.

En el hueco menos pensado crecían
como una siembra del paraíso
y, aunque la marea alta
las estropeara,
desde los mismos bulbos renacían
sus hojas acintadas,
intensas de brillo para recibir
a la lujosa flor salvaje.

Azucenas blancas
que siguen brotando en el jardín,
mata del bosque persistente
que me devuelve a un origen
de tierra inundada;
cuando la percepción
atraída encontraba
su corazón de fuegos.
El camino de los desprendimientos
comienza, ha comenzado
pero las azucenas,
salvajes reaparecen,
y el tiempo no es sólo
el trayecto irreversible,
sino este círculo maravillado
otra vez, entre las hojas:
azucenas, azucenas, azucenas,
como una fuerza velada
que del baldío retorna.