viernes, 30 de diciembre de 2016

Néstor Sánchez -noveno

Néstor Sánchez, Villa Pueyrredón, 7 de febrero 1935–Villa Pueyrredón, 15 de abril 2003


noveno

noveno que el muy despeinado Yuyo chico le tendió un crisantemo a María quien le pasó dicho crisantemo a Batsheva mientras Donald Gleason le daba una cala al Yuyo grande y éste recibía claveles de manos de Batsheva y el Yuyo chico le daba helechos a María que a su vez le ponía un gladiolo en las manos a Donld Gleason quien tomó un clavel para el Yuyo chico que me tendió una rosa que le tendí al Yuyo grande mientras Batsheva recibía gladiolos de María que a su vez le pasaba helechos al Yuyo grande que se los dio a Donald Gleason que me tendió una cala mientras María recibía dos claveles de manos de Batsheva que me tendió una cala, un clavel, helechos, y yo le pasé los helechos al Yuyo chico, la cala al Yuyo grande que me dio crisantemos y a María una rosa en el momento en que Donald Gleason le pasaba dos calas a Batsheva y el Yuyo chico recibía un único gladiolo por parte de María quien a su vez le daba helechos al Yuyo grande que me dio un crisantemo y otro al Yuyo chico que le dio una rosa a Batsheva que me tendió una cala que le pasé a Donald Gleason y éste a María quien se la pasó a Giménez y Giménez le tendió la cala a Batsheva cuando Donald Gleason le daba rosas (a Giménez) y el Yuyo grande una cala y el Yuyo chico un clavel y Giménez le tendió una cala a Batsheva y yo un clavel a Giménez y Batsheva un crisantemo al Yuyo grande a punto de recibir calas por parte del Yuyo chico y debido a la fuerza del viento se le voló el sombrero a Giménez y Giménez dejó que se le volara por uno de los senderos de esa juntidad flagrante en la meseta que es el cementerio de Flores mientras María le pasaba rosas al Yuyo grande que me tendió un crisantemo cuando yo ponía helechos en las manos de Batsheva

miércoles, 28 de diciembre de 2016

Seamus Deane -Cortando leña

Seamus Deane, Derry, Reino Unido, 9 de febrero 1940
Versión Gerardo Gambolini


Cortando leña

Estaba hachando leña en el cobertizo
al atardecer. Una ráfaga de viento
cerró de golpe la puerta, lanzándome
a una negrura tal
que erré el golpe y arranqué
una chispa del suelo.

Me vinieron recuerdos de mi padre
cortando leña en otoño,
y con ello el olor del humus,
el vuelo anunciado
de las últimas golondrinas,
el dorado marchito de las avispas

en la trama radiada
de las telarañas. Los recuerdos
me detuvieron tanto tiempo que estaba oscuro
cuando empecé a juntar las astillas.
Un soplo de resina, y sentí
agitarse las semillas del dolor

mientras volcaba la leña blanca
en la caja que retumbaba
y oía al viento azotar
los árboles y torcer para volverse
una corriente de lamento
contra el muro recortado.

Caída blanca de la madera y una chispa que salta
azul-rojiza, golpe de viento
negro alquitrán, tintes oscuros
de aguas tranquilas y en movimiento,
las muertes a tiempo de los veranos,
las muertes a destiempo de los padres...

¿Tenía que estar hachando
casi en la oscuridad, invocar la chispa
de su profunda capacidad de enriquecimiento
y decadencia? Como sea, en este clima enmarañado
debo cortar leña para el hogar
y partir el viento implacable

para oír sus ruidos interiores.
Pronto el rojo panal del fuego
inflamará de brillo el atizador
hasta la mitad. Pronto
el humo de la leña en el aire
llevará mi sentimiento hacia la noche.

lunes, 26 de diciembre de 2016

Enrique Banchs -I

Enrique Banchs, Bs As, 8 de febrero 1888 –Bs As, 6 de junio 1968


I

Tornasolando el flanco a su sinuoso
paso va el tigre suave como un verso
y la ferocidad pule cual terso
topacio el ojo seco y vigoroso.

Y despereza el músculo alevoso
de los ijares, lánguido y perverso
y se recuesta lento en el disperso
otoño de las hojas. El reposo...

El reposo en la selva silenciosa.
La testa chata entre las garras finas
y el ojo fijo, impávido custodio.

Espía mientras bate con nerviosa
cola el haz de las férulas vecinas,
en reprimido acecho... así es mi odio.

sábado, 24 de diciembre de 2016

Haim Nachman Bialik -En la ciudad de la matanza

Haim Nachman Bialik, Volinia, 9 de enero 1873 – Viena, 4 de julio 1934  
Traducción Gerardo Lewin


En la ciudad de la matanza
(fragmento)

Levántate y marcha hacia la ciudad de la matanza.
Ve a sus plazas,
observa con tus propios ojos,
palpa con tus propias manos
las cercas, los árboles, las rocas.
Mira: sobre la cal del muro
la sangre coagulada,
los sesos endurecidos de las víctimas.

Encamínate hacia las ruinas,
salta por encima de los desechos,
atraviesa las paredes rotas
y las cocinas incendiadas
en donde la piqueta ha perforado quiebres
y agrandado, ensanchado vacíos,
donde la negra piedra se descubre,
la desnudez del ladrillo calcinado,
abiertas, desesperadas bocas de heridas negras
a las que no puedes aplicar ya cura o medicina,
tus piernas se hunden en plumas y cascotes,
entre pilas de escombros y de astillas,
en la derrota de los libros y los manuscritos,
el despojo del trabajo inhumano,
el redoblado fruto de unas arduas labores…

No te detengas ante los destrozos, sigue tu camino.
Renacen las acacias frente a ti,
derraman su perfume,
entre sus brotes penachos como flechas,
su aroma es el aroma de la sangre;
a tu pesar aspiras el perfume extraño,
la suavidad de la lozanía en tu corazón no te asquea;
con mil flechas doradas te lacera el sol,
siete rayos agreden en esquirlas de vidrios,
pues mi señor convocó, a un mismo tiempo,
a la matanza y a la primavera.


Sale el sol, florece la acacia y degüella el matarife.

jueves, 22 de diciembre de 2016

Rafael Alberti -III

Rafael Alberti, España, 16 de diciembre 1902- España, 28 de octubre 1999


III 

¡El Museo del Prado! ¡Dios mío! Yo tenía
pinares en los ojos y alta mar todavía
con un dolor de playas de amor en un costado,
cuando entré al cielo abierto del Museo del Prado.

¡Oh asombro! ¡Quién pensara que los viejos pintores
pintaron la Pintura con tan claros colores;
que de la vida hicieron una ventana abierta,
no una petrificada naturaleza muerta,
y que Venus fue nácar y jazmín trasparente,
no umbría, como yo creyera ingenuamente!
Perdida de los pinos y de la mar, mi mano
tropezaba los pinos y la mar de Tiziano,
claridades corpóreas jamás imaginadas,
por el pincel del viento desnudas y pintadas.
¿Por qué a mi adolescencia las antiguas figuras
le movieron el sueño misteriosas y oscuras?
Yo no sabía entonces que la vida tuviera
Tintoretto (verano), Veronés (primavera),
ni que las rubias Gracias de pecho enamorado
corrieran por las salas del Museo del Prado.
Las sirenas de Rubens, sus ninfas aldeanas
no eran las ruborosas deidades gaditanas
que por mis mares niños e infantiles florestas
nadaban virginales o bailaban honestas.

Mis recatados ojos agrestes y marinos
se hundieron en los blancos cuerpos grecolatinos.
Y me bañé de Adonis y Venus juntamente
y del líquido rostro de Narciso en la fuente.
Y -¡oh relámpago súbito!- sentí en la sangre mía
arder los litorales de la mitología,
abriéndome en los dioses que alumbró la Pintura
la Belleza su rosa, su clavel la Hermosura.

¡Oh celestial gorjeo! De rodillas, cautivo
del oro más piadoso y añil más pensativo,
caminé las estancias, los alados vergeles
del ángel que a Fra Angélico cortaba los pinceles.
Y comprendí que el alma de la forma era el sueño
de Mantegna, y la gracia, Rafael, y el diseño,
y oí desde tan métricas, armoniosas ventanas
mis andaluzas fuentes de aguas italianas.

Transido de aquel alba, de aquellas claridades,
triste «golfo de sombra», violentas oquedades
rasgadas por un óseo fulgor de calavera,
me ataron a los ímprobos tormentos de Ribera.
La miseria, el desgarro, la preñez, la fatiga,
el tracoma harapiento de la España mendiga,
el pincel como escoba, la luz como cuchillo
me azucaró la grácil abeja de Murillo.
De su célica, rústica, hacendosa, cromada
paleta golondrina María Inmaculada,
penetré al castigado fantasmal verdiseco
de la muerte y la vida subterránea del Greco.
Dejaba lo espantoso español más sombrío
por mis ojos la idea lancinante de un río
que clavara nocturno su espada corredora
contra el pecho elevado, naciente de la aurora.
Las cortinas del alba, los pliegues del celaje
colgaban sus clarísimos duros blancos al traje
del llanamente monje que Zurbarán humana
con el mismo fervor que el pan y la manzana.
¡Oh justo azul, oh nieve severa en lejanía,
trasparentada lumbre, de tan ardiente, fría!
La mano se hace brisa, aura sujeta el lino,
céfiro los colores y el pincel aire fino;
aura, céfiro, brisa, aire, y toda la sala
de Velázquez, pintura pintada por un ala.
¡Oh asombro! ¡Quién creyera que hasta los españoles
pintaron en la sombra tan claros arreboles;
que de su más siniestra charca luciferina
Goya sacara a chorros la luz más cristalina!

Mis oscuros demonios, mi color del infierno
me los llevó el diablo ratoneril y tierno
del Bosco, con su químico fogón de tentaciones
de aladas lavativas y airados escobones.
Por los senderos corren refranes campesinos.
Patinir azulea su albor sobre los pinos.
Y mientras que la muerte guadaña a la jineta,
Brueghel rige en las nubes su funeral trompeta.

El aroma a barnices, a madera encerada,
a ramo de resina fresca recién llorada;
el candor cotidiano de tender los colores
y copiar la paleta de los viejos pintores;
la ilusión de soñarme siquiera un olvidado
Alberti en los rincones del Museo del Prado;
la sorprendente, agónica, desvelada alegría
de buscar la Pintura y hallar la Poesía,
con la pena enterrada de enterrar el dolor
de nacer un poeta por morirse un pintor,
hoy distantes me llevan, y en verso remordido,
a decirte, ¡oh Pintura!, mi amor interrumpido.

martes, 20 de diciembre de 2016

Fernando Aíta -Oración a San Houdini

Fernando Aíta, Buenos Aires, 6 de diciembre 1975


Oración a San Houdini

Santo Houdini querido,
vos que tanto zafaste
cerrojo, candado, cadena...
mandame luz, un hilo inspirador
que se cuele en la cueva,
un claro al fondo del túnel
donde el espíritu va y viene.

Santo escapista que estás en la gloria,
libráme de la paranoia:
que se doblen como elásticos
los barrotes de mi mente
y adelgacen mis muñecas
cuando apreten las esposas.

Oh gran santo del pire, te pido
que las ideas no se me enganchen
en un nudo fulero, un mal rollo.
No quiero quedar girando
como el cobayo en la ruedita.

Mago de la evasión,
que no hay engome que te contenga,
haceme un rato transparente
la reja, la malla, el cerco...
quiero ver puro un instante
amanecer, atardecer, la luna llena...
no sabés qué difícil y qué lindo
contemplar el paisaje sin límites.

Ay gran santo de la fuga,
acá estamos atrapados
como dígitos entre columnas
sin el beneficio de la incógnita.
Mientras completo la espera,
enseñáme algún truquito
para escaparle a la trampa,
deshacerme del grillete.

Vos que guardás bajo la lengua
la llave de la creación,
dame la ganzúa del ingenio:
que mi alma prófuga siga libre
y no me zarpen lo que siento
del cofrecito del corazón.

Gracias santo indetenible,
paz, amor y libertad. Amén.

domingo, 18 de diciembre de 2016

Rudyard Kipling -Mi hijo Jack

Rudyard Kipling, Bombay, 30 de diciembre 1865 – Londres, 18 de enero 1936
Versión Gerardo Gambolini


Mi hijo Jack

“¿Tienes noticias de mi hijo Jack?”
-No con esta marea.
“¿Cuándo crees que regresará?”
-No con este viento, y con esta marea.

“¿Alguien recibió noticias de él?”
-No con esta marea.
Pues lo hundido difícilmente nade,
no con este viento, y con esta marea.

“Oh, Dios, ¿qué consuelo puedo hallar?”
-Ninguno con esta marea,
ni con ninguna marea,
salvo que no avergonzó a los suyos —
ni aun con ese viento, y esa marea.

-Así que mantén la cabeza bien erguida,
con esta marea,
y con cualquier marea;
¡porque él fue el hijo que engendraste
y que entregaste a ese viento, y a esa marea!

viernes, 16 de diciembre de 2016

Joyce Carol Oates -Anécdota de amor

Joyce Carol Oates, Nueva York, 16 de junio 1938
Versión Sandra Toro


Anécdota de amor

Mientras se enamora, él le extrae los secretos
de su “vida anterior”.

Mientras le extrae los secretos de su “vida anterior”,
él se enamora.

Es salvaje, embriagador y ácido, vertiginoso. Es un interrogatorio.
Le dice, contame. Por favor, contame.
No dudes. No tengas vergüenza. Es humano, dice.
Le ruega: no es avidez mía, te define.
No mientas.

Él es dedicado. Es insaciable.
Su sombra se extiende desde sus pies, henchida y generosa,
hacia ella. Pero seguro te olvidás de algo, le dice.
Primera desaprobación, la hoja del cuchillo, entre las cejas perfectas,
esa no puede ser toda la historia, dice.
No convence. Casi no es una anécdota.

Él es tierno, es el ala lustrosa de un avión enorme,
es el olvido, todo hambre, sed inextinguible, abnegación.
Hay más, dice con calma, vos no me estás diciendo toda
la verdad, me estás mintiendo, dice, ¿no sabés que
nada que descubra me va a hacer enojar?

Mientras drena su “vida anterior”, el amor de él disminuye.
Pronto va a ser camaradería; después, hermandad.
Y después no va a ser nada.

Sin embargo, esta noche está feroz de amor, y con ganas de
rogar. Te olvidaste bastante, dice, por favor no me mientas,
dice, qué es, le pregunta.
Él siempre pregunta.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Marcos Ana -Mi corazón es patio

Marcos Ana, Alconada, 20 de enero 1920 – Madrid, 24 de noviembre 2016


Mi corazón es patio

La tierra no es redonda:
es un patio cuadrado
donde los hombres giran
bajo un cielo de estaño.

Soñé que el mundo era
un redondo espectáculo
envuelto por el cielo,
con ciudades y campos
en paz, con trigo y besos,
con ríos, montes y anchos
mares donde navegan
corazones y barcos.

Pero el mundo es un patio
(Un patio donde giran
los hombres sin espacio)

A veces, cuando subo
a mi ventana, palpo
con mis ojos la vida
de luz que voy soñando.
y entonces, digo: “El mundo
es algo más que el patio
y estas lozas terribles
donde me voy gastando”.

Y oigo colinas libres,
voces entre los álamos,
la charla azul del río
que ciñe mi cadalso.

“Es la vida”, me dicen
los aromas, el canto
rojo de los jilgueros,
la música en el vaso
blanco y azul del día,
la risa de un muchacho…

Pero soñar es despierto
(mi reja es el costado
de un sueño
que da al campo)

Amanezco, y ya todo
-fuera del sueño- es patio:
un patio donde giran
los hombres sin espacio.

¡Hace ya tantos siglos
que nací emparedado,
que me olvidé del mundo,
de cómo canta el árbol,
de la pasión que enciende
el amor en los labios,
de si hay puertas sin llaves
y otras manos sin clavos!

Yo ya creo que todo
-fuera del sueño- es patio.
(Un patio bajo un cielo
de fosa, desgarrado,
que acuchillan y acotan
muros y pararrayos).

Ya ni el sueño me lleva
hacia mis libres años.
Ya todo, todo, todo,
-hasta en el sueño- es patio.

Un patio donde gira
mi corazón, clavado;
mi corazón, desnudo;
mi corazón, clamando;
mi corazón, que tiene
la forma gris de un patio.
(Un patio donde giran
los hombres sin descanso)

lunes, 12 de diciembre de 2016

Omar López -Barracas

Omar López, Villa Urquiza, CABA, 15 de octubre 1952


Barracas

El cielo se estrujó sobre Barracas
las calles mojadas corren al Riachuelo
su boca de animal prehistórico se traga
en la orilla la ciudad revuelta.
Lluvia ácida que abre los poros adoquinados
mansa furia sobre la pobreza de conventillos
y galpones huérfanos.
Hay un grito en esta noche
y en la oscuridad se remacha la figura de los últimos caminantes
en la ribera duermen los viejos ultramarinos
sobre el puente Avellaneda una mujer corre desnuda
sube al mástil y se lanza en picada al agua embetunada
un relámpago azota sus piernas
no es noche para morirse sobre las gotas dulces del cielo
cuando la loca soledad no se advierte.
Barracas es un caserío mojado
al borde de la ciudad de neón
donde los autos escupen bocinas
y los hombres se acorralan como bestias hipnóticas.
Un perro desolado espera que la luna asome entre las nubes
mi padre se suicidó en el riacho Quinquela
yo camino por su costa mosquito
el hambre de los ex hombres se moja junto al olvido
un marinero llora sobre el puente fantasma del último barco carbonero
en la fonda de Patricios y Pedro de Mendoza un viejo capataz
emborracha a sus recuerdos
llueve y los niños de la pobreza tiritan de frío
en mi barrio muerto de futuro
del museo de cera escapa el último guapo
y en la Vuelta de Rocha un ciruja duerme insolente bajo las estrellas llorosas.
Yo tomo tu mano al borde del abismo
desprendo tu blusa
muerdo tu corazón y me derrumbo
acribillado por la última gota de la esperanza.
Cuando el mundo se despide de la noche
Barracas bosteza
sobre mi humanidad de marinero sin barco
en mi seca cama sin orillas.

sábado, 10 de diciembre de 2016

Eugenio Mandrini -Imágenes para una carta de amor en invierno

Eugenio Mandrini, Bs As, 16 de diciembre 1936


Imágenes para una carta de amor en invierno

¿Qué hiciste del deseo que apretabas
en los dientes como una presa?
Deberías imaginarme extendidos los brazos
a la espera de tu sombra de lámpara
o tu cabellera negra que iniciaba la noche
Ver como te desnudabas
era un acto de resurrección donde
el aire, el ojo, el latido, el tiempo, se paralizaban;
luego, al acariciarte, se encendía el otro cielo,
el de un infierno perdurable, en el que iríamos
a yacer hasta dorarnos
Vuelve
Es invierno, y si vuelves,
habré olvidado al exiliado que soy debatiéndose
como pez en el anzuelo del frío
Libérame del estupor de estar viendo,
nítido en la sombra, el límite del fin, mientras
el viento raspa la puerta
y siembra miedo en los espejos
¿O será que saciado está
el ciego animal de tu hambre? Acabo de pedirle a la escalera
que me devuelva la rima de tus pasos, y a los ruidos
de la noche que se congreguen
en tu nombre, y tu nombre se oiga, exaltado,
como un coro de Verdi
Vuelve
La soledad es un ciego palpando un eclipse
La soledad es el gato negro de Poe que oscurece
el fuego de los tigres
La soledad es un dios sordo que no sabe gozar
de los rezos del mundo
¿A qué, entonces, tanta soledad
si ya la elevaste a multitud?
Vuelve
A veces, al mirarnos desnudos, brotaba
de los ojos una luz de incendio que hacía retroceder
a los muebles; otras veces, siempre desnudos,
permanecíamos tensos y graves, como en un concierto,
creyendo escuchar los movimientos
de la sangre. Eran nuestros modos
de detener al tiempo, ese bárbaro que pasa dejando
solo rastros de perdición
Vuelve No me hagas escribir que
el amor termina siempre refugiándose en sí mismo
como un ovillo de silencio
y que su secreto es desear morir,
después de haberse llevado todo como el río,
y dejarnos sin saber para quién
humeará de nuevo: acaso
para el viento que todo lo abate
No demasiado tarde
vuelve,
vuelve
¿Pero adónde irías a volver si nunca
nos hemos conocido?
Solo son imágenes
para una simulada carta escrita
en una de esas tardes de un desnudo invierno
frío y solitario como todos.


jueves, 8 de diciembre de 2016

Bertolt Brecht -Visita a los poetas desterrados

Bertolt Brecht, Augsburgo, 10 de febrero 1898 – Berlín, 14 de agosto 1956
Traducción Vicente Romano


Visita a los poetas desterrados

Cuando, en sueños, entró en la cabaña de los poetas desterrados,
situada junto a la que habitan
los maestros desterrados -de ella le llegaron risas y discusiones-,
apareció en la puerta Ovidio y le dijo bajando la voz:
«Mejor que no te sientes todavía. No has muerto aún. Quién sabe
si todavía volverás a casa.
Y sin que cambie nada sino tú mismo.»
Pero, con una mirada consoladora,
Po Chu-i se acercó y, sonriendo, dijo:
«El rigor se lo ha ganado todo el que citó una sola vez la injusticia.»
Y su amigo Tu-fu dijo, tranquilo:
«¿Comprendes? El destierro no es el lugar donde se olvida la soberbia.»
Pero, más terrenal,
se acercó el andrajoso Villon y preguntó:
«¿Cuántas puertas tiene la casa donde vives?»
Y Dante, lo tomó del brazo,
le llevó aparte, murmurándole:
«Esos versos tuyos están llenos de imperfecciones,
amigo: piensa
que todo está contra ti.»
Y Voltaire le gritó desde lejos:
«¡Preocúpate del dinero o te matan de hambre!»
«¡Y mezcla alguna que otra broma!»,
gritó Heine. «Es inútil»,
gruñó Shakespeare. «Cuando llegó el rey jacobo tampoco
yo pude escribir más.»
«Si llegas al proceso, búscate un sinvergüenza de abogado»,
clamó Eurípides,
«porque él conocerá los agujeros de la red de las leyes».
La carcajada duraba todavía, cuando de un oscuro rincón
llegó un grito:
«Eh, tú, ¿también se saben
de memoria tus versos?»
«¿Y se salvarán de la persecución los que se los saben?»
«Ésos», dijo Dante en voz baja,
«son los olvidados. No sólo
los cuerpos, sino también las obras les destruyen.»
Cesaron las risas. Nadie se atrevía a mirar.
El recién llegado se había puesto pálido.

martes, 6 de diciembre de 2016

Mercedes Roffé -Paisaje

Mercedes Roffé, Buenos Aires, 23 de junio 1954


Paisaje

Composición (predominantemente) natural
con cierta intención o co(i)nci(d)encia estética
armónica o naïve, romántica o siniestra
vívida o espectral
abigarrada o escueta
--donde la o no excluye: acumula--
en todo caso
pampa con árbol
mar en tempestad
regadío suizo con tractor al fondo
muralla almenada y en sesgo, en ojival recuadro
campo verde ondulado y caserío
roca roja
tierra negra de hulla
hierro
alquitranada autopista
verde olivar intenso / troncos de un marrón calcinado
vaca
puesta de sol
--sobreimpresa quizás
un poco demasiado cerca mi cara
en el cristal--
nubes, nubes
manada morosa por el llano azul
y abajo
como una tela marcada por un sastre
--punto flojo--
trapecios de tierra arada
amarillo reseco
terracota
gris
asfalto
un poco más: granito


¿y el desierto?
¿y las montañas negras como lobas?
¿y las cumbres nevadas, borrascosas?


¿y qué del sueño? ¿y qué
del día que empieza? ¿y qué del resignado
perfil del que termina?


¿Y de los otros,
lunares y estelares, oníricos, suprarreales, submarinos...?
Cuevas de hielo azul y malaquita
horizonte en los ojos del zorro husmeando la próxima presa
o corte vertical del vientre del planeta
¿Y qué de la ciudad? ¿qué
de la reina picuda? Aristas, filos, sombras, puntas de alfiler
y al borde el río
O acaso se ha de tomar à la lettre
aquello de
"verde y arbolado
campestre o inter-
estelar"
        —la o no excluye, ni acumula; quizás sea sólo
el resabio
de un gesto de sorpresa demasiado
conciente de sí mismo


paisaje del
país que lleva adentro
oh nido pasajero



pasa seca / muy mayor

peisaj éxodo / a través de los caminos

pisa acción de pisar / porción de aceituno o uva que se estruja de una vez en el molino o
lagar / zurra o tunda de patadas o coces / Germ. casa de mujeres públicas; mancebía

pasaje transición / camino estrecho, oscuro

peaje precio

paja

pija miembro viril / cosa insignificante, nadería

asia

paje

peje pez, pescado / hombre astuto y taimado

pesa

pase

    —Pase
   (una puerta al vacío)








Foto Fréderiqué Longrée







domingo, 4 de diciembre de 2016

Ricardo Ruiz -susurra y borda...

Ricardo Ruiz, Bs As, 16 de noviembre 1953


Cerca de un manantial una no tiene sed,
cerca de una hermana no desespera.
Nü Shu / Lenguaje de Mujeres
Dinastía Tang (618 – 907) – 2005.


susurra
y borda
escritura
de pequeños pies
un decir
se repite
entre mujeres
lame
de una isla a otra
de un labio a otro
dolor plegaria
saliva
del destierro
del odio del amor

¿una suave tormenta
detrás? ¿del amo
inversa caligrafía?
¿tambalea? ¿canta
la mañana que no llega?

así
de una a otra
isla plegaria
entre mujeres
de pequeños pies
tambalea
un decir
detrás
del destierro
se repite
lame
de un labio a otro
saliva del dolor
tormenta escritura
del dolor del odio
borda la mañana
que no llega
y susurra

viernes, 2 de diciembre de 2016

Jean Genet -El condenado a muerte

Jean Genet, París, 19 de diciembre 1910 – París, 15 de abril 1986
Versión Lino Mondino


El condenado a muerte

El viento que en los patios arrastra un corazón;
un ángel que solloza suspendido de un árbol,
la columna de azul que envuelve el mármol
alumbran en mi noche salidas de emergencia.

Un pájaro que muere y el sabor a ceniza,
el recuerdo de un ojo dormido sobre el muro
y el dolorido puño que amenaza el azul
al hueco de mis manos hacen bajar tu rostro.

Ese rostro más duro y sutil que una máscara,
más cargado en mi palma que en los dedos del ladrón
la joya que se embolsa, anegado en llanto.
Es feroz y es sombrío y el laurel lo corona.

Es severo tu rostro como el de un monje griego.
Trémulo permanece en mis manos cerradas.
De una muerta es tu boca y rosas tus ojos,
y tu nariz, quizás, el pico de un arcángel.

La brillante helada de un perverso pudor
que empolvó tus cabellos de astros de limpio acero,
que coronó tu frente de espinas de rosal,
¿Qué revés la fundió cuando tu rostro canta?

¿Qué fatalidad, centellea en tu mirada
con despecho tan alto, que el más cruel dolor,
visible y descompuesto decora tu bella boca
pese a tu llanto helado, de una sonrisa fúnebre?

No cantes esta noche “Les costauds de la lune”.
Sé más bien, chico de oro, princesa de una torre
que sueña melancólica en nuestro pobre amor;
o pálido marinero que vigila en la lágrima.

Y a la tarde desciende y canta sobre el puente
entre los marineros, destocados y humildes,
el "Ave María Stella". Cada marino blande
su verga palpitante en la pícara mano.

Y para atravesarte, grumete del azar,
bajo el calzón se empalman los fuertes marineros.
Amor mío, amor mío, ¿Podrás robar las llaves
que me abrirán el cielo donde tiemblan los mástiles?

Desde allí siembras, blancos encantamientos,
copos sobre mis páginas, en mi muda prisión:
lo espantoso, los muertos en sus flores violetas,
la parca con sus gallos, sus espectros de amantes.

Con sofocados pasos cruza en ronda la guardia.
En mis ojos vacíos tu recuerdo reposa.
Puede ser que se evada atravesando el techo.
Se habla de la Guyana como una tierra cálida.

¡Oh el dulzor de la cárcel lejana e imposible!
¡Oh el indolente cielo, el mar y las palmeras,
las límpidas mañanas, los crepúsculos calmos,
las cabezas rapadas, las pieles de satén!

Evoquemos, Amor, a cierto duro amante,
enorme como el mundo y de cuerpo sombrío.
Nos fundirá desnudos en sus oscuros antros,
entre sus muslos de oro, en su cálido vientre.

Un macho deslumbrante tallado en un arcángel
se excita al ver los ramos de clavel y jazmín
que llevarán temblando tus manos luminosas,
sobre su augusto flanco que tu abrazo estremece.

¡Oh tristeza en mi boca! ¡Amargura inflamando
mi pobre corazón! ¡Mis fragantes amores,
ya se alejan de mí! ¡Adiós, huevos amados!
Sobre mi voz quebrada, ¡adiós minga insolente!

¡No cantes más, chico, dejá ese aire apache!
intenta ser la joven de luminoso cuello,
o, si el miedo te deja, el melodioso niño,
muerto en mí mucho antes que el hacha me mutile.

¡Mi bellísimo lacayo coronado de lilas!
inclínate en mi lecho, deja a mi pija dura
golpear tu mejilla. Tu amante el asesino
te relata su gesta entre mil explosiones.

Canta que un día tuvo tu cuerpo y tu semblante,
tu corazón que nunca lastimarán las espuelas
de un tosco caballero. ¡Poseer tus rodillas,
tus manos, tu garganta, tener tu edad, pequeño!

Robar, robar tu cielo salpicado de sangre,
lograr una obra maestra con muertos cosechados
por doquier en los prados, los asombrados muertos
de preparar su muerte, su cielo adolescente...

Las solemnes mañanas, el ron, el cigarrillo...
las sombras de tabaco, de prisión, de marinos
acuden a mi celda, y me tumba y me abraza
con cargada bragueta un espectro asesino.

La canción que atraviesa un mundo tenebroso
es el grito de un rufián traído por tu música,
el canto de un ahorcado tieso como una estaca,
la mágica llamada de un pícaro enamorado.

Un muchacho dormido solicita las boyas
que no lanza el marino al dormido lunático.
Un niño contra el muro erguido permanece,
otro duerme encogido con las piernas cruzadas.

Yo maté por los ojos de un bello indiferente
que nunca comprendió mi contenido amor,
en su góndola negra una ignorada amante,
bella como un navío y adorándome muerta.

Cuando ya estés dispuesto, alistado en el crimen,
de crueldad cubierto, con tus rubios cabellos,
en la cadencia loca y breve de las violas,
degüella a una heredera tan sólo por placer.

Súbito aparecer de un férreo caballero
impasible y cruel; pese a la hora, visible
en el gesto impreciso de una vieja que gime.
No tiembles, sobre todo ante sus claros ojos.

Del tan temido cielo de los crímenes
de amor viene este espectro. Niño de las honduras
nacerán de sus cuerpos extraños esplendores
y perfumado semen de su verga adorable.

Pétreo, negro granito sobre alfombra de lana,
la mano sobre el flanco, óyelo caminar.
Hacia el sol se dirige su cuerpo sin pecado
y tranquilo te tiende a orillas de su fuente.

Cada rito de sangre delega en un muchacho
para que inicie al niño en su primera prueba.
Sosiega tu temor y tu reciente angustia,
Chupa mi duro miembro como si fuese un helado.

Mordisquea con ternura su roce en tu mejilla,
besa mi pija tiesa, entierra en tu garganta
el bulto de mi verga tragado de una vez,
¡Ahógate de amor, vomita y haz tu mueca!

Adora de rodillas como un tótem sagrado
mi tatuado torso, adora hasta las lágrimas
mi sexo que se rompe, te azota como un arma,
adora mi bastón que te va a penetrar.

Brinca sobre tus ojos; y tu espíritu enhebra.
Inclina la cabeza y lo verás erguirse.
Notándolo tan noble y tan limpio a los besos
te postrarás rendido, diciéndole: “¡Madame!”

¡Escuchame, madame! ¡Madame, voy a morir!
¡La casa está embrujada! ¡La prisión vuela y tiembla!
¡Socorro, nos movemos!¡Unidos llevanos
a tu blanca capilla, Dama de la Merced!

Manda venir al sol; que llegue y me consuele.
¡Estrangula a esos gallos! ¡Adormece al verdugo!
Sonríe maligno el día detrás de mi ventana.
Para morir la cárcel es una pobre escuela.

En mi garganta inerme y pura, mi garganta
que mi mano más suave y formal que una viuda
roza bajo el tejido sin que me conmuevas.
Imprime la sonrisa de lobo de tus dientes.

¡Oh ven, sol hermosísimo, ven mi noche, de España,
acércate a mis ojos que mañana habrán muerto!
Llégate, abre la puerta, aproxima tus manos
Y llévame de aquí rumbo a nuestra aventura.

Despertar puede el cielo, florecer las estrellas,
no suspirar las flores, y, en los prados, la hierba.
Recibir el rocío que bebe la mañana,
Sonará la campana: solo yo moriré.

¡Ven, mi cielo de rosa, mi rubio canastillo!
En su noche visita al condenado a muerte.
¡Arráncate la carne, trepa, muerde, asesina,
Pero ven! Tu mejilla apoya en mi cabeza.

Aún no hemos terminado de hablar de nuestro amor,
aún no hemos acabado de fumar los “gitanes”.
Debemos preguntar por qué razón condenan
a un criminal, tan bello, que empalidece el día.

¡Amor, ven a mi boca! ¡Amor, abre tus puertas!
Recorre los pasillos, baja, rápido cruza,
vuela por la escalera más ágil que un pastor,
más suspenso en el aire que un vuelo de hojas muertas.

Atraviesa los muros, camina por el borde
de azoteas, de océanos; recúbrete de luz,
usa de la amenaza, de la plegaria usa,
pero ven, mi fragata, a una hora del fin.

Se arropan con la aurora los pétreos asesinos
en mi prisión abierta a un rumor de pinares
que la mecen, sujeta a delgadas maromas
trenzadas por marinos que broncea la mañana.

¿Quién dibuja en el techo la Rosa de los Vientos?
¿Quién en mi casa sueña, al fondo de su Hungría?
¿Qué chico ha robado en mi podrida paja
pensando en sus amigos al mismo despertar?

Divaga, ¡oh mi locura!, para mi gozo alumbra
un emoliente infierno repleto de soldados
con el torso desnudo y dorados pantalones;
lanza esas densas flores cuyo olor me fulmina.

De cualquier parte arranca las hazañas más locas.
Desnuda a los chiquillos, invéntate torturas,
mutila a la Belleza, desfigura los rostros
y ofrece la Guyana como lugar de encuentro.

¡Oh mi viejo Maroni!, ¡Oh Cayena la dulce!
Veo los volcados cuerpos de quince a veinte juramentos
en torno al crío rubio que apura las sobras
que escupen los guardianes entre el musgo y las flores.

Un cardo mojado basta para afligirnos.
Solitario y erguido entre tiesos helechos,
el más joven se apoya en sus lisas caderas,
inmóvil y esperando ser consagrado esposo.

Los viejos asesinos se apiñan para el rito.
En la tarde agachados prenden de un leño seco
una llama que roba, rápido, el jovencito
más emotivo y puro que un emotivo pene.

El más duro bandido, de lustrosos músculos,
con respeto se inclina ante el frágil mancebo.
Sube la luna al cielo. Una disputa amaina.
Tiemblan los enlutados pliegues de una bandera.

¡Te arropan con tal gracia tus mohines de encaje!
Con un hombro apoyado en la palmera cárdena
fumas y la humareda desciende a tu garganta
mientras los presos, en danza ritual,

Silenciosos y graves, por riguroso turno
aspiran de tu boca una pizca fragante,
una pizca y no dos, del anillo de humo
que empujas con la lengua. ¡Oh camarada triunfal!

Divinidad terrible, invisible y malvada,
tú quedas impasible, tenso, de metal claro,
sólo a ti mismo atento, dispensador fatal
recogido en las cuerdas de tu crujiente hamaca.

Tu alma delicada los montes atraviesa
acompañando siempre la milagrosa huida
de aquel que se ha fugado, muerto al fondo del valle
de una bala en el pecho, sin reparar en ti.

Elévate en el aire de la luna, mi vida.
En mi boca derrama el consistente semen
que pasa de tus labios a mis dientes, mi Amor,
a fin de fecundar nuestras nupcias dichosas.

Junta tu hermoso cuerpo contra el mío que muere
por darle por el culo a la puta más tierna.
Sopesando extasiado tus rotundas pelotas
mi pija de espada te enfila el corazón.

¡Mírala perfilada en su poniente que arde
y me va a consumir! Me queda poco tiempo,
llégate si te atreves, surge de tus estanques,
tus marismas, tu fango donde lanzas burbujas.

¡Oh, que me quemen, que me maten, almas que yo maté!
Miguel Ángel exhausto, en la vida esculpí,
pero la belleza siempre, Señor, yo la he servido:
mi vientre, mis rodillas, mis anhelantes manos.

Los gallos del cercado, la alondra mañanera,
las botellas de leche, una campana al viento,
pasos sobre la grava, mi celda clara y blanca.
Es alegre la paja en la negra prisión.

¡No tiemblo ya, Señores! Si rueda mi cabeza
en el fondo del cesto con los cabellos blancos,
mi pija para gozo en tu etérea cadera
o, para más belleza, mi pichón, en tu cuello.

¡Atento! Rey aciago de labios entreabiertos
accedo a tus jardines de desolada arena
en que inmóvil y erecto, con dos alzados dedos,
un velo de azul lino recubre tu cabeza.

¡Por un delirio idiota veo tu doble puro!
¡Amor! ¡Canción! ¡Mi reina! ¿Es tu espectro macho
visto durante el juego de tu pupila pálida
quien me examina así sobre la cal del muro?

No seas inclemente, deja cantar plegarias
a tu alma bohemia; concédeme otro abrazo…
¡Dios mío, voy a palmar sin poder estrujarte
en mi pecho y mi verga otra vez en la vida!

¡Perdóname, Señor, porque fui pecador!
Los lloros de mi voz, mi fiebre, mi aflicción,
el mal de abandonar mi muy amada Francia
¿No bastan, Señor mío, para ir a reposar
temblando de esperanza

en vuestros dulces brazos, vuestros castillos níveos?
Señor de antros oscuros, sé rezar todavía.
Soy yo, padre, el que un día a gritar prorrumpió:
¡Gloria al más ensalzado, al dios que me protege,
Hermes del blando pie!

Solicito a la muerte la paz, los largos sueños,
un canto de angelitos, sus perfumes y cintas,
angelotes de lana en tibias pañoletas,
y aguardo oscuras noches sin soles y sin lunas
sobre landas inmóviles.

Esta mañana no es la de mi ejecución.
Puedo dormir tranquilo. En el piso de arriba
mi lindo perezoso, mi perla, mi Jesús
despierta. Y pegará con su dura verga
en mi cráneo rapado.

Parece que a mi lado habita un epiléptico.
La prisión duerme en pie entre fúnebres cantos.
Si ven los marineros acercarse, los puertos
mis durmientes huirán a otra América.