miércoles, 22 de febrero de 2017

Henri Michaux -Nosotros dos aún

Henri Michaux, Namur, Bélgica, 24 de mayo 1899 – París, 19 de octubre 1984
Versión Silvio Mattoni


Nosotros dos aún

Aire del fuego, no supiste jugar.
Arrojaste sobre mi casa una tela negra. ¿Qué es esa opacidad por todas partes? Es la opacidad
que ha tapado mi cielo.
¿Qué es ese silencio por todas partes? Es el silencio que hizo callar mi canto.

*

De esperanza, me hubiera bastado un arroyito. Pero te llevaste todo. El sonido que vibra me fue quitado.

*

No supiste jugar. Atrapaste las cuerdas. Pero no supiste tocar. Lo destrozaste todo en seguida. Rompiste el violín. Arrojaste una llama sobre la piel de seda para formar un horrible pantano de sangre.

*

Su felicidad reía en su alma. Pero todo era un engaño. No duró mucho esa risa.

*

Ella estaba en un tren que rodaba hacia el mar. Estaba en un cohete que enfilaba hacia las piedras. Se abalanzaba aunque inmóvil sobre la serpiente de fuego que iba a consumirla. Y de pronto estuvo allí, sorprendiendo a la confiada mientras peinaba su cabellera y contemplaba su dicha en el espejo.

*

Y cuando vio que esa llama subía hacia ella, oh...

*

Al instante, la copa le fue arrebatada. Sus manos ya no sostuvieron nada. Ella vio que la encerraban en un rincón. Se demoró en ello como en un enorme tema de meditación para resolver antes que nada. Dos segundos más tarde, dos segundos demasiado tarde, huía hacia la ventana pidiendo auxilio.
Toda la llama entonces la rodeó.

*

Se despierta en una cama donde el sufrimiento sube hasta el cielo, hasta el cielo, sin encontrar a ningún dios... donde el sufrimiento baja hasta el fondo del infierno, hasta el fondo del infierno sin encontrar a ningún demonio.

*

El hospital duerme. La quemadura despierta. Su cuerpo, como un parque abandonado...

*

Desalojada de sí misma, busca cómo volver. El vacío en donde maniobra no responde a sus movimientos.

*

Lentamente, en el granero, su trigo arde.

*

Ciega, a través de la larga barrera de sufrimiento, durante un mes remonta el río de la vida, navegación atroz.
Paciente, en lo innombrable tumefacto vuelve a trazar sus formas elegantes, teje de nuevo la camisa de su fina piel. Es la curación. Mañana caerá el último vendaje. Mañana...

*

Aire de la sangre, no supiste jugar. Tampoco tú supiste. Arrojaste súbitamente, estúpidamente tu necio coágulo obstructor en medio de una nueva aurora.
En ese instante, ella no encontró más un lugar. Tuvo que dirigirse hacia la Muerte.
Apenas si llegó a ver la ruta.
Un segundo abrió el abismo. El siguiente la precipitó en él.

*

De este lado quedamos aturdidos. No tuvimos tiempo de decir adiós. No tuvimos tiempo para una promesa.
El la había desaparecido de la película de esta tierra.

Lou
Lou
Lou, en el retrovisor de un breve instante
Lou, ¿no me ves?
Lou, el destino de estar juntos para siempre
en el que tanto confiabas
¿Y entonces?
No vas a ser como las otras que ya nunca más hacen señas, sepultadas en el silencio.
No, no debe bastarte con una muerte para quitarte tu amor.
En la pompa horrible
que te distancia hasta no sé qué milésima disolución
todavía buscas, nos buscas un lugar
Pero tengo miedo
No hemos tomado bastantes precauciones

Debimos haber estado mejor informados,
Alguien me escribe que serás tú, mártir, quien velará por mí ahora.
¡Oh! Lo dudo.
Cuando toco tu fluido tan delicado
demorado en tu cuarto y tus objetos familiares que aprieto entre mis manos
ese fluido tenue al que siempre había que proteger
Oh, lo dudo, lo dudo y tengo miedo por ti,
impetuosa y frágil, ofrecida a las catástrofes
Sin embargo, voy a las oficinas en busca de certificados
derrochando momentos preciosos
que más bien debería emplear para nosotros, precipitadamente mientras tiritas
esperando con tu maravillosa confianza que yo llegue y te ayude a salir de allí, pensando “Seguro que vendrá.
Habrá tenido algo que hacer, pero no se va a demorar
Vendrá, lo conozco
No me va a dejar sola
No es posible
no va a dejar sola a su pobre Lou...”

*

Yo desconocía mi vida. Mi vida pasaba a través tuyo. Se volvía simple este gran asunto complicado. Se volvía simple a pesar de la preocupación.
Tu debilidad, cuando se apoyaba en mí me sentía fortalecido.

*

Dime, ¿de verdad no volveremos a encontrarnos nunca más?

*

Lou, hablo una lengua muerta ahora que ya no te hablo. Tus grandes esfuerzos de liana en mí, lo ves, han tenido éxito. ¿Lo ves al menos? Es verdad que nunca lo dudaste. Hacía falta un ciego como yo, le hacía falta tiempo, le hacía falta tu larga enfermedad, tu belleza resurgiendo de la delgadez y las fiebres, hacía falta esa luz en ti, esa fe, para horadar al fin la pared caprichosa de su autonomía.

*

Tarde lo vi. Tarde lo supe. Tarde aprendí “juntos” lo que no parecía estar en mi destino. Aunque no demasiado tarde. Los años pasaron para nosotros, no contra nosotros.

*

Nuestras sombras respiraron juntas. Debajo de nosotros las aguas del río de los acontecimientos fluían casi en silencio.
Nuestras sombras respiraban juntas y todo era cubierto por ellas.

*

Tuve frío con tu frío. Bebí sorbos de tu pena. Nos perdíamos en el lago de nuestros intercambios.

*

 Rico con un amor inmerecido, rico que ignoraba serlo con la inconciencia de los poseedores, perdí ser amado. Mi fortuna se consumió en un día.

*

Árida, se reanuda mi vida. Pero no me repongo. Mi cuerpo sigue estando en tu cuerpo delicioso y unas antenas plumosas en mi pecho me hacen sufrir con el soplo de la resaca. La que ya no está, aferra, y su ausencia devoradora me invade y me corroe.

*

Añoro los días de tu sufrimiento atroz en la cama del hospital, cuando yo llegaba por los pasillos nauseabundos, surcados de gemidos hasta la momia gruesa de tu cuerpo vendado y escuchaba de pronto emerger como el “la” de nuestra alianza, tu voz, suave, musical, modulada, resistiéndose con orgullo a la fealdad de la desesperación, cuando a tu vez escuchabas mis pasos y murmurabas, liberada “Ah, aquí estás”.
Apoyaba mi mano en tu rodilla por encima de la frazada sucia y entonces todo desaparecía, el mal olor, la horrible indecencia del cuerpo tratado como un barril o como una alcantarilla por unos extraños atareados y cuidadosos, todo quedaba atrás dejando que nuestros dos fluidos se reencontraran a través de las vendas, uniéndose, mezclándose en un aturdimiento del corazón, en el colmo de la desgracia, en el colmo de la dulzura.
Las enfermeras, el médico de guardia sonreían; tus ojos llenos de fe apagaban los de los otros.

*

El que está solo, de noche se vuelve hacia la pared para hablarte. Sabe lo que te animaba. Viene a compartir el día. Ha observado con tus ojos. Ha escuchado con tus oídos. Siempre tiene cosas que decirte.

*

¿No me responderás algún día?

*

Pero acaso tu persona se haya vuelto como un aire de época de nieve que entra por esa ventana que uno vuelve a cerrar presa de temblores o de un malestar vaticinador de un drama, como me sucedió hace unas semanas. El frío cayó rápido sobre mis hombros y me tapé precipitadamente, me aparté cuando tal vez eras tú y lo más cálida que podías ponerte, esperando ser bien recibida; tú, tan lúcida, ya no podías expresarte de otro modo. Quién sabe si en este mismo momento no esperas ansiosa que yo al fin comprenda y vaya, lejos de la vida donde ya no estás, a reunirme contigo, pobremente, de verdad pobremente, sin medios, pero nosotros dos aún, nosotros dos...





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