miércoles, 22 de noviembre de 2017

John Donne -Epístola heroica: Safo a Filenis

John Donne, Londres, 22 de enero 1572 – Londres, 31 de marzo 1631
Traducción Octavio Paz


Epístola heroica: Safo a Filenis

¿Dónde está el fuego sagrado que dicen
que tiene el verso? ¿Ha decaído acaso
su fuerza encantadora? El verso, que
naturaleza retrata, de acuerdo
a la de la naturaleza ley, no puede
a ti, su mejor obra, retratarte.
¿Han apagado mis lágrimas el fuego
que ardía en mis poemas, por qué entonces
no han apagado también el deseo?
Mis pensamientos, hijos de mi mente,
suelen estar conmigo, pero yo,
su creador, quisiera liberarlos.
Sólo tu imagen habita mi pecho,
pero es de cera, y fuego la rodea.
Arrebatada por mis fuegos, por
los tuyos atraída, quedo sin
retrato, sin corazón ni sentido:
me queda sólo la odiosa memoria,
que por igual se aflige al mantener
o al extraviar, sin cesar repitiéndote
cuán alta es tu hermosura. Tan hermosa
que si a los dioses te comparo, honro
más a los dioses que a ti, y para hacer
que vean los hombres ciegos el aspecto
que tiene un dios, diría que se te asemeja.
Pues si decimos que es cada hombre un mundo
en miniatura, ¿qué de ti diremos?
Tú no eres suave, clara, esbelta, hermosa
como lo son plumas, estrellas, cedros
y lirios, pero tu mano derecha
y tu mejilla derecha y tu ojo
derecho se asemejan a tu otra
mano y a tu mejilla y a tu ojo;
tal como fue mi Fao por un tiempo
y nunca más, como tú eres, fuiste
y acaso para siempre sigas siendo.
Juran aquí los mejores amantes
que soy así, palidezco de pena,
pero no tanto, no sea que la pena
me vuelva menos hermosa, y por tanto
indigna de tu amor. Cuando tú juegas
con un amable muchacho, algo falta:
que un sentimiento recíproco endulce
su disparejo y espinoso rostro.
Un natural paraíso es tu cuerpo
donde se da todo placer, sin que haga
falta cultivo alguno, o se requiera
perfeccionar alguna cosa, ¿para
qué permitir, por tanto, que algún torpe
y rudo hombre te are, si, como ladrones
que roban cuando hay nieve, por sus huellas
se los atrapa, por lo que ellos dejan
tras sí al pasar se nota su pecado,
mientras que nuestro retozo no deja
más rastro que los peces en el agua
o que los pájaros surcando el aire,
y entre nosotras hay cuanta dulzura
pueda desearse, cuanto proporciona
naturaleza, o cuanto añade el arte?
Mis labios, ojos, caderas, difieren
tan sólo de los tuyos, cuanto ellos
difieren unos de otros, tanta es
la semejanza ¿por qué no tocarse
recíprocos entonces unos a otros?
Mano con mano ajena, labio a labio,
sin nada ya negarse, por qué no
pecho contra otro pecho, muslo a muslo
juntado, tan extraña autoindulgencia
la semejanza genera, que creo,
cuando te toco, tocarme a mí misma.
Beso mis propias manos, y me abrazo
y me agradezco a mí misma por ello.
Me llamo tú a mí misma en el espejo
pero ay, si quiero besarte se nublan
mis ojos, y el espejo. Esta locura
enamorada cura, nuevamente
regrésame a mí misma, te lo pido,
tú mi mitad, mi todo y mi aún más.
Supere el escarlata la rojez
de tus mejillas, venza su blancura
a la de la galaxia, y tu hermosura
impresionante en todas las mujeres
produzca envidia, y amor en los hombres,
y estén de ti la enfermedad y el cambio
tan lejos como están de mí contigo.

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