sábado, 30 de abril de 2016

Louis MacNeice -Oración antes de nacer

Louis MacNeice, Belfast, 12 septiembre 1907–Londres, 3 septiembre 1963
Versión Gerardo Gambolini


Oración antes de nacer

No he nacido aún; oh, escúchame.
No dejes que el vampiro o la rata o la comadreja o el
ogro deforme se acerquen a mí.
No he nacido aún; consuélame.
Temo que el género humano con altos muros me emparede,
con fuertes drogas me confunda, con hábiles mentiras me
seduzca,
en potros de tortura me atormente, en baños de sangre me
revuelque.
No he nacido aún; procúrame
agua que me acaricie, pasto que crezca para mí, árboles que me
hablen,
pájaros, un cielo que me cante, y una luz blanca
en el fondo de mi alma, que me guíe.
No he nacido aún; perdóname
por los pecados que el mundo cometa en mí, por mis palabras
cuando hablen por mí, mis pensamientos cuando piensen por
mí,
por mi traición generada por traidores fuera de mi control,
por mi vida cuando asesinen con mis manos,
por mi muerte cuando vivan por mí.
No he nacido aún; ensáyame
en los papeles que interpretar y apuntes que seguir
cuando los viejos me sermoneen, los burócratas me intimiden,
las montañas me desprecien, los amantes se rían de mí,
las olas blancas me inciten a la locura y el desierto
me llame a la perdición y el mendigo rechace mi
limosna
y mis hijos me maldigan.
No he nacido aún; oh, escúchame,
no dejes que el bruto o el hombre que cree ser Dios
se acerquen a mí.
No he nacido aún; oh, lléname
de fuerza contra aquellos que quieran congelar mi humanidad,
obligarme a ser un autómata mortífero, transformarme en un
diente
de engranaje, una cosa con un rostro, una cosa,
y contra todos aquellos que pretendan disolver mi
integridad,
aventarme como a una flor de cardo aquí y allá o
derramarme
aquí y allá, como agua entre las manos.
No los dejes convertirme en una piedra y no dejes que me
derramen.
De lo contrario, mátame.

jueves, 28 de abril de 2016

Walt Whitman -20

Walt Whitman, Nueva York, 31 mayo 1819 – Nueva Jersey, 26 marzo 1892
Versión Gerardo Gambolini 


20

¿Quién anda ahí, anhelante, ordinario, místico, desnudo?
¿Cómo es que obtengo fuerza de la carne que como?
¿Qué es el hombre, en todo caso? ¿qué soy yo? ¿qué eres tú?
Todo lo que anoto como mío deberás balancearlo con lo tuyo,
o escucharme será tiempo perdido.
Yo no lloriqueo por el mundo con la queja
de que los meses son vacuos y la tierra sólo fango e inmundicia.
Lamentos y servilismo son ingredientes de los polvos para enfermos,
la conformidad está bien para parientes lejanos;
yo uso sombrero a mi antojo, dentro y fuera de la casa.
¿Por qué habría de rezar? ¿por qué habría de adorar y ser formal?
Luego de examinar las capas, de analizar a fondo,
de consultar con doctores y calcular detenidamente,
no encuentro grasa más dulce que la pegada a mis huesos.
Me veo en todos, ninguno más y ninguno un ápice menos que yo,
y lo bueno y lo malo que digo de mí digo de ellos.
Yo sé que soy fuerte y sano,
los objetos convergentes del universo fluyen hacia mí constantemente,
todos se han escrito para mí, y yo debo comprender qué significa lo escrito.
Yo sé que soy inmortal,
yo sé que esta órbita mía no la abarcará un compás de carpintero,
sé que no desapareceré como el círculo que un niño hace de noche
con un palo encendido.
Yo sé que soy augusto,
no atormento mi espíritu buscando justificarme o ser entendido,
veo que las leyes elementales nunca se disculpan,
(no creo mostrarme más alto que el nivel al que planto mi casa,
después de todo.)
Yo existo como soy, y eso es suficiente;
si nadie más en el mundo lo sabe, me contento,
y si todo el mundo está enterado, me contento.
Un mundo lo sabe y es de lejos el más grande para mí: yo mismo,
y si llego a mí mismo hoy o en diez mil o diez millones de años,
lo puedo aceptar alegremente ahora, o con la misma alegría
puedo esperar.
Mis cimientos están encajados en granito,
yo me río de lo que llaman disolución,
y conozco la dimensión del tiempo.

martes, 26 de abril de 2016

Fabián Leppez -Por las noches

Fabián Leppez, Gral. Rodriguez, Buenos Aires, 28 de octubre 1983


Por las noches

La soledad es un Torino
tuneado en los 90
abandonado en una estación
de servicio aniquilada
en un pueblo de Santa Fe.
Es un cosechador
vendiendo frutillas al costado
de la ruta en cajones de
madera rehusados.
Es una norteña que cocina
tamales en un parador
por si acaso pasa alguien y
compra.
Es un ayudante de albañil
yendo a trabajar en bicicleta.
Es la bicicleta del albañil
atada con cadenas a
un poste durante todo el día.
Una bicicleta que el viento
zamarrea y queda tirada
en medio de la vereda hasta
que la desatan.
La soledad es una factura
con dulce de membrillo
abandonada en el plato.
Es un alfajor de fruta que
espera ser vendido.
Una falta de ortografía
esperando que la corrijan
en un documento de Word.
La soledad es una chica con
una remera de Greenpeace
buscando voluntarios en una
estación.
La publicidad de un
candidato que perdió
en una elección pasada.
Un corte de luz en medio del
campo.
La soledad es una guirnalda
que quedó pegada
en la pared después de un
cumpleaños.
Es una media que sale del
lavarropas sin
su compañera. Una
adolescente que se
queda mirando en el boliche
cómo
su amiga tranza con
desconocidos.
Es una botella de termo rota
envuelta en una bolsa.
El cosito de la pizza
esperando que lo valoren.
Un nene queriendo jugar
solo en el subi baja.
Un nene esperando que su
padre
lo venga a visitar.
La soledad es un puré de
zapallo sin sal.
Un puente sin terminar.
Un banderillero esperando
que pase el tren
a la noche.
Esperando que vuelva el
temblor.

domingo, 24 de abril de 2016

Jorge Castro Vega -En el mismo río

Jorge Castro Vega, Montevideo, 8 de julio 1963


En el mismo río


                                                             Goodbye my friends, Maybe forever
                                                             Goodbye my friends, The stars wait for me
                                                             Who knows where we shall meet again
                                                             If ever
                                                            But time
                                                            Keeps flowing like a river (on and on)
                                                            To the sea, to the sea
                                                                                                             Alan Parsons

 El fuego es pobre
cuando se trata de complicidades
con la noche.
.
No hay ceniza entre las cosas
que nombro. Hebras raídas,
telar incoloro de lo que no
empecé a decir
y aquello que de escribir nunca termino.

Es tan redonda la infancia        
que no cabe en ninguna palabra.            

Apenas  la caricia
de una vela
reflejada en el estanque: un verbo
desterrado de su idioma, caligrafía
nuestra
de gatitos ciegos.

viernes, 22 de abril de 2016

Giovani Raboni -Embarcadero

Giovani Raboni, Milán, 22 de enero 1932 – Parma, Italia, 16 de septiembre 2004
Traducción Horacio Armani


Embarcadero

Los pocos que esperan, pocos
por vez, pocos y siempre, que el vaporcito
vuelva a la otra orilla
deslizándose chato, silencioso
excepto los golpes del fondo, sordos,
del agua descolorida
en la furiosa nevisca de diciembre
y en la Salud, en San Tomà ninguno
que hable, solo uno
que carraspea,
blasfema, tiende la mano a la limosna -oh predilectos
os he vuelto a encontrar, os reconozco
bajo paraguas y capuchas, es vuestro cuerpo
extrañamente visible
el que aún emigra, se reúne
allá, más allá de la tierra,
en tanta amada sangre...








miércoles, 20 de abril de 2016

Umberto Saba -Vieja ciudad

Umberto Saba, Trieste, 9 de marzo 1883 – Gorizia, Italia, 25 de agosto 1957
Traducción Alberto Girri y Carlos Viola Soto


Vieja ciudad

A menudo en turbias noches salgo de mi casa,
a gozar mi vieja Trieste,
donde parpadea la luz en las ventanas
y la calle es más estrecha y populosa.
Entre la gente que va y viene
de la cantina al lupanar o a la casa,
donde mercancías y hombres son desechos
de un gran puerto de mar,
vuelvo a encontrar, pasando, el infinito
de la humildad.
Aquí prostituta y marinero, el viejo
que blasfema y la mujerzuela que disputa,
el guardia sentado en el puesto
de frituras,
la tumultuosa joven enloquecida
de amor,
todas son criaturas de la vida
y del dolor:
se agita en ellos, como en mí, el Señor.
Aquí siento también en rara compañía
mi pensamiento hacerse
más puro donde más sucia es la vida.

lunes, 18 de abril de 2016

Vasko Popa -Una paloma en la cabeza

Vasko Popa, Grebenac, Serbia, 29 de junio 1922 – Belgrado, 5 de enero 1991
Traducción Juan Octavio Prenz


Una paloma en la cabeza

Una paloma transparente en la cabeza
En la paloma un arca de cerámica
En el arca un mar muerto
En el mar una maravillosa luna

Partimos la paloma
Hicimos pedazos el arca
Partimos el mar muerto

Acometimos el mar
Llegamos al fondo
Hondo bajo el fondo
Vimos la paloma transparente
Y en ella una joven luna

Llegamos a la superficie

Alto sobre la superficie
De nuevo vimos la paloma
En ella una luna llena

Empezamos a beber el mar muerto

sábado, 16 de abril de 2016

Eduardo Chirinos -Lo que mi padre quiere realmente de mí

Eduardo Chirinos, Lima, 4 de abril 1960 - Montana, EEUU, 17 de febrero 2016


Lo que mi padre quiere realmente de mí

1
Anoche tuve un sueño. Acompañaba a mi padre
por un camino de tierra. Los dos íbamos a caballo
y apenas cruzábamos palabras. A lo lejos se veía
la sombra de unos sauces, las luces de un pueblo
desconocido y remoto. De pronto, mi padre detuvo
su caballo y preguntó si yo sabía a dónde íbamos.
Le contesté que no. Entonces vamos bien, me dijo.

2
Los caballos del sueño sabían de memoria
el recorrido. Era cuestión de abandonar las
riendas, de dejarse llevar. Eso me causaba un
poco de aprensión, incluso un poco de miedo.
Mi padre, en cambio, parecía muy tranquilo.
Pensé, parece tranquilo porque está muerto.

3
Aquí es donde vivo, dijo como si me quitara
una venda. Fue muy poco lo que vi. Sólo un
páramo de piedras, remolinos de arenisca,
huesos de caballos amarillos. ¿Qué te parece?
No supe qué decir. Tenía sed y me dolía un
poco la garganta. Es un lugar hermoso, dijo,
pero a veces me gustaría regresar. ¿Por qué
no regresas, entonces?, pregunté. Porque es
más fácil que tú vengas me dijo. Y desapareció.

jueves, 14 de abril de 2016

Alvaro Yunque -Inmigrantes

Alvaro Yunque, La Plata, 20 de junio 1889 – Tandil, 8 de enero 1982


Inmigrantes

En la estación, solemne como un templo,
Sobre los duros bancos de 2a., se aprietan.
Son montones de carne sonrosada
Y rubias cabelleras
Que van a las provincias
Seguidos de su prole y de sus hembras.

Hace unos pocos días nos los trajo el océano,
Ya se van por las pampas, los pueblos y las selvas;
Y el gaucho, el negro, el indio
Sentirán el fermento rubio en su oscura gleba.

Antes sólo teníamos
Sol en tu cielo, América.
A más del sol del cielo tendremos este otro
Que nos viene brillando en las cabezas
De estas jóvenes gentes, sanotas y grandotas
Como parvas de trigo rubio que se movieran.

Ahora, así tendremos sol de día y de noche,
Sol en el alto cielo, sol en la baja tierra;
Sol celeste, el paterno sol: el sol que nos alumbra,
Sol humano, el fraterno sol: el que nos calienta.

Los inmigrantes rubios vienen de tierras frías,
El sol casi no brilla en esas tierras.
Aquí van estos hombres rubios a enriquecerse
Con su sol generoso de luz, cielo de América
Y así vamos a hacernos todos dos veces ricos:
Habrá sol en el cielo y sol en las cabezas.

martes, 12 de abril de 2016

Oscar Wilde -Balada de la cárcel de Reading -

Oscar Wilde, Dublín, 16 de octubre 1854 – París, 30 de noviembre 1900
Versión Bernardo Arias Trujillo


Balada de la cárcel de Reading por el prisionero C.33 (Oscar Wilde)
In memoriam


Carlos T. Wooldridge, soldado que 
fue de la Guardia Real Montada, 
ajusticiado en la Cárcel de Su Majestad, 
en Reading (Berksire) el 7 de julio de 1896.




I
Ya no llevaba la guerrera roja
pues -la sangre y el vino rojos son,
y sangre y vino reteñían sus manos
cuando a él con la muerta se le halló,
con la mísera muerta que él amara
y a la que él en su lecho asesinó.

El caminaba entre los condenados
con su traje color gris viejo y raído
y su gorro de dril en la cabeza.
Su paso, alegre y ágil parecía,
pero jamás vi a un hombre que mirara
con tan ávido afán la luz del día.

Jamás he visto a un hombre que mirara
con tan ávidos ojos esa tienda
diminuta y azul que los penados
en su cautividad 1laman "el cielo",
y esas nubes movidas por el viento
con sus velas de mar, color de argento.

Y caminaba yo con otras almas
en pena, y en órbita distinta,
y yo me preguntaba si el pecado
de aquel hombre sería pequeño o grande,
cuando una voz atrás me dijo quedo:
"El preso que está allí, va a ser colgado".
¡Ah, Cristo querido! Los mismos muros
del penal parecía que tambalearan!
Volviose un casco de candente acero
el cielo azul sobre nuestras cabezas,
y aunque yo era también un alma triste
ya no pude sentir mi propia pena.

Sólo pude saber qué pensamiento
obsesional precipitó su paso,
y por qué contemplaba con pupilas
tan ávidas la luz del claro día:
¡ese hombre había matado lo que amaba
y tenía que morir por esa causa!

* * *

Sin embargo, -¡y escúchenlo bien todos!-
siempre los hombres matan lo que aman!
Con miradas de odio matan unos,
con palabras de amor los otros matan,
el cobarde asesina con un beso
y el hombre de valor con una espada!

Unos matan su amor cuando son jóvenes,
otros matan su amor cuando son viejos,
con las manos del oro mátanlo unos,
con manos de lujuria otros lo asfixian,
y los más compasivos con puñales
pues los muertos así, pronto se enfrían.
Algunos aman demasiado corto,
algunos aman demasiado largo;
unos venden amor y otros lo compran,
éstos aman vertiendo muchas lágrimas,
sin un leve suspiro aman aquéllos,
porque cada hombre mata lo que ama
aunque no tenga que morir por ello!

Él no muere una muerte vergonzosa
un torvo día de desgracia oscura,
ni tiene un nudo al rededor del cuello,
ni su pálida faz un paño cubre,
ni los dos pies para agarrar el piso
estira en el instante que más sufre.

* * *

No se sienta con hombres silenciosos
que atentos lo custodian noche y día,
que vigilan su llanto cuando llora
y cuando va a rezar sus oraciones,
y hasta el último instante lo vigilan
por miedo de que él mismo pretendiese
robarle su botín a las prisiones.

No se despierta al alba a ver figuras
horribles que en su cuarto se amontonan,
ni al capellán de blanco y tembloroso,
ni al alguacil que está severo y torvo,
ni al jefe del penal todo vestido
con tela de un color negro brillante,
y en su rostro la cara del Destino.
El ya no se levanta con piadosa
ligereza a vestirse de convicto;
en tanto, un doctor ruin y malhablado
anota de sus nervios los latidos,
apretando un reloj entre los dedos
cuyo tic-tac pequeño es parecido
a los golpes que da un martillo horrendo.

El no siente esa sed cruel y enfermante
que abrasa la garganta de la víctima
antes de que el verdugo con sus guantes
de jardinero por la puerta salga
para amarrarlo ya con tres correas,
a fin de que su cálida garganta
el ardor de la sed ya nunca sienta.

No inclina la cabeza fatigada
para oír el Oficio de Difuntos,
ni la inclina tampoco cuando su alma
le dice a solas que no ha muerto aún,
ni cuando yendo ya para el patíbulo
se encuentra en el camino su ataúd.

El ya no mira atentamente el aire
por un pequeño techo de cristal;
con sus labios de arena ya no reza
a fin de su agonía apresurar,
ni en sus mejillas temblorosas siente
el beso taciturno de Caifás.

II
Seis semanas duró aquel sentenciado
paseando por el patio su indolencia,
con su traje color gris, viejo y raído
y su gorro de dril en la cabeza.
Su andar, alegre y ágil parecía,
pero jamás vi a un hombre que mirara
con tan ávido afán la luz del día.

Jamás he visto a un hombre que mirara
con tan ávidos ojos esa tienda
diminuta y azul que los penados
llaman cielo, y las nubes pasajeras
que rielan en vellones encrespados.

No retorcía sus manos como lo hacen
los hombres sin ingenio que se atreven
a erigir la Esperanza tornadiza
en el antro del negro Desespero:
él miraba tan sólo el sol radiante
y bebíase el aire mañanero.

No retorcía sus manos ni lloraba
ni siquiera quejábase en voz baja,
mas bebíase el aire cual si el aire
virtudes saludables contuviese,
y bebíase el sol a boca abierta
así como si el sol un vino fuese.
Y yo, y todas las ánimas en pena
que estábamos en órbitas distintas,
echamos en olvido si fue grande
o si pequeño fue nuestro pecado,
y con torpe mirada asustadiza
mirábamos al que iba a ser colgado.

Era extraño mirarlo cuando andaba
con paso tan ligero y tan alegre,
y extraño mucho más, cuando miraba
la luz del día con ansioso afán;
y extraño era también pensar que este hombre
tenía tan dura deuda que pagar.

* * *

Pues porque en cada primavera brotan
a la encina y al olmo frondas gratas;
más triste es ver el árbol del patíbulo
con sus duras raíces que las víboras
hieren con sus mordiscos más profundos,
y verde o seco, siempre un hombre tiene
que morir, antes de que él dé sus frutos.

El puesto más visible y elevado
es la silla de gracia a la cual tienden
todas las vanidades; sin embargo,
¿quién estaría de pie, sobre un tablado,
con un dócil cordel atado al cuello,
y a través del collar cruel y asesino
por la postrera vez mirar al cielo?
Dulce es bailar al son de los violines
si el Amor y la Vida son propicios;
danzar al son de flautas y laúdes
es siempre un baile delicado y raro;
pero bailar con ágil pie en el aire
no es cosa dulce ni ejercicio grato.

Con sumisión enferma y ojos ávidos,
nosotros lo miramos noche y día,
y a veces divagamos si cada uno
de nosotros tal vez terminaría
en forma parecida, pues ninguno
logra decir en cuál Infierno rojo
puede extraviarse un alma enceguecida.

Por último, una vez, el condenado
ya no más caminó entre los cautivos,
y supe que de pies él había estado
entre la negra celda pavorosa,
y que jamás de nuevo volvería
a ver su rostro alegre o desolado.

Así, cual dos navíos en naufragio
que pasan al furor de una tormenta,
nosotros nos cruzarnos en la vía
de uno y otro, sin hacernos señas
ni decirnos siquiera una palabra;
¡no teníamos palabras qué decirnos
porque no nos hallábamos nosotros
en la noche sagrada y placentera
sino en el día fatal de la Vergüenza!
Un muro de prisión nos rodeaba
a los dos, y dos bandidos éramos,
puesto que el mundo nos había arrojado
de su insensible corazón. Dios mismo
nos alejó también de su cuidado;
la trampa férrea que a la Culpa espera
ya nos había cogido entre su lazo.

III
En la prisión de Debtors Yard, las piedras
duras son, y es alto el chorreado muro;
allí tomaba el aire el prisionero
bajo el cielo de plomo, y un gendarme
a cada lado suyo caminaba
por el terror de que muriese el preso.

O también se sentaba con aquellos
que guardaban su angustia noche y día,
cuando para llorar se levantaba
o cuando se inclinaba para el rezo,
y que lo vigilaban hasta lo último
por temor de que él mismo se robase
su vil presa al patíbulo sangriento.

El jefe del penal era un estricto
cumplidor del severo Reglamento:
el doctor sostenía que la muerte
era un simple fenómeno científico,
y el capellán, dos veces en el día,
un folleto piadoso le dejaba
cuando iba a hacerle la habitual visita.
Y dos veces al día fumaba pipa
y se bebía su jarro de cerveza;
su alma era resuelta y no tenía
un lugar escondido para el miedo;
con frecuencia decía que se alegraba
porque el día de la horca se acercaba.

Pero por qué decía cosas tan raras
los guardas nunca osaron preguntarle,
porque aquel a quien dieron por destino
vigilar una cárcel de desgracia,
sellar debe sus labios con cerrojos
y transformar su rostro en una máscara,

pues también él podría ser ablandado
y dar confortativos y consuelos;
mas... la Humana Piedad, ¿qué hacer podría
mirando el antro de los asesinos?
¿Qué palabra de gracia allí podría
a un alma hermana procurar alivios?

* * *

Con crudo balanceo los presidiarios
al rededor del círculo ensayábamos
la Marcha de los Tontos. ¡Qué importaba!
¡Nosotros bien sabíamos que éramos
tan sólo la Brigada del Demonio!
¡Pies de plomo y cabezas afeitadas
hacen las más alegres mascaradas!
Deshilábamos las cuerdas embreadas
con uñas embotadas y sangrantes;
frotábamos las puertas y los suelos,
y las rejas de hierro las limpiábamos;
con fuerza, tabla a tabla, enjabonábamos
el piso, y con baldes lo golpeábamos.

Cosíamos los sacos, y quebrábamos
las piedras y las rocas, y volteábamos
el polvoso taladro, y golpeábamos
las latas, y gritábamos los himnos,
y sudábamos siempre en el molino;
pero en el corazón de cada hombre
yacía el Terror aún, como escondido!

El Terror se arrastraba cada día
cual ola henchida de marinas algas;
nos olvidamos del destino amargo
que al bandido y al loco les espera,
hasta que cierta vez, yendo al trabajo,
al pasar vimos una tumba abierta,

con bostezante boca de hondo hueco
como para tragarse a un ser viviente;
el mismo barro reclamaba sangre
al sitibundo círculo de asfalto;
y nosotros supimos que mucho antes
de despertar el alba sobre el mundo,
el compañero aquel sería colgado.
Y nosotros seguimos a las celdas
en el alma metidas ya la Muerte
y el Terror y el Destino. Y el verdugo,
con su pequeña bolsa, se iba abriendo
paso entre las tinieblas, renqueando...
Yo estaba tembloroso cual si fuese
camino hacia un sepulcro numerado.

Tal noche, los vacíos corredores
llenos de formas de Terror estaban;
de arriba a abajo, en la ciudad de hierro,
rondaban con pisadas taciturnas
para que no pudiéramos oírlas;
y entre las barras férreas que ocultan
la luz de las estrellas, caras blancas
entre ¡a oscuridad se percibían.

Era como quien duerme un dulce sueño
en una extensa y plácida llanura;
custodiábanlo a él mientras dormía
los celosos guardianes, pero éstos
no podían entender cómo él tenía
tan tranquilo dormir, con un verdugo
de su mano pegado noche y día.

Mas no hay sueño posible cuando lloran
los ¡hombres que jamás habían llorado;
así, todos nosotros, los insanos,
y los bandidos y los fraudulentos,
velamos esa noche interminable;
y con manos de pena se arrastraba
el ajeno Terror en los cerebros.
Qué cosa tan horrenda es sentir uno
las culpabilidades de los otros!,
porque la espada del delito, recta,
penetra hasta su puño envenenado;
¡y eran como de plomo derretido
las lágrimas ardientes que lloramos
por una sangre que jamás vertimos!

Con zapatos de fieltro, los guardianes
marchaban a atisbar por las rehendijas
de las puertas cerradas con candado,
grises figuras que les daban miedo
trazadas en los pisos, y los guardias
pensaban en por qué se arrodillaban
a rezar los que nunca habían rezado.

Hincados de rodillas nos pasamos
toda 1a noche recitando preces;
¡Locos de luto conduciendo a un muerto!
Las plumas agitadas y revueltas
de mitad de la noche, parecían
los penachos fatídicos de un féretro;
y como vino amargo en una esponja
el sabor era del Remordimiento.

* * *

El gallo gris cantó y el gallo rojo
cantó también, mas no llegaba el día;
y tortuosas figuras terroríficas
cruzaban el rincón donde yacíamos;
y cada vil fantasma endemoniado
que en medio de la noche caminaba
delante de nosotros, parecía
jugar entretenido a nuestro lado.

Ellos fosforescían y se apagaban
así como aparecen y se ocultan
los viajeros en medio de la niebla;
de la luna burlábanse y le hacían
corvetas y figuras exquisitas;
con formal paso y repugnante gracia
los fantasmas llegaban a la cita.

Y los vimos marchar haciendo muecas
y gesticulaciones; eran formas
delgadas y cogidas de las manos;
por rutas de pavor, cerca, muy cerca,
ellos trotaban una zarabanda,
y los grotescos condenados hacían
dibujos, como el viento hace en la arena.

Con las piruetas de las marionetas
tropezaban marcando las pisadas,
pero con flautas de terror, llenaban
el aire, como si llevasen ellos
sus máscaras horribles.  Y cantaban,
cantaban largamente, pues cantaban
con la intención de despertar los muertos.
¡"Ahohó" ! -cantaban ellos-- "el mundo
es ancho y los encadenados, cojos;
y una o dos veces arrojar los dados
es correcto jugar de caballeros;
¡mas nunca gana el que en pecado juega
en la Casa fatal de la Vergüenza!"

No eran cuerpos aéreos los bufones
que al danzar se hacían 'mal con alegría;
para estos pobres hombres cuyas vidas
estaban con grilletes amarradas
y cuyos pies no andaban libremente
porque estaban también encadenados,
¡ay, llagas de Cristo, tenían vida,
y eran los más terribles de mirarlos!

Al rededor, al rededor, danzaban;
algunos deslizábanse en parejas
burlonas, y con pasos zalameros
de cortesana impúdica, subían
de lado las escalas y ensayaban
sus sarcasmos sutiles servilmente,
y al mirar de soslayo, cada uno
ayudaba a rezar nuestras plegarias.

El viento matinal ya principiaba
su gemir, mas la noche persistía;
en su telar gigante las urdimbres
de las tinieblas deslizáronse hasta
que cada hebra quedó ya bien tejida;
y en tanto que rezábamos, crecía
nuestro miedo hacia el Sol de la Justicia!
El viento gemidor de la mañana
vagaba en torno a los llorosos muros
de la vieja prisión; y así, cual gira
una rueda de acero, los minutos
se deslizaban con angustia y pena;
¡Oh viento gemidor: ¿qué habíamos hecho
para tener así, tal centinela?

Por fin vimos las s0mbras de las barras
-como una celosía de plomo crudo-
directas y a través, movilizarse
frente al muro encalado de un rincón;
y miraba mi cama de tres tablas,
y supe yo que en un lugar del mundo
era roja la horrible alba de Dios.

A las seis de la mañana aseábamos
nosotros nuestras celdas, y a las siete
ya todo estaba quieto; mas el silbo
y el aletear de un ala poderosa
parecía llenar toda la cárcel,
que el Señor de la Muerte ya había entrado
a matar con su aliento congelado.

Mas él no entró con púrpura ni pompa,
ni montado en corcel blanco de luna;
¡Tres yardas solamente de una cuerda,
y alguna tabla escurridiza, es todo
lo que la fúnebre horca necesita!
Así, con una cuerda de vergüenza,
vino el Heraldo a hacer su obra secreta.
Éramos como hombres que en un fango
de sucia oscuridad, fuesen a tientas;
no osábamos decir una plegaria
ni darle libertad a nuestras ansias,
porque algo había muerto en cada uno
de nosotros mismos, y ese algo era
que había muerto en nosotros la Esperanza!

Pues la feroz justicia de los hombres
prosigue su camino sin desviarse
hacia los lados; ella mata al débil,
mata al fuerte también, y tiene un golpe
mortífero y terrible: ella asesina
-¡monstruosa parricida- !, alevemente,
con su talón de hierro a los más fuertes.

El toque de las ocho lo esperábamos
-espesa por la sed la lengua ardiente-
pues las ocho es el toque del Destino
que hace al ,hombre execrable, y el Destino
un nudo corredizo con su lazo
para todos pondrá en uso: lo mismo
para el hombre de bien que para el malo.

Otra cosa que hacer ya no teníamos
-al menos esperar la señal próxima-;
cual piedras en una valle solitario,
inmóviles y mudos nos sentábamos;
no obstante, el corazón nos palpitaba
fuerte y de prisa, cual si fuese
que en un tambor de cuero redoblara.
De repente, el reloj de las prisiones
sonó hiriendo los aires temblorosos;
de desesperación y de impotencia
un grito se escapó de los galeotes,
como el grito que oían los pantanos
salir desde el cubil de los leprosos.

Y así como miramos cosas tristes
al través del cristal puro de un sueño,
así vimos de un garfio que colgaba
de la viga mugrienta, la embreada
y grasosa cuerda. Después oímos
la plegaria que el lazo del verdugo
estranguló impasible en un gemido.

Y todo aquel horror que lo movía
para exhalar tan cruel y amargo grito,
y los salvajes arrepentimientos
y los sudores fríos y sangrientos,
nadie los conoció con la experiencia
con que yo en la prisión los conocí;
pues el que vive más de una existencia
también más de una muerte ha de morir.

IV
No hay oración en la capilla el día
que cuelgan a un proscrito de la horca;
el corazón del capellán se encuentra
enfermo en demasía, y su rostro
se halla ese día demacrado y pálido,
o es que está escrito en sus pupilas algo
que nadie puede contemplar acaso.

Por eso, nos guardaron encerrados
noche y tarde, y entonces, al sonido
de un esquilón, los guardias con sus llaves
tintineantes, cada aposento abrieron;
fuimos bajando por la escala férrea
y cada cual desde su propio Infierno.

Afuera, al dulce aire de Dios, nosotros
fuimos saliendo, pero no del mismo
modo que siempre acostumbrábamos,
pues la cara de este hombre estaba blanca
de miedo, y gris el rostro aquel tenía,
pero jamás yo vi seres tan tristes
mirar con tánto afán la luz del día.

Jamás a un ser vi yo tan apenado,
mirar con tánto afán aquella tienda
diminuta y azul que los penados
dentro de la prisión llamamos cielo,
y cada alegre nube que ensayaba
con tan extraña libertad su vuelo.
Pero algunos había entre nosotros
que marchaban bajando la cabeza,
sabiendo que si cada uno hubiese
tenido que pagar su propia cuenta,
digno se haría de morir por eso;
¡él tan sólo mató una cosa viva
y ellos mataron a su vez a un muerto!

Pues el que peca por la vez segunda
resucita al dolor un alma muerta;
de su propio sudario maculado
la arranca, haciéndola sangrar de nuevo,
y la hace sangrar gotas inmensas
de sangre, y la hace desangrar en vano!

Como un mono o un clown que están vestidos
con monstruosos disfraces dibujados
de saetas torcidas y estrelladas,
fuimos nosotros silenciosamente,
al redor y al redor del patio liso;
al redor y al redor, fuimos callados,
mas ningún hombre una palabra dijo.

Al redor y al redor, callados fuimos,
y en el hueco cerebro de cada uno
el recuerdo de cosas espantosas
como un viento mortal se despeñaba,
y el Horror nos rondaba por delante
y el Terror, por detrás, nos acechaba.

* * *

Los guardias, pavoneándose orgullosos
de arriba a abajo, en uniformes nuevos,
gala de los domingos, vigilaban
el rebaño de brutos de la cárcel,
mas nosotros sabíamos el trabajo
que estuvieron haciendo los guardianes
por la cal que blanqueaba en sus zapatos.

Pues allí donde una tumba abrieron
no se encontraba ya ningún sepulcro;
sólo una zanja había de arena y lodo
de aquella cárcel junto al muro odiado,
y un pequeño montón de cal ardiente
para que le sirviera de sudario.

Pues un sudario bueno tiene el pobre
como pocos pudieran reclamarlo;
profundo, muy profundo, bajo un patio
de pávida prisión, en duro suelo,
desnudo allí para mayor vergüenza,
yace con ambos pies encadenados
y envuelto en una sábana de fuego.

Y día tras otro día, la cal ardiente
va devorando allí carnes y huesos;
-roerá el frágil hueso por las noches
y las carnes tan blandas en el día-;
y comerá por turno carne y hueso,
pero su corazón atormentado
será constantemente devorado.

* * *

Durante un plazo de tres largos años
no sembrarán allí nada que brote;
durante un plazo de tres largos años
y el lugar será estéril y execrable,
y ese yermo rincón mirará al cielo
con ansia y con fijeza irreprochable.

Piensan que el corazón de un asesino
corrompería la más simple semilla
que ellos sembrasen. Mas verdad no es eso,
pues la tierra de Dios es más amable
de lo que creen los hombres sin entrañas:
¡La rosa roja brotará más roja,
la rosa blanca brotará más blanca!

¡Poned sobre sus labios una rosa
roja absolutamente, roja y roja!
¡Sobre su corazón una muy blanca!
Pues quién puede decir las vías extrañas
por las cuales indica Jesucristo
su voluntad divina y soberana
desde que en el bordón de un peregrino
una flor retoñó frente al Gran Papa?

Las rosas color leche o color vino
no florecen en aires de una cárcel.
el casco, el pedernal y los guijarros
Son todo lo que allí se nos ofrece,
pues las flores se sabe que apaciguan
la desesperación del que padece.
La rosa color vino o color blanco
no caerá jamás pétalo a pétalo
en la zanja de arena y de pantano
que está a los pies del muro de la cárcel,
a decir a los hombre encerrados
entre las celdas del presidio odioso,
que el Hijo del Señor murió por todos.

* * *

Aunque el odioso muro de la cárcel
al rededor y al rededor lo cerque,
y un espíritu atado con grilletes
en la noche no puede caminar,
y un espíritu que ahí yace no puede
en tan profundo sitio sollozar,

en paz se encuentra este hombre miserable;
-¡si en paz no está, no tardará en estarlo!-
no hay nada ya que pueda enloquecerlo
ni anda el Terror con él hasta la tarde,
pues ya no hay luz de Sol ni luz de Luna
en la tierra sin luces donde él yace.

Lo ahorcaron lo mismo que a una bestia
y ni siquiera un "requiem" le dijeron
que le hubiera podido dar descanso
a su ánima espantada y temblorosa;
apresuradamente lo cogieron
con el fin de enterrarlo en una fosa.
Despojaron el cuerpo de sus ropas,
y después, a las moscas lo entregaron;
y de su hinchado y purpurino cuello
y de sus ojos fijos, se burlaron,
y hacinaron con duras carcajadas
tierra en la fosa hasta cubrir el hueco
donde el pobre convicto descansaba.

No se arrodillará a rezar plegarias
en su tumba infamada, el capellán,
ni clavarán en ella la sagrada
cruz que a los pecadores Cristo da,
pues era ese infeliz uno de aquellos
a quienes el Señor vino a salvar.

Pero todo esto está muy bien. Apenas
él cruzó la corriente de la vida;
y llenarán por él la urna sagrada
de la Piedad, las lágrimas ajenas
que caigan en su tumba penitente,
pues sólo a él lo llorarán los presos.
Y los encarcelados lloran siempre.

V
Yo no sé si las leyes serán rectas,
yo no sé si serán equivocadas;
todo lo que yo sé, es que para quienes
yacen entre presidios inhumanos,
el muro es fuerte, y cada día, es como
un año cuyos días fuesen muy largos.
Pero lo que sí se yo es que toda Ley
que los hombres han hecho para el hombre
desde que el primer hombre de la tierra
arrebató la vida de su hermano
y tuvo su principio el triste mundo,
desecha el trigo, lo convierte en paja,
o lo cierne en el peor de los cedazos.

Y demasiado sé también yo esto:
-¡ay, ojalá que lo supiesen todos!-
que cada cárcel que construye el hombre
hecha está con ladrillos de vergüenza
y cegada por duros enrejados,
para que el mismo Cristo ver no pueda
cómo el hombre mutila a sus hermanos.

Con barras manchan la graciosa luna
y ciegan del buen sol los resplandores,
y su Infierno hacen bien en ocultar,
puesto que en la prisión cosas son hechas
que ni el Hijo de Dios ni el de los Hombres
no las debieran contemplar jamás.

* * *

Las acciones más viles, cual malezas
en la prisión envenenadas crecen;
pues en la cárcel se marchita y gasta
todo lo que en los hombres hay de bueno.
Y la Pálida Angustia es centinela
y guardián es también el Desespero.
Y aun al pequeño y temeroso niño
ellos lo matan con torturas de hambre
hasta que el niño llore noche y día;
y castigan al débil y al idiota
y algunos presidiarios se enloquecen
y se mofan del viejo encanecido,
y al fin todos los hombres se pervierten,
y un vocablo decir no es permitido.

Y cada estrecha celda que moramos,
es asquerosa y lóbrega letrina,
y ahoga la enrejada claraboya
el vaho hediondo de la Muerte Viva;
todo, con excepción de la Lujuria,
en polvo se convierte sin piedad
en la máquina de la Humanidad.

Y las aguas salobres que bebemos
arrastran un pantano repugnante,
y el pan amargo que en balanza pesan
está lleno de tiza y de cal blanca,
y el Sueño, sin bajar hasta nosotros,
al Tiempo grita, y con furor camina
mostrando siempre sus salvajes ojos.

Mas aunque el Hambre flaca y la Sed verde
luchen cual riña de serpiente y áspid,
ya poco nos importan las raciones,
pues lo que hiela y mata de continuo
con toda libertad, es que la piedra
que cada cual en su labor levanta
en el curso del día, se convierte,
¡ay! en el corazón de cada uno
durante nuestras noches de infortunio.

Siempre en el corazón es media noche
y crepúsculo triste en nuestras celdas;
volteábamos nosotros el manubrio
o también deshilábamos las cuerdas
y cada cual entre su propio Infierno!
¡Siempre en el corazón es media noche!
pero el Silencio es mucho más terrible
que el repicar de un esquilón de bronce!

Jamás humana voz se nos acerca
una gentil palabra a balbucirnos;
el ojo que en la puerta está mirando
nunca tiene piedad y es siempre duro;
nos podrimos, de todos olvidados,
con el alma y el cuerpo maniatados.

Y nosotros así, enmohecemos
la cadena de hierro de la vida
solos y depravados; hombres hay
que lanzan maldiciones y hay algunos
que lloran y otros hay que no se quejan,
pues las leyes de Dios son muy amables
y rompen siempre el corazón de piedra.

* * *

El corazón humano que se rompe
en celda de prisiones o en el patio,
es como el recipiente quebrantado
que lleva su tesoro a Jesucristo,
y unge la sucia casa del leproso
con su nardo más fino y delicado.

¡Ah ! Bienaventurados sean aquellos
cuyos sensibles corazones pueden
quebrantarse y ganar paz y perdones;
¿pues de qué otra manera podría el hombre
seguir sus rectos planes y limpiarse
el alma de pecado y padecer?
¿Si no de esta manera, de qué modo
puede Cristo Señor entrar en él?

* * *

Y aquel hombre de cuello amoratado
y los ojos abiertos siempre fijos,
espera para sí las santas manos
que guiaron al ladrón al paraíso,
pues un quebrado corazón contrito
no lo despreciará el Crucificado.

Aquel que lee la Ley, vestido en rojo,
tres semanas no más le dio de vida;
¡tres semanas no más para sanarse
el alma de la lucha de su alma,
y limpiarse la sangre arrepentido
de esa su mano que empuñó el cuchillo!
Y limpió con sus lágrimas de sangre
aquella mano que empuñó el acero,
pues las manchas de sangre, únicamente
se borran estregándolas con sangre,
y sólo el llanto nos concede alivio:
la mancha roja de Caín, tornóse
en el sello más cándido de Cristo.

VI
En la Cárcel de Reading, junto al pueblo
de Reading, hay un hoyo de vergüenza
en donde yace un hombre miserable
comido por los dientes de las llamas
y envuelto en una sábana de fuego.
Sin nombre está su tumba abandonada.

Hasta que Cristo llame un día a los muertos
en su silencio yacerá él allí;
no necesita ya lágrimas vanas,
ni un montón de suspiros quiere ahí:
¡ese hombre asesinó lo que adoraba
y por eso tenía que morir!

¡Todos los hombres matan lo que aman!
-y que sea por todos esto oído-:
algunos lo hacen con mirada amarga,
algunos con palabras de dulzura;
el cobarde asesina con un beso
y el hombre de valor con una espada!