viernes, 30 de septiembre de 2016

Pablo Montanaro -Una de las tantas maneras irremediables de escribir poemas

Pablo Montanaro, Bs As, 3 de julio 1964


Una de las tantas maneras irremediables de escribir poemas
                                                                                          A Miguel Russo

una respiración profunda nace
junto al viento fresco del verano

contemplo cómo se alzan
los restos de lo perdido
y como se desplazan todas las soledades
en alguna noche

podría decir
que algo brilla o se ilumina
después de haber regresado
volviendo del incendio o de la niebla,
o quizás, de la realidad

la poesía es asunto serio –pensé en voz alta-
como una ráfaga de aliento clavándose en los diálogos,
en las lágrimas del adiós,
en lo desconocido, en algún significado…

qué nos espera al fin de todo,
al final del temor de la muerte,
al final del cansancio, del último vaso de whisky
al final de la espera final,
acaso ¿dar vueltas para apoyar la cabeza en un vidrio?
¿ver cómo la luna queda descubierta?
¿pesar el viento en cada mano?

no pensar
en una fuga para sobrevivir
en cada poema, en cada latido.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

Miyazawa Kenji -Proemio

Miyazawa Kenji, Hanamaki, 27 de agosto 1896-Hanamaki, 21 de septiembre 1933    
Traducción Yaxkin Melchy Ramos


Proemio

El fenómeno denominado Yo
es esta provisional lámpara de luz azul
una lámpara orgánica de corriente eléctrica
(todo un sistema de espectros transparentes)
en mi titilan los paisajes y todas las cosas juntas


frenéticamente mientras continúa encendida
esta iluminación azul del karma
(su luz persiste aunque la lámpara se desvanezca)


Y hace veintidós meses
que reúno los instantes contemplados desde el pasado
en papel y tinta
en bosquejos mentales
en escenas trazadas de luz y sombras
hasta llegar
a este preciso momento
(en que centelleo
y todo es simultáneamente
        el sentimiento de todas las cosas)


Humanos y ashuras*, galaxias y erizos de mar
todos comen polvo de estrellas
respiran del aire o del agua salada
mientras piensan en sus nuevas ontologías
y es porque cada uno es después de todo
un corazón particular del paisaje


Como estos paisajes que recuerdo en mí
como las escenas guardadas en mi solitaria naturaleza
que quizá no significan nada
o quizá sea una manera en que la nada significa
al grado común de un compartir total


(En la misma manera que comparto mi ser en todas las cosas
la totalidad del ser de cada una de las cosas se da para mí)


Mientras tanto mis palabras se reflejan
en la brillante y monstruosa acumulación del tiempo
aluvial y Cenozoico
y cambian sus estructuras
y también sus partes
en lo que ahora parece un punto
visto a la luz y sombra
        (o los billones de años del Asura)


Aunque es posible que el impresor y yo
sólo intentamos ensamblar la extrañeza
de la misma forma que nuestros sentidos
nuestros paisajes y personalidades
de la misma forma que la conciencia de nuestros recuerdos
y la historia geológica de la Tierra
o los mil datos diversos
         (en la red causal del karma)
que sólo basamos en nuestra percepción común


Nosotros somos los que no veremos más allá
y es probable que en dos mil años
el surgimiento de una diferente Geología
revelará una a una las evidencias del pasado
de modo que cada hombre pensará que dos mil años antes
pavo reales incoloros poblaban el azul del cielo
mientras nuevos estudiantes excavan fósiles espléndidos
entre los resplandecientes cristales de nitrógeno congelado
en los estratos superiores de la atmósfera
y cuando todo esto se conozca
quizá en algún estrato de arenisca del Cretácico
se descubran las huellas gigantes de una humanidad transparente


Todas estas teorías
son la imaginación y el tiempo de la naturaleza
la cuarta dimensión dentro de la cual nos preguntamos


* Del sánscrito asura, literalmente “no dioses” y a veces traducido como “semidioses” o “titanes”, se refiere a una clase de divinidades que dentro del esquema de los seis destinos del renacer budista se encuentra entre el mundo de los dioses y el mundo de los humanos, pero que se considera por lo general un destino no deseable. Se dice que los asuras envidian la fortuna de los dioses y por lo tanto están en constante guerra contra estos para acceder al reino que perdieron.


lunes, 26 de septiembre de 2016

Hugo Padeletti -Uno escribe poemas

Hugo Padeletti, Alcorta, Santa Fe, 15 de enero 1928


Uno escribe poemas

porque está vivo. No se puede
enfriar el Ecuador o derretir
la Antártida; se puede

templar la voz. Las evasivas
palabras
se avienen al pautado molinete

del tiempo. Sin ponerse
fuera de sí - corpóreas,
consteladas –

son éxtasis. Leudante
es el sesgo innombrable
que se refracta: lo no dicho

produce clima, al pensamiento
le brotan yemas, un acento
de lenta languidez

de pronto es instrumento
de rebato. ¡Oh falacia
de ser ajeno, exiguo, vieja muda

que asfixia: la evidencia
despierta te descarta! ¿No es el arte
del plantío en la lluvia, su primicia

de verde dicha? Fugitivos
brillantes en las ramas, alegría
casi sin yo, toda sumida

en el objeto. Instante,
revelación. ¿De qué?
¿Para qué? No hay sujeto

que lo predique. Meta
del anzuelo en el agua
es presentarlo: a veces,

eso pica.

sábado, 24 de septiembre de 2016

Isidoro Blaisten -Poema de la brújula rota

Isidoro Blaisten, Concordia, 12 de enero 1933 – Bs As, 28 de agosto 2004


Poema de la brújula rota

Ciertas tardes y noches y mañanas como ésta
desde un otoño de luto alucinado
desde hoteles y calles y cansancio
de lugares terribles desde la sal al dátil
vuelve otra vez a mí el amor sin geometría
aprieta junto a mí su corazón de pájaro
llora en mi corazón como en un  rincón de lástima.

Ciertas tardes y noches y mañanas como ésta,
cuando se pone triste el alma de los mapas
y se mueren de frío las ventanas,
cuando el verano se asusta de la sangre,
desde el lugar más húmedo del llanto
viene lentos pordioseros de neblina
caminan por el alma
van en busca de mi propia raíz de agua.

Ciertas tardes y noches y mañanas como ésta
desde un raro país donde todo es encuentro
donde los tilos huelen a regreso
y caminan dulces viejos con la barba
vuelve hacia mí el amor con lluvia y mariposas
y una pólvora rara que supera al tabaco
y un coñac de misterio que ha engañado a la víspera
y una brújula rota que orienta a la ceniza,
y me lleva al lugar que ha olvidado a la luna
y el otoño es posible
y el amor es posible más allá de los credos.

Toda está bien ahora:
la luz, el heliotropo,
el musgo que ha brotado entre los días;
pero ciertas tardes y noches y mañanas como ésta
cuando mi corazón toma un color de noches perdidas para siempre
y el rocío se acuerda del último crepúsculo
y amanece la espera con su rostro inaudito,
vuelvo otra vez a mí como el río al ahogado
ya no sonríe nadie en los retratos
la desesperación me ladra por la espalda.

jueves, 22 de septiembre de 2016

Jorge Enrique Ramponi -Piedra infinita

Jorge Enrique Ramponi, Mendoza 21 de agosto 1907-Mendoza, 2 de noviembre 1977


Piedra infinita

Porque compacta sombra,
o soledad,
perpetua soledad a plomo,
témpano de silencio,
rígido limbo y piedra,
tienen la misma réplica, oh cóncavo nefasto, igual
ecuación fría,
responden con un eco de margo símbolo en la
sangre.
Tembloroso, sonámbulo, tornasol, taciturno,
aguzo el corazón, palpo la piedra:
frío gesto unitario,
fruto cumplido en ámbito ya duro,
tiempo cerrado, autónomo, infinito.
Secreta mar prende en su acantilado -laurel de he-
rrumbre- un alga cárdena.
La luz del mundo vela de tacto y ojos, ciñe de aureola
su proeza,
oh, graduada de quilate inmóvil
y cetro lívido de esfinge.

Déjame que afronte su oráculo,
que escuche su vertiginoso silencio,
que libe su fatídico polen, su planetario acíbar,
negra oveja de lápidas en redes de tinieblas.

En el viento frontal que inunda lampos de páramo
y olvido,
la carne siente su visel de hueso,
esta premura misma de la sangre
es sólo fuga que se alcanza pronto.

Ampárame a reverbero, corazón, que arrostro el tém-
pano infinito.
Los siglos le zumban en el núcleo a modo de un en-
jambre eterno.
No hay laberinto de más vértigo que el de su isla fría.
Piedra es piedra:
aleación de soledad, espacio y tiempo,
ya magnitud, inmemorial olvido.

El hombre quiere amar la piedra, su estruendo de piel
áspera: lo rebate su sangre.
Pero algo suyo adora la perfección inerte.

Hay durezas, caparazones, formas tristes, con agua o
grumo vivo dentro,
Ella, sin brizna de entraña, mármol lleno de mármol.

Acaso algo terrible habilitó su caracol profundo;
de esperar, siglo a siglo, la valva cerró por intemperie.
Caída al fondo de ese abismo palpable en sus márge-
nes de espanto,
árida espalda yerta, féretro de lo estéril,
ecuador de lo triste,
no es ni desdén: ignora redonda en su materia sorda,
íntegra, nada, nunca.
Geometría en rigor, sola en su límite,
ceñida cantidad, estricto espacio,
asignatura ciega, pieza hermética,
contrita y sin piedad, armada en temple,
cuadrada en su sostén, compacto término,
duro numen del número,
sin pórtico al sueño ni a la lágrima.
Si absorbe no incorpora, ajena al vello de los líquenes.
El fuego no es su dádiva, es ardiente
secreto que el hombre le inventó buscándose.
Sentid: ni ruda música primaria,
cajón sordo, yunque seco, ataúd del sonido.

El hombre tiene ojo azul para la brizna,
tierno bisel, cándido escorzo al tornasol furtivo.
Puesto a pulsear la piedra
- oh arpa negra de bruces
desolada, asolada -,
fulge un iris nocturno por su sangre,
y un pavo de liturgia le consterna como párpado lóbrego,
ya su recinto huésped de lo aciago,
porque la honda bóveda canta, requerida canta, fiel,
en eco puro.

Puesto ya a orar,
puesto a llorar orando,
tiembla de la inocencia que en fulgor le asiste,
como una melodía en el silencio que se dilata y la
circunda,
oh víspera del ángel sabio de la celeste fábula,
cuyo valor revuela cenital como un águila de arpegio.

Qué latitud, entonces, del corazón, qué zona dulce
emerge,
-ráfagas de memoria y márgenes de olvido-,
donde la piedra flota sin reverso en la luz,
diáfana pluma, copo azul de espacio.

Pero la bestia mineral embiste al sueño.
El frío aliento que sopla su célula,
su faro de hielo, su mano de escarcha, apaga mi aura
pura.
La piedra pierde en mí su maroma de lágrimas.
Al fondo de los ojos su puente ciego se derrumba,
rebota en el corazón su arquitectura aciaga,
y alza otra vez a fiel su flota
anclada a eterna dársena y silencio,
soldada fósil sobre su agua dura.

Bultos de azar y signo.
Torreones solemnes.
Ni terrestre, ni marina, ni natural, anónima península.
Un ácido de sueño vertical, infinito,
cae desde la piedra hasta la sangre.

Patria sin súbdito,
oh abrupta silenciosa,
monótona profunda,
colectiva unitaria,
unánime infinita.

Qué viento alzó su remolino seco desterrado a escarpa,
que aún sopla en lo inmóvil,
meridiano de eternidad, eje del eje de la inercia.
A PIE de piedra baja la cascada compacta.
Islas y mar de piedra.

El ala de vorágine que abatió lo tremendo
esparció lo derruido:
oh pormenor luctuoso, oh múltiplo siniestro.

Vestíbulo del páramo.
Foro de túmulos,
teatro de sarcófagos,
estadio de héroes grises, ateridas panoplias
sobre acéfalas mitras,
bruscas estatuas vueltas en un ébano absorto,
atrios truncos
y fábulas de logias y archipiélagos.

Ni aún destruida la piedra releva su destino, su número
nefasto.
El escombro hace pie, busca tutor, se hereda en su
vestigio.
Cetro gris, pavoroso, intacto en el menhir, restaurado
en el dolmen.

Derramada en segmentos,
repartida en posturas,
piedra sin amnistía,
siempreviva de muerte.
Concéntrica de edad, imbricada de tiempo:
qué apoteosis de espanto
glorifica sus aras.
Apócrifas guirnaldas trepan sus catedrales,
interrumpen sus sótanos
pulpos de catacumbas.

Atajos de masacre
con un crimen remoto.
Formas de orden sin término
y fractura furiosa,
terrazas de agria escama
y arrecifes de herrumbre,
lívidos holocaustos,
goznes de acetileno,
escafandras de hollín y cobre púrpura.

Y un espectro de eclipse
trasciende su emporio atroz de inercia,
la infinita clepsidra,
el siniestro carámbano.

No hay pavor en el polvo.
Ved la piedra inclemente,
ahincada en su talud,
empinado en su orgullo.
Su columna tremenda de esplendor lamentable,
efigie de furor sin nadie en su efemérides.

Un iris de altitud, un ojo múltiplo,
a pura, fría cólera, vigila vertical su amén perpetuo.

EL ÁRBOL es un pensamiento de la tierra.,
bulle y fulge en la atmósfera con su rito de pájaros;
semáforo del alba sus veletas al viento,
escultura de pecho circular al paisaje.
El alma oral del agua tiembla en cuño verde, en cauce
de frescura,
su géiser hace fiestas a la sangre,
si echara a andar, nos besaría en el corazón, labio por
grumo, hoja por hoja.

La piedra es un terror que fue un dolor remoto,
cicatriz milenaria toda costra de piedra,
dimensión sideral de la muerte,
muerte inmemorial, cadáver sólo eterno,
lo que no participa ni aún asiste.

En vano la lluvia, a largas manos de caireles, busca
acento en su omóplato,
en vano la vida quiere abrirle un hondo cáncer.
(LA PIEDRA acosa al hombre,
lo asedian sus espectros,
por el reverso de la sangre suelta sus meteoros fríos,
en campos de vigilia fulge su heráldica siniestra,
empuña su perfil de crimen, verdugo de los sueños.

De espaldas, entre lo opaco inútil por traslúcido,
el corazón en cruz por un sollozo,
despierto, náufrago fugitivo de una liturgia amarga,
desnudo hasta los huesos por un lívido lampo.

Oh lecho de cruel espejo estéril,
ras a ras de su intemperie seca,
-un cráneo bajo el cráneo, un fémur a lo largo de los
fémures-
tálamo y catafalco,
en nupcias con mi propia forma blanca yacente.)

PIEDRA por piedra,
desierto sólido, áspero alcázar,
nudo macizo hasta lo negro.
Piedra o enigma de lo abstracto
o realidad de un mito puro,
olvido de Dios ya Dios de olvido.

La piedra tiene un ídolo de edad perpetua.
El hombre siente cancelar su orgullo,
prosternar su sangre.
Un gran embudo frío sorbe desde el témpano.
Todo a su alrededor cae en el rito inmóvil.

Oh nombre de cábala que el corazón canta y escucha,
aldaba del oráculo,
incógnito en sus ecos por espectros de símbolos,
su ráfaga de enigma bate la sangre,
repercute diagonal en la frente:
tras el tumulto queda su versión del silencio.

Parapetada en su baluarte,
invicta en su reducto,
ancha y honda en su esfinge,
alrededor de sí sobre su piedra inerte,
apretada y henchida:
piedra en piedra de piedra.
Quien mira sus resquicios,
quien busca su consigna por los sueños,
promueve lo terrible, comete el holocausto de sus
ángeles,
invalida lo puro, asimila lo acerbo de su numen,
tras la dura pasión el infortunio brota en negras lianas,
porque el dolor bebe la forma de un dios amargo
entre las sienes.
luego se llena de ébanos el corazón, la voz se llena de
ébanos.

ENAJENADO, mártir del soplo hasta un nivel de estigma,
solo de sola soledad consigo,
cuando restalla el rapto,
ese pavor del vítor en la frente,
-angustia vuelta fulgor, alta vigilia lúcida -;
oh atónito poseso
con su furia sagrada y su cólera ímproba de héroe,
mirando así, cantando,
sangre contra piedra,
hasta que el témpano se desvanece en humo,
hasta que el humo fatuo, de tornasol a tornasombra,
refracta un hombre que lo mira.

- Te conozco, oh el abstracto, en tu lento remolino de
círculos,
me conoces, ausente, a quien pierdo mirándome,
translúcido.
No enturbies tu cristal, detén el móvil prisma, tu
mímica de niebla,
oh emparedado, espiándome por atajos de sombra,
asimilado a grietas y resaltes,
a un parpadeo huyéndome por galerías blancas como
un limbo inocente.

Ten confianza en mi lealtad de tierra:
apacigua esa pátina en que escondes tu equívoca
vislumbre,
espejo como linfa pulsado por uñas como espinas,
guitarra del espectro que asoma en el fondo de su
arcano,
tenebrosa cariátide que trasluce la forma en que pernocta.

Oh magnético azogue:
la seca mina triste aflora en lo dentario,
en la veta del pómulo furtiva,
en el filón de nácar saledizo a las cuencas.
Tácito huésped,
rostro de faz abrupta prófuga en mi delirio,
remoto mi sereno pavor, hasta lo impávido:
te apoyaré la frente,
seco empeine transido por la tuya de hielo.

Mírame, blanco búho frontal, mírame con tu tiempo de
máscara,
con los vanos creciendo de un solo túnel,
cíclope-girasol con su cara de un ojo en éxtasis al limbo,
arrastra al corazón su torbellino impuro,
su frío aventa en seco la urdimbre de la pulpa,
delata el árbol óseo, los rígidos estambres.

Oh lira de los huesos llena de abejas tristes de la
sangre,
la mano del arpegio se cierne hasta el tañido,
demora un aleteo confuso de presagio
su mariposa abierta recóndita en mi polen,
acá, donde gajo a gajo estalla orquídeas el delirio,
acá, donde el limbo devora una a una mis luciérnagas.

CON la piedra en la frente,
el hombre cumple ciclos de soledad,
remonta una vejez inmóvil que no tiene cifra.
Donde su luz no alcanza,
el corazón oficia como ciego lúcido:
tembloroso, sonámbulo,
a tientas entre signos que soplan un nombre de tiniebla.

Hasta la última soledad.
La que no se penetra a pesar de la acústica y cilicio, perpetua cúspide a sí
misma inaccesible,
cifra total que integra su infinito solo,
donde el acorde se realiza,
donde canta ?lo escucho-,
la piedra canta un solo de eternidad y de silencio.

SILENCIO, o jeroglífico del límite,
como un rumor helado, viento fijo o incisa hiedra fría.
Oíd la piedra, ved el silencio: nombres de un terror
de lo mísero.
Sentid: cataratas de edad caen al mar de Siempre.

Se siente la alegría del astro, piedra en lámpara,
el júbilo del hielo, piedra diáfana en fuga.
Se ignora hasta dónde el signo de la piedra;
de tan honda su clave desespera a la sangre.
La piedra queda abstracta en su cuerpo de piedra,
oh sólido de túnel.

A SANGRE y canto,
- todo bajo los ojos- busco su reverso,
hasta que el propio laberinto responda,
hasta que escuche su diapasón sepulto,
-un opaco tornavoz me hace cóncavo-.

Momia de facción gris y énfasis triste,
incrustada en su nicho, inscrita en su apostura,
con su alfabeto seco entre los dientes,
parada en lo equilátero perpetuo.

Háblame,
piedra inviolada en tu unidad desnuda,
o lampos de mi canto alumbrarán tu cripta sin alvéolos.
Para serte más fiel tendré tu estirpe.

Mi corazón sin párpados, sin cancel ni frontera,
arrostra un tiempo sin tiempo ni tiempo:
fija velocidad tenaz o vértigo unitario,
-veloz color neutral ya color incoloro-
ardiente suma de la girándula.
Medio a medio del corazón ese iris de parálisis,
mirándome a trasluz, sin ver mi brizna,
-oh mansalva fatal, ineludible-
por alquimia maléfica, de imán y de rechazo,
calcina en prieto cristal mi centro puro;
con un liquen de hierro entre las vértebras
de adentro afuera crezco,
todo un álgido hueso en márgenes de mármol.

Oh mi numen carnal, oh mi tutor terrestre:
estoy en la propia piedra perpetrada en mi sangre,
dado de un yermo clima rígido, penitente, mártir en lo
inmóvil,
me quema la intemperie infinita, lo irremediable estéril;
albérgame en tu caracol o reverbero,
ampárame:
la lengua no puede al corazón, piedra de llanto...

(Oh atónita memoria, dura fatalidad que no dispone,
altitud arrecida, lejanísima fábula.
Son olvidos de estepa por la sangre,
pausas que adelantan negras escarchas de maciza
muerte,
sueño que asimila tiempo y silencio en su cantera sorda,
ya con bordes de cálculo,
el corazón cautivo yerto en su propia urna.)

Sobrevivo, náufrago de lo imperecedero,
rescatado a lo inerte, absuelto de lo árido.
El ángel acérrimo que detuvo la víspera
socorre aún al corazón sacrílego.

Recién salido del eclipse,
con el lastre de una cauda lúgubre,
sensible el vástago nocturno, la tenebrosa anémona
del limbo,
canta otra vez la sangre en mis acantilados,
oh trémulo mar entre las propias valvas.

Pesa y abruma al hombre, deudo suyo, la piedra;
demuda al corazón satélite el poderoso ídolo,
inaferrable como incorpóreo en lo compacto.

Oh confinada sin confín en su símbolo,
inaccesible, insólita,
ensimismada, intemporal, vetusta;
estatua bárbara de esfinge consigo,
o ciprés mineral, compacta mímica,
hasta que la tierra, ya zalazar, azufre de ceniza,
cierre al cabo de su párpado.

Oh pétrea empedernida,
petrificada en piedra, perpetrada perpetua.
OLEADAS de pirámides,
séquito de volúmenes,
órbitas de abismos
sujetas por su estatua.

OH pastor del mineral sin misericordia,
duro dios de intemperie.
Verdugo en forma de ciega luz, cenital espectro de
canícula,
como simún continuo, palio tórrido colgado de la
atmósfera,
deshoja cataratas de sal, vientos de seca luz,
desencadena su ácido,
reverbera su iridio,
aventa, precipita su torrencial enigma.

Paisaje de la sed.
Sed en piezas de sed.
Cenizas en esponjas prietas,
en retortuños ávidos de escoria.
Piedra oriunda del fuego:
oh abrupta música que la violenta inercia baila dura
en el páramo,
hasta el confín de su séquito inmóvil en éxodo de sed.

Sed espacial, cerrada en límites,
ensimismada en cólera compacta.
Improperios de piedra;
torsos de pedernal a látigos de sed,
escorzos góticos,
penitentes, esclavos, sedientos,
más allá de su sed empedernida.
La materia segrega substancia de suplicio,
raros nieles de mártir.

Amarillo eslabón,
garras de sed a sed.
Sed sulfúrea en el aire con fábulas, cilicio de los ojos.

Cavernas donde ofició el furor, diurno el antro, sin bóveda.
Rudos ídolos tallados en el monstruo, ecuestres en su
bestia.
Deidad horrible de la sed con un pico en sus vísceras;
gargantas como cráter obtusas por un cardo de sed,
clavado en la tráquea el estertor, el ascua en gárgara,
visibles los crótalos de asfixia.

El corazón sorbe un sollozo en sangre
como un cáliz de bilis y de herrumbre.

Oh piedra talar
torturada hasta efundir espíritu;
insepulta en su cruz,
con un desdén de héroe ascendiendo a cristal, a mito
sobre el tiempo:
sueña, sueña una corola fúlgida,
un infinito lirio inmarcesible.
Nadie conoce los pensamientos de la tierra;
el corazón sueña un granate con un ámbar dentro:
la sangre encandecida con el iris tierno en su
carbúnculo.

OH soledad redonda de piedra y hombre solos,
amarga flor de mineral y sangre que el canto rudo
cimbra.

Cuando lo misterioso pide un tenor ardiente
y dilata mi acústica,
cóncavo de esa lenta sed continua hasta los huesos,
oh caracoles ávidos,
oigo crecer la piedra por su mar profundo,
escucho el coro de los cráteres, su estentóreo silencio.

Entonces la piedra rezuma un halo
capaz de amarga herencia, un dios fulmíneo;
intimida su voluntad de ser, desesperada,
busca su tiempo tórrido en mi sangre,
me incorpora a su séquito:
un élitro subterráneo por un mugrón o túnel
estalla en mi corazón su alarido.
Silencio no es silencio,
es el tremendo vítor de la piedra.
Remonta de un golpe su clausura horrible,
su fauna mineral, remoto árbol de estatuas.

Girasol planetario meridiano en el trópico,
la aventura terrestre con su olor a vorágine,
en pizarras glaciales aun el tropel en tránsito,
oh tiempo inaccesible en su cuadrante fijo.
Decid: hueso del infinito relámpago,
trueno de eternidad y de silencio.

Un día siempre diurno,
-como un águila boreal diseminada en luz,
acumulada en nimbo- cela lo perpetuo.
PIEDRA parada al borde de la fuente:
vertiginosa cuenca en sombra,
eco de la altitud, su dimensión vacía,
cuño y espejo del estruendo sólido.

Sima y cima se abisman en reflejos
devueltas en su imagen,
doble Narciso atónito en la mente
sobre un viso de fábula.

Pero la sangre escucha bajo las bóvedas del Tiempo:
percibe un extraño silencio como aureola de mito o
estupor de hazaña,
un agudo sigilo que reverbera en su tenaz alerta.
El duelo retumba inmóvil en la frente,
sobre el cenit del sueño,
cambiante zodiaco del canto.
Desnudo dios en el broquel del ímpetu,
celada potencia de la sombra,
se afrontan, se repelen, -rayo y tiniebla intactos-
a filo de vigilia, balanza de pavor, mutuo espejo de
vértigos.
Fiel del imán y el rechazo
por el ojo de un pulso, oh brizna de luciérnaga,
el corazón se apaga, parpadea la sangre.
Atropellan el sueño, trastornan los biseles del canto,
sólidos de vacíos y vacíos de sólidos:
cóncavos terribles hasta el cielo,
cúspides hasta el fondo de la tierra:
tremendo poliedro de luz y sombra,
de alvéolos y bloques a tumbos por la frente.

OH blindada por su estéril silencio,
por su color inerte,
por su ceñida integridad violenta,
por la luz que calza a filo escueto su tumulto.
Selva de un árbol solo su cantera furiosa,
río de un agua rígido torrente,
huracán de una eterna racha en bloque,
temporal intemporal, cuajada la cólera en el antro.

En la sombra la piedra se desborda,
irrumpe de sus cauces lo múltiple hacia el canto.

El mar mece su rumor, la piedra bate su silencio.
Un eco sonámbulo canta en el odeón enardecido.
El océano abrupto agita sus altas márgenes,
remueve sus cimientos sin resquicio en su dique.

Oh corazón,
que andas en caracol o casa de misterio:
se establece en lo cóncavo ?otra vez- esa campana
como abeja tonal que desde siempre zumba,
hondo tambor a parches de silencio tenso hasta adquirir
sonido,
por laderas de acústica de eco en eco su diafragma.
Un péndulo insomne en su cántaro
inundado de piedra por la piedra,
crece del corazón hasta los bordes;
su voluntad impera desde el núcleo.

El somatén pasa pulsando los cabellos,
oh arpas del espanto,
se lo escucha con los poros redondos,
destemplando los huesos, amarilla la sangre,
el corazón ausente como un ídolo.
De pronto, campanarios sepultos,
en un viento sin ráfaga se citan en los astros brizados
por la noche.

Héroes ecuestres en tu sangre:
corta los duros grillos terrestres, apacigua tu canto,
arrodilla la grímpala del húsar.

La noche se reviste de un tiempo solitario,
toda la red de estrellas tiembla entre sus maromas.
La piedra sube en niebla de música a los astros;
las estrellas ya tañen, vueltas campanas blancas.
La noche tiende un arco total sobre la vida,
sobre el hombre y la piedra.
Oh, corazón astrólogo:
todo sucede allá, detrás del mundo.

PIEDRA arriba
pavorosos afluentes van repatriando fósiles por el nativo
estuario.
Grandes grupas leonadas convergen, empalman sus
macizos golpes, filo a torso,
repechan su oleaje,
en oblicuos torrentes al sur buscan su océano.
Sordos gajos quedan anclados en lo cúbico.
Trópico de la piedra.
Tribus de color parvo y abandono,
tribus de potestad desamparada,
vaciadas a horma ciega y alma entera,
claman a fortaleza y deterioro,
en macizos de sed de plomo y lápidas,
a penitencia fiel y escama fría.
Trabaja avaro el tiempo:
por etapas de piedra se acumula y decanta,
transpira un licor que abreva el mármol,
se ensimisma hacia un templo que embalse lo infinito.

Talados por la furia paulatina,
laterales escombros derivan a la huesa;
represan el osario rachas de piedra intermitentes;
aristas del glaciar remoto
-visibles los arreos de ira, las insignias del trueno-
interponen sus islas, náufragas en lentas fosas grises.

La resaca aun declina tuberosas estériles, residuo mi-
neral, estiércol ácido.
Piedras de hueso verde revenido en la caries,
rotas cápsulas negras que desovan su geológico polen,
un plumaje de anteras en vilanos que devora el decurso.

Paneles de un pavor liso hasta el cielo
suben a tomar Dios y no responden.

Anécdotas tortuosas de cinabrio sesgan en río el mapa
de lo sólido.
Alguna cicatriz de azafrán líquido desplaza su armadura;
le florecen granadas de intemperie y estigma.

Continente rebelde contenido,
viaja a la eternidad por vínculo de espanto.
Vino desde tan lejos que está desde el estrato y
persevera.
Es tanto su antes que hace olor a limbo.
De coraza a carozo duro páramo muerto,
desde sótano a cresta piedra todo.

Pensad en su desencadenada tromba seca,
pensad en paquidermos de piedra, fauna de lastre a
tumbos de bloque,
a pezuñas de ancla sobre el mundo.
Su estrépito se percibe por replica, se anticipa en
silencio,
o en forma de receso de catástrofe.

CORAZON de la piedra que no llora ni pregunta nunca,
forrado en soledad,
en su amarga vertiente de silencio,
penitente sin rodilla ni sangre
como esclavo girasol aborigen.

Oh satélite ciego del tiempo perpetuo.
Un meridiano estéril, desde el polo del ídolo,
propaga su terrible fase de escarcha,
imanta su destello verdugo.

La sangre apura su vejamen,
consuela su burbuja herida en el párpado,
se arrulla entre sus propias efímeras de fiebre y polvo.

Y cantaría de amor, aún, hasta arrullar el sílice,
hasta que cambie al menos la forma del suplicio.
Nivel a pulso suyo la piedra en hondo vuelo ardiente,
a oscuro rigor de alas de sangre, el canto.

NO hay equidad corpórea,
hombre de pobre tierra alzada en alarido.
Nadie alcanza la piedra.
Nadie vuelve su núcleo pulpa viva.
No la toca una vara de llanto caída en la intemperie.
Nadie conoce el sésamo ardiente que abra el témpano.

Pero el agua distribuye su magia.
Rápidos cubiletes vuelcan su azar perenne,
números bailarines por declives de danza hasta la in-
número,
súbitos sortilegios encinta de primicias.

Juegos de hembras,
fugaces biseles de muchachas,
el augurio de carnales magnolias siempre en fase de
vísperas,
la promesa de ebrias lunas de nalgas, a deriva por rá-
pido menguante.

Suelta, otra vez los pétalos confluyen.
Estallan las barajas de escama,
alguna catedral de estalactitas
por un remo de sol, sólo de luciérnagas.
Oh poliedro flagrante,
agua plural, furtiva, espectro de lo súbito.
Arboles sueltos, bosques libres huyen,
árganas de corimbos a deriva.

Tarambanas del agua,
del brazo las argollas de verbena,
rondan la piedra adusta,
le azuzan sus pléyades,
frustran su discurso de golas.
Versátiles medusas, chorreando su escarola marina.
oh benignas gorgonas vueltas gárgolas,
llaman la piedra como a un duro afluente
con sus flautas de sal y su tambor de yodo.

Y han de jugar acaso hasta absolver la piedra,
hasta que le brote una flor, un fértil corazón adentro,
un chorro de arrullo, una pluma de esmirna,
cuya criatura le cueste vivir
y morirse.

PIEDRA o vanidad del tiempo que a sí se erige dólmenes.
Máscara turbia de una fábula lenta que perdura en
su mímica.
Ignora las primaveras -danza del árbol y la sangre-
sus destello y ruinas,
témpano sin temperatura.
Accede en su color o declina en su orgullo
sólo por la gran constancia unitaria.

La tierra cargada de su plomo triste
gira para un azar de siglos y girándulas.
Quisiera sacudir su estorbo duro,
como un tumor o lacra,
áspera cuña que interrumpe la dulzura terrestre.
El hombre canta y llora a crispación de vida y muerte,
hasta cimbrar su corazón en su pedúnculo,
vasallo de un dios triste, anónimo en su fuerza,
a quien no importan vísceras ni canciones, ni sueños.
Porque no vale el caracol,
el surtidor del canto,
la dulce criatura, el bello animal nuestro que da sangre.
Ni el mineral o fósil o lingote calcáreo,
aglomerado infame, tirado a eternidad sobre su muerte,
si aun lo definitivo es sólo tránsito infinito.

(Ah, letras de la sangre cercada de gusanos,
palabras de la entraña cuyo panal devoran,
voces que el duro rapto erige
y el canto, ciego, palpa temblándole las yemas,
con la lengua pegada en qué sabor a póstuma cicuta.
El polen de la vida tiembla en los estambres de los
huesos,
trepa una larva fría sobre un lóbulo,
desde las turbias napas crece un légamo horrible,
el pésame que hereda la sangre réproba de las sangres
otra vez toma forma de callado alarido.)

VED la piedra en su código:
materia que sólo sabe dormir, dormir, párpado a plomo,
esclava en su postura,
deriva en soledad de limbo a limbo.
Acuñada en su edad, ajena al tiempo, antepasado
suyo que ella niega,
ya nadie sabe de su vástago lejano.

Rompí su cuerpo por ver su corazón: témpano sólo.
Vacié su vaso, arena muerta contenida.
Ella, lo eterno; yo, lo efímero ardiente, la atropello a
sangre y canto.
Lo sé: me mira hasta los huesos con mi lápida,
pero lloro sobre ella, porque algo suyo llora en mí su
destino.

***

HOMBRE beodo de piedra, de su vino de lápidas,
de su tufo de templo, de sagrado patíbulo,
convalece y escucha:
un élitro estival clama en tu pámpano,
oh alma que aun habitas tu cuerpo,
cuerpo que aun hospeda su sangre,
sangre que aun exige su liturgia terrestre.

Bulle en el corazón un encendido enjambre o venero de
tórridas burbujas;
criaturas de un latido asumen su vigilia en el tallo de
un pulso;
se heredan y suceden llamas de un leve pétalo votivo,
como lenguas de fuego entre voraces párpados
que inflaman su faceta púrpura y se retiran:
se percibe el humo de la vida que extinguen sus luciérnagas-

Canta pequeño pastor de unos días y una sangre
sobre la tierra, nuestra heredera y nuestra herencia,
canta, oh deudo, mientras vuelve a la heredad la dádiva,
gota a gota en su núcleo,
porque es honra del hombre libar lo que su oscura,
última flor contiene,
así madura la equidad del mundo, oh héroe del corazón, cantando.

martes, 20 de septiembre de 2016

Julio Huasi -el gurí

Julio Huasi, Parque Patricios, 20 de marzo 1935 - Bs. As., 11 de marzo 1987


el gurí

vagamos mi hijo y yo perdidos por un frío callejón,
me lleva de la mano como a un ciego en la neblina,
el puma y su cachorro marchan sin palabras
despatriados sin su américa en los pies
pero manando toda ella por los clavos,
las bisagras reventadas del alma, ahí van
el adán y su vástago sin eva, chaplin
y el niño, el dúo de ladrones de bicicletas,
fierro y fierrito sin caballo en la tormenta,
dos monitos brincando en occidente por un maní,
agarrado del ala de un gorrión sobre el vacío
debo darle de comer, de soñar, de humanar
pero en la última cena los platos son de humo,
en realidad el padre es él, me da consejos
con la voz de su baleada experiencia,
con sólo nueve giros de calesa celestial
ya tiene tres látigos de estado en el lomo y
tres masacres tupidas, ene países, dos océanos
y un pavor animal a los helicópteros verdes.
Tomados de las uñas como dos huerfanitos
él me enseña a leer las brumas y yo a no ser poeta,
lleva a upa mis fantasmas y yo juego con las cuatro bolas
muy candentes, eso sí, ya son muchas las horas de fuego,
él busca en mis ojos la lumbre de un portal
y yo busco una novia que nos entibie a ambos
pero está todo muy caro para las ternuras de los pobres,
el pichón empluma bajo lloviznas demasiado históricas,
mi pibe, cabrito, chango, botija, gurí, chaval, le hablo en mil idiomas,
tu hermana está muy lejos tras un mar nos miramos en silencio,
papá les dejará un tesoro bárbaro de herencia,
siete versos inservibles, una navaja que cojea,
las banderolas del pantalón, cáscaras de ilusos delirios
pero antes de eso les prometo un buen bailongo, una gran
fogarata, y los niños serán reyes y las patrias alegrías,
no te aflijas, guachito, total qué si venceremos,
nunca estuvo más oscuro que antes de atacar

domingo, 18 de septiembre de 2016

Roberto Díaz -Secretísimo

Roberto Díaz, Avellaneda, 23 de julio 1938 – Avellaneda, 16 de agosto 2011


Secretísimo

No le digas a nadie que mis manos
fueron para tu cuerpo
dos lugares comunes
ni le cuentes tus noches
al que quiera escucharte,
ni se te ocurra decir
que Buenos Aires era nuestra Madame
porque saldrán a recorrer nuestros rincones,
nuestros silencios, nuestros puchos;
querrán reconocernos
en cada voltereta que da el aire.

Es mejor así,
que nadie sepa cómo me llamabas
ni yo recuerde las cosas que te dije.
Otros vendrán
con la certeza de ser originales
y serán casi yo;
otras vendrán
aceitando las trampas,
recorriendo los atajos de siempre,
señalándome los viejos árboles
como si fueran incipientes retoños

Y yo diré que sí,
fatalmente que sí.
arrastraré mis versos,
mis fatigosas mentiras,
es muy posible que me acuerde
de algún lunar tuyo,
de qué pendiente de tu cuello,
no lo sé,
pero no le digas a nadie
que entre vos y yo,
alguna vez,
por poco tiempo,
estuvo sentada la eternidad.

viernes, 16 de septiembre de 2016

David Sorbille -Decime Jorge…

David Sorbille, CABA, 10 de febrero 1950


Decime Jorge… 
                                                 A Lucía Adúriz, a tu padre, siempre

Hace poco tiempo me encontré con Jorge Rivelli
en un ciclo coordinado por Daniel Castelao,
y surgió la ocasión de hablar de vos, Javier,
de los comienzos de la revista Omero,
las anécdotas imperecederas,
los amigos comunes y el ajedrez.

Decime Jorge: cómo era él?,
a quien apenas conocí,
y desde que partió,
no dejo de leer sus poemas
que me acompañan en mis caídas
y resurrecciones.

Decime Jorge, de qué metal estaba hecha su armadura
frente a los avatares de la vida,
contame sobre su generosidad y su tristeza,
de las primaveras y el río,
las palabras que elegía ante el dolor, la alegría y el olvido
que según decía, era el don de la miseria.

Y Jorge me contó, sí, y nos dimos cuenta,
al pasar los minutos, que Javier estaba,
al menos por un rato entre nosotros,
entendí sus fantasías y ocurrencias geniales,
la partitura de sus pasiones,
la materia de su planeta.

Y después me fui, Jorge volvió a su mundo
de “poeta de fuste” como lo definió Javier,
y yo en silencio, caminando cuadras como nubes,
hasta que me detuve en una esquina
y una sombra me palmeó el hombro
y me dijo: “esto es así!”

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Ben Lerner -Índice temático

Ben Lerner, Topeka, Kansas, 4 de febrero 1979
Traducción Ezequiel Zaidenwerg


Índice temático

Poemas sobre la noche
y poemas afines. Cuadros
sobre la noche,
el sueño, la muerte y
las estrellas.
Me sé un poema de
la escuela bajo las estrellas, pero
no pertenezco a ninguna escuela
poética.
Me lo olvidé de memoria. Sólo me acuerdo
que estaba ambientado en el mundo y que su tema
se despedía.

Poemas
sobre estrellas y
sobre cómo las borran los faroles
de la calle,
calles
en un poema sobre la fuerza
y las escuelas que hay ahí. Aprendimos
todo sobre la noche en la universidad,
cómo se aplica,
universidad nocturna bajo las estrellas donde
hicimos el amor
un tema. Terminé mi estudio de la forma

y me olvidé.
Esta noche,
se ordenan sobre mí
por época poemas sobre el verano
y las estrellas.
También poemas sobre la pena
y la danza. Pensé en venir a verte
con estos temas
como mis sentidos
¿Te acordás de mí
del mundo?
Yo estaba ambientado ahí y hablamos
en el césped, y comparamos algo
con la cárcel, algo
con las películas.
Poemas sobre sueños
como polillas sobre los faroles de la calle
hasta que los clichés
resplandezcan, el tenue
resplandor de la pantalla
se nos quede en las manos,
huellas azules sobre las ventanas.
Qué pretencioso
estar vivos ahora.

y más aun de nuevo
como la poesía y los poemas
indexados por
cadencias que caen sobre nosotros mientras
nos despedimos. Era importante despedirse
ayer
en una obra serial sobre las luces
para que la distancia pudiera penetrar la voz
y dirigirse a vos
esta noche.
Poemas sobre vos, prosas
poéticas.


lunes, 12 de septiembre de 2016

Juan José Hernández -Elegía

Juan José Hernández, Tucumán, 17 de octubre 1931-Buenos Aires, 27 de marzo 2007


Elegía

                                                                         Tu molicie más dulce que la miel
                                                                                                             Lugones

Nocturnos aguaceros de verano,
su redoblar sonoro en los techos de cinc.
Temerosas del rayo, las mujeres
cubrían el espejo de la sala:
dalia gris de la lluvia
sesgada de relámpagos
en un tiempo y espacio
para siempre perdidos.

¿Qué añoras? ¿Una calle monótona
bordeada de naranjos?
¿La plaza de una estación de tren
donde un prócer escuálido
―melena y ceño adusto―
sigue de pie junto a un sillón de mármol?

Bajo toldos de frescura y pereza
me quedaba tendido.
Animal del deseo, sobre mi pecho su jadeo dulcísimo.

Nunca paseaste silbando entre arboledas,
ningún jardín le dio a tu alado ensueño
fácil jaula. En vez de ruiseñores
la estridente charata de vuelo sorpresivo
y el coro de coyuyos semejante a un aullido.
¿Príncipe de Aquitania?
No eras el desterrado; más bien un excluido.

¡Tantos veranos indolentes fueron míos!
Yo había descubierto
al huésped silencioso del estanque azogado,
idéntico y distinto de mí mismo.

Nocturnos aguaceros
que oyes caer, indiferente,
no en los techos de cinc
sino sobre el asfalto de una ciudad
en la que a veces te sientes extranjero.

De pronto, un anhelo quimérico
que viene del pasado
ilumina el confuso borrador del poema
y te devuelve intacta la casa de tu infancia:
agua morena de tu madre joven
que está lloviendo ahora
en un patio de baldosas rosadas.

sábado, 10 de septiembre de 2016

James Weldon Johnson -La creación

James Weldon Johnson, Florida 17 de junio 1871 – Maine, 26 de junio 1939
Versión Lino Mondino


La creación
                                                            (Sermón Negro) 
                                                            Y Dios salió al espacio, 
                                                            miró a su alrededor y dijo: 
                                                           Estoy solo 
                                                           Voy a hacer un mundo. 


Y hasta donde el ojo de Dios podía ver
las tinieblas cubrían todas las cosas,
más negras que cien medias noches
allá abajo en un pantano de cipreses.

Entonces Dios sonrió
y la luz brotó
y las tinieblas se enrollaron por un lado,
y la luz quedó brillando por el otro lado,
y Dios dijo: Está muy bueno.

Entonces Dios alargó un brazo y tomó la luz con la mano,
y Dios le dio vueltas a la luz con las dos manos
hasta que hizo el sol,
y puso ese sol lanzando rayos en el cielo.
Y la luz que sobró después de hacer el sol
Dios la amasó en una bola brillante
y la arrojó a las tinieblas,
laminando el cielo con la luna y las estrellas.

Entonces allá abajo
entre las tinieblas y la luz
arrojó el mundo;
y Dios dijo: Está muy bueno.

Entonces el propio Dios vino bajando
Y el sol estaba en su mano derecha,
y la luna estaba en su mano izquierda;
y las estrellas en ronda alrededor de su cabeza,
y la tierra estaba debajo de sus pies.
Y Dios caminaba y donde quiera que pisaba
sus pisadas iban hundiendo los valles
y levantando las montañas.

Entonces Él se paró y miró y vio
y la tierra estaba caliente y vacía.
Y Dios caminó hasta el borde de la tierra
y escupió los siete mares;
y parpadeó y resplandeció el relámpago;
y golpeó las manos y retumbó el trueno
y las aguas cayeron encima de la tierra,
las refrescantes aguas cayeron.

Entonces la verde hierba brotó,
y las florcitas rojas florecieron,
el pino señaló al cielo con su dedo,
y el palo borracho abrió sus brazos,
los lagos se acurrucaron en los huecos de la tierra
y los ríos corrieron hasta el mar;

y Dios sonrió otra vez
y el arco iris apareció
y se le enrolló en los hombros.

Entonces Dios levantó el brazo y agitó su mano
sobre el mar y sobre la tierra
y dijo: ¡Produzcan! ¡Produzcan!
y antes que Dios bajara la mano,
peces y aves
y bestias y pájaros
nadaron en los ríos y en los mares,
vagaron en las selvas y en los bosques,
y rompieron el aire con sus alas.
Y Dios dijo: Está muy bueno.

Entonces Dios caminó alrededor,
y Dios miró alrededor
sobre todo lo que había hecho.
Miró su sol,
y miró su luna,
y miró sus estrellitas;
miró todo su mundo
con todas sus criaturas vivientes
y Dios dijo: Todavía estoy solo.

Entonces Dios se sentó
en el borde de un cerro donde podía pensar;
junto a un río ancho, profundo, se sentó;
con su cabeza entre las manos,

Dios pensó y pensó,
hasta que pensó: ¡Me voy a hacer un hombre!

Y de la ribera del río
Dios extrajo el barro
y en la orilla del río

Dios se puso de rodillas
y allí el gran Dios Todopoderoso,
el que encendió el sol y lo colgó en el cielo,
el que arrojó las estrellas hasta el último rincón de la noche,
el que redondeó la tierra en el hueco de sus manos
este gran Dios,
como una mamá agachada sobre su nene,
se arrodilló en el polvo
sudando sobre una pelota de barro
hasta que la formó a su propia imagen;
entonces le sopló el aliento de la vida,
y el hombre se volvió un alma viviente.

Amén. Amén.

jueves, 8 de septiembre de 2016

Romilio Ribero -El que memora

Romilio Ribero, Capilla del Monte, 9 de julio 1933 - Córdoba, 5 de diciembre 1974


El que memora
                                                                          A Emilio Sosa López

¡Estará anocheciendo en una patria que amo!
Caerán a esta hora sobre todas las hierbas cansadas de luz
flechas del otoño obstinado en su inacabable perfume.
Irán los ríos creciendo hacia los remotos pueblos.
Volverán por el cielo las bandadas de garzas.
La muerte diaria será una noche de interminables ritos
y de fuegos,
todo dependerá de la cíclica luna
y nacerán los niños desde el fondo celeste de la atmósfera.
Estará cayendo la noche-niña, la noche de los ladridos,
la noche de los perdurables milagros:
se convertirán las mujeres en fabulosas aves que espantan los viajeros,
volverán los carruajes de los muertos cargados de azucenas
y tejerán los astros por el cielo su interminable ruta.
Descenderá la noche hacia los sitios del extraño fuego,
medirá las horas de la soledad en sus dormidas vestiduras;
tendrá por fin esa grandeza oscura de un ritual paraíso.
¡Dirán sus huéspedes las oraciones del día y yo quedaré lejos!
Me habrán olvidado como si no tuviese vida ni muerte.
Como si estuviera no nacido
y jamás hubiese posado mis manos sobre las tristes
puertas del ocaso
y tampoco cantado en despiadadas lluvias que atestiguan mi rostro.
Rezarán por los árboles quemados, por los niños que
cumplen su soledad debajo de rosales memoriosos;
por las madres consumidas por mandato de Dios;
por los caballos que han devorado los perros,
por las ánimas que se levantan del oscuro territorio de
herrumbrados follajes,
por las lluvias que no llegaron y las sequías asoladoras,
por alianzas que traen sus redes de agonía,
por costumbre nomás de saberse olvidado de niños y
heredades,
por todos los que dejaron un lugar vacío en la casa,
un penetrante olor a deshojado ramo
y un nado en las guirnaldas que aún penden en paredes
desoladas.
Estarán ahora llevándose la mano a los sagrarios.
Buscarán en las visiones de su árido día la justificación
de la existencia;
contarán a los niños que hay en el sur un duende que
es nieve de paloma, que canta de calandria,
que escapa en la llanura en forma de celeste remolino
y se guarda en el río o entre los pastizales para cazar la
luz del alba.
Relatarán los últimos acontecimientos de la tierra:
Algunos vieron ya cruzar la primera majada del otoño
sin llevar los jinetes;
otro dirá que la estación no es propicia para el perfume
ni que los enjambres se colmarán para el invierno.
Otro memorará verdes tablones donde descansa el padre
en perpetua estadía;
y el más joven quizás cantará convocando golondrinas
porque en su cuarta luna la mujer guarda leche.
Las niñas esperarán, esperan a la torcaz del cielo,
a los gitanos que desde hace muchos años no llegan
para danzar por los llanos,
para juntar mariposas en el trigo
para ir hasta las playas con sus huecos tambores y sus cantos.
Estará anocheciendo en algún país que eternamente vivo!
Ninguno de sus seres recordará mi voz de solitario.
Pasarán los días con sus renovaciones, sus naufragios de
flores, sus ciclos de fragancias.
He dispuesto mi exilio entre duras ciudades de máscaras,
muertes, soledades,
hospitales, cotidianas flores disecadas.
Me habrán olvidado como si no tuviese vida ni muerte.











martes, 6 de septiembre de 2016

Estela Figueroa -La enamorada del muro

Estela Figueroa, Santa Fe, 12 de agosto 1946


La enamorada del muro

I

La enamorada del muro
no sabe cómo es el muro.
pero seguro siente su humedad
cuando ha llovido.
Su aridez
en tiempo seco.
La enamorada del muro
depende del muro.
A él se aferra.
Si el muro se cae
ella se desparrama
como una cabellera sin cabeza.

A veces es tímida
y cubre sólo la base
como una mujer arrodillada
que abraza las piernas de una hombre.
Y a veces –qué deseo
y qué orgullo caben en ella–
cubre no sólo el muro
sino toda la casa.

II

Todo amor nace
a partir de una pequeña confusión.
Nadie puede decir con certeza
si es el muro el que sostiene a su enamorada
o es la enamorada
la que sostiene el muro.
Y todo amor crece
a partir de pequeñas carencias:
La enamorada del muro no florece.
Tampoco el muro.

III

Visto desde afuera
la impresión general es de una gran belleza.
¿Pero quién puede alejarse para mirar
cuando está enamorado?
El muro no ve el hermoso conjunto.
Ve pequeños tentáculos
que se clavan en él.
La enamorada ve el muro descarnado.
“El es el hueso que me da forma.
Yo soy la carne que le da vida”.

IV

Vampiro en el jardín

Ningún jardinero
la recomendaría.
La enamorada del muro
tan pródiga con el muro
tiene un rol muy cruel en el jardín.

Está en su naturaleza apropiarse
de toda la humedad del terreno.
De modo que mientras ella se expande
y se demora tiernamente en el abrazo
las otras plantas mueren.
¿Qué puede importarle?

Una mujer enamorada es capaz
de atravesar sin ver una ciudad bombardeada.
Los ojos fijos en los labios de su amor.

No hay culpa
en la pasión.

“No permitiré que nada
ni nadie
te haga daño
amor mío”

V

En sí misma

Sólo una loca pudo
enamorarse de un muro.

Un muro no habla.
No escribe cartas.
No florece.

Cubierto totalmente por las hojas
deja de ser visible.
hasta se puede dudar de su existencia.

“No es eso
hija
lo que te enamora.
No es muro.
Es tu esplendor”.

domingo, 4 de septiembre de 2016

Konstanty Puzyna -De las ciencias ocultas del maestro B. B

Konstanty Puzyna, Varsovia, 13 de abril 1929 – Varsovia, 28 de agosto 1989
Traducción Fernando Presa González


De las ciencias ocultas del maestro B. B.

Un poema son hierbas prensadas.
Hay vida en ellas para extraer su espeso jugo
primero hay que masticarlas cuando aún están frescas.
Debes exprimirlas entre los dedos carcomerlas a tu modo
hasta que queden como una bolita de pan
lo cual también te está permitido hacer incluso
en un campo de concentración.

Envuelve la bolita en las palabras comunes de un periódico
protectoras del hábil objeto fácil de transportar
en un frasco de aspirinas en un paquete de cigarrillos.
Lo esconderás baja el forro tras una tabla del barracón
y cuando con el látigo te descosan las huellas de los bolsillos
podrás guardarlo en la punta de la lengua
para después entregárselo repentinamente a alguien
para que lo esconda.

Donde no se tiene en cuenta ni los crímenes ni los ascensos
donde los logros mañana serán objeto de puja
donde murió la filosofía donde se apagó el infierno
y las películas y las novelas son cosa de la industria
donde la crítica es una puta la pintura se ha vuelto ciega
quizá un poema sea lo único
que tenga alguna posibilidad.

viernes, 2 de septiembre de 2016

Eiléan ní Chuilleanáin -Muertes y motores

Eiléan ní Chuilleanáin, Cork, Irlanda, 28 de noviembre 1942
Versión Gerardo Gambolini 


Muertes y motores

Descendimos por encima de las casas
en una curva violenta,
y al costado del aeropuerto de París
vimos un túnel hueco
— la mitad trasera de un avión, negra
sobre la nieve, nadie cerca de allí,
tubular, congelada y calcinada.

Cuando encaramos de nuevo
las pistas blanco nieve en la oscuridad
ningún sonido salió
de los parlantes, excepto los suspiros
del solitario piloto.

El frío de las alas metálicas es contagioso:
una pronto precisará alas propias,
arrinconada en el ángulo donde
el tiempo y la vida se cruzan como un cuchillo
y un tenedor, y la línea de la vida en la palma de la mano
se interrumpe, y la estela curva de un aeroplano
se une con el horizonte recto.

Las imágenes del alivio:
pijamas de hospital, biombos alrededor de la cama,
un hombre con la cara ensangrentada
sentado en la camilla, conversando animadamente
con los labios cortados:
estos te fallarán un día.

Te encontrarás sola
acelerando por un callejón sin salida,
demasiado tarde para frenar
y aprender lo fácil que es la muerte;
quedarás esparcida como los restos de un naufragio,
las piezas, cada una de forma diferente,
rodarán y se alojarán en los corazones
de todos los que te aman.