sábado, 30 de septiembre de 2017

Ricardo Morelli -El fulgor

Ricardo Morelli, Bs As, 5 de julio 1954


El fulgor

Hechizado, descendí por los ríos de la sangre, hasta el fondo del deseo.
¡Una sed implacable!
Tu vientre. Tu boca. El abismo de tus ojos.
Prisionero, desamparado y loco (con el corazón desbocado en la noche ciega) surqué con mi lengua tu piel infinita.
Ebrio, perdido en el tumulto del silencio, tembloroso, aferrado a tus pechos como un náufrago, cavando hasta el delirio…
Y más allá del vértigo (donde el alma vibra en su acorde subterráneo) sumergido en las sombras bebí de tu sexo la luz más intensa
—¡Oh, el fulgor que presagia los suplicios!

jueves, 28 de septiembre de 2017

Carlos Aprea -Retrato inconcluso en la memoria

Carlos Aprea, La Plata, 16 de julio 1955


Retrato inconcluso en la memoria

                                                                                   a Néstor Mux

Lo que me queda de vos
no alcanza
a dibujar
un pálido identikit,
apenas una luz sombría y el regusto
amargo
de lo incompleto,
lo que no llega a ser
y por eso perturba.

No sé si estás aún
en este mundo,
o te fuiste,
en la guerra impiadosa
de nuestra pálida prehistoria,
sé que estuviste allí
donde ardía una pasión
muy joven,
al borde de una foto
envejecida
de donde te han borrado,
o te he borrado yo,
patético agente
de un poder invisible,
como si fueses un peligro
para alguien
que ha sobrevivido,
como yo,
y debe algunos pagos
no solo al destino.
Ambiguo rostro
de quien, frente al arribo
al puerto
de las maravillas
que esta vida aún sostiene,
persiste en popa,
disimuladamente,
como un testigo
silencioso,
pertinaz,
indestructible,
de la estela que va
quedando
atrás.

martes, 26 de septiembre de 2017

Alvaro Inostroza Bidart -generación del 80

Alvaro Inostroza Bidart, Santiago de Chile, 15 de diciembre 1960


generación del 80

la generación del 80
que después del
GOLPE
se quedó en Chile
o salió del país
que nos buscábamos
en las noches
de Santiago
de Concepción
de París
o de Estocolmo

que escuchábamos
a Sumo
a Silvio Rodríguez
a Los Jaivas
a Inti Illimani
a las radios Moscú
y Cooperativa

que publicamos
a escondidas
que sospechábamos
hasta de nosotros mismos

que perdimos
a nuestros mejores amigos
sobrevivientes del exilio
del estallido
de las bombas
y los fusilamientos

que estudiamos
lo que pudimos
lo que nos dejaron
que transformamos
la sospecha
en un arma


no somos
la Generación NN
nos escondíamos
detrás de nuestras propias sombras
no rehuíamos
la pelea
si era necesario

y así pasaron
muchos años
demasiados
entramos
en Zona de Extinción

lo habían anunciado
Armando Rubio
Rodrigo Lira
lo confirmaron
Mauricio Barrientos
Aristóteles España
de los cuales
me siento más cerca
que de todos los poetasvivos
salvo
algunas honrosas excepciones

ahora
nos acercamos peligrosamente
a los sesenta años
y nos seguimos
escondiendo
pero tenemos nombres
hijos
libros
amores
nos publican en antologías







ahora
nos falta juntarnos
contarnos nuestras historias
emborracharnos
llorar
a nuestros muertos
y creer
que todavía
tenemos
algo de vida


domingo, 24 de septiembre de 2017

Bela Ajmadúlina -Invierno

Bela Ajmadúlina, Moscú, 10 de abril 1937– Rusia, 29 de noviembre 2010
Traducción Natalia Litvinova



Invierno

Este gesto del invierno hacía mí,
frío y aplicado.
Sí, hay algo en el invierno
de la medicina tierna.
De otro modo, cómo de repente,
de la oscuridad y el tormento,
la enfermedad confiada
le dirige sus manos.
Oh amable, seguí con tu brujería,
de nuevo rozará mi frente
el beso santo del anillo helado.
Y es cada vez más fuerte la tentación
de encontrar el engaño con la confianza,
mirarle los ojos a los perros,
abrazar los árboles,
perdonar como jugando,
y habiendo perdonado
perdonar todavía a alguien,
confundirse con el día invernal,
con su óvalo vacío,
ser siempre para él
su matiz pequeño.
Reducirse a no existir,
para implorar detrás de las paredes
no una sombra mía sino la luz,
por mí tapada.


*

En qué me diferencio
de la mujer con la flor
o de la muchacha que ríe
y juega al anillo.
¿Y el anillito no llega hasta sus manos?
Me distingo de la habitación con el empapelado,
donde estoy sentada sobre el final del día
y la mujer con los puños de cibelina
aparta de mí su mirada arrogante.
Cómo compadezco su mirada altiva,
y temo, temo espantarla,
cuando ella se inclina
sobre el cenicero de cobre
para sacudir la ceniza.
¡Oh, Dios mío!
Cómo le compadezco,
su hombro, su hombro deprimido,
y su cuello blanquito y fino,
que siente calor bajo las pieles.
Y temo que de repente comience a llorar,
que sus labios griten terriblemente,
que esconda las manos en las mangas
y que las perlas golpeen el suelo...



Foto Mikhail Lemkhin


viernes, 22 de septiembre de 2017

Héctror Urruspuru -Cúprum

Héctror Urruspuru, San Martín, pcia de Bs As, 28 de agosto 1956



Cúprum

(Hace mucho, antes de la edad de bronce y la del hierro,
estuvo la edad del cobre, que nos atraviesa hasta nuestros días)

(Poema 1)

------------ Color?
Elegí marrón metalizado.
Y dos trozos de tiza pastel
en azul oscuro, que hice
con los ojos cerrados...

En este relato ante la obra
terminada - la hora dos -
soy el dueño de un valle,
que se quedó sin agua.

¡Polvo de cobre es todo!

------------ ¡Dibuja!
Para este sueño en el que
el mundo es una luna única
en color verde absenta,
y una tormenta con lluvia
horizontal nuestra noche
sin viento (estamos solos)

bajo la anamnesis de toda
letra que se desmaya somos,
almas enamoradas que
transmigran desde hace siglos
de cuerpo en cuerpo (estaño,
neblina yunque y martillo) y
recuperan la memoria del color
en uno: "Vos y yo" - azul oscuro
------------ lluvia horizontal.

Solo tu voz, viva ¡nada!
contra esta corriente sub-real
y tu palabra dice en un susurro
inaudible: "Mar de Mármara…
y seis orillas soñémosnos…
en un amor, ánfora a mil grados
y tu collar desde mis manos
hacia ti y una flor color naranja"

Mi dedo índice toca esta tierra
(baldía) casi una fotografía
estenopéica, luego en tu frente
dibuja vertical y hacia abajo
una línea color cinabrio.
------------ Ves?
en nosotros un animal del bosque
profundo, vería una rogativa
a lo alto, y aullaría en dos notas
ligadas para siempre: "Vos y yo"
una abstracción matemática...
¿Tu beso? un número de cuatro
dígitos, en estos años que se vienen
y se han ido alternadamente,
como calendarios de piedra.

Agrego:
---------- "Escribimos en el deseo
---------- que no existe escalera alguna
---------- que tuviera una pared
---------- entre sus peldaños;
---------- menos, en una tierra donde
---------- todo es polvo de color cobre"

Agrego:
---------- Y despertémonos y subamos
---------- que está lo que resta de vida
---------- que es hora diez, en la ventana
---------- redonda y es... día veintitrés.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

Sandra Toro -El jardín del angelastro

Sandra Toro, Morón, 3 de junio 1968


El jardín del angelastro

I

La mujer con sombrero se corrompió / en pleno solsticio de verano. / Primero se probó uno / y otro frente al espejo oval / que invariablemente le fruncía el ceño: / —Este te hace zíngara // —Este estrella fugada / —Este te levanta la pollera y husmea. / No conforme con ninguno / se alejó del espejo y del sombrerero / aunque él la corría arrastrando una boa / que se le enredaba entre las piernas / poniendo en riesgo su escasa integridad / mientras insistía en llamarla a los gritos. // En el jardín nevaba lila / como siempre en diciembre / y la mujercita —que a fuerza/ de ser llamada REINA había empequeñecido— / se acurrucó en la hamaca y se mecía / mirando con tristura el asiento vacante / cuando el Angelastro / que la vichaba desde arriba / sacudió la glicina con tantas ganas / que comenzó a nevar más / y más, hasta enterrarla. / Hecho lo cual el susobicho / consciente de su atropello se descolgó / de la rama más alta / no sin quebrarse un alita / dispuesto a escarbar hasta verle / asomar la punta de la nariz. / Ahí nomás / le insufló sus alientos afrodisíacos / y de la nieve no quedó /más que un charquito flúo. // —Uy qué vibraciones, Angelastro macabro, /pervertido y maleducado!— le reprochó / en tanto retorcía los calzones / y los colgaba a secar al sol. / Él se deshizo en fornicaciones/ términos médicos y morfológicos / (los cuales eran su especialidad)/pero no la convenció ni medio. // En eso salió el sombrerero / portando mantel y tetera de porcelana, / listo para tender la mesa / bajo la violeta parra. / —Tiempo!— arbitró, haciendo sonar el pito /que le colgaba más por coquetería que por utilidad. /—Hora del té. / Eso fue demasiado. / La constipada barajó la indirecta / y cedió por eludida. Menos mal / le quedaba un paraguas sin abrir / y procedió a darle uso para salir flotando / sobre los tejados. // El Angelastro, por más que batió / y batió el alita sana, /no consiguió sino perder algunas plumas / que el sombrerero se apresuró a juntar/ para coserle a su boa. // La mujercita a esas alturas / ya se llamaba a sí misma Mary Poppins/ y pomposamente fue a aterrizar / al otro lado de la ruta. /  Se desprendió las hojas secas y suspiró: / —Bien pude haber salido mal parida / como la virgen tocaya... /Y después se alejó cantando / al mejor estilo Julie Andrews.

II


El Angelerdo se quedó / sin trabajo a partir de los hechos. / Quiso pedir subsidio por invalidez / y los santos lo sacaron / vendiendo estampitas: “Qué te creés / que estamos en la antigua Grecia” ”Qué es /eso de arrastrarle el ala a una señora terrestre / por muy voladora que parezca” // Por esos días empezó a desentenderse / de los otros entes celestes que / le gastaban bromas pesadas / por el alita mocha. / Al final metió la aureola / en la mochila y se fue. // En eso estaba, bajando la escalera de Jacob / cuando la Poppins lo interceptó en un descanso: / —No puede ser que nos separemos así / antes de habernos encontrado/ —le espetó. A lo cual / él no supo qué responder. / Por supuesto ella lo tomó como un agravio / y se dio vuelta entera / mascullando entremeses como paspado / maricón y otros términos freudianos. // En el transcurso de la bajada volvieron/ a encontrarse en ocasiones. /Algunas se ignoraron, otras / se lanzaron miradas / improperios / las peores, objetos contundentes. / Uno de los cuales fue a horadar el paraguas / devolviéndola al rol de doncella en apuros. / "Esta es la mía", pensó el Angelisto / y sin más preámbulos realizó / un picado admirable / (teniendo en cuenta su precaria condición) / e hizo tierra justo / para recibirla en sus brazos. // La damisela perdió el conocimiento en la caída / para volverlo a encontrar en el triangulito / del escote del Angelindo / por donde asomaban unos pelitos muy viriles. / —Dicen que los ángeles no tienen... / —empezó a parlotear ni bien recuperada / pero él no la dejó seguir / y antes de que se arrepintiera se la llevó a los pastos / donde por largo rato se vio / un revuelo de plumas / y unos extraños fulgores / como fuegos de artificio.

III


De esperarse era que Oropéndola / adquirido nuevo nombre tras sucesivas / sesiones de frotamientos angelicales / trastocara también sus formas y sus fondos. /—Al final vos buscás lo mismo que todos:/una mujer con alas /—dicho lo cual batió sus ídem / como por vanidad o efectismo / y alzó el vuelo entre los pastizales / dejando al Angelento patizambo y maniroto / ante tremebundo vituperio. / Él, dado que su conocimiento de las féminas / se reducía a los anuncios de “Siempre libre”, / se sentó a esperar que cambiara de parecer con la luna / como había observado ocurría / con las más de las mortales. // Entretanto Oropéndola sintió tumultos en el vientre / un como rumor de peces. Y santiguóse:/ —¡Angelorro libidinal, descuidado y procreativo! / El plumaje recién estrenado se le alborotaba / con los espasmos y contorsiones del bajobombo / —Menudo qui... / —no pudo terminar, pues ya asomaba entre sus belfos el huevo. / Con sorpresa avistó al primogénito / digno de zares, tales sus pedrerías, turquesas y oropeles. / Pero el impulso del recienvenido / la había arrojado lejos / tendida sobre la espalda / y al levantarse dolorida comprobó / —no sin alaridos, ladridos y otros alardes— / que las negrísimas alas / habíanse desprendido porsiemprejamás. // Por fortuna el sombrerero/ todavía oficiaba de anticuario / y amante como era de coleccionar naderías / se las aceptó en canje por una capa seminueva. / —Tomá, ponetelá. Mirá si vas a andar así / que no se sabe bien qué sos / y a qué género pertenecés. /A Caperucita empezaron a rodarle/ redondas lágrimas que al tocar el suelo/ se convertían en jabones de glicerina/ que ella recogía y guardaba amorosamente junto a su Fabergé. // —Daaale. Deciiiiime que llevás en la canastiiita / —inquirió el sombrerero / con una risa llena de dientes. / Y ella, viendo que empezaba a despuntar la luna llena, / se apuró a despedirse para huir / toda prisa y tropiezos por el camino del bosque.

IV

El bosque abrió la boca / y se tragó a Caperucita. / Como a Jonás en la intimidad de la ballena / la recibieron toda clase de colgajos / y babas y líquenes que se le adherían a la piel. /—Esto parece obra de Julio Verne / —susurró a Fabergé, que continuaba sin salir del cascarón / dormido en el fondo de la canasta. // La mujercita caminó, corrió y revoloteó entre las orquídeas / hasta que al fin se declaró perdida. / Súbitamente se encontró cara a cara con el árbol / un ejemplar que la dejó sin respiración / así de hermoso él, con un tronco lleno de nudos / y una melena negra arriba / de la que provenían extraños rumores y perfumes. // Caperucita se quitó los zapatos y apoyó un pie en las raíces salientes, / luego el otro, guardando el equilibrio / puesto que el árbol en cuestión había crecido / en la margen de un río de corriente voraz. // Ni bien estuvo firme extendió los brazos / cuanto le fue posible y se abrazó / a la humedad del tronco que daba la impresión / de haberla estado esperando. // Fue al alzar la cabeza cuando vio los frutitos / raros, de un color naranja como de terciopelo. / Estiró un dedo y los tocó en toda su redondez / estaban cubiertos de un vellito suavísimo / y bajo su tacto se encogían levemente. // Lo único importante entonces era alcanzarlos. Tanto / que en un intento la canasta / se le zafó del brazo y fue a dar de lleno a la corriente / previo bambolearse un buen trecho entre las piedras. / Caperucita ni lo notó dada su hipnosis / se estiró y estiró hasta rozar / los frutos con los labios. //  Sacó la lengua y lamió / hasta que empezaron a gotear una miel / que se le escurría por el cuello / mojándole los muslos. / Fue ahí cuando el árbol la rodeó con sus ramas / y la frotó con otros frutos ocultos / tan fragantes y flagrantes que embobaban los sentidos. // Los jugos del árbol bañaron a la mujercita / que abría las piernas y la boca / entonando sonidos como ruegos o canciones salvajes. / Así permanecieron, ella / arañando las lianas/ que la sujetaban con fuerza y la enroscaban / y se le metían por debajo del corpiño. Él, / estrenando prolongaciones para hurgarla / y hendirla y perforarla mejor. // Hasta que no se pudo más / e hincó los dientes en los frutos / que primero sangraron y después / se deshicieron en lágrimas mientras el árbol / se sacudía, y a cada sacudida / le temblaban las hojas y las flores / empezando a caer como una lluvia lila. // —Ahora sí te reconozco —le reclamó con la voz todavía entrecortada—/ Angelárbol mendaz, engreído y traicionero./Y sin esperar respuesta se lanzó río abajo / a la corriente espumosa que se la llevó / en andas en un santiamén.

lunes, 18 de septiembre de 2017

Giovanni Ibello -Shield

Giovanni Ibello, Nápoles, 10 de febrero 1989 
Traducción Alejandra Craules Bretón


Shield

I

La verdadera fortuna es ser cuerpo que vive
y con el cuerpo sentirse escudo. Piedra que calla.

Pero la espalda está despedazada
por una luz blanca que se forja materia
sólo el aire cubre el peso de la ausencia.

¿No ves? Un banco de niebla sutil
que envuelve las manos, estrechas en plegaria.

Es un incito sin paz de aurora
tu voz que me llama:
¿Cómo te explicas el pulsar de una llaga?

II

Aun es de noche. No hay tregua bajo los olmos,
sólo el esencia de mi semen cuando era un chiquillo
y un vagar de gatos callejeros, sin nombre.

Pero yo no sabía entonar el réquiem de los muertos
el rostro agotado de un hombre que ha perdido el amor.

el hambre de las ratas, la paciencia de las arañas,
que hilan grecas en la garganta
que separa el cemento de la arena.

No todas las heridas cicatrizan.

sábado, 16 de septiembre de 2017

Virgilio Piñera -Vida de Flora

Virgilio Piñera, Cárdenas, Cuba, 4 de agosto 1912 – La Habana, 18 de octubre 1979      


Vida de Flora

Tú tenías grandes pies y un tacón jorobado.
Ponte la flor. Espérame, que vamos juntos de viaje.

Tú tenías grandes pies. ¡Qué tristeza en el aire!
¿Quién se mordía la cola? ¿Quién cantaba ese aire?

Tú tenías grandes pies, mi amiga en seco parada.
Una gran luz te brotaba. De los pies, digo, te brotaba
y sin que nadie lo supiera te fue sorbiendo la nada.

Un gran ruido se sentía en tu cuarto. ¿A Flora qué le pasa?
Nada, que sus grandes pies ocupan todo el espacio.
Sí, tú tenías, tenías la imponderable amargura de un zapato.

Ibas y venías entre dos calientes planchas:
Flora, mucho cuidado, que tus pies son muy grandes,
y la peletería te contrata para exhibir sus hormas gigantes.

Flora, cuántas veces recorrías el barrio
pidiendo un poco de aceite y el brillo de la luna te encantaba.
De pronto subían tus dos monstruos a la cama,
tus monstruos horrorizados por una cucaracha.

Flora, tus medias rojas cuelgan como lenguas de ahorcados.
¿En qué pies poner estas huérfanas? ¿Adónde tus últimos zapatos?

Oye, Flora: tus pies no caben en el río que te ha de conducir a la nada,
al país en que no hay grandes pies ni pequeñas manos ni ahorcados.
Tú querías que tocaran el tambor para que las aves bajaran,
las aves cantando entre tus dedos mientras el tambor repicaba.

Un aire feroz ondulando por la rigidez de tus plantas,
todo eso que tú pensabas cuando la plancha te doblegaba.

Flora, te voy a acompañar hasta tu última morada.
Tú tenías grandes pies y un tacón jorobado.


jueves, 14 de septiembre de 2017

Boris Ryzhy -En el funeral de alguien desconocido...

Boris Ryzhy, Ekaterimburgo, Rusia, 8 de septiembre 1974–Rusia, 7 de mayo 2001
Traducción Natalia Litvinova


En el funeral de alguien desconocido,
de un colega huraño,
me invadió ese miedo inexpresable,
no supe qué decir sobre el hombre.
Me encontré con él sólo una vez,
de casualidad, en un pasillo,
su rostro entre el humo azul
de un cigarrillo que ya pasó de moda.
El sudor rodaba por su cara gorda.
Tenía labios grandes y torcidos.
¿Sabe usted que pasado mañana
van a visitarlo sus amigos y va a sonar la música?
Pero no lo ángeles. Es que ellos odian los cuerpos,
los ataúdes, las tumbas.
Ellos se secan las lágrimas y lo esperan, querido amigo.
... Son sólo palabras, palabras, palabras,
palabras, y esta sensación de deber que me desborda,
estuve tres minutos cerca del foso,
desgraciado, mudo y un poco borracho.

martes, 12 de septiembre de 2017

María del Mar Estrella -Las lunas de Federico

María del Mar Estrella, Bs As, 30 octubre 1941


Las lunas de Federico

Las lunas de Federico
tienen los ojos de barro
con dos lágrimas que cuelgan
del arcabuz de sus párpados.
Unas vestidas de novia
con senos de duro estaño,
otras rojas como sangre
de corazón desflorado.

Las lunas de Federico
galopan con negros cascos
por un horizonte verde
crucificado de pájaros.
El duende juega con ellas
y las lunas, como aros,
giran en trompos de fuego
dando brincos de venado.

Por un olivar de penas
van las lunas deshojando
el vientre de las doncellas
y el honor de los gitanos.
(A lo lejos las persiguen
jaurías de perros machos
pero no habrán de encontrarlas
porque las cuidan los magos).

No hay cárcel para estas lunas
que nacieron de su canto.

¡Comadres: dejad abierta
la ventana del retablo
que por allí entrarán ellos:
los personajes lorquianos!

domingo, 10 de septiembre de 2017

Fernando García -Patria

Fernando García, Bs As, 15 de enero 1967


Patria

Una piara de esclavos resentidos,
envidiosos, mezquinos, ignorantes,
incestuosos, serviles y farsantes,
al odio y la opresión por siempre uncidos.

Hombres tristes, cobardes, resignados
a la atroz suerte de los miserables;
mujeres de rapiña, despreciables,
que se alimentan de los condenados.

Que nadie busque a Dios en esta tierra:
ni amor, ni libertad, ni honor encierra.
¿Puede haber algo de eso en tal letrina?

Sólo cabe esperar que, en su clemencia,
muy pronto la Divina Providencia
destruya a la República Argentina.

viernes, 8 de septiembre de 2017

Giovanny Gómez -Invocación al mar

Giovanny Gómez, Bogotá, 26 de noviembre 1979


Invocación al mar

El sol que quema
es presentimiento
de la vida que desequilibra
y no pueden las estrellas
ni el salitre en estos vientos traer
el canto de los marineros
las horas de la primera noche
el silencio de altamar.
Lugares donde soy nadie
donde mi alma es la única huida
entre las vertientes que sigue
sin saber de esperanza o de vergüenza.
He aprendido el azul insondable
que dicen los hombres respirar
donde la memoria de los libros no sabe
y algo en mí pregunta por las playas nórdicas
las costas de China el encanto de Estambul
por los caminos que siguen los salmones
y los brujos en Costa de Marfil.
Sé que despierto
cuando la sangre devuelve un hálito de viento
al despliegue de las velas en el amanecer
ya he soñado emborracharme hasta sentir el resplandor de las montañas de sal
pero los sueños son palabras que se desvanecen en la boca
y libros que rodean un cielo figurado
y una maleta vacía y dos pies descalzos
buscando correr.


miércoles, 6 de septiembre de 2017

Thomas Bernhard -Los que hoy están muertos

Thomas Bernhard, Heerlen, 9 de febrero 1931–Austria, 12 de febrero 1989
Traducción Miguel Sáenz


Los que hoy están muertos

Los que hoy están muertos vienen a banquetes
te harían echar espuma del paladar y te parecería despreciable

la tierra que no te deja sentir el vino
y el verano y la dulce carne,
ni los maravillosos sótanos de los podridos
que dan sombra enteros a sus tumbas,
como si no aullaran junto al bosque los perros guardianes.

Surgidos de refugios podridos, como de los infiernos
de los padres, enterrados e inertes por la tristeza,
gritan en la noche los miembros muertos
de los hombres, aunque sus cuerpos
se pudrieron hace tiempo de la felicidad de morir y
sin brillo, porque fueron cubiertos
por sus tratantes y apenas se llenaron de  mar y de infamias.

Cómo cayeron las piedras sobre sus brazos,
que vivían por el júbilo y la alegría y querían
jarras llenas en los banquetes de los difuntos…
Música de los esqueletos radiantes
y hambre de lo efímero los empujó por los oscuros pasillos
como un ejército de veranos desmoronados
y en los valles se oían ruidos de guerreros mudos,
muertos por una piedra, un pene o una puta.

Los pasillos son tan profundos que no puedes atravesarlos
ni destruirlos con las carcajadas
de los príncipes y parturientas de la tierra,
y sus muslos resuenan como música en los establos miserables,
que llevan al encuentro de tu tormento
la cólera sorda de los animales.
Tracición, traición, o transitoriedad amarga
de la primavera tras los cascos grises y gastados
y ningún retoño de las tinieblas te lleva sobre las montañas.

Los he visto en invierno, y todavía hoy los veo,
llevando en sus pies impregnados de melancolía
y negras preocupaciones, bajar a las ciudades,
los lugares desgarrados sobre los que pasa un viento de verano
con su pureza, hacia valles enfermos, que extienden
al cielo su césped húmedo, hacia el mundo, hacia puertos,
tinieblas, campos cuyas semillas apestan
por los cielos vomitados del hombre; instantes
como musgo que, bajo la luna, vuelve al olvido,
a la jornada de algún albañil o alfarero.

De islas no hablaba nadie en la noche y nadie pagaba
cuando los posaderos imponían su tocino, las poesías
de la restauración, acumuladas sobre el río y oliendo
por la mucha miel y la mucha hambre de la tierra soñada,
en un mundo que sólo se asemejaba al tuyo en las entrañas;
no hablaban de cientos de casas, tumbas, colinas, puentes que eran
tu tristeza, ni de la belleza… pero todos se jactaban,
y sus sienes se hundían sin cesar y sin paz
en el olvido, en excrementos, y un agua, negra, que a nadie gustaba.

lunes, 4 de septiembre de 2017

Diego Roel -Reja del lenguaje

Diego Roel, Temperley, 11 de septiembre 1980


Reja del lenguaje

                                               A Jotaele Andrade


Soledad, otra vez,
estás arriba y abajo, delante de mi cuerpo,
en el centro exacto de mi sangre.

Escucha la música que viene del pasado:
la bala se abrió como una flor en mi cabeza,
la bala hizo tres nidos en mi frente.

Me quebraron los ojos y los huesos.

Ya la órbita del sueño vierte el veneno
en toda palabra, en toda forma.
Ya la reja del lenguaje hunde su cuña,
clausura las vías del aliento.

Soledad, otra vez,
estás arriba y abajo.

Escucha la música que viene del pasado.

Recuerda:
la corriente que enlazó a dos almas
vence a la muerte y permanece.

sábado, 2 de septiembre de 2017

Arturo Corcuera -Tarzán y el paraíso perdido

Arturo Corcuera, Trujillo, 30 de septiembre 1935 – Lima, 21 de agosto 2017


Tarzán y el paraíso perdido

 ¡Aaaúuaú aaa…! ¡Aaauaúaa…!

Tarzán (Johnny Weismuller) es internado en un manicomio por creerse Tarzán.

Su grito, que asusta a médicos y enfermeras, no es el clarín con el que hacia su victoriosa aparición en la pantalla. El grito a Tarzán no le pertenece. Fue un collage de sonidos confeccionado y patentado por la Warner Brothers: decantaron en el laboratorio los gruñidos de un cerdo y las notas de un tenor.

Tarzán en el sanatorio para artistas (retirados) de Hollywood,
abatido y vencido por la camisa de fuerza
(él que encarnó la fuerza sin necesidad de camisa).
Hoy casi a oscuras y ayer mimado por los reflectores.
Tarzán víctima de una dolencia cardiaca
se toca el corazón y piensa en Jane.
Desamparado llama en su desesperación a Chita
(entre sombras ve y besa a Chita como si fuera su madre.
Chita se limpia la boca, hace morisquetas
y dando volatines desaparece),
llama a Chita
para que lleve un recado pidiéndole ayuda a Jane.
Pero Chita no podrá acudir. Chita no existió en la vida real.
(Eran ocho monas chimpancé, ocho monas que parieron su estampa cinematográfica).
Y Jane,
la bella silvestre de los níveos brazos,
ya no lucirá más su silueta junto a Tarzán,
porque Jane ya no filma. Hace mucho tiempo que se le venció el contrato con la Warner: las piernas de Jane ya no están todo lo tersas que uno quisiera para hacerlas figurar en el reparto.

(Ah, Jane, paraíso perdido, divino tesoro, ya te vas [para no volver],
cuando quiero llorar
pienso en ti, mi dulce Jane.
Cuánto hubiera dado por tenerte en mis brazos,
por confesarte mi amor: Yo querer mucho a Jane.
Silencio insensato que guarde por culpa de mi testaruda timidez.
Por culpa de los barritos de mi precoz adolescencia.
Ah, Jane, ya no adoro tus senos besados por las lianas.
Tus senos asediados al centímetro por flechas y lanzas.
Ya no adoro tu rostro que el tiempo implacable ha ido modelando a su capricho.
Tu rostro que acaricie con ternura [a escondidas del público] en todas las carteleras.

Que no me digan nunca que te quitaste el maquillaje.
Que no me enseñen nunca tus cabellos de desfalleciente plata.
Para mi tú serás siempre la linda muchacha que yo amé matalascallando,
que yo ayudé a inventar con mis ensueños en los destartalados cines de mi barrio, mi inolvidable Jane).

En su cuarto Tarzán da vueltas como condenado
y en su rayado papel de loco repara en el espejo del lavabo y quisiera lanzarse.
Tarzán varias veces campeón olímpico de natación.
Amor, juventud y dinero, la veleidosa gloria:
todo desde el trampolín se le fue al agua.
Todo se lo devoraron con voracidad las fieras.

Entre paredes pálidas que su insomnio decora
de enredaderas por sentirse libre (al final de la película)
se aferra a sus sueños:
se sueña sobre el lomo de sus elefantes y sonríe.
Se sueña venciendo a sus repujados cocodrilos de cartón.
Ve acercarse a sus leones de felpa (pura melena)
y Tarzán siente miedo
y tiembla y grita como un desventurado niño de pecho:
¡Aaaúaúaa…! ¡Aaaúaúaaaa…!

Pobre Tarzán indefenso y desnudo,
descolgado del ecran por inservible,
loco, completamente solo entre los locos,
aullando perdido en su paraíso perdido,
sin Jane, sin chita, sin fuerzas, sin grito,
solo con su soledad y sus taparrabos.