miércoles, 30 de mayo de 2018

Dino Campana -La quimera

Dino Campana, Marradi, 20 de agosto 1885 - Florencia, 1 de marzo 1932
Traducción Carlos Vitale


La quimera

No sé si entre rocas tu pálido
Rostro se me apareció, o sonrisa
De lejanías ignoradas
Fuiste, inclinada la ebúrnea
Frente fulgente, oh joven
Hermana de la Gioconda:
Oh de las primaveras
Apagadas por tus míticas palideces
Oh Reina, oh Reina adolescente:
Mas por tu ignoto poema
De voluptuosidad y dolor
Música muchacha exangüe,
Marcado con una línea de sangre
En el círculo de los labios sinuosos,
Reina de la melodía:
Mas por la virgen cabeza
Reclinada, yo, poeta nocturno
Velé las vívidas estrellas en los piélagos del cielo,
Yo por tu dulce misterio
Yo por tu devenir taciturno.
No sé si la pálida llama
De los cabellos fue el vivo
Signo de su palidez,
No sé si fue un dulce vapor,
Dulce sobre mi dolor,
Sonrisa de un rostro nocturno:
Miro las blancas rocas, los mudos manantiales de los vientos
Y la inmovilidad de los firmamentos
Y los henchidos arroyos que van llorando
Y las sombras del trabajo humano encorvadas allá en las gélidas colinas
Y aún por tiernos cielos lejanas y claras sombras fluyentes
Y aún te llamo, te llamo Quimera.

lunes, 28 de mayo de 2018

George Orwell -A veces en los días a mitad del otoño

George Orwell, Motihari, India, 25 de junio 1903- Londres, 21 de enero 1950
Versión Gerardo Gambolini


A veces en los días a mitad del otoño

A veces en los días a mitad del otoño,
los días sin viento en que las golondrinas se han ido
y los olmos secos se alzan en la neblina,
cada árbol un ser, arrobado, solitario,

yo sé, no como en un pensamiento estéril,
sino sin palabras, como saben los huesos,
qué mitigación de mi cerebro, qué letargo,
espera en la oscura tumba a la que voy.

Y veo a la gente agolpándose en la calle,
la gente marcada por la muerte, ellos y yo
sin objetivo, sin raíces, como hojas al viento,
ciegos a la tierra y el cielo,

creyendo en nada, amando nada,
sin gozar ni sufrir, sin escuchar la corriente
de vida preciosa que fluye dentro de nosotros,
sino peleando, afanándose como en un sueño.

Por eso en el trayecto de la vida
salvemos una idea, una fe, un significado
y expresémoslo una vez antes de ir
en silencio hacia la tumba silenciosa...

sábado, 26 de mayo de 2018

Jorge Pimentel -Balada para un Caballo

Jorge Pimentel, Lima, Perú, 11 de septiembre 1944


Balada para un Caballo

Por estas calles camino yo y todos los que humanamente caminan
por esencia me siento un completo animal, un caballo salvaje
que trota por la ciudad alocadamente sudoroso que va pensando
muy triste en ti muy dulce en ti, mis cascos dan contra
el cemento de las calles. Troto y todo el mundo trata
de cercarme, me lanzan piedras y me lanzan sogas
por el cuello, sogas por las patas, me tienden toda clase
de trampas, en un laberinto endemoniado donde los hombres
arman expediciones para darme caza armados de perros policías
y con linternas, y cuando esto sucede mis venas se hinchan
y parto a la carrera a una velocidad jamás igualada
por los hombres, vuelo en el viento y vuelo en el polvo.
Visiones maravillosas aparecen ante mis ojos. Y vuelo
y vuelo. Mis extremidades delanteras ejercen presión
sobre las traseras y paralelamente y a un mismo ritmo
antes de asentase en el polvo retumban en la tierra.
Relincho. Y mi cuerpo va tomando una hermosísima elasticidad
me crecen pelos en el pecho y es un pasto rumoroso
el que se ondea y es una música y es un torbellino
de presiones que avanzan y retroceden en mi vuelo. Atrás
van quedando millares de kilómetros y sigo libre. Libre
en estos bosques dormidos que despierto con el sonido
de mis cascos. Piso la mala hierba y riego mis orines
calientes, hirviendo en una como especie de arenilla.
Descanso a mis anchas, bebo el agua de los ríos, muerdo hierba
tallos, rumio. Mis mandíbulas se ejercitan. Muevo mi larga cola
espantando a los mosquitos. Los guardacaballos vigilan
desde la copa de los árboles. Caen las hojas secas.
Los días se suceden y suelo dar suaves galopes hacia la vida.
En invierno los senderos se hacen tortuosos; el fango todo lo invade.
Para el frío utilizo cabañas abandonadas, cuevas en los cerros
que me resguarden de las tormentas. Yo observo la lluvia
desde mi cueva. Cae la lluvia y todo lo moja. Con este tiempo
suelo galopar poco cuidándome de un desgarramiento.
Muchas veces me siento solo y llego hasta los helechos
de los ríos para pensar muy dulce en ti muy triste en ti
y voy galopando bordeando el río añorando alguna yegua
que llegó a correr en pareja conmigo. A veces los niños
que vagan sueltos por las campiñas mientras sus padres
realizan tareas de recolección o labranza me montan a pelo
y solemos recorrer ciertas distancias, ganando los años,
aumentándolos. De ellos sí recibo algún trozo de azúcar.
En el verano el sol se pone rojo y se hace presente con su alegría
y los habitantes de los bosques y campos suelen saludarme
con el sombrero y con la mano. Yo les contesto con un relincho
parándome en dos patas. Y con la luz solar que todo lo invade
suelo dar galopes hacia la vida. Allí
donde mi presencia es esperada me hago realidad.
Allí donde ni un sueño se revela me hago realidad
me hago realidad en esos ojos que están cansados
de ver las mismas cosas. Y es en verano cuando la vida
se enciende y mis cascos recogen la hermosura de la tarde
y asciendo a las cumbres donde diviso extensiones
de mar de cielo de tierra.
Mi figura domina la naturaleza.
Cruza por el cielo un escuadrón de tórtolas.
Cae la noche.
Mi sombra se recobra.
Las ramas crujen.
Y por un instante pensé muy triste en ti muy dulce en ti.
Cae la noche en estos bosques, pareciera que la tierra
se difunde con la noche se propaga se manifiesta.
Y toda la noche he ido creciendo. Y crecía y crecía
aún más aún más ¿hasta dónde crecerás?
¿No tienes miedo? No, contesté. Soy libre.
El día, el nuevo día como algo fresco se anuncia solo.
Por esta época del año suelen cruzar manadas
de caballos ahuyentados y en busca de nuevos campos.
Recuerdo que logré darles alcance y me contaron
que lograron salvarse de una cacería emprendida
contra ellos para mandarlos a vivir a un potrero
y que luego de ser sometidos al cubo de agua
y a la alfalfa son obligados en los hipódromos
a correr distancias de 1,000, 2,500, 5,000 mts.
y no eres libre de correr sino que te dopan te colocan
descargas eléctricas, te manosean, te latigan
con una fusta despellejándote. Y así durante
un buen tiempo mientras ves acumuladas alforjas
de oro y plata. Hasta que llegue el momento de ser
sometido a la reproducción arrinconándote a una yegua
a la vista y paciencia de todos, sin intimidad
en una mañana de tinieblas y poca luz y luego
te separarán de tu yegua y potranco y pasarás
tus años inmisericorde como padrillo viejo y cuando
manques te dispararán un balazo en la sien. Ya
había galopado un buen trecho con la manada
que huía despavorida y me dijeron que probablemente
para el invierno pasarían por aquí para ir más
al norte. Y se alejaron a la carrera. Yo sabía
lo que le sucede a un caballo en la ciudad. Y
por ello me mantengo alejado de ella. Pero a veces
me interno y sucede lo que tiene que suceder. Pero si yo
me rebelo y persisto y amo terriblemente mis posibilidades
de realizarme en un medio donde la civilización se mata
y permanecen odios, prefiero ser caballo. Mojaré
la tierra con mis orines calientes hirviendo con estas ganas
inmensas de vivir y me uniré a las manadas para galopar
hacia la vida, para mantenernos unidos y vencer,
para no estar solos, para volvernos verdes-azules-amarillos
anaranjados-rojos y trotar hacia el nuevo aire fresco
y el campo sin límites.
Seré libre así y al menos mis guardacaballos cuidarán de mí
y de mi yegua
y de mi potranco.

jueves, 24 de mayo de 2018

Alfred de Vigny -La muerte del lobo

Alfred de Vigny, Loches, 27 de marzo 1797–París, 17 de septiembre 1863
Traducción Vayu Sakha


La muerte del lobo

Las oscuras nubes cruzaban la enardecida luna,
tal como el humo huye en un incendio
y los bosques se ennegrecían hasta el horizonte.
Marchamos sin hablar por sobre el pasto húmedo,
por entre los espesos matorrales y los altos brezos.
De pronto, bajo abetos parecidos a los de Landas,
vimos las grandes marcas de sus garras,
la de aquellos errantes lobos que estábamos persiguiendo.
Los escuchamos, reteniendo nuestro aliento
y deteniendo nuestros pasos. Ni bosques ni llanuras
lanzaban suspiros en el aire, solo
la veleta matinal gemía al cielo;
y el viento, muy elevado por sobre la tierra,
no rozaba con sus pies sino las torres solitarias.
Y los robles, apoyados en rocas reclinadas,
parecían dormitar y reposar sobre sus codos.
No hubo susurro alguno, hasta que bajó la cabeza
el más viejo de nuestros cazadores abocados al rastreo;
inclinándose se fijó en la arena y de inmediato,
él, que nunca se había equivocado,
dijo en voz baja que las recientes marcas
anunciaban el paso y las poderosas garras
de dos grandes lobos cervarios y de sus dos lobeznos.
Entonces preparamos nuestros puñales,
ocultando nuestros rifles y su resplandeciente brillo.
Avanzamos paso a paso, apartando la espesura.
Tres de los nuestros se detuvieron, y yo, buscando lo que veían,
percibí de pronto dos ojos fulgurantes
y, más allá, a cuatro formas delicadas
que danzaban bajo la luna en medio de los matorrales,
tal como lo hacen cada día -con mucho ruido y ante nuestra vista-
los alegres galgos al regreso de su amo.
Y su ritmo era similar, como similar era su danza,
pero los lobeznos jugaban en silencio,
pues bien sabían que a pocos pasos -tan solo dormitando
bajo muros- reposaba el hombre, su enemigo.
El padre estaba de pie y más allá, contra un árbol,
descansaba su loba, como aquella de mármol
adorada por los romanos, cuyo velludo cuerpo
abrigó a los semidioses Rómulo y Remo.
El lobo se acercó y agazapó con sus patas preparadas,
con sus agudas garras clavándose en la tierra.
Se sabía perdido, pues había sido sorprendido;
su retirada estaba clausurada y todos los caminos ya tomados.
Entonces, en su ardiente hocico
apresó la jadeante garganta del perro más temerario
sin relajar sus colmillos de hierro,
a pesar de nuestros disparos que atravesaron su carne
y de nuestros agudos puñales que, como tenazas,
lo atravesaron penetrando sus amplias entrañas.
Hasta el final mantuvo aprisionada la garganta del perro
que, muerto hacía rato, yacía desplomado a sus pies.
Luego el lobo lo soltó y dirigió su mirada sobre nosotros.
Tenía en su cuerpo los cuchillos clavados hasta la empuñadura
y lo estancaban en el pasto inundado con su sangre;
nuestros rifles lo rodearon en una siniestra media luna.
Nos miró de nuevo y luego se desplomó
con la sangre fluyendo de su boca,
y sin importarle saber cómo moría,
cerró sus grandes ojos y se fue sin un lamento.

II

Reposé mi frente sobre mi rifle ya sin pólvora
y me puse a pensar, sin poder decidirme
a perseguir a la loba y sus hijos, a aquellos tres
que quisieron esperarlo; y creo que,
de no ser por sus dos lobeznos, la oscura y sombría viuda
no le hubiese permitido sufrir solo la gran prueba.
Pero su deber era salvarlos, a fin de
enseñarles a padecer el hambre,
a jamás hacer un pacto con las aldeas,
tal como lo hicieran el hombre y los animales serviles,
los cuales cazan delante de él -para tener donde dormir-
a los originales propietarios de los bosques y colinas.

¡Oh, a pesar del gran nombre de hombres,
siento vergüenza de nosotros, de lo débiles que somos!
¡Cómo se ha de abandonar la vida y todos sus males,
eso lo saben ustedes, sublimes animales!
Al ver lo que se ha sido sobre la tierra y lo que se ha dejado,
solo el silencio es grandioso, lo demás debilidad.
¡Ah, te entiendo bien salvaje nómade!
Tu última mirada penetró hasta mi corazón
diciendo: “Si puedes, haz que tu alma alcance,
a fuerza del estudio y la reflexión,
aquel alto grado de orgullo estoico
al que yo, nacido entre los bosques, llegué antes que otro.
Gemir, llorar e implorar son igualmente vanos,
dedícate con toda energía a tu larga y ardua tarea
dondequiera que el camino o el destino te llamen,
y luego, al igual que yo, sufre y muere sin hablar”.

martes, 22 de mayo de 2018

Juan Luis Panero -A la Mañana Siguiente Cesare Pavese no Pidió el Desayuno

Juan Luis Panero, Madrid, 9 de set 1942 - España, 6 de set 2013        


A la Mañana Siguiente Cesare Pavese no Pidió el Desayuno 

Solo bajó del tren,
atravesó solo la ciudad desierta,
solo entró en el hotel vacío,
abrió su solitaria habitación
y escuchó con asombro el silencio.
Dicen que descolgó el teléfono
para llamar a alguien,
pero es falso, completamente falso.
No había nadie a quien llamar,
nadie vivía en la ciudad, nadie en el mundo.
Bebió el vaso, las pequeñas pastillas,
y esperó la llegada del sueño.
Con cierto miedo a su valor
-por vez primera había afirmado su existencia-
tal vez curioso, con cansado gesto,
sintió el peso de sus párpados caer.
Horas después -una extraña sonrisa dibujaba sus labios-
se anunció a sí mismo, tercamente,
la única certidumbre que al fin había adquirido:
jamás volvería a dormir solo en un cuarto de hotel.

domingo, 20 de mayo de 2018

Alejandro Nicotra -El pan de las abejas

Alejandro Nicotra, Sampacho, Córdoba, 25 de marzo 1931


El pan de las abejas
                                                      (En memoria de Antonio Esteban Agüero)

El pan de las abejas, la miel de todos.
Sopla el tiempo
sobre la galería de tu casa: nadie
sino la luz sorda, vacía,
entre pilares rotos.
Ni tu sombra, ni el rumor del poema. 
(“El agua con racimos y la luz con abejas”…)
Patio sin parras. Seco aljibe.
Ayer,
la madre pasa con un plato de miel.
He visto las colmenas devastadas
y en el aire de marzo,
espacio azul,
el humo que subía desde los panales.
He visto al hombre enmascarado,
los torpes guantes,
y el pueblo de la brisa
y de la flor:
                  gota a gota,
los pequeños
cadáveres.
He visto al sapo gordo
saciado de saqueo.
Sopla el tiempo
desde la fresca sombra de las parras,
los cántaros, las flores. (El temblor
y la luz de las abejas.) Oigo
tu voz.
Un niño pasa con un plato de miel. 
He visto las colmenas devastadas,
el humo por el aire de marzo.
Y he visto,
entre las ruinas y la sombra,
el pan hecho de sol;
                               quiero decir
-lo sabes-: vi tu muerte
y tu vida. (La galería rota
de tu casa, las páginas
doradas.) Y mi vida
y mi muerte,
seguramente iguales.
Un hombre pasa con un plato de miel. 
El pan de las abejas,
la miel de todos.

viernes, 18 de mayo de 2018

Mordechai Geldman -Porno

Mordechai Geldman, Munich, 19 de febrero 1946
Traducción Gerardo Lewin


Porno

En otras circunstancias, me hubiera enamorado de ella.
Tenía una mezcla de beldad francesa
con cierta hermosura oriental de indefinible origen.
La esbeltez de su cuerpo, su rostro y la gracia de su andar
convertían en horribles a las mujeres que hasta ese momento había conocido.
Su encanto persiste y hace de la belleza física
una pregunta cruel. Por momentos, la más cruel de las preguntas.

Desearla, con los otros tipos. Todos:
aquellos que se exhibían en la peli haciéndole cosas frente a mí
y los demás que conmigo la contemplaban, rechinando en sus asientos:
ancianos aferrados a sus deseos últimos;
maricas franeleando;
negros que migraron a Tel Aviv para blanquearse los destinos
y cuya temerosa extranjería aun en la oscuridad se revelaba;
trabajadores árabes: migrantes, sucios, pobres,
masturbándose en los rincones con una pasión desesperada,
ávidos de expulsar al invasor sionista;
silenciosos, púdicos vietnamitas de los restaurantes
y otros - anónimos en las pesadas sombras
atravesadas por un rayo tembloroso
que transportaba a la pantalla su disfrutable imagen,
el eco luminoso de su hipotética existencia.

¿Acaso desearla junto a aquellos todos
era como encontrar en el infierno a Eurídice
paseando pura y blanca y eran sus labios carmín y fresa
en las voraces nieblas del país de la muerte?
Éste es un símil banal: sólo halaga al poeta,
que se pretende así equiparable a Orfeo.

Desearla junto a aquellos todos
era como encontrar, en una playa abandonada,
entre asfaltos y latas de bebidas,
entre algas y vellocinos -

una perla perfecta.




miércoles, 16 de mayo de 2018

Esteban Charpentier -De La Plata

Esteban  Charpentier, Buenos Aires, 15 de septiembre 1958


De La Plata
                    Somos el río que invocaste, Heráclito. Somos el tiempo.
                                                                               Jorge Luis Borges


Mi río pinta con la fuerza de la sangre embarrada
La subterránea indecencia de un dolor eterno
Saborea el ácido de una llaga en pentagramas de plata
Mientras silba su canción de contratiempos
Se viste de luto
De endurecido vuelo
Y en su garganta fermenta
La premura de una palabra ahogada
Sin traiciones
Pobre y de bolsillos fríos
Hunde el puño en la cicatriz que un pájaro suicida
Clavó en su superficie de perla falsa

Fluye como néctar agrio en su entrepierna de olvidos
Azul y ausente
Atormentado en la pesadilla de convertirse en hombre
Coagula pasiones y destierros
Se hace llamar río
Despierta de un Pampero
Su curso segrega un vino de maloliente espanto

Junto a la orilla de un pañuelo gris
Trepa un poema
Que reverbera en un grito de mordaza sucia

Fondo blanco
Cae al final
Se estrella
Ajusticia su despertar libertario
Llora su basura
Abraza un tango
sin tenerle miedo a las palabras.


lunes, 14 de mayo de 2018

Matilde Campilho -Rojo vivo

Matilde Campilho, Lisboa, 20 de diciembre 1982
Traducción Aníbal Cristobo


Rojo vivo

Aléjate de mí
entiende
soy un raging bull
cuando apareces
ostentando
tu aorta transparente
tu válvula semilunar
tu septo palpitante
Cuando apareces
haciendo sonar los cascabeles
rojos de tu clavícula
mientras caminas
sobre el pavimento
de Terrorland
A ver si desocupas
las líneas telefónicas
que desde hace 20 años
van de Girona a Sant Jaum
yo quiero conectarme
Retira tu timbre
hecho de B / F / Am / C#
de la sala del cine
donde casualmente
pasó galopando
John Wayne
galopando y gritando
sudado como el jabalí
que fue ofrecido
a tu familia
en vísperas de
la resurrección
del niño crucificado
cabeza abajo
Retira tu mano
del rostro del derviche argentino
que hace cuatro años decidió
decir los 1500 nombres
de Alá todas las mañanas
si lo dejas en paz
en pocos meses
tendremos 5000 invocaciones
de la palabra santa
en el Boulevard Las Heras
eso puede muy bien ser
la salvación
del glaciar Perito Moreno
puede muy bien ser
un empujón a las partículas
arenosas del Sáhara
y quién sabe
en algún momento
la canción del desierto
sonará más aguda
más prolongada
y quién sabe
en algún momento
llegará a los oídos
del traficante de joyas
de New Jersey
que at last asumirá
su vocación de profeta
Sí las personas cambian
Intenta retirarte
aunque sea temporariamente
de figurar en los comerciales
que pasan en la pausa
de la novela de las ocho
hace mucho tiempo que
nadie la ve
pero qué si sucede
una tragedia cualquiera
el presidente interrumpe
todas las emisiones
y las antenas de 36 MHz
mantienen de todos modos
la publicidad
eso puede ocurrir
todo puede ocurrir
entonces evítalo
Evita enterrar
tus pies
en el arrozal de Vang Vieng
claro que es sumamente delicioso
el ondular líquido
de las plantaciones
rozando nuestro tobillos
el cuerpo tiene memoria
y agua es igual a cuerpo
entonces es delicioso
pero conviene tener en mente
que un objeto extraño
mezclándose con otro
siempre va a perturbar
el curso continuo de la naturaleza
Mantente lejos de la panadería
Mantente lejos del ring de curling
Mantente lejos de la cabina de control
del aeropuerto de Queensland
Mantente lejos de las lonas
de los paneles que anuncian
la nueva marca de tabaco de seda
Mantente lejos de la tabla
de la piscina de siete metros
por ocho en el último día de mayo
Mantente lejos
porque entiende
Eres rojo y negro
tu tórax tiene mayor diámetro
que la concentración
de los hinchas del Flamengo
toda metida en el Maracanã
Eres todo rojo y negro
Mantente lejos
no te acerques
Porque a nadie le gusta
nadie quiere
ver un toro enloquecido
dando cornadas ciegas
en las cajas de madera del colmado
en los letreros del tránsito
en las motos aparcadas
Mantente lejos
a nadie le gusta
saber despierto
y suelto en la ciudad
a un toro bravo
al que un día le enterraron
la espada de oro
en la línea dorsal.

sábado, 12 de mayo de 2018

Norberto Barleand -Un niño se ahoga en una foto

Norberto Barleand, Bs As, 18 de julio 1942


Un niño se ahoga en una foto

                                                                  Alan  Kurdi un niño de 3 años 
                                                 muere ahogado en una playa de Turquía,
             huyendo de la guerra en Siria ( imagen que recorrió el mundo)
                                                                         23 de septiembre de 2015

Un mismo cielo cobija universos
mientras el mundo
gira y gira
al  revés de los sueños,

Un  niño se ahoga en una foto
corre en el mapa de las redes
desde las cómplices catervas
                 donde gestaron su muerte.

Tragedia, Poder.
el tiempo en la orilla de los árboles
y las ruinas que construyen.

Lobos con turbios aullidos,
ocultas acechanzas
en las  pirámides del viento.

Un niño muere ahogado en una foto,
miramos con asombro,
sin ver.
Pasan Imágenes
y pasan
Imágenes,
la misma,
más imágenes
Pasan y pasan
Ligera,
banal,
vertiginosa.
Transcurre la muerte de un niño
que miramos en el bar,
la cocina,
el cuarto ,
multitud de niños arrasados de su tierra
Refugiados
Perforados por las balas,
el hambre
del adulto
                    y su oscura codicia que mata.

y la foto se cae,
ya no conmueve,

otra imagen circula
ligera,
banal,
vertiginosa

un spot,
un colchón
y la última foto de un político
que baila,
canta,
balbucea,
dice,
silencia
omite
deliberadamente
aquello que nunca
             podrá explicar.


jueves, 10 de mayo de 2018

Francisco Umbral -Voy a poner primero, donde empieza este libro…

Francisco Umbral, Madrid, 11 de mayo 1932 – Madrid, 28 de agosto 2007


Voy a poner primero, donde empieza este libro…

Voy a poner primero, donde empieza este libro,
un cuchillo de tiempo que he visto en la cocina,
voy a poner delante, porque el lector lo use,
un bruñido abrecartas, pulcro de asesinatos.
Quiero abreviar las cosas o dar facilidades,
que las páginas negras, duras por todas partes,
pueda el lector abrirlas como matando un primo.
Voy a poner delante, donde este libro acaba,
un puñal que sujete su dispersión de puta:
crímenes y baladas, cosas que me pasaban
cuando el color del pene era de oro molido.

Hay que echar a puñados, como se coge fruta,
páginas y palabras en las manos de nadie.
Hay que ordenar la tinta como un mar que se peina,
y que el hilo del tiempo, de donde cuelga ropa,
ponga a secar la prosa, las bragas de una chica.
Luego el lector, despacio, con aterido acento,
dice en voz alta cosas, frases que le han quedado,
vive ya del veneno gris de los malos libros,
pero se ha acostumbrado, ha de seguir leyendo:
toma el puñal o copa, abrecartas o libro,
bebe por cualquier parte, huye declamatorio,
vuelve a la librería, recobra su dinero
y en un rapto que repta se suicida cantando.
Ya está todo cumplido, la muerte ordena el mundo,
mi libro iba por libre y hoy se viste de entierro:
hemos matado a un dulce y terco seminarista.
Antologías letales o dagas de cocina,
lentos alejandrinos, prosas como emboscadas,
trampas para muchachas, el corazón o el sexo.
Hay que reunir esfuerzos, libros, antologías,
y hacer con ello fuego, luces de fin de mes
a ver si alguien nos mira, si una preadolescente
comprende que su vulva, rosa de Alejandría,
es el lugar de un crimen, cópula o pie de imprenta.

martes, 8 de mayo de 2018

July Solís -Oración

July Solís, Lima, Perú, 20 de marzo 1988


Oración
                                                                          En la gran oscilación
                                                                          entre creer y no creer,
                                                                          el corazón se trastorna
                                                                                    Fernando Pessoa

Veintidós años de oraciones como una endemoniada
han ramificado mi cuerpo en un antiguo dolor de árbol
una nueva oración será necesaria
o es acaso un golpe en la nariz
una rodilla rasmillada sin bicicleta
lo necesario a estas alturas
bastará
una gota de tu sangre
para calmar mi sed, Señor
qué difícil es cargar tu sombra entre mis hombros
de tu voz en mi susurro rezando
de tu voz en mi susurro rezando
y rezando hasta rasgar mis sesos
y siempre el desasosiego
ya no quiero confesarme
ya no quiero confesarme
tanto tiempo
entre millones de cuadros
multiplicados tus brazos abiertos
hasta cuándo, Señor ¡cerradlos!
para cerrar mi boca
con esta herejía que lleva urgencia de años
¿por qué has de ocultarte en los resquicios de las nubes?
ya deja de sembrar tu canto
y repara este charco
en el que me he convertido
yo solo sé abrir burbujas
que solo quieren devorarte
que solo quieren…
pero no es posible matar al padre sin que el hijo esté ya muerto
y no quiero arrepentirme
y no quiero arrepentirme
tampoco tener miedo
tampoco tener miedo
ni tan poco miedo
ni tan poco miedo
miedo
miedo
miedo

¿Acaso esa es tu revancha?

domingo, 6 de mayo de 2018

Mario De Luca -Manos de madres

Mario De Luca, Buenos Aires, 12 de noviembre 1959


Manos de madres

Ma ¿puedo?
pregunta un chico en
la calle y ella
aunque duda
le suelta la mano

yo cruzo y veo venir
madres que reconozco
con sus hijos:

Mamá Agus deja deslizar sus manos
soltándolos de a poco
shhh!          que no se den cuenta
por un rato
se baja de la cornisa
respira jadeante
en modo off
medita zen
resuena en om
son cinco minutos
la hacen florecer

Mamá Cin con la punta de los dedos
mantiene a las nenas cerca
se inclina
corre a su ritmo
hasta que ella misma
se engancha en el juego y las libera
dispersa en alguna sensación
un pensamiento la transporta
como un relámpago fuera del mundo
regresa justo a tiempo

Mamá Clau
sus manos son
piedra papel o tijera
puños que retienen
la arena del tiempo
palmas que acarician
fotos de niñas sus dedos
las recortan
brotan capullos que tiemblan
cerrar los ojos  y
al soplar
renacen livianas
como hijas del aire

Mamá Celi ya no los lleva de la mano
pero parece
se los banca y admira al mismo tiempo
los incluye en sus proyectos
hoy es como antes y
mañana será igual
ella es un corazón gigante
donde ellos giran en órbita
como amorosos asteroides

Y por fin Mamá Nori
cuando su hijo pregunta
ma ¿podés?
ella dice sí y extiende su mano
tomando esa otra manito inquieta
que la aprieta
la tironea y la arrastra
hacia quién sabe dónde
eso no importa         eso
es abutequiero

viernes, 4 de mayo de 2018

Marcelo Rizzi -De los saberes esenciales


Marcelo Rizzi, Rosario, 25 de enero 1961


De los saberes esenciales

Nada se entiende de la máscara cómica
si se la porta del revés.
El péndulo no ha variado en siglos
su perfecto trayecto de hemiciclos.
Un niño ha arrebato a otro niño
nuevamente el juguete más preciado,
y se han quedado solos en la habitación,
sordos por la explosión, instantáneos
de repente como seres sin pasado.
Puede suceder que pernoctando
en la morada de la palabra perdida
se asista a una especie de caza menor:
la que obtiene su presa en mitad
de la noche, y la libera sin alas
con las primeras horas del día.




Fotografía Héctor Rio

miércoles, 2 de mayo de 2018

Jean Arp -Sophie soñaba Sophie pintaba Sophie danzaba

Jean Arp, Estrasburgo, 16 de septiembre 1886-Basilea, 7 de junio 1966 
Traducción Aldo Pellegrini


Sophie soñaba Sophie pintaba Sophie danzaba

Soñabas con estrellas aladas,
con flores que miman a flores
en los labios del infinito,
con fuentes de luz que se abren,
con eclosiones simétricas,
con sedas que respiran,
con ciencias serenas,
lejos de las casas de los mil dardos
de las prosternaciones de desiertos ingenuos,
entre mil milagros desordenados.
Soñabas con lo que reposa en la inmutable morada
de la claridad.
Pintabas una rosa desvelada,
un ramo de ondas,
un cristal vivo.

Pintabas las conchas
que recogías a la orilla del mar
y que colocabas en la mesa de dibujo
en torno a una concha grande
como un rebaño en torno a su pastor.
pintabas una lágrima entre el rocío,
una lágrima entre perlas.
Pintabas la claridad que hace latir el corazón,
la dulzura que hace mover los labios.
Pintabas la noche que tiende las estrellas,
el sueño claro,
el buen placer de las flores.

Danzabas la aurora que desborda a la tierra.
Danzabas el jardín estremecido al alba.

Danzabas en el paisaje enguantado de la luna
con los gnomos traviesos de la sombra.
Danzabas el desnudo que pierde su juguete de aire,
el placer que solloza desposeído.
Danzabas las seis butacas bermejas
más perspicaz que seis cerebros de filósofos,
mientras el patíbulo de marfil sombreaba en la lava
de lo oscuro,
la risa del polvo,
la noche del mediodía y sus canciones de grillos.
Danzabas el adiós.