sábado, 30 de junio de 2018

Xiao Kaiyu -Años ochenta

Xiao Kaiyu, Sichuan, China, 23 de mayo 1960
Traducción Miguel Ángel Petrecca


Años ochenta 

La primera vez que nos vinos (dónde?) vestías con ropa de fotógrafo;
hablamos de cualquier cosa y también comimos (creo) algo.
La segunda vez (o la primera?), de imprevisto,
viniste a mi casa prestada, con la noticia de la muerte de Haizi.
Yo ya había enviado mis condolencias pero me hundí de nuevo en la aflicción;
cuando murió mi abuelo me sentí ahogado
pero esta vez parecía como si no fuera un muerto,
aunque el muerto era uno más entre los muertos,
y ni siquiera me gustaba su poesía. Lo mismo vos.
Tu punto de vista te trajo lágrimas? Yo un poco admiraba
la audacia del muerto, aunque no quisiera admitirlo. Encontré
tu casa, busqué y no encontré, pero en ese lugar
no viviste mucho tiempo. Ahí vimos películas,
freímos rodajas de papas y bebimos cerveza.
No encontré la casa de tus padres. Ellos pensaban
que la poesía era para vos una excusa para la vagancia.
No estaban equivocados. En tu casa temporaria
yo escribí varios poemas y una novela, vos escribiste mucho más.
Alegría en medio de la tragedia, desaliento y esperanza mezclados;
levantarse a la tarde, el sol alto en la ventana, y adelante
campos sin trabajar: esa era la mañana del noctámbulo!
Ibamos a la librería a robar y a comprar, el botín era grande,
la noche larga; al saber viejo se sumaba un hartazgo nuevo.
Qué impresión sacabas de tus visitas a mi casa? Eso era el campo,
y no el campo de tu imaginación, mi casa apenas
podía llamarse casa, el pequeño pueblo no es un pueblo,
ambos me expulsaban. No estaba nada mal ahí,
vivía arriba del director del hospital, junto a la enfermería,
alteraba las cosas y personas
de la calle, y el río Kai resonante
me daba mis palabras. En los atardeceres de ese verano no hubiera pensado
que los años pronto me pasarían por arriba. Me he acostumbrado.
Lo que deseaba se alteró ligeramente, desapareció de golpe.
Callejones, caras conocidas, insultos…
El desenlace de una partida de ajedrez en una casa de te al pie de la montaña.
De los personajes que habitaban en aquellos poemas que me diste sólo resto yo,
yo no vivo ahí. Intenté recuperar
aquel yo. Fue en vano. Te mudaste a Beijing.
Chengdu no era tu ciudad, Beijing tampoco lo es.
Caminás rodeado por un círculo de sombra. Escribís el nombre del lugar,
o dibujás de golpe unos pechos en tu cuaderno. No cambiaste.
De haber cambiado, el día no sería día,
la noche no sería noche. Yo, por mi parte, me muevo lento
como si protestara. El papel blanco te encierra en la punta del lápiz,
no hay tiempo, tampoco hay espera.
Puedo ir a la estación a buscarte. En cualquier momento, cualquier estación.

jueves, 28 de junio de 2018

Javier Cófreces -Poemas del Luján

Javier Cófreces, Bs As, 21 de septiembre 1957


Poemas del Luján
                                                                         a Matías y Mario Mercuri

I
El río es una alfombra marrón
que se mueve
en dirección opuesta
debajo de nuestra canoa roja
Y la costa verde son brazos
que cierran o acompañan
el derrotero
Brazos que se aproximan
y estrechan el cauce
Brazos que se disparan
en amplitudes
y extienden la alfombra marrón
cada vez más ancha y correntosa.

II
Las viejas casas
están abandonadas
Conservan la belleza
de las construcciones del delta
Un par de metros
las separa del suelo inundable
copado por vegetación de todo tipo
Tierra fértil
de las islas
Resaca que baña las costas
inflamadas de verde
a todo paso
Los muelles rotos
se suceden
También los botes destartalados
amarrados a ruinas
Hay una lenta cadencia
El río pasa
junto a aquello que se fue
y deja marcas
salpicadas de olvido.

III
Los rayos se clavan en el suelo
la furia eléctrica espanta patos
que levantan vuelo
con el tronar
Un estrépito sacude el monte
tras otro
tras otro
Los destellos crispan
la oscuridad de la tarde
La tormenta estalla
a nuestro alrededor
Una fiera de aire
acecha.

IV
Un caudal de más
desdibuja la costa
Los márgenes son virtuales
El lecho rebosa
pleno y máximo
de agua y correntada
El brazo tan ancho
delata
la fuerza de la crecida.

V
Los pescadores sin orilla
de costa desdibujada y plana
Los pescadores sin bordes
ni escalón de barro
sin bajada al cauce
miden la crecida
y este río distinto:
Otra forma de ver
el caudal de frutos
de variada
en este curso movido
y extendido.

VI
El paisaje es otro
las casas recortan distinto
las márgenes
Los camalotes viajan
La canoa contra la corriente
El dibujo verde cambia
por el viento
que crispó el lugar
Los juncos bajos
no se ven
ni los arbustos de agua
más chicos de la orilla
El paisaje es otro
el río creció.

VII
El diluvio atora el paso
y castiga los cuerpos
que reman y avanzan poco
El agua de lluvia cae helada
el río tibio
se alborota
está revuelto y espeso
El remo se hunde
y se clava
el Luján es masilla marrón
Llueve sin medida
moja el diluvio
el paso indefenso
de la canoa roja.

VIII
El agua fuerza el rumbo
dirige la tensión del caudal
que no cede
El viento abruma el cauce
un brío domina el fluido
Hay remolinos
sobre una margen
de las curvas del río
Hay que alejarse de allí
en cada vuelta
Y el grito del timonel
y la fuerza de los brazos
apartan
embarcación de corriente
Es un momento de lucha
en la geografía sinuosa
del Luján apurado
por las lluvias de abril.

IX
El río parece una pesadilla
un mal sueño que sobrecoge
en una tarde que se hizo noche
por el techo de nubes negras
El desamparo está a mano
del cuerpo cercado que azota
en un desparramo fluvial
Y Marito que repite a su hijo:
“Quedate tranquilo
la lluvia no es fuego”.

X
Y los camalotes viajan ligero
Avanzan en contra
del rumbo nuestro
río arriba
Descienden los camalotes
del Paraná
Son pimpollos verdes y rústicos
Racimos apretados
Islas de metros en suspensión
de la corriente que pasa
con pasajeros livianos
que se extienden
Y los camalotes viajan ligeros.

martes, 26 de junio de 2018

Luis García Montero -Las confesiones de don Quijote

Luis García Montero, Granada, España, 4 de diciembre 1958


Las confesiones de don Quijote

Casi nadie me llama por mi nombre,
vulgar y cotidiano como la rebeldía.

Prefieren otorgarme
la nobleza ridícula que yo mismo elegí,
el título de un pobre caballero,
de una triste ilusión,
y me recuerdan hoy
por el delirio de mis noches,
alunado, valiente
en la cabalgadura de los sueños
al confundir gigantes y molinos.

No les resulta fácil
convivir con el nombre de las cosas.
El dolor y el desvelo
convierten los rebaños en batallas,
las cuevas en enigmas
y la fealdad inhóspita en belleza.

Hermosa y respetable es la locura,
como la débil caridad del sueño,
hasta que descubrimos
las razones del Duque,
que invita al soñador y hace volar al loco
para fundar las normas de su corte,
las risas y los pleitos
que pudren corazones cortesanos.

Y ya no somos sombras,
sino cuerpos sin sombras,
ojos sin nadie
que viven en un reino de fantasmas
y han borrado las huellas de sus nombres
con un guante de plástico,
prendidos al vacío,
entre rosales pulcros y espinas bien cortadas,
como el jardín de un manicomio.
Madreselvas y lilas
alrededor de las preguntas
y de las soleadas canciones de los médicos.

Soy Alonso Quijano.
Yo recordé mi nombre en Barcelona,
después de ver el mar, de visitar la imprenta
y descubrir la farsa de mi vida
en la hospitalidad de los que hoy
repiten sin saberlo aquel destino
por el que me humillaban.

Fui derribado por mi propia burla,
cuando el azul del mundo,
en vez de gallardetes y clarines,
gastó la realidad de una palabra
para contar la arena
de los duelos perdidos
con los representantes de la luna.

Esta tare de junio y de San Juan,
en esta solitaria habitación de hotel
que nos buscó el azar de la poesía,
regreso a Barcelona,
a importunarte con mis confesiones,
porque sigues ahí,
en lugar de la ficción,
suspenso una vez más,
delante del papel,
con el bolígrafo apuntando al cielo,
la mano en la mejilla
y el codo en el bufete.

Porque resulta hermosa y respetable
la caridad del sueño,
se han celebrado mucho mis hazañas.
Pero si quieres verme,
más allá de los himnos de mi triste figura,
y saber cómo fui
en el paisaje oscuro de mi tiempo,
o cómo soy ahora
entre las libertades de tu siglo,
abre el balcón y asómate a las Ramblas.

Pasa la multitud, cumple la historia
de sus mercados y sus oficinas.
Hay hombres y mujeres
que cambian de argumento al detener un taxi,
besos que sólo con una frontera
para volver a un domicilio,
colecciones de barcos que se olvidan
en una mesa de café
y gentes consagradas a fundirse
bajo la luz ambigua
en la llanura de sus movimientos.
No montan el caballo de los héroes,
pero están convencidos
de su programación,
de sus constituciones y sus leyes,
igual que yo creí
en mis novelas de caballería.

El retablo del mundo
sustituye las noches
por la historia medida de las noches,
y la luz de los ojos por la sed de las cámaras,
y la piel por un hueco
que las manos dibujan en el aire.

Exígeles a la vida que te enseñe
a distinguir el mar del oleaje
que expulsa los desechos junto a las caracolas.

Al llegar a mi aldea
quise apretar el campo con los dedos
hasta sentir su araña
al lado de mi nombre,
la tarde que resiste en cada sílaba
dorada por la lluvia y el sol de la experiencia.

Volver será el oficio del amor,
incluso en un lugar impertinente.
Regresa tú también,
aprieta con tus manos el silencio
del último rencor
hasta sentir la caracola
que ha guardado la culpa y la inocencia
junto a la voz del mar,
esta canción añil
de los saludos y el adiós
que todavía compartimos.

Y que tu soledad camine por la casa,
vuelva de cuarto en cuarto
dejándose las luces encendidas,
por si alguien las ve,
y no quiere apagarlas,
y pregunta la historia que han escrito en su rostro,
las huellas de su nombre
vulgar y cotidiano como la rebeldía.

Como la rebeldía de la gente
que se atreve a vivir
fuera de las haciendas encantadas.

domingo, 24 de junio de 2018

Mina Loy -Parto

Mina Loy, Londres, 27 de diciembre 1882 – Aspen, 25 de septiembre 1966
Traducción Fausto Avila


Parto

Soy el centro
De un círculo de dolor
Sobrepasando sus límites en cada dirección

Los asuntos del tibio sol
No tienen nada que ver conmigo
En mi colapsado cosmos de agonía
Del cual no hay escapatoria
En vibraciones nerviosas infinitamente prolongadas
O en la contracción
De diminuto núcleo del ser

Encontrar una irritación               Afuera
Está                                          dentro
                                                 Dentro
Está afuera
El área sensibilizada
Es idéntica                       a la extensionalidad
De la intensión

Soy la cantidad errónea
De la armonía de la potencialidad fisiológica
En la que
Logrando el autocontrol
Debería coincidir
Con el tiempo

El dolor no es más grande que la fuerza de resistencia
El dolor me llama
La lucha es igualitaria

La ventana abierta está llena de una voz
Un retratista de moda
Sube corriendo al departamento de una mujer
Canta
       “Todas las niñas son pequeñitas chiquititas
       Todas las niñas son lindas
       Ya sea que lleven el pelo rizado
       O—”
En el fondo de los pensamientos a los que permito cristalizarse
La concepción                     Bruta
¿Por qué?
La irresponsabilidad del macho
Deja a la mujer su Inferioridad superior
Él sube corriendo

Estoy escalando una distorsionada montaña de agonía
Sin querer con el agotamiento del control
Alcanzo la cima
Y gradualmente desciendo en la anticipación del
Reposo
Que nunca llega
Por otra montaña que está creciendo
La cual                   aguijoneada por lo inevitable
Debo atravesar
Atravesándome a mí misma

Algo en el delirio de las horas de la noche
Confunde mientras intensifica la sensibilidad
Desdibujando los curvas espaciales
Así favorece a la elusión de lo circunscrito
Que el gorgoteo de una bestia salvaje crucificada
Viene de tan lejos
Y la espuma en los músculos dilatados de una boca
No es parte de mí
Hay un clímax en la sensibilidad
Cuando el dolor sobrepasándose a sí mismo
Se vuelve Exótico
Y el ego triunfa en unificar los polos positivos y negativos de la sensación
Uniendo las fuerzas opositoras y resistentes
En una revelación lasciva

Relajación
Negación de mí misma como una unidad
Interludio vacío
Yo debí haber estado vacía de vida
Dando vida
Ya que la conciencia se acelera en la              crisis
A través de los subliminales depósitos de los procesos evolucionarios
¿Acaso no he
En algún lugar
Escudriñado
Una polilla de plumas blancas muerta
Poniendo huevos?
Un momento
Siendo comprensión
Puede
Vitalizado por la iniciación cósmica
Revestir una apología adecuada
Para la imparcial
Aglomeración de actividades
De una vida.
VIDA
Un salto con la naturaleza
En la esencia
De la Maternidad imprevista
Contra mi muslo
Toque de movimiento infinitesimal
Apenas perceptible
Ondulación
Humedad               cálida       
Sacudida de vida incipiente
Precipitándose dentro de mí
Los contenidos del universo
Madre soy
Idéntica
Con Maternidad infinita
     Indivisible
     Plenamente
     Soy absorbida
     En
El era—es—ahora—y—siempre
De la reproductividad cósmica

Se origina desde el subconsciente
La impresión de una gata
Con gatitos ciegos
Entre sus piernas
La misma ondulante vida convulsa
Yo soy esa gata

Se origina desde el subconsciente
La impresión del cadáver de un animal pequeño
Cubierto con botellas azules
—Epicúreo—
Y por los insectos
Se agita la misma sinuosidad de lo vivo
Muerte
Vida
Estoy conociendo
Todo acerca de
      Desplegar

La mañana siguiente
Cada mujer-del-pueblo
Caminando de puntillas el entramado rojo de la alfombra
Haciendo el servicio religioso en silencio
Cada mujer-del-pueblo
Llevando una aureola
Una aureolita ridícula
Que ella sublimemente               ignora
Una vez escuché en una iglesia
—Hombre y mujer los hizo Dios—
          Gracias a Dios.

viernes, 22 de junio de 2018

Daniel Gayoso -Buma y Baldomero

Daniel Gayoso, Bs As, 22 de marzo 1957 


Buma y Baldomero

La llevo en brazos. Vamos a pedirle a esa nube rosa un haz menos gélido. Ya en ciernes, la noche se excusa con penumbras. Es niña grande la princesita. Casi no me esfuerzo. Apenas tiembla y la arrebujo detrás de mis solapas. Nadie guía, vamos adonde sueña ir. Más allá, en lo alto estoy crucificada, delira. ¡Vamos! Y que se miren los ojos ciegos y los muertos; quiero borrar la historia de este mundo.
  ...Aves en vuelo me animan. Ah si entre la hierba viese alguna temblando, la llevaría conmigo para sanarla. ¡Es Buma!, gime. Huí de Mi cabeza, abierta y rendida sobre el pecho.
  -Vamos, que nacen ya crespones albos.

miércoles, 20 de junio de 2018

Rami Saari -Sin deseos

Rami Saari, Petaj Tikva, Israel, 17 de septiembre 1963
Traducción Gerardo Lewin


Sin deseos

Le pasa a la mayoría de la gente
en la mitad de sus vidas o incluso antes:
el deseo de aferrarse a algo
antes de que todo se vaya.

Se asoman y aparecen, entonces,
verbos de adquisición, posesivos:
tener una casa, una mujer o un hombre
o aunque sea una patria, un idioma.
Si no hay nada de estas cosas
que al menos haya dinero, reputación, fama,
ropa vistosa, buen ánimo,
fragancias tenues en la axila.

Tras todo esto, demasiado cansancio.
Está bien, aún si lo que queda
son sólo deudas en el banco,
los felices gorjeos de la perra,
un día para el que es grato despertar
o el chorro de semen en la boca.

Arriba va lo que va arriba, siempre.
Abajo, el eterno errante merodea.

Golpeo mi cabeza contra la bóveda celeste
y veo cómo se precipitan las estrellas.

lunes, 18 de junio de 2018

Jorge Fondebrider -Del otro lado de la medianera hay unos hijos de puta

Jorge Fondebrider, Bs As, 25 de diciembre 1956


Del otro lado de la medianera hay unos hijos de puta

El altruismo apenas se limita a no matar si de otros pisos
nos llegan prepotentes en el sueño
la percusión o el bajo del cuarteto,
como remedo exiguo de una alegría ajena, incomprensible,
más bien imbécil.

No siempre uno elige cómo vive.
Obligados, compartimos un código de monos y medusas
para el que alcanzan las meras terminales nerviosas disponibles.
La noche nos impone su condena.
                                                       Escucho:

“¿Tomamos un vinito? ¡A ver esa zambita!
Mirá que somos familieros. ¡Fernet y cocacola!”
El alma provinciana llegó al Centro y trajo hasta esta calle
sus costumbres, su tedio y la portatil.
Falta decir que va de jogging, mocasines y a veces medias blancas
para cumplir con saña
la pura periferia del sentido.

                                                    Escucho,
hundido en la negrura de la suerte,
¿qué importa lo que dicen los demás, el código civil,
la ley que no es justicia?
Hay cada vez menos espacio.

Vale decir, éste es un mundo donde es fácil esperar
que la vida transcurra entre bostezos,
sin guardar un equilibrio entre pasión y pensamiento;
un mundo en que no existe realidad salvo en la tele.

La tele está muy fuerte
y pienso que no siempre uno elige cómo vive.
Más bien, uno se arregla como puede.
Y a veces no se puede
vivir
cuando del otro lado de la medianera
hay unos hijos de puta.

sábado, 16 de junio de 2018

Marcelo Guajardo Thomas -Víctor Sarmiento comprende el tedio

Marcelo Guajardo Thomas, Santiago de Chile, 20 de septiembre 1977


Víctor Sarmiento comprende el tedio

                                                             To say: I have lost the consolation of faith
                                                             though not the ambition to worship,
                                                             to stand where the crossing happens.
                                                                                                        Forrest Gander

De esta forma, en mi clavícula y mi lengua
la obstinada voluntad de la vigilia

Víctor Sarmiento comprende el tedio
aun cuando este se confunde con el sueño,
en el cruce hambriento de la costumbre y la horca de los días.

Amanece           el roce de los labios sobre la espalda
el resplandor ilumina las ciruelas maduras

En la primera luz, los ojos le parecen órganos inservibles,
los precursores de una manía terca, un hecho aterrador y detenido.

En la cálida matriz del semejante, el hartazgo cede su lugar al sueño

Migra el silencio desde una casa en llamas hasta el vacío de
          la semejanza
el aguijón que busca una coordenada, en donde el hueso se precipita
          y desaparece

todo es hueso y coordenadas, repite, y en la memoria un griterío
          interminable
acercándose como un pedazo de pan que marcha sobre las brasas

Cava la raíz del geranio más allá de la vista
reconoce el gesto familiar del placer, con el hombro ahuecado
en donde el pelo húmedo y recogido deja caer el agua sobre su pecho

Víctor Sarmiento comprende el tedio
le es normal como las evidencias de su cuerpo al tacto
o el silbido del aire que sale irremediable por su garganta

Una celda aun mayor que la rabia, es la prisión cálida del tedio

En la proximidad del cuerpo, un instante
la carne blanda de la ira, cuyos gajos cuelga, oblicuos y estáticos,
antes de los preciosos segundos que preceden a su mano acariciando
el inicio de una espalda inmóvil sobre la cama

El grito de las yemas, el placer sosegado avanza
desde el cuello hasta la cervical como un lento mamífero

El abrevadero que de noche tiembla con la proximidad de
          los caballos

Con el miedo entrelazado           un rostro
así, el retorno de esta plaga
la horca que mece los segundos
en el borde donde el agua golpea

en su lengua
otra lengua afilada

siguió con los labios
la línea del abdomen

sedado


Víctor Sarmiento comprende el tedio
al punto de oír, cortando la transparencia
una pequeña voz rugiendo
como si de pronto el cardo encendido tuviera su propia lengua
y el animal hubiese comprendido la simetría del fango

La quemadura de la silueta aparece en fragmentos
la repetición del instante rompe la piel del sueño
                       éste, sin embargo, prevalece

Los martillos repartidos entre los geranios
la sangre mancha la piel del oso polar               engulle

Aquí la soga y la máscara
en la gruta deshabitada
en donde el agua escurre
como un animal devastado

Veía el redoble de las hojas
urdidas al tallo, contemplaba el prolijo recurso
de las orugas, en su capullo colgadas,           esperando
que sus cuerpos cambiaran hasta la cima de la esperanza

Sin embargo, le era imposible comprender la fe

La fe eclipsa el paso congelado de los segundos
mezclada con la esperanza, suele ser un mortífero tipo de explosivo

Era, desde luego, un retorno a la atroz semejanza
con la mano extendida sobre su faz,       en cuclillas y en silencio
frente a la conmovedora persistencia de los objetos

Aquello que habla de sí con las manos atadas
una lengua súbita que recoge el aire de la aversión
con el sol fulminado, los rostros dentro de los espejos
semejantes al estallido arrancado de la vigilia

¿Qué queda entonces?

La suma de los fragmentos que cambian de forma
la insistencia de los geranios que encuentran agua en la materia
          revuelta

Víctor Sarmiento comprende el tedio
como si fuera un escenario cuya fortaleza radica en la silueta de
          los objetos,
un marsupial que suspendido por los hilos de un titiritero flota
          sobre el agua negra

Pegado al sueño de los cuerpos
la imagen         el desperfecto               la aversión
una clase de tacto pronunciado y bélico
un cráneo que el silencio esculpe pegado a la certeza

El sol aparece entre los árboles
la mantis caza en el follaje del jazmín

Así, el intervalo, en medio del azar y las partículas,
en donde el aspa le corta la garganta al sonido
cuatro veintiséis         la proximidad de un cuerpo
la rebelión del agua en el hueco de la piscina
otra respiración que lo alimenta saciando un hambre tan distinta

el clavo del hartazgo       su boca cortada
sobre el prado y rozando el cuerpo estático del mirlo

Del otro lado, el tapiz del oído, y las puntas de los dedos
sobre la piel húmeda sucede el cruce del líquido y la desesperación
en las direcciones que dibujan las trizaduras del cemento
inundado de agua clorada, donde la oreja cautiva
emite un insoportable chillido, en aquella profundidad
                    la rótula ha perdido el habla

Víctor Sarmiento comprende el tedio
de la misma forma que comprende la hilera militar de las hormigas
que llevan los trozos del mirlo hasta una profundidad austera

Perplejo y desnudo el hueso se hunde en el jardín

Sumergido           ciego       inmóvil
escucha el chillido metálico de los codos que se estrellan en el fondo

Los cuerpos ovillados de los niños rompen la superficie
sobre el agua los redondos caballos de hule esperan el abandono


El oxígeno horada con una cuchara el interior de los caballos de hule
el sol atraviesa el follaje de los helechos y se dispersa en millones
          de nervaduras
La boca hacia arriba             la comisura
una gota de sangre que se desliza hasta la clavícula

Bajo la piel y cavando la marcha del hastío
pronuncia una vacuidad que no se repele

El animal levanta la cabeza
perplejo por la ausencia de depredadores

Se queda inmóvil sobre el agua, suspendido en el tráfago
las manos empuñadas             la mandíbula empuñada
mientras el espasmo atrapado en el diluido sol
impulsa un pequeño iceberg que tiembla en el reflejo

La extravagancia del miedo es un vestigio,
el trozo de una colmena abandonada bajo los árboles

el intervalo y su aguja             la oreja prisionera en el follaje

Abre la boca
el aire entra de una vez
recoge los trozos del mirlo antes de su desaparición
y los reparte en la tierra mojada

Una manilla circular, donde la cuerda aprieta y levanta
la sombrilla      el resplandor metálico del pica hielo hundido
en la cubeta pulida y la copa de un lado de la sombra del tendedero
que corta la superficie dejando los objetos simétricamente
          organizados

Recuerda la claridad de aquel día. Las secretas flores de los cactus.
Su padre subía una colina polvorienta             marzo
se había secado la hiedra que poblaba las rocas
en el Pucara de la cima el viento roía los cardos dejándolos desnudos

En la vasija de madera donde las ciruelas forman un montón oscuro
          y húmedo
la enorme mosca azul dibuja un trazo incomprensible
tan diferente a las rigurosas figuras anaranjadas de los vasos
          del verano

Primero el estupor como un bien estético             corrosivo
de la otra orilla             la perplejidad
como quién suelta a la tormenta
la vaina de un grano de trigo y la sigue con los ojos
          suena el teléfono del comedor
se inicia el cosquilleo del riego automático que cubre el jardín
          alguien contesta y habla
un cuerpo compacto rompe otra vez la superficie del agua

Avanza hasta la sección política

-Se han quebrado los preciosos equilibrios del gobierno
se espera un cambio de gabinete para los próximos días-

adentro         quebrado         el tallo de la semejanza
un trozo de acero en la pupila que impide al ojo ver su gemelo

Víctor Sarmiento comprende el tedio
acaso su veneno más mortífero y seguro,
que con la aguja del cartílago
destruye mas allá de la aversión

Un cuerpo flota como los manatíes
en medio de los hígados y el miedo
giran los engranajes concéntricos
los tallos de los juncos cruzan la superficie del agua

Escucha el repentino estallido del aspa
las ramas viejas comprimidas en vasijas
arrojados sobre la hierba         martillos
y el agua aproximándose en trazos cortados sobre el aire
el cuerpo dormido en la superficie de hule
las palmas de las manos vueltas hacia el agua
el antebrazo estático           las pulsaciones
de pronto         el golpe metálico de la podredumbre
se arrastra hacia el fuego y la desaparición

Toma una ciruela madura y la lleva hasta su boca
la sombra de las grúas cae en el vértice del jardín
                    un pie desciende a la ceguera

La casa está en silencio
y este silencio es una obstinada brasa

El mecanismo funciona por simple succión,
entre el respiradero y la hoja de metal, el aire escasea
y los trozos salen disparados por el conducto de los desechos

el rugido                la respiración entrecortada

Hubo un tiempo en que la fatiga precedía al descubrimiento
un tiempo en que sus rasgos le daban una extraña tranquilidad
como la frágil cubierta de una larva en simbiosis con la raíz del nogal

El jardinero pasa la cortadora de pasto
donde la hierba crece con más fuerza

La luz se debilita. Anochece.

Víctor Sarmiento en posición fetal sobre su cama
el ligero hundimiento    el arco de la espalda      la luz lateral encendida
su cuerpo encorvado y tibio frente al destello

Un paso y otro más      saciado
ya no espera la quemadura de la vigilia

Los ciervos escarban en los junquillos de los muros
en donde la pesadilla se multiplica

Cruza su rostro el látigo de luz desde la curvatura
donde el tronco hinchado de un animal
encalla en la ribera del río luego de la inundación

             el hambre es la próxima catástrofe


Víctor Sarmiento comprende el tedio

Con la frágil brutalidad del oso polar
flotando en la espesura del pozo transparente            cautivo

Los rayos del sol cayéndole por la espalda
el grito del otro lado del reflejo

No existe nada más tedioso que el hambre
el continuo mecanismo que lleva al oso polar más allá de la superficie
donde una mano sostiene un trozo de carne sobre su mandíbula

Comprende además la combustión del desengaño
como si fuera la brutal persistencia de un espejismo
a tientas en el hueco del sueño          desprovisto

un ojo cortado flota entre los juncos


Víctor Sarmiento comprende el tedio

Dejándolo paralítico en un lugar
en donde los surcos del hastío, inverosímiles
profundos sobre la roca, como una plaga
encuentran un acantilado sin tiempo.

Luego de la saciedad
el bulto cartilaginoso cae
a través de la garganta

Con la piel quemada por el clavo de la persistencia
el sueño y la desaparición emergen en las mismas coordenadas

La quijada de la oscuridad traga los redondos caballos de hule
y el agua contenida que aún tiembla en el gigantesco cántaro

abierta sobre la cama, la edición en inglés de Latin American Trade

-Carlos Slim, el hombre más rico de Latinoamérica,
ha acumulado la mayor colección de Rodin fuera de Europa-
La lenta extremidad del vapor se desplaza por el cielo raso
convierte la luz en un extraño vestigio
                    el agua escurre por la tuberías

En la celda del hastío el oído es un prisionero desnudo

He aquí las horas del rencor

Víctor Sarmiento comprende el tedio
Deseando la resignación de la ceguera
del cuerpo que tropieza en una casa en llamas
a punto de caer y en la boca
una lengua confusa y atónita

La cáscara trizada desde adentro por la inconfundible voluntad

En la humedad de los helechos, la persistencia
con las manos enterradas en el fango una pupila empuña los segundos
del otro lado del sueño un contorno se aproxima y le besa los labios

una caída entonces        la repentina brasa
las pulsaciones             una plaga que se alimenta de la memoria

El agua está en calma
el dispersor corta el grito estático del trazo
ruge el aspa y levanta las partículas del hueso pulverizado



Mas, contiene el aliento, mientras el vapor oculta los objetos
la simetría de la clavícula      el cuello desprendido
las caderas húmedas           el abdomen

Esa silueta basta
para desprender un desgarro y darle nueva vida al silencio

Urdido al vacío el tambor del desamparo

Su amor hambriento en la celda

Recobrada. La podredumbre habló como lo haría la carne

Recuerda, una alegría conmovedora,
la risa             tardes en que había amado tanto

ahora, la aparición de las palabras es una aguja
y el silencio un huésped, que imita su rostro para hablarle de sí mismo

En la niebla, convertidos en fragmentos, los rasgos inmóviles
          de la certeza;

las vasijas y los utensilios de fierro forjado   el abismo
de los aparatos de la cocina, el estudio, los dormitorios
el hueco de la chimenea, los libros de Munch y de Hopper
las piedras de la terraza, el jardín rigurosamente organizado

en el corredor se asoma un ciervo
cegado de pronto por el destello

Llamó a esto el desvergonzado hastío

a menudo el volumen y el silencio
en el humus donde la lombriz           persiste
un asno se pudre entre los geranios

la lluvia, el vapor de las piedras trizadas

           noviembre         el tórax hundido          la oreja

Luego del habla

el grito vencido del interior de la carroña

jueves, 14 de junio de 2018

Erri De Luca -A mi madre

Erri De Luca, Nápoles, 20 de mayo 1950
Traducción  Lucrecia Arcos Alcaraz


A mi madre

Dentro de ti fui albúmina, huevo, pez,
atravesé en tu placenta
las eras infinitas de la tierra,
fuera de ti me cuento en días.

Dentro de ti pasé de célula a esqueleto,
me hice grande un millón de veces,
fuera de ti el crecimiento fue inmensamente menor.

Me escapé de tu plenitud
sin dejarte vacía porque el vacío
lo traje conmigo.

Vine desnudo, me cubriste,
así aprendí desnudez y pudor,
la leche y su ausencia.

Pusiste en mi boca todas las palabras
a cucharaditas, menos una: mamá.
Ésa la inventa el hijo moviendo los labios
ésa la enseña el hijo.
De ti tome las voces de mi tierra,
las canciones, los insultos, los conjuros,
de ti escuché el primer libro
detrás de la fiebre escarlatina.

Te he ayudado a vomitar, a hornear pizza,
a escribir una carta, a encender un fuego,
a terminar crucigramas, te he derramado vino
y manchado la mesa,
no te he puesto un nieto sobre las piernas,
no te hecho llamar a una prisión,
no todavía,
de ti aprendí el luto y la hora de terminarlo,
me parezco a tu padre, a tu hermano,
no he sido hijo.
De ti heredé los ojos claros
mas no su peso,
A ti te oculté todo.

Prometí quemar tu cuerpo
no dárselo a la tierra. Te daré al fuego
hermano del volcán que orientaba nuestro sueño.
Te esparciré en el aire después del aguacero,
a la hora del arcoíris
que te hacía abrir grandes los ojos.


martes, 12 de junio de 2018

Daniel García Helder -Yace

Daniel García Helder, Rosario, 4 de agosto 1961


Yace
                                    Un bel morir tutta la vita onora.
                                                            Lo the fair dead!
                                           Petrarca super Pound, 1989

No hay, acá no veo, un pedazo de madera
nunca va a enceguecer, ojos de carne
y cáscaras de huevo —acá no veo—;
el viento se basta con el dolor de las hojas
y la puerta del altillo que golpea
mal cerrada; acá no hay
sino ver y desear, no veo
sino morir con deseo.

Pero borrar las opiniones vacías, tus esperanzas
sin apoyo, los prejuicios, titubeos,
los cálculos tentativos y otras materias
igualmente vagas o falaces supondría
dejar la mente en blanco, blanca, una cáscara de huevo,
pobre cosa hundida en un viento de campanario,
la liebre entre los helechos de la luna
acurrucada en una cuenca seca.
Si hay imágenes, ¿por qué hay memoria?
¿Quién levantó para el sol
una carpa en el mar?
La boca de la chica
que yace en el matorral, que yace
en el lecho de la zanja
dormida, y es picada
por las moscas, mordida
en los pies por ratas del agua
yo la vi, vi la boca, los pies
y no pensé, di vuelta a la hoja,
no pensé y volví atrás, cerré los ojos
ante el viento sin vida que pasaba
por encima de la zanja
barriendo el matorral.

La canción de amor
que fluyera detenida
en cada palabra
y que nadie conociera
ni llegase a oír,
esa que el día desnudo
a la noche cantaría
y la noche al otro día,

no, es imposible ahora:
las cuerdas flojas apenas vibran
y hay flores pisadas, pasto pisoteado
formando un camino, los murciélagos
revuelan en la pantalla sin chistar
y atrás de la ruta un poblado y arriba
la luna cuelga en un lazo de niebla.

Ya sin hambre ni sed, a medias oculta
por la maleza, el cuello reclinado
en el zócalo de la zanja
para que así la descubra el día
y con el rocío sea reparada,
los ojos en blanco,
yace.


domingo, 10 de junio de 2018

Itzjak Laor -Recuerdo de tres muertos

Itzjak Laor, Pardes Hanna-Karkur, Israel, 11 de abril 1948 
Traducción Gerardo Lewin


Recuerdo de tres muertos

A Oded, que estuvo conmigo en la milicia
y que cayó en combate, en el valle del Jordán
la noche de año nuevo del 5728, quizá del ´29,
lo recuerdo cada vez menos, no de la fotografía
que conservo por temor a olvidarlo
ni de la imagen de su padre lamentándose por oleadas
junto a la tumba, año tras año en los aniversarios
hasta que dejamos de ir; que no me olvide tampoco
de Amasías el de la granja cooperativa
que fue muerto en el ejército, en el ´82,
aquel primo tuyo, bello como un ángel, a quien conozco
por el retrato junto al televisor en lo de tu madre, en lo de tu abuela
y en la casa de todos tus tíos en Bet Semes;
a quien también conozco por el duelo incesante de su madre
aún después de tantos años ni tampoco de Lina
de Siquem, asesinada en 1976, cuando escapaba de los soldados
y fue acribillada junto a la puerta de su casa. La recuerdo
a pesar de que no estuve allí, no fui testigo ni conozco el lugar
ni a sus padres o a sus vecinos y tampoco sé
con qué rituales despiden a sus muertos
pero me anoté en su momento los detalles
para que no muriera en mí aquello que los muertos lograron,
para que no muriera en mí aquello que lograron los vivos,
y todo aquel que rememora un alma fuera de la suya propia
recuerda vida.




Nota: el año hebreo 5728 corresponde al período
que va de octubre de 1967 a septiembre de 1968.

viernes, 8 de junio de 2018

Daniel Chirom -Pastel de manzana

Daniel Chirom, CABA, 13 de mayo 1955 – CABA, 1 de diciembre 2008


Pastel de manzana

Baba, Baba, tu Rusia de samovar, tus ojos verdes,
esa mirada perdida en las lejanías, presa de la
furia, del olvido, cautiva del destierro, y esas
manos empuñando las tijeras para hacer el corte
preciso y el pequeño monedero y el mismo delantal
siempre limpio y los alfileres prendidos a la
comisura de los labios mientras hablabas en voz
baja, mitad en castellano y mitad en yiddish. Apenas
comprendía lo que decías pero estaba tu porte
alto, tus brazos fuertes y no tenía miedo en las
noches de aquel hospital de paredes blancas donde
transcurrieron varios días de mi infancia. Un niño
de tres años entre sábanas blancas y enfermeras
blancas, tosiendo, asombrado de la penumbra
mientras sostenía un oso en los brazos y bajo la
almohada guardaba las golosinas que no podía comer,
y esa sopa insípida que me servían en un plato
metálico y el pollo sin sabor y el termómetro
bajo las axilas. Pero estaba el postre,
tu pastel de manzana, el manjar del exilio.
Esa torta era mis juegos, mis amigos, el muro que
me guarecía de la intemperie, mientras esperaba el
día de mi fuga, dejar de toser, no vestir más ese
camisón blanco y olvidar los azulejos celestes del
corredor y las caras bondadosas de los médicos con
su rictus de "sólo Dios sabe" y las visitas
complacientes. Y tenía miedo de la bruja de La
Bella Durmiente, esa mujer terrible de ojos negros,
rostro verde y uñas largas me acechaba detrás de
cada recoveco, y antes de dormir tenía que bajar
de la cama y espiar en todos los rincones para
asegurarme de su ausencia- temía combatir con el
dragón - y entonces yacía en el lecho con mi torta
de manzana, flacucho, temeroso, esperando el alba
como quien espera confesarse. En tus ojos veía
los miedos de tierras hostiles, negaciones,
persecuciones y abstenciones y comprendía que
también para ti el único refugio era ese pastel
de manzana, vieja receta venida al Río de la Plata
desde Kiev, la lejana Rusia, la madrecita patria.
Un poco de pan, apenas manzana, azúcar negra y
una horneada. Oh sabores de la infancia, polleras
de aromas ¿ cómo vivir sin la cocina, la sopa verde,
el dulce nuestro de cada día, el café con leche, el
té con el terrón de azúcar pegado a la lengua, la
carne pálida del pollo, las escamas como llovizna
del pescado? pero ¿cómo seguir sin la astucia
culinaria? Sí, dejarse llevar por la lucidez
de la digestión, la tozudez de los intestinos,
los agridulces jugos gástricos.
Recuerdo la humedad de tu cocina, sus paredes de
azulejos rosados, su blanca mesada de mármol, la
heladera gorda de la providencia con el motor cuyo
constante ruido parecía un auto yendo a baja
velocidad en un día de lluvia, la mesa tosca de madera
verde, los platos ajados de loza blanca, los cubiertos
acerados, el vaso alto con naranjada, el pan fresco
partido en rebanadas (nunca el pan negro,
era para los mujiks decía mi Baba), la miel amarilla,
la gelatina de pescado grisácea, la mermelada roja,
la manteca blanca y esos tazones gigantes donde uno
perdía la nariz que luego emergía esmerilada de té con
leche. Ah las hornallas brillando en la penumbra, sus
débiles llamas brindando calor, la escuálida lámpara
colgando del cielo raso, el almanaque de montañas
(¡Que lejos está el pueblo de tu infancia, la estepa
rusa, las cúpulas doradas de la iglesia ortodoxa, la
pequeña sinagoga, el río congelado!). Pero también
está el paisaje de corredores blancos de mi infancia
de hospital poblada por tu mirada. Y no sabía de
Dios, no conocía su palabra: Dios era la escupidera
donde orinaba en las madrugadas, o aquellos
algodones manchados de sangre y esas sábanas
amarilleadas por el sudor y esa pequeña mesita de
luz con su aún más pequeño velador que tú cubrías
con un pañuelo rojo para que me velara el sueño,
y ese techo tan descascarado, tan diferente al cielo
del patio de la casa. La soledad no tiene edad, Rusia
y aquel hospital es la misma geografía, las bellas
palabras están ajadas y nuestros ojos sonámbulos
desesperan por encontrar un manjar donde
esconderse del vacío que nos reclama.
¿Tendrá mi hijo la suerte de apretar contra el paladar
en los días del desasosiego un trozo de torta de
manzana? ¿poseerá la seguridad que brinda el sabor
preciso o deambulará buscando una patria, una
cocina donde hallar un aroma que lo descubra?
Oh Baba, abuela, la mesuzah cuelga de la pared, su voz
calla, hace mucho que no enciendo los candelabros
y tus copas opalinas ya no lucen sobre manteles
bordados blancos y en mi cumpleaños nadie me trae
un pastel de manzana. Estoy solo, mi mundo es el
pretérito de un sabor, la nostalgia por la pérdida del manzano.
En estos días en que las oraciones enmudecen y hay
poco para agradecer, es buena la memoria del paladar,
la gula divina, mirar un plato con torta de manzana
que un niño se devora y luego una mujer se inclina
para llenarlo otra vez.
Pastel de mi carne, pastel de mi saber, ven, sálvame,
necesito tu invariable corazón azucarado.
¡Qué cerca está el hospital de mi infancia!

miércoles, 6 de junio de 2018

Hanni Ossott -Atracción de lo vasto

Hanni Ossott, Caracas, 14 de febrero 1946 - Caracas, 31 de diciembre 2002


Atracción de lo vasto

Ese canto resonante
de Cuerpo
esa expectoración primera
inicialmente contenida
bufido o eructo desarticulado

Ese pujar vocal

Estertor físico del soy que se busca

Y esa primera abolición del ser en la palabra inicial

Ah voz en ahogo
violencia y voluptuosidad cercada
Ah tránsito de ser a mí

Ah gorgojeo
                  rasgadura de garganta
ruido
                  pobladura de lo vasto

Eco
Inserción de lo inmenso en lo breve
Imagen
Consecución
Y esto: lo que puedo decir desde mí mismo
hoy
ahora que he aprendido a articular mi discurso
Esto, para decir:
Oh escena terrible para espectáculo
Oh espantosa contemplación de lo solo
No calma desde esta calma
No suficiente sin sentido desde esta ausencia

Desierto y ruina
                  –y decirlo se torna ridículo–
Ah, mira la contorsión del cuerpo, la siempre en oposición
Pero me contorsiono
y profiero
sólo yo puedo hacerlo
desde lo que me cerca y me abre
Ah canto siempre devuelto
Siempre no nacido todavía o a destiempo
Tajada, sí…

Y muero por lo vasto que cercena
como los dioses mueren por la nada y se levantan
contra ese soy que en extensión cubre

¿Lo signo, lo fijo, lo canto?
lo dilatado ineludible?
Lo canto, lo signo
porque también habita en mí el deseo de su posibilidad
en franca oposición a lo permanente
en rechazo al borde demasiado preciso
y a la costumbre de esta piel
en distancia de mi propio cuerpo
hacia la instauración de lo breve
por atracción a la ausencia
                                 erguido el canto en regreso al soy

lunes, 4 de junio de 2018

Iktami Devaux -Oda a la Santa Trinidad

Iktami Devaux, Buenos Aires, 31 de marzo 1952


Oda a la Santa Trinidad

Vivimos en un mundo
donde el número uno
impone su tiranía
desde hace siglos
La insistencia de la monogamia
asegura que muy pocos encuentran amor
en el imperio de la pareja
El monoteísmo hace cada vez más improbable
lograr una verdadera
evolución espiritual
El monocultivo crea desiertos
donde antes eran vergeles
Yo elijo ir contra la corriente
es por eso
que esta gloriosa tarde de verano
me encuentra en una mesa de patio
sentado junto a mis tres fieles compañeras
Apañado en la rutina
mi atención
se inclina primero hacia la Rubia
porque es liviana
de cascos ligeros
y su burbujeante esencia
no está equipada
para el fastidio de la espera
Mientras tanto
la Colorada
mastica la bronca
de nunca ser la primera
y la Negra sonríe sabia
con la certeza de ser
la última que ríe…
Hace tanto calor
que despacho a la Rubia
mucho antes de lo habitual
Mis dedos sorprenden a la Colorada
más fría que de costumbre
ya que no ha tenido oportunidad
de irradiar
toda la calentura de su enojo
Siento que he saciado
una buena parte de las ganas
que me ahogaban al llegar
Pero hay un rincón
en lo más profundo de mi ser
que sigue insatisfecho
un vacío
un anhelo
que sólo la Negra
sabe mitigar
Observo las jovencitas
que se contonean prácticamente desnudas
y se me escapa un suspiro de alegría
Mis ojos remontan vuelo
Hacia la cumbre del Piltriquitrón
me limpio el bigote
sedosa espuma de Negra
hecha vida en mis labios
y me sorprende el primer eructo
como delicia
de un proceso
tan orgánico
como vital.

Ahhhhhh…esto es vida


sábado, 2 de junio de 2018

Gonzalo Unamuno -Mataron a Urondo...

Gonzalo Unamuno, Ciudad de Buenos Aires, 10 de julio 1985


Mataron a Urondo
porque morían más que la muerte
que a él no lo atrapa
y entonces
se mataron
disparándole a Paco
que vive en las flores
como en las balas