Versión María Eugenia Fernández.
17 DE MAYO DE 1837
Yo soy la única condenada.
Ninguna lengua preguntará, ningún ojo me llorará;
nunca causé un pensamiento luminoso,
una sonrisa de regocijo, desde que nací.
En secreto placer, secretas lágrimas,
esta vida cambiante se me ha ido de las manos.
Tan vacía de amigos como hace 18 años,
tan sola como el día de mi nacimiento.
Ha habido tiempos que no he podido esconder.
Ha habido tiempos cuando esto era oscuro,
cuando mi alma acongojada olvidó su orgullo
y esperó por el amor de alguien en esta tierra.
Pero eso fue en el brillo inicial
de sentimientos propiciados por el deseo de querer,
y han muerto hace tanto tiempo,
que casi no puedo creer que hayan existido.
Primero fui endulzada por la esperanza
que da la juventud.
Luego, los vanos arcoíris desaparecieron
y la experiencia me dijo que la verdad
nunca crece en el pecho de los mortales.
Fue dolor suficiente el pensar
que el modo de ser de los hombres.
Es siempre horroroso, servil, insincero.
Pero peor aún, a decir verdad, fue comparecer
ante mi propia mente
y encontrar
la misma corrupción allí.