Antonella Anedda, Roma,22 de diciembre 1958
Versión Jorge Aulicino
Una noche de invierno en la ciudad
Ahora ha dejado de llover. Desde la ventana el mundo es en gotas:
un rostro sin nariz, ojos, labios. Sólo esas diminutas lágrimas
sobre las casas y los árboles. Una en particular destella
donde alguien llora en su sillón,
cincunspecto, firme solo incierto si la casa se parece
a aquellas que habitó en el pasado y confunde.
No es de nostalgia que llora, sino por el peso entero
de la lluvia, como si él fuese el techo
que aguanta y se descascara.
Como si el edificio entero, hinchado de agua y piedra,
revelara una ofensa.
Una criatura puede afligirse por esto, pasar la noche en vela
o repetir en el sueño la desolación. Ser en un despeñadero.
Permanecer allí en la tierra, bajo la lluvia que llega.
Versión Jorge Aulicino
Una noche de invierno en la ciudad
Ahora ha dejado de llover. Desde la ventana el mundo es en gotas:
un rostro sin nariz, ojos, labios. Sólo esas diminutas lágrimas
sobre las casas y los árboles. Una en particular destella
donde alguien llora en su sillón,
cincunspecto, firme solo incierto si la casa se parece
a aquellas que habitó en el pasado y confunde.
No es de nostalgia que llora, sino por el peso entero
de la lluvia, como si él fuese el techo
que aguanta y se descascara.
Como si el edificio entero, hinchado de agua y piedra,
revelara una ofensa.
Una criatura puede afligirse por esto, pasar la noche en vela
o repetir en el sueño la desolación. Ser en un despeñadero.
Permanecer allí en la tierra, bajo la lluvia que llega.
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