martes, 3 de junio de 2014

Gabriel Ferrater -Poema inacabado

Gabriel Ferrater, Barcelona, 20 de mayo 1972 – Barcelona, 27 de abril 1972
Traducido por Joan Margarit y Pere Rovira



Poema inacabado

El que al ruinoso Teixidor
y al torpe Garcés cabreó
cuando empezó a escribir poemas,
veréis que insiste sin enmienda.

Un cuento impertinente contaré,
mas lo dejo para después
y alargaré el prólogo ahora.
Lo llenaré de gente y cosas,
y de afectos. Diré que escribo
en Cadaqués, en el dormido
y meloso mes de septiembre
(cuando las hiperbóreas hembras
escasean) del sesenta y uno,
con viento de mar sin recurso
(Sólo que esta madrugada
parece alzarse la tramontana
y temo ya al cercano frío,
aunque estará el aire limpio
y limpia el agua: a mí me agrada
más si está sucia y caldeada).

Dedicar será lo primero.
A ti, Helena, que me has hecho
conocer a Chrétien, al que imito
(aunque del todo yo no rimo),
mujer reciente, que te vas
con la falda de tergal
y el jersey verde, a examinarte
de este Chrétien del que me hablaste
tan vivamente, por cierto,
y sus palabras y argumentos
(¡oh, Dios, cómo él renegaría
si supiera que de Erec y Enida
os tenéis que examinar!)
te servían para cantar
(un triunfo de gallo te encendía)
la pasión con que descubrías
que las cosas que has deseado
y algunas de las que has logrado
son viejas como viejas fábulas
y más viejas que los exámenes.
A ti, Helena, que ahora aprendes
a vivir (di, ¿me concedes
que vaya a clase y que me siente
a tu lado hasta que me echen?),
que, hacia la una, mañana,
te apearás, ya examinada,
del autobús, a ti, Helena,
quiero ofrecerte este poema.

No me daría ningún miedo
que fuera pedregoso y huero,
pero ya que es tuyo, y tú fina,
le daré pasadas de lima,
no sea que palabra y verso
se me figuren con derecho
a una vida de exhuberancia
lejos de mi vigilancia.
Será mi tema, justamente,
el derecho a hacerse independiente,
pero el derecho de las hijas
que yo no tengo. Mis rimas
me obedecerán sin tretas.
Con las palabras bien sujetas,
seré a capricho licencioso
como un patriarca voluptuoso.
Seré digresivo y cursivo,
anacolútico y alusivo.
Haré listas de cosas gratas
y malas, nombres de muchachas:
por ejemplo la Maribel,
que con un novio se la ve
y debe saber a limón.
Yo ya me entiendo y, guste o no,
pienso seguir este camino.
Quizás el fin de lo que escribo
es mi propósito de plagio.
De una vez quiero dejar claro
que imito a los medievales.
Siempre lo hice, y di mis claves,
mas nadie cree esta evidencia.
Ingenuos de ellos. Los poetas
somos mentirosos, es cierto,
pero aún más, y ahora no miento,
lo es que somos egoístas.
No hemos de decir mentiras
sobre nosotros. La verdad
pensamos que nos interesa más
porque nosotros vamos dentro.
Soy, pues, adepto al medioevo,
lo dejaré por dicho ya,
y permíteme saludar
a los fieles a la edad media
que nunca cabalgadas sueñan,
ni unicornios ni sarracenos.
Jamás he visto caballeros.

A pesar de que la edad media,
tirando a moréasiana,
de Josep Carner, no me la creo,
él, que a nosotros nos ha hecho,
y está en Bruselas, la gris de agua,
el homenaje me reclama.

Tú, con quien hablamos de Ausiàs
y recordamos «el Canal
de Flandes», Rosa Leveroni,
cuando unos nórdicos sin norte
estaban casi embarrancando
y consternados los mirábamos
desde las mesas del Marítimo,
Rosa, no me falles, no olvido
que mutuamente nos debemos
un verso y que ambos los debemos
a Roser, ya que la ridícula
puesta de sol del otro día
no conviene darla al olvido
sin convertir su hecho en dicho.
Reíamos, nos asombraba
aquel sangriento melodrama
para los tres en el teatral
camino viejo a Port Lligat.
¿Recuerdas cómo el sol rodaba,
oscuro trompo, y se espantaba
de ir a caer tras el Pení?
Como si eso de morir
cada tarde fuese muy grave,
si el necio a su hora vuelve a alzarse.
No sigo, lo dijo Catulo,
y la natura abusa mucho
(conoce nuestros puntos flacos)
cuando nos da estos espectáculos.
Venguémonos, pues, escribiendo.
Aquí una versión ya te dejo,
pero otra te enviaré, contada
con menos danza y más metáfora.
[…]





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