Faros en el viento
Jorge Rivelli juega al ajedrez con demoledora alegría.
Además de poeta de fuste, mueve sus caballos
con arte distinto. (Pifian los belfos de sus bestias
en defensa y ataque simultáneamente.) Curioso
verlo reconcentrado y de improviso, retrocediendo
para celar su próxima avanzada. Faro de inteligencia.
El otro día, con los ojos ardidos, como quien ve
de pronto dolor en bruto hasta el espanto: lo irreal,
me dijo, lo incomprensible: murió Matías, en
la provincia de San Luis, por accidente en ruta
que iba de Merlo a Cortaderas, allá donde vivía
retirado a su afán de poema y pensamiento.
Lo conocí a Vernengo. Lo poseía la pasión
de la curiosidad por las revistas literarias.
Tanto sabía que era un viaje conversar con él.
A más de esta destreza, había un hombre ahí
en esa mente trabajada por filo muy distinto,
en abismo de algo tan central como inasible.
Eso, igual de puro, lo que sacaba en sus propios
versos, tallados finos para quien leyera.
Y lo notable, alguien capaz de olvidarse de sí
y sus proyectos, para errar en el habla de nosotros
más vehementes o simples o más ilusionados
bajo el rigor de muy secretas bebidas generosas.
Y ahí, en una mesa del Argos hacíamos el foro
de cada miércoles, como en ciudad de dios. Esteban
Moore, patriarca de los pájaros, Julio Azzimontti,
un benteveo de la atención despierta, y luego
Bepi del Barrio, con su sensibilidad deforme
y creativa. Ahí llevó Vernengo su noble luz.
Otro faro, otro gran faro en el viento ácido
de los días absurdos… Cómo habrá sido la curva,
Matías: ver en el viento aceros ruines, próximos,
finales. Qué error mezquino te saco del tablero,
haciendo desierto de la mesa en horrible sonido
de vuelcos y torsiones para quien te quiso.
Cómo, cómo fue Matías, si fuiste y sos lo siempre
para la amistad encendida, el disfrute de nuestro
limbo de polvo, vos, el más tierno, el más ágil
omérido y querido caballo de Rivelli.
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