Hilda Doolittle, Pensilvania, 10 de septiembre 1886 – Zurich, 27 de septiembre 1961
Versión Silvia Camerotto
Ciudades
Podemos creer- haciendo un esfuerzo
por consolar nuestros corazones:
que todo esto no es pérdida,
que no fue puesto aquí para ofender
calle tras calle,
todos siguiendo el mismo modelo,
sin elegancia que distinga
una casa entre cientos
amontonadas en un jardín.
Amontonadas – podemos creerlo,
sin completa desazón,
jugando a la ironía-
cuando el hacedor de estas cuidades se desdibujaba
frente a la belleza del templo
y el espacio que antecede al templo,
arcada sobre perfecta arcada,
pilares y corredores que conducían
a patios y porches extraños
donde la luz del sol pisoteaba
las sombras del jacinto
oscureciéndolas contra la vereda.
El hacedor de ciudades se desdibujaba
ante el esplendor de los palacios,
paralizado cuando las flores del incienso
de los árboles de incienso
cayendo sobre el piso de mármol,
lo vio de otro modo, imaginándolo-
del mismo modo, calle tras calle.
Porque, ay,
había poblado de tal manera la ciudad
que los hombre no podían comprender la belleza,
la belleza los tapaba,
los atravesaba, los rodeaba,
sin siquiera una grieta vaciada de miel,
excepcional, inabarcable.
Entonces construyó una nueva ciudad,
ah, podremos creerlo, sin ironías
sino para un nuevo esplendor
construyó nueva gente
que se elevara tras un lento crecimiento
hasta una belleza hasta ahora sin igual-
y creó nuevas células,
horribles primero, horribles ahora-
esparció larvas sobre ella,
no miel, sino furiosa vida.
Y estas oscuras células,
amontonadas calle tras calle,
almas vivas, todavía horribles-
desfiguradas o deformadas,
sin rastro de la belleza que
alguna vez los hombres poseyeron tan fácil.
¿Podemos creer que unas pocas viejas células
sobrevivieron –nosotros sobrevivimos-
gotas de miel,
viejo polvo de polen extraviado,
amortiguado en nuestras alas rotas,
y nos quedaron para recordar las viejas calles?
¿Es nuestra tarea menos dulce
que la de la larva que aun duerme en sus células?
O que reptan para atacar nuestra frágil fortaleza:
son inservibles. Estamos vivos,
esperamos grandes acontecimientos.
Nos esparcimos a través de esta tierra.
Protegemos nuestra fuerte raza.
Son inservibles.
Sus células ocupan el lugar
de la joven fuerza futura.
Aunque estén dormidas o despierten para atormentar
y deseen desplazar nuestras viejas células-
raro y fino oro-
que engorda sus larvas-
¿es nuestra tarea menos dulce?
Aunque vaguemos por ahí,
sin encontrar la miel de las flores en este desperdicio,
¿es nuestra tarea menos dulce-
para nosotros que recordamos el viejo esplendor,
que nos espera en la nueva belleza de las ciudades?
La ciudad está poblada
de espíritus, no fantasmas, oh, mi amor:
Aunque se interpusieron entre nosotros
y usurparon el beso de mi boca
su aliento fue tu don,
su belleza, tu vida.
Versión Silvia Camerotto
Ciudades
Podemos creer- haciendo un esfuerzo
por consolar nuestros corazones:
que todo esto no es pérdida,
que no fue puesto aquí para ofender
calle tras calle,
todos siguiendo el mismo modelo,
sin elegancia que distinga
una casa entre cientos
amontonadas en un jardín.
Amontonadas – podemos creerlo,
sin completa desazón,
jugando a la ironía-
cuando el hacedor de estas cuidades se desdibujaba
frente a la belleza del templo
y el espacio que antecede al templo,
arcada sobre perfecta arcada,
pilares y corredores que conducían
a patios y porches extraños
donde la luz del sol pisoteaba
las sombras del jacinto
oscureciéndolas contra la vereda.
El hacedor de ciudades se desdibujaba
ante el esplendor de los palacios,
paralizado cuando las flores del incienso
de los árboles de incienso
cayendo sobre el piso de mármol,
lo vio de otro modo, imaginándolo-
del mismo modo, calle tras calle.
Porque, ay,
había poblado de tal manera la ciudad
que los hombre no podían comprender la belleza,
la belleza los tapaba,
los atravesaba, los rodeaba,
sin siquiera una grieta vaciada de miel,
excepcional, inabarcable.
Entonces construyó una nueva ciudad,
ah, podremos creerlo, sin ironías
sino para un nuevo esplendor
construyó nueva gente
que se elevara tras un lento crecimiento
hasta una belleza hasta ahora sin igual-
y creó nuevas células,
horribles primero, horribles ahora-
esparció larvas sobre ella,
no miel, sino furiosa vida.
Y estas oscuras células,
amontonadas calle tras calle,
almas vivas, todavía horribles-
desfiguradas o deformadas,
sin rastro de la belleza que
alguna vez los hombres poseyeron tan fácil.
¿Podemos creer que unas pocas viejas células
sobrevivieron –nosotros sobrevivimos-
gotas de miel,
viejo polvo de polen extraviado,
amortiguado en nuestras alas rotas,
y nos quedaron para recordar las viejas calles?
¿Es nuestra tarea menos dulce
que la de la larva que aun duerme en sus células?
O que reptan para atacar nuestra frágil fortaleza:
son inservibles. Estamos vivos,
esperamos grandes acontecimientos.
Nos esparcimos a través de esta tierra.
Protegemos nuestra fuerte raza.
Son inservibles.
Sus células ocupan el lugar
de la joven fuerza futura.
Aunque estén dormidas o despierten para atormentar
y deseen desplazar nuestras viejas células-
raro y fino oro-
que engorda sus larvas-
¿es nuestra tarea menos dulce?
Aunque vaguemos por ahí,
sin encontrar la miel de las flores en este desperdicio,
¿es nuestra tarea menos dulce-
para nosotros que recordamos el viejo esplendor,
que nos espera en la nueva belleza de las ciudades?
La ciudad está poblada
de espíritus, no fantasmas, oh, mi amor:
Aunque se interpusieron entre nosotros
y usurparon el beso de mi boca
su aliento fue tu don,
su belleza, tu vida.
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