Máximo Ballester, San Fernando, 6 de septiembre 1964
Una rama se quiebra
y ese sonido es el primer acorde de mi sinfonía.
Le siguen la hojarasca interpretada por el viento,
el aleteo de un pájaro,
el baile de las copas soberbias en su verdor
de las que baja polvo de corteza y dos o tres hojas muertas.
Las ramas crujen a su tiempo. Y luego emerge
un silbido más allá, como de una brisa ligera pasando
por una cavidad estrecha y pequeña.
La rama quebrada oscila. Marca un tiempo.
Mi respiración se extiende hasta el crepúsculo.
Una rama se quiebra
y ese sonido es el primer acorde de mi sinfonía.
Le siguen la hojarasca interpretada por el viento,
el aleteo de un pájaro,
el baile de las copas soberbias en su verdor
de las que baja polvo de corteza y dos o tres hojas muertas.
Las ramas crujen a su tiempo. Y luego emerge
un silbido más allá, como de una brisa ligera pasando
por una cavidad estrecha y pequeña.
La rama quebrada oscila. Marca un tiempo.
Mi respiración se extiende hasta el crepúsculo.
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