Teresa Wilms Montt, Chile, 8 septiembre 1893-París, 24 diciembre 1921
El crepúsculo
¡Reza, alma mía, reza!...¡Reza con la tarde moribunda, con la campana del claustro lejano que desparrama por los aires su quejido de metal!
¡Reza con la oveja descarriada y con los árboles fervorosos, que inclinan hacia el lago sus copas sombrías!
¡Reza, alma mía, con el pájaro sin nido y con la pupila ciega del pozo abandonado!
¡Reza; reza con el camello inclinado en las arenas del desierto y con el león herido en las selvas; reza con los campos devastados y las espigas sin grano!
¡Reza con el duelo del abismo y con la hoja desprendida!
¡Reza con la carreta sin ruedas, abandonada en la mitad del camino, y con la derruida cabaña que, como alma del paisaje, quedó aguardando al hombre!
¡Reza; reza, alma mía, con el huérfano y con el viejo mendigo; reza con las flores que recogen sus pétalos para morir, y con el sol que llorando oro va a esconderse en la montaña!
¡Reza, que en el horizonte se ciñe un anuncio de sangre y las nubes cargadas de odio van a encontrarse con la desgracia; reza y arrodillate, alma mía, pide para que la paz reine entre los hombres y los elementos; que todos unidos por un mismo esfuerzo vayan serenos hacia el fin de las cosas y renazcan con mayor vigor y sabiduría!
¡Reza con los seres anónimos que dan sus energías y bondades sin pedir retribución ni honores, con el tembloroso anciano que inclina hacia la tierra su cabeza llevando en ella un espíritu primaveral!
¡Reza; reza, alma mía, con la pobre enamorada que para siempre vio dormirse en sus brazos al amado, reza con ella, que tuvo la feroz realidad de sentir impotente el poder de sus besos y de su amor para volver al calor de la vida!
¡Reza con los corazones desgarrados que aúllan de dolor a las sombras y tienen que reír con la luz del sol!
¡Reza; reza, alma mía, toca el polvo con tus sienes pensativas, conjura los malos augurios, alivia las amarguras y da tu esencia por las nobles y buenas causas!
¡Reza, que es la hora de los presagios, de las apariciones tétricas; la hora en que nace el destino de los hombres!
¡Reza contrita, alma mía; que llega el dolor!
Se va el sol, y de alas de mariposas muertas nacen flores para las tumbas.
Se va el sol. Desconsolada llega la noche, trayendo en su regazo el cadáver del día, pálido, frío, exangüe. . . Sañuda, la felina loba acecha a los corderillos, afilándose los dientes en la corteza de los añosos árboles, martirizando las hojas con sus feroces garras.
Se va el sol, y una música alejada de vientos y de cascadas lo acompaña hasta la montaña.
Los insectos rumorosos corren de un lado a otro, escondiéndose entre las malezas, evitando el último rayo del astro de oro.
Se va el sol. Las penas rondan el mundo con caras hambrientas buscando corazones para devorar.
Se va el sol, y la sonrisa del moribundo se está grabando en la indeleble piedra de la inmortalidad.
Se va el sol y el alma mía tiembla de pavor en las tinieblas.
¡Naturaleza! El hermoso rostro de él se vuelve mustio y, como los cirios que se apagan, inclina su lánguida cabeza.
La voz, su alegre voz, se atenúa; ruedan las palabras y un eco cavernoso responde en el misterio.
Sus ojos, que guardan el encanto, la causa de mi vida, se entrecierran sin brillo y como luceros tristes me miran hondo, despidiéndose.
¡Naturaleza! ¿Pretendes, acaso, negar tu apoyo a esa grande alma y dejar que se precipite en el caos como una sombra?
Te cantaré; madre mía, te imploraré; postrada besaré la tierra en prueba de humildad.
Dejaré que los hombres me miren con desprecio; aceptaré la mordedura de las víboras y el azote de sus viscosos miembros sobre mis espaldas.
Recibiré con gusto el castigo de los vientos helados que me penetra hasta la médula y que harán su guarida en mi cerebro.
Pediré a los rayos y a los truenos que sobre mi frente descarguen su furor.
Con llena voz imploraré a1 mar para que me envuelva en sus iracundas olas, y me haga libar hasta las heces su amargor.
Dejaré que el sol se ensañe con mi cuerpo y lo carbonice; seré resignado combustible para las llamas aviesas.
Renunciaré a mi conciencia, y seré bestia. humilde, con los ojos vueltos hacia la tierra, en espera de horrendos martirios.
Seré un ente, una cosa, una brizna; pero deja
que él viva, que él respire, que reciba la bendición augusta de todo lo que tú encierras, ¡Naturaleza excelsa!
El crepúsculo
¡Reza, alma mía, reza!...¡Reza con la tarde moribunda, con la campana del claustro lejano que desparrama por los aires su quejido de metal!
¡Reza con la oveja descarriada y con los árboles fervorosos, que inclinan hacia el lago sus copas sombrías!
¡Reza, alma mía, con el pájaro sin nido y con la pupila ciega del pozo abandonado!
¡Reza; reza con el camello inclinado en las arenas del desierto y con el león herido en las selvas; reza con los campos devastados y las espigas sin grano!
¡Reza con el duelo del abismo y con la hoja desprendida!
¡Reza con la carreta sin ruedas, abandonada en la mitad del camino, y con la derruida cabaña que, como alma del paisaje, quedó aguardando al hombre!
¡Reza; reza, alma mía, con el huérfano y con el viejo mendigo; reza con las flores que recogen sus pétalos para morir, y con el sol que llorando oro va a esconderse en la montaña!
¡Reza, que en el horizonte se ciñe un anuncio de sangre y las nubes cargadas de odio van a encontrarse con la desgracia; reza y arrodillate, alma mía, pide para que la paz reine entre los hombres y los elementos; que todos unidos por un mismo esfuerzo vayan serenos hacia el fin de las cosas y renazcan con mayor vigor y sabiduría!
¡Reza con los seres anónimos que dan sus energías y bondades sin pedir retribución ni honores, con el tembloroso anciano que inclina hacia la tierra su cabeza llevando en ella un espíritu primaveral!
¡Reza; reza, alma mía, con la pobre enamorada que para siempre vio dormirse en sus brazos al amado, reza con ella, que tuvo la feroz realidad de sentir impotente el poder de sus besos y de su amor para volver al calor de la vida!
¡Reza con los corazones desgarrados que aúllan de dolor a las sombras y tienen que reír con la luz del sol!
¡Reza; reza, alma mía, toca el polvo con tus sienes pensativas, conjura los malos augurios, alivia las amarguras y da tu esencia por las nobles y buenas causas!
¡Reza, que es la hora de los presagios, de las apariciones tétricas; la hora en que nace el destino de los hombres!
¡Reza contrita, alma mía; que llega el dolor!
Se va el sol, y de alas de mariposas muertas nacen flores para las tumbas.
Se va el sol. Desconsolada llega la noche, trayendo en su regazo el cadáver del día, pálido, frío, exangüe. . . Sañuda, la felina loba acecha a los corderillos, afilándose los dientes en la corteza de los añosos árboles, martirizando las hojas con sus feroces garras.
Se va el sol, y una música alejada de vientos y de cascadas lo acompaña hasta la montaña.
Los insectos rumorosos corren de un lado a otro, escondiéndose entre las malezas, evitando el último rayo del astro de oro.
Se va el sol. Las penas rondan el mundo con caras hambrientas buscando corazones para devorar.
Se va el sol, y la sonrisa del moribundo se está grabando en la indeleble piedra de la inmortalidad.
Se va el sol y el alma mía tiembla de pavor en las tinieblas.
¡Naturaleza! El hermoso rostro de él se vuelve mustio y, como los cirios que se apagan, inclina su lánguida cabeza.
La voz, su alegre voz, se atenúa; ruedan las palabras y un eco cavernoso responde en el misterio.
Sus ojos, que guardan el encanto, la causa de mi vida, se entrecierran sin brillo y como luceros tristes me miran hondo, despidiéndose.
¡Naturaleza! ¿Pretendes, acaso, negar tu apoyo a esa grande alma y dejar que se precipite en el caos como una sombra?
Te cantaré; madre mía, te imploraré; postrada besaré la tierra en prueba de humildad.
Dejaré que los hombres me miren con desprecio; aceptaré la mordedura de las víboras y el azote de sus viscosos miembros sobre mis espaldas.
Recibiré con gusto el castigo de los vientos helados que me penetra hasta la médula y que harán su guarida en mi cerebro.
Pediré a los rayos y a los truenos que sobre mi frente descarguen su furor.
Con llena voz imploraré a1 mar para que me envuelva en sus iracundas olas, y me haga libar hasta las heces su amargor.
Dejaré que el sol se ensañe con mi cuerpo y lo carbonice; seré resignado combustible para las llamas aviesas.
Renunciaré a mi conciencia, y seré bestia. humilde, con los ojos vueltos hacia la tierra, en espera de horrendos martirios.
Seré un ente, una cosa, una brizna; pero deja
que él viva, que él respire, que reciba la bendición augusta de todo lo que tú encierras, ¡Naturaleza excelsa!
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