Jorge Barón Biza, Córdoba, 22 de mayo 1942 – Córdoba, 9 de septiembre 2001
El desierto y su semilla
En los momentos que siguieron a la agresión,
Eligia estaba todavía rosada y simétrica,
pero minuto a minuto
se le encresparon las líneas
de los músculos de la cara,
bastante suaves hasta ese día,
a pesar de sus 47 años
y de una respingada cirugía
estética juvenil
que le había acortado la nariz.
Aquel recortecito voluntario
que durante tres décadas
confirió a su testadurez
un aire impostado de audacia
se convirtió en símbolo de resistencia
a las grandes transformaciones
que estaba operando el ácido.
Los labios, las arrugas de los ojos
y el perfil de las mejillas
iban transformándose
en una cadencia antifuncional:
una curva aparecía en un lugar
que nunca había tenido curvas,
y se correspondía con la desaparición
de un línea que hasta entonces
había existido como trazo
inconfundible de su identidad.
La cara ingenuamente sensual de Eligia
empezó a despedirse
de sus formas y colores.
Por debajo de los rasgos originarios
se generaba una nueva sustancia:
no una nueva cara sin sexo,
como hubiera querido Arón,
sino una nueva realidad,
apartada del mandato
de parecerse a una cara.
El desierto y su semilla
En los momentos que siguieron a la agresión,
Eligia estaba todavía rosada y simétrica,
pero minuto a minuto
se le encresparon las líneas
de los músculos de la cara,
bastante suaves hasta ese día,
a pesar de sus 47 años
y de una respingada cirugía
estética juvenil
que le había acortado la nariz.
Aquel recortecito voluntario
que durante tres décadas
confirió a su testadurez
un aire impostado de audacia
se convirtió en símbolo de resistencia
a las grandes transformaciones
que estaba operando el ácido.
Los labios, las arrugas de los ojos
y el perfil de las mejillas
iban transformándose
en una cadencia antifuncional:
una curva aparecía en un lugar
que nunca había tenido curvas,
y se correspondía con la desaparición
de un línea que hasta entonces
había existido como trazo
inconfundible de su identidad.
La cara ingenuamente sensual de Eligia
empezó a despedirse
de sus formas y colores.
Por debajo de los rasgos originarios
se generaba una nueva sustancia:
no una nueva cara sin sexo,
como hubiera querido Arón,
sino una nueva realidad,
apartada del mandato
de parecerse a una cara.
ResponderBorrarCuando leì en la novela El desierto y su semilla, ese viaje hacia la clínica, con la "pintura" de los efectos del àcido sobre el rostro, sentí que estaba contemplando un cuadro de descomposición en colores. Una maravilla visual! y pensar que no tuvo, en su momento, ningún reconocimiento. Gracias.