Najwan Darwish, Jerusalén, 8 de diciembre 1978
Traducción Juan José Vélez Otero
Nada más que perder
Descansa tu cabeza en mi pecho y
escucha cómo se amontonan las ruinas
tras la madraza de Saladino, oye las
casas de Lifta abiertas en canal, oye la
almazara destrozada, la clase de los
niños en la planta baja de la mezquita,
oye apagarse las luces por última vez en
los altos balcones de Wadi Salib, oye a la
multitud arrastrando los pies, oye cómo
regresa, oye cómo arrojan los cuerpos,
oye cómo suspiran en el fondo del Mar
de Galilea, escucha como un pez en un
lago custodiado por un ángel, oye las
historias de los lugareños bordadas
como kufiyyas en los poemas, oye los
lamentos de las cantoras
a medida que envejecen aunque no lo hagan sus voces,
oye los pasos de las mujeres de Nazaret
cuando cruzan por el prado de la
canción, oye al camellero que no deja de
atormentarme porque siempre acaba
marchándose. Óyelo todo,
y, juntos, recordemos, y después, juntos,
volvamos a olvidar todo lo que hemos oído.
Descansa tu cabeza sobre mi pecho: estoy
oyendo el barro, oigo la hierba que de mi piel
brota…
Hemos perdido la cabeza por amor y ya no nos
queda nada más que perder.
Traducción Juan José Vélez Otero
Nada más que perder
Descansa tu cabeza en mi pecho y
escucha cómo se amontonan las ruinas
tras la madraza de Saladino, oye las
casas de Lifta abiertas en canal, oye la
almazara destrozada, la clase de los
niños en la planta baja de la mezquita,
oye apagarse las luces por última vez en
los altos balcones de Wadi Salib, oye a la
multitud arrastrando los pies, oye cómo
regresa, oye cómo arrojan los cuerpos,
oye cómo suspiran en el fondo del Mar
de Galilea, escucha como un pez en un
lago custodiado por un ángel, oye las
historias de los lugareños bordadas
como kufiyyas en los poemas, oye los
lamentos de las cantoras
a medida que envejecen aunque no lo hagan sus voces,
oye los pasos de las mujeres de Nazaret
cuando cruzan por el prado de la
canción, oye al camellero que no deja de
atormentarme porque siempre acaba
marchándose. Óyelo todo,
y, juntos, recordemos, y después, juntos,
volvamos a olvidar todo lo que hemos oído.
Descansa tu cabeza sobre mi pecho: estoy
oyendo el barro, oigo la hierba que de mi piel
brota…
Hemos perdido la cabeza por amor y ya no nos
queda nada más que perder.
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