Bela Ajmadúlina, Moscú, 10 de abril 1937– Rusia, 29 de noviembre 2010
Traducción Natalia Litvinova
Invierno
Este gesto del invierno hacía mí,
frío y aplicado.
Sí, hay algo en el invierno
de la medicina tierna.
De otro modo, cómo de repente,
de la oscuridad y el tormento,
la enfermedad confiada
le dirige sus manos.
Oh amable, seguí con tu brujería,
de nuevo rozará mi frente
el beso santo del anillo helado.
Y es cada vez más fuerte la tentación
de encontrar el engaño con la confianza,
mirarle los ojos a los perros,
abrazar los árboles,
perdonar como jugando,
y habiendo perdonado
perdonar todavía a alguien,
confundirse con el día invernal,
con su óvalo vacío,
ser siempre para él
su matiz pequeño.
Reducirse a no existir,
para implorar detrás de las paredes
no una sombra mía sino la luz,
por mí tapada.
*
En qué me diferencio
de la mujer con la flor
o de la muchacha que ríe
y juega al anillo.
¿Y el anillito no llega hasta sus manos?
Me distingo de la habitación con el empapelado,
donde estoy sentada sobre el final del día
y la mujer con los puños de cibelina
aparta de mí su mirada arrogante.
Cómo compadezco su mirada altiva,
y temo, temo espantarla,
cuando ella se inclina
sobre el cenicero de cobre
para sacudir la ceniza.
¡Oh, Dios mío!
Cómo le compadezco,
su hombro, su hombro deprimido,
y su cuello blanquito y fino,
que siente calor bajo las pieles.
Y temo que de repente comience a llorar,
que sus labios griten terriblemente,
que esconda las manos en las mangas
y que las perlas golpeen el suelo...
Foto Mikhail Lemkhin
Traducción Natalia Litvinova
Invierno
Este gesto del invierno hacía mí,
frío y aplicado.
Sí, hay algo en el invierno
de la medicina tierna.
De otro modo, cómo de repente,
de la oscuridad y el tormento,
la enfermedad confiada
le dirige sus manos.
Oh amable, seguí con tu brujería,
de nuevo rozará mi frente
el beso santo del anillo helado.
Y es cada vez más fuerte la tentación
de encontrar el engaño con la confianza,
mirarle los ojos a los perros,
abrazar los árboles,
perdonar como jugando,
y habiendo perdonado
perdonar todavía a alguien,
confundirse con el día invernal,
con su óvalo vacío,
ser siempre para él
su matiz pequeño.
Reducirse a no existir,
para implorar detrás de las paredes
no una sombra mía sino la luz,
por mí tapada.
*
En qué me diferencio
de la mujer con la flor
o de la muchacha que ríe
y juega al anillo.
¿Y el anillito no llega hasta sus manos?
Me distingo de la habitación con el empapelado,
donde estoy sentada sobre el final del día
y la mujer con los puños de cibelina
aparta de mí su mirada arrogante.
Cómo compadezco su mirada altiva,
y temo, temo espantarla,
cuando ella se inclina
sobre el cenicero de cobre
para sacudir la ceniza.
¡Oh, Dios mío!
Cómo le compadezco,
su hombro, su hombro deprimido,
y su cuello blanquito y fino,
que siente calor bajo las pieles.
Y temo que de repente comience a llorar,
que sus labios griten terriblemente,
que esconda las manos en las mangas
y que las perlas golpeen el suelo...
Foto Mikhail Lemkhin
No hay comentarios.:
Publicar un comentario