Jorge Alegret, Mar del Plata, 9 de mayo 1957
Papeles de Finibusterre
we are the fools of time and terror
Byron
I
el espíritu habla desde cada sombra dislocada
y dice en un canon infinito de truenos y mariposas,
dice de la ira divina, que es un tigre de piedra líquida
esperando el momento del salto en el corazón secreto
de finibusterre.
hay deseos de estepa que circulan en espejismos
sin rumbo y sin estrellas, sólo derivas del alma
que se clausuran cuando llega el viento de agosto
en humaredas de gaviota y amantes tiesos en la plaza.
¿qué saber abre tu grito en la ceremonia de lo homogéneo?
De las crines negras de la locura
he aprendido a levantar murallas
cada mañana, modos del dormido
en encrucijada de lechos abandonados
y luchas como un acertijo de vísceras
en el cielo.
No sé nombrar estas extremidades
que se asoman en el lavatorio;
sospecho de los cristales que cuelgan
de la niebla espesa, o por el piso van,
reptiles de humo buscándome la piel
para darme la jerarquía de los mortales
o status de criminal apócrifo.
¿Por qué habría de haber culpas?
No sé cómo volver de ese mundo
no sé regresar del sueño:
dejo las marionetas suspendidas
las dejo en las retinas
haciéndole guiños cómplices
a cada falso desplazamiento del amor.
Quizás sea el tiempo de convocar a la Hembra y al Varón,
hacerlos arrodillar, hacerles tragar
la especie que concibieron en plena avenida
desparramando como basura las almas
enredadas ahora entre despojos elegantes.
Quizás sea tiempo de empalarlos en el desierto
y decir: en Sodoma el día no debe cesar.
¡La Máquina disimula toda la materia oscura de tu amor!
Luna muda. Melancólicas
las garras reposan. El agua
acecha con sus colmillos de hielo
la primera frase de la noche.
Serás ejecutada en un acorde menor
en concierto para hada y troll,
y tendrás alhajas verdes y negras,
mágicas, en el bosque virgen.
Habrá ginebra y humaredas azules
en el mecanismo de la primera escena:
violencia implícita y disfraces
para el fragor de los sexos en pena.
"No regresan las hojas muertas"
te dije entre Almodóvar y un sol furioso,
por eso el silencio de luna grávida
y la inquietud de cangrejos en la cama.
Luna muda. Atravesamos agosto
inflamados en los carruajes
armados de fintas, amenazándonos
con silencio, junto al agua,
donde se ahogan las profecías.
II
El ser es siempre
lo opuesto a sus datos.
Juarroz
Son los clivajes de invierno y cuerdas rotas en los desvanes
en las habitaciones donde Bergman incógnito,
donde próceres embalsamados y pintados con té inglés que dicen:
-nadie hubo, nadie llega, hijo mío, la vida es el paréntesis
entre la guerra y los espectros que pasan en verano.
¿cómo hablar de ser, si todos somos el judas?
Ser con el hambre del cielo
clavado en las pupilas.
No supiste erguirte sobre tus tropas vencidas
los alientos trabajando el aire, tallando en lo invisible
la mirada piadosa, en los míseros contraejemplos
de la lógica del mercado.
Ser con el hambre del cielo removiendo olvido,
y de tanto hablarme de rosas ya soy el mamarracho
del Cristo, y comenzarán a brotarme rosas del trasero.
Ser la traición de los ríos sagrados
un inválido de travesías.
III
esos deseos que son rincones de tiempo, de no amor,
de sepias puntiagudos atravesando dos pares de ojos,
de colores afilados de rebanar las cópulas y las lenguas
que, volando, se cuelgan de los alambrados tiritantes.
si te nombro, si te reclamo: la boca con sus lobos viejos,
y la carne de la palabra desangrándose.
Lo impronunciable: una marea que quema el paladar,
una espuma de almas que se estanca en los párpados.
Edipo pasea por el puerto, tropezando una y otra vez
en casualidades deliciosas, un millón de veces,
exorcizando relatos en espejos paralelos,
llorando su ira en un rocanrol. El siempre regreso:
Yocasta no te ama, sólo argumenta para congelarnos
en las tinieblas de sentencias postfactum: todas las cosas
son la misma cosa, porque en la cosa están todas las cosas.
No resistas, todo se bifurca a pesar tuyo.
IV
son los clivajes de isla y cielo, unas maneras de diosa en fuga,
la marca de la espora y las aguadas efímeras
un poco animal, un poco arcilla vieja, quizás la soledad de tu cama solar
o tu fotografía de una playa indonesia, las junturas de la nada perfumada
en el encierro voraz, tus fantasías de regreso a ninguna parte.
mi valija repleta de juguetes rotos, la foto de un guitarrista andaluz
y la herencia de mar que nos negamos
tan dispuestos a la dieta de palabra y a la suspensión del cuerpo.
Ay, la Mente con sus aves negras y flores dentadas.
La mente, pulga y metralla, dice a la Muerte
que es la puerta y el regreso, que alienta a lo orgánico
en los cuadros de Bacon, en las cascadas tartamudas
de Cummings. La mente, un guetto discreto,
donde se escuchan bellas arengas de glorias seniles,
escurriéndose entre Wagner y Burroughs,
llenos de alfileres y malos agüeros.
Hay divinas cacofonías a orillas de arroyos ópticos,
ciertos anestésicos que borran los naufragios.
Ella aletea sobre las aguas vivas, acuñando borrachos
al alba y suicidas sin prensa, en preparativos nupciales
a la vera de los médanos. La mente en el hervor de arena,
perdida en parloteos de Avalon, Xanadú o El Dorado,
las amenazas perennes de felicidad
cuando la mente se vuelve clandestina.
V
"¿pulsión que no palabra?", pregunta la abuela enamorada
y sin olas, sitiada de arena y planicie y una estatua falsa
que recuerda lunas caídas en los patios negros de brea
suavemente erizados de cacharros habitados de escarabajos.
Otro tema es una loba tejiendo espacio ardiente
en mi abdomen. Ella sabe que la persigo
en el rosario de los bares, en las iglesias pringosas,
en las escaleras de emergencia, en cada botella
declarándole la guerra al orden causal, un sujeto cruzado
en la vivisección de metonimias, con domicilios de aluminio.
Quedan algunos disfraces cuando llega la noche,
la hora de los ojos y las manos en combustión
para soldar los fragmentos de celda, admitir la secuencia
de los venenos que hipotecan mis genitales.
Busco a la loba en ciénagas de cuerpos programados
enhebrado de noticias y faxes, en los saunas virtuales
donde se hidrata la entrepierna de dios.
VI
en esas tardes tenues de diablitos anémicos nos repetimos:
las mismas líneas de Saramago, silencios en la fisura del vendaval
los vientres patéticos que se nos duplican cuando callamos,
que se simplifican cuando nos reflejamos unos en otros.
Languidez de amor
para luz negra y Nijinski,
la trampa llega
de arlequines en los pasillos.
Seré un torero cenital
un mesías quince minutos
un soldado en fuga
con la batalla perdida
en la sangre del Otro.
VII
al fin, deseo que gira y gira, revuelto de cristales y restos de memoria
regreso de destino y azar hilvanados en la noche vencida,
tu plexo de oro esperando que los dioses vuelvan
y sólo quedo yo, una forma de decirse para no nombrarte.
Madre, que se están llevando a tus entrañas...
Suzuki nos recuerda que no nos queda del espejo
más que la broma de una imagen que nunca estuvo.
Así que ginebras dobles y Bakunin al desayuno,
saborear esos cristales fríos en las encías
mientras elaboramos el sentido de los ascensores.
¿Vamos a doblar la apuesta?, ¿velaremos a dios
hasta que lleguen los telegramas?, ¿jugaremos a Morrison
y nos volaremos las suprarrenales? Ya te he dicho:
basta de radiografías de mi tiempo, que no te libero
para que vuelvas con esa vocación de medusa:
lo que me importa es la sustancia de mirar, no mirar.
VIII
rastros rojos
en la máscara de madera
hablan del habla apenas
del fuego los rastros negros
en la desnuda piel prohibida
hablan del habla escasa
en el culto del exilio.
Una indiferencia tísica en el rostro,
anida en los labios de virgen burguesa
su cúspide de vida y muerte en equilibrio.
Los pechos al aire columpian lo que desea:
el fin del hombre en el hombre de nombre Juan.
Las manos, garras del deseo diferido.
La cabeza cierra los ojos rebalsando
con la imagen de ella la mente prisionera.
Hay imágenes de un dios desesperado
por rescatar alguna compostura en la escena
que se diluye con aires de niñez perversa.
Con residuos de palabra se crea el silencio
de la decapitación; en la boca muerta
se ha instalado un nuevo sacramento:
el amor del hombre decapitado.
IX
trato de indagar el sol naciente de agosto: avalancha de naranjas
los órganos de la soledad, una violación tibia de lo que se esconde
tras el pensar de viva piedra cantada de hielo vivo: amores que se escriben
en escarchilla, pasión que se vuelve ilegible por ubicua.
¿Qué miran los íconos cuando desean?,
¿qué tristeza, qué lujuria, qué terror
intercambian en las salas desiertas
hablándonos de nuestras miserias
desde la borra del tiempo,
diciéndonos invertidas las posturas,
las otras vías de Lo Real?
Claroscuros, ritmos lentos y pausas
para seducirnos de solidez
mientras el revoque se desploma
las biografías se florecen en bifurcaciones
y sólo quedan decoraciones informes
en los banquetes del tirano.
Programar el cómic de la Encarnación
siempre sostenida de vicios y virtudes dudosas
cubriendo las paredes, fingiéndose cuerpos
que miran planos falsos.
Finjamos ortodoxias: el naturalismo es rentable,
se pudre discreto mientras trepa la nada
por las bóvedas, o en pájaros amistosos
que te arrancarán los ojos
resolviendo en pragmáticas cegueras
la cópula rabiosa de la fe y la razón.
X
mutaciones del borde, una ascesis de luz, un ayuno de sombras,
la zarza helada que nos hiere de silencio, nos hace frase satriani en carpas invisibles,
por eso ya no azul, ahora relevos del tema, ella en la gruta a la vera del golfo,
ella y su boca sellada de tiempo vulgar, el tiempo de la balanza.
la mugre Bukowski, el virus de la forma
¿cuánto más para que sientas el ansia?
Truena seco en las cabezas inmóviles.
Detrás de la noche están las presencias sutiles
como escaleras al cielo, trenes fantasmas,
gordas ahogadas en huesos de pollo y los ecos de una conversación
en una vieja librería antes de que la revolución se friera
en mc donalds.
Somos intocables, parias de quietud, sobriamente imprecisos.
Estamos heridos, y ya no quedan pájaros ni penas.
XI
un ojo egipcio espía mis noches: el juicio final es la revelación de tus miserias,
quiero decir: relatos de tentaciones en los íntimos desiertos
decorados de rayos y viejos arpones balleneros; sucedernos
a la sombra de la cárcel, del faro averiado, de todos nuestros muertos
a la vuelta del mercado.
¿Cómo se llama la estación que no muta?
¿ya claudicó el sol fuera de los periódicos?,
¿es que ha renunciado la luna al éxtasis
para retornar al fin, predadora y nuevo orden?
Sé que las retamas y los pulpos
sé que los cormoranes escasos y la sangre de las tunas
pero hay algo en el aire que se empeña
en pujar ráfagas de uñas y preñar monolitos,
un ánima que atraviesa memorias de mar en los pedregales
que es un gusano en los diálogos inconexos
que es larva en los sexos clandestinos de abril
(pero también en febrero)
y garúa en la Iglesia y en las casas de putas
omnipresente aguita, cría del aire ceniciento
siempre niño y difunto, trabajando en nuestras lenguas
bajo la ilusión de las escarchas y las floraciones.
XII
¿a quién le grita el viento de las siete?
extraviada con el veneno de lo bello
tu niña muda llora
bajo su piel de cemento.
este viento dice: "despierta, la tierra está de nuevo vacía,
están las ortigas listas para tus manos,
y se azulan las montañas
en tus ojos enfermos de interiores".
(alguien ve a la noche respirando
en el cuello de la mujer deseada
y disimula una resignación de payaso
con café y un estremecimiento de las alas)
Parecía trivial
la inconsistencia
tectónica del tiempo
en objetos dis/traídos
como herpes el signo en la boca
runas en el aire
un montar desesperados
lo que queda
las olas de plástico
la mujer entidad
soñar con Praga
y huevos con tocino.
Hay Muddy Waters
y se quedó la noche
en un charco de narcisos.
XIII
entonces la bruja sueña tus reiteraciones, las que te nombran,
tu territorio de sangre, imagen y excremento; tu intemperie
hipotecada con círculos de sal, tu laberinto perfecto hecho de greda y altura,
sujeto de sueños por las calles marcadas de río en eucaristías devaluadas
de hijo.
Mi abuela soñaba la llovizna a la hora de la siesta. Eran los tiempos del bien morir.Voy a declararte mi amor, voy a alterar tu química, los estados disipativos
que resultan en futuro, humores que se vuelven religión, nada mejor que eso
para volver liturgia nuestros secretos más sucios. Cuanto más onírico, más manso,
más volar boleterías. ¿Qué más violar?, ¿órganos sexuales sobre las butacas?
Mi amor es de filas en la sala. Todos somos mujeres en la penetración previsible.
XIV
de acuerdo: setenta veces maldito el asesino del dragón, y setenta más
el que abandone a la doncella en puerto lejano, maldito
el dueño de la tierra y los mercaderes de pesadillas en capítulos,
de ellos será el reino de algún dios enfermo de su propia creación.
El limo del imperio se asienta en las pupilas
y corren leones por los arenales del alma,
somos todos lánguidos ciudadanos de Roma,
los mansos analfabetos al despliegue del tiempo:
lo que yace abierto a mí y al otro
lo que nos revela a unos contra otros
como en los botines de Van Gogh, los frescos de Pompeya,
los grabados de Bedoya y los ojos de un pantócrator,
¿a quién clavar la lanza, en qué costado del ser
está la muerte, la muerte nueva de la Ciudad Eterna?
La máquina de dios está inmóvil, y en el circo
todos los rostros se esconden en la tierra.
XV
maldición de modernidad en el fin del mundo: Coltrane cae
sobre el aroma de tu piel, ¿quién navega en la voz
multiplicada que a nadie sacia?, ¿qué haremos con los padres
y los hijos, los guerreros y los amantes, cuando el sol se muera
al mediodía?
Con las tristezas del Andalús en la sangre
intento plegarias inventándome luceros
esquinas de faroles mágicos y malaguetas.
Sobre un tonel de niebla baila la mujer que pierdo en sueños
corren caballos árabes, regresan los toros ciegos
y canta en vísperas cifras de hechicería un moro.
Qué sé yo de redes y peinetas de apuñalar la noche
qué sé de humores y venganzas animales y divinas
qué sé de escotes rojos donde mirar el mar en llamas.
Hay fandangos pendientes mientras la vida corre
y entre las dársenas abandonadas de la memoria
busco el ruedo, hecho un garabato de coraje entre barcos
encallados.
crujientes, las almitas
se trizan como algas secas
bajo Kren en carne viva.
Papeles de Finibusterre
we are the fools of time and terror
Byron
I
el espíritu habla desde cada sombra dislocada
y dice en un canon infinito de truenos y mariposas,
dice de la ira divina, que es un tigre de piedra líquida
esperando el momento del salto en el corazón secreto
de finibusterre.
hay deseos de estepa que circulan en espejismos
sin rumbo y sin estrellas, sólo derivas del alma
que se clausuran cuando llega el viento de agosto
en humaredas de gaviota y amantes tiesos en la plaza.
¿qué saber abre tu grito en la ceremonia de lo homogéneo?
De las crines negras de la locura
he aprendido a levantar murallas
cada mañana, modos del dormido
en encrucijada de lechos abandonados
y luchas como un acertijo de vísceras
en el cielo.
No sé nombrar estas extremidades
que se asoman en el lavatorio;
sospecho de los cristales que cuelgan
de la niebla espesa, o por el piso van,
reptiles de humo buscándome la piel
para darme la jerarquía de los mortales
o status de criminal apócrifo.
¿Por qué habría de haber culpas?
No sé cómo volver de ese mundo
no sé regresar del sueño:
dejo las marionetas suspendidas
las dejo en las retinas
haciéndole guiños cómplices
a cada falso desplazamiento del amor.
Quizás sea el tiempo de convocar a la Hembra y al Varón,
hacerlos arrodillar, hacerles tragar
la especie que concibieron en plena avenida
desparramando como basura las almas
enredadas ahora entre despojos elegantes.
Quizás sea tiempo de empalarlos en el desierto
y decir: en Sodoma el día no debe cesar.
¡La Máquina disimula toda la materia oscura de tu amor!
Luna muda. Melancólicas
las garras reposan. El agua
acecha con sus colmillos de hielo
la primera frase de la noche.
Serás ejecutada en un acorde menor
en concierto para hada y troll,
y tendrás alhajas verdes y negras,
mágicas, en el bosque virgen.
Habrá ginebra y humaredas azules
en el mecanismo de la primera escena:
violencia implícita y disfraces
para el fragor de los sexos en pena.
"No regresan las hojas muertas"
te dije entre Almodóvar y un sol furioso,
por eso el silencio de luna grávida
y la inquietud de cangrejos en la cama.
Luna muda. Atravesamos agosto
inflamados en los carruajes
armados de fintas, amenazándonos
con silencio, junto al agua,
donde se ahogan las profecías.
II
El ser es siempre
lo opuesto a sus datos.
Juarroz
Son los clivajes de invierno y cuerdas rotas en los desvanes
en las habitaciones donde Bergman incógnito,
donde próceres embalsamados y pintados con té inglés que dicen:
-nadie hubo, nadie llega, hijo mío, la vida es el paréntesis
entre la guerra y los espectros que pasan en verano.
¿cómo hablar de ser, si todos somos el judas?
Ser con el hambre del cielo
clavado en las pupilas.
No supiste erguirte sobre tus tropas vencidas
los alientos trabajando el aire, tallando en lo invisible
la mirada piadosa, en los míseros contraejemplos
de la lógica del mercado.
Ser con el hambre del cielo removiendo olvido,
y de tanto hablarme de rosas ya soy el mamarracho
del Cristo, y comenzarán a brotarme rosas del trasero.
Ser la traición de los ríos sagrados
un inválido de travesías.
III
esos deseos que son rincones de tiempo, de no amor,
de sepias puntiagudos atravesando dos pares de ojos,
de colores afilados de rebanar las cópulas y las lenguas
que, volando, se cuelgan de los alambrados tiritantes.
si te nombro, si te reclamo: la boca con sus lobos viejos,
y la carne de la palabra desangrándose.
Lo impronunciable: una marea que quema el paladar,
una espuma de almas que se estanca en los párpados.
Edipo pasea por el puerto, tropezando una y otra vez
en casualidades deliciosas, un millón de veces,
exorcizando relatos en espejos paralelos,
llorando su ira en un rocanrol. El siempre regreso:
Yocasta no te ama, sólo argumenta para congelarnos
en las tinieblas de sentencias postfactum: todas las cosas
son la misma cosa, porque en la cosa están todas las cosas.
No resistas, todo se bifurca a pesar tuyo.
IV
son los clivajes de isla y cielo, unas maneras de diosa en fuga,
la marca de la espora y las aguadas efímeras
un poco animal, un poco arcilla vieja, quizás la soledad de tu cama solar
o tu fotografía de una playa indonesia, las junturas de la nada perfumada
en el encierro voraz, tus fantasías de regreso a ninguna parte.
mi valija repleta de juguetes rotos, la foto de un guitarrista andaluz
y la herencia de mar que nos negamos
tan dispuestos a la dieta de palabra y a la suspensión del cuerpo.
Ay, la Mente con sus aves negras y flores dentadas.
La mente, pulga y metralla, dice a la Muerte
que es la puerta y el regreso, que alienta a lo orgánico
en los cuadros de Bacon, en las cascadas tartamudas
de Cummings. La mente, un guetto discreto,
donde se escuchan bellas arengas de glorias seniles,
escurriéndose entre Wagner y Burroughs,
llenos de alfileres y malos agüeros.
Hay divinas cacofonías a orillas de arroyos ópticos,
ciertos anestésicos que borran los naufragios.
Ella aletea sobre las aguas vivas, acuñando borrachos
al alba y suicidas sin prensa, en preparativos nupciales
a la vera de los médanos. La mente en el hervor de arena,
perdida en parloteos de Avalon, Xanadú o El Dorado,
las amenazas perennes de felicidad
cuando la mente se vuelve clandestina.
V
"¿pulsión que no palabra?", pregunta la abuela enamorada
y sin olas, sitiada de arena y planicie y una estatua falsa
que recuerda lunas caídas en los patios negros de brea
suavemente erizados de cacharros habitados de escarabajos.
Otro tema es una loba tejiendo espacio ardiente
en mi abdomen. Ella sabe que la persigo
en el rosario de los bares, en las iglesias pringosas,
en las escaleras de emergencia, en cada botella
declarándole la guerra al orden causal, un sujeto cruzado
en la vivisección de metonimias, con domicilios de aluminio.
Quedan algunos disfraces cuando llega la noche,
la hora de los ojos y las manos en combustión
para soldar los fragmentos de celda, admitir la secuencia
de los venenos que hipotecan mis genitales.
Busco a la loba en ciénagas de cuerpos programados
enhebrado de noticias y faxes, en los saunas virtuales
donde se hidrata la entrepierna de dios.
VI
en esas tardes tenues de diablitos anémicos nos repetimos:
las mismas líneas de Saramago, silencios en la fisura del vendaval
los vientres patéticos que se nos duplican cuando callamos,
que se simplifican cuando nos reflejamos unos en otros.
Languidez de amor
para luz negra y Nijinski,
la trampa llega
de arlequines en los pasillos.
Seré un torero cenital
un mesías quince minutos
un soldado en fuga
con la batalla perdida
en la sangre del Otro.
VII
al fin, deseo que gira y gira, revuelto de cristales y restos de memoria
regreso de destino y azar hilvanados en la noche vencida,
tu plexo de oro esperando que los dioses vuelvan
y sólo quedo yo, una forma de decirse para no nombrarte.
Madre, que se están llevando a tus entrañas...
Suzuki nos recuerda que no nos queda del espejo
más que la broma de una imagen que nunca estuvo.
Así que ginebras dobles y Bakunin al desayuno,
saborear esos cristales fríos en las encías
mientras elaboramos el sentido de los ascensores.
¿Vamos a doblar la apuesta?, ¿velaremos a dios
hasta que lleguen los telegramas?, ¿jugaremos a Morrison
y nos volaremos las suprarrenales? Ya te he dicho:
basta de radiografías de mi tiempo, que no te libero
para que vuelvas con esa vocación de medusa:
lo que me importa es la sustancia de mirar, no mirar.
VIII
rastros rojos
en la máscara de madera
hablan del habla apenas
del fuego los rastros negros
en la desnuda piel prohibida
hablan del habla escasa
en el culto del exilio.
Una indiferencia tísica en el rostro,
anida en los labios de virgen burguesa
su cúspide de vida y muerte en equilibrio.
Los pechos al aire columpian lo que desea:
el fin del hombre en el hombre de nombre Juan.
Las manos, garras del deseo diferido.
La cabeza cierra los ojos rebalsando
con la imagen de ella la mente prisionera.
Hay imágenes de un dios desesperado
por rescatar alguna compostura en la escena
que se diluye con aires de niñez perversa.
Con residuos de palabra se crea el silencio
de la decapitación; en la boca muerta
se ha instalado un nuevo sacramento:
el amor del hombre decapitado.
IX
trato de indagar el sol naciente de agosto: avalancha de naranjas
los órganos de la soledad, una violación tibia de lo que se esconde
tras el pensar de viva piedra cantada de hielo vivo: amores que se escriben
en escarchilla, pasión que se vuelve ilegible por ubicua.
¿Qué miran los íconos cuando desean?,
¿qué tristeza, qué lujuria, qué terror
intercambian en las salas desiertas
hablándonos de nuestras miserias
desde la borra del tiempo,
diciéndonos invertidas las posturas,
las otras vías de Lo Real?
Claroscuros, ritmos lentos y pausas
para seducirnos de solidez
mientras el revoque se desploma
las biografías se florecen en bifurcaciones
y sólo quedan decoraciones informes
en los banquetes del tirano.
Programar el cómic de la Encarnación
siempre sostenida de vicios y virtudes dudosas
cubriendo las paredes, fingiéndose cuerpos
que miran planos falsos.
Finjamos ortodoxias: el naturalismo es rentable,
se pudre discreto mientras trepa la nada
por las bóvedas, o en pájaros amistosos
que te arrancarán los ojos
resolviendo en pragmáticas cegueras
la cópula rabiosa de la fe y la razón.
X
mutaciones del borde, una ascesis de luz, un ayuno de sombras,
la zarza helada que nos hiere de silencio, nos hace frase satriani en carpas invisibles,
por eso ya no azul, ahora relevos del tema, ella en la gruta a la vera del golfo,
ella y su boca sellada de tiempo vulgar, el tiempo de la balanza.
la mugre Bukowski, el virus de la forma
¿cuánto más para que sientas el ansia?
Truena seco en las cabezas inmóviles.
Detrás de la noche están las presencias sutiles
como escaleras al cielo, trenes fantasmas,
gordas ahogadas en huesos de pollo y los ecos de una conversación
en una vieja librería antes de que la revolución se friera
en mc donalds.
Somos intocables, parias de quietud, sobriamente imprecisos.
Estamos heridos, y ya no quedan pájaros ni penas.
XI
un ojo egipcio espía mis noches: el juicio final es la revelación de tus miserias,
quiero decir: relatos de tentaciones en los íntimos desiertos
decorados de rayos y viejos arpones balleneros; sucedernos
a la sombra de la cárcel, del faro averiado, de todos nuestros muertos
a la vuelta del mercado.
¿Cómo se llama la estación que no muta?
¿ya claudicó el sol fuera de los periódicos?,
¿es que ha renunciado la luna al éxtasis
para retornar al fin, predadora y nuevo orden?
Sé que las retamas y los pulpos
sé que los cormoranes escasos y la sangre de las tunas
pero hay algo en el aire que se empeña
en pujar ráfagas de uñas y preñar monolitos,
un ánima que atraviesa memorias de mar en los pedregales
que es un gusano en los diálogos inconexos
que es larva en los sexos clandestinos de abril
(pero también en febrero)
y garúa en la Iglesia y en las casas de putas
omnipresente aguita, cría del aire ceniciento
siempre niño y difunto, trabajando en nuestras lenguas
bajo la ilusión de las escarchas y las floraciones.
XII
¿a quién le grita el viento de las siete?
extraviada con el veneno de lo bello
tu niña muda llora
bajo su piel de cemento.
este viento dice: "despierta, la tierra está de nuevo vacía,
están las ortigas listas para tus manos,
y se azulan las montañas
en tus ojos enfermos de interiores".
(alguien ve a la noche respirando
en el cuello de la mujer deseada
y disimula una resignación de payaso
con café y un estremecimiento de las alas)
Parecía trivial
la inconsistencia
tectónica del tiempo
en objetos dis/traídos
como herpes el signo en la boca
runas en el aire
un montar desesperados
lo que queda
las olas de plástico
la mujer entidad
soñar con Praga
y huevos con tocino.
Hay Muddy Waters
y se quedó la noche
en un charco de narcisos.
XIII
entonces la bruja sueña tus reiteraciones, las que te nombran,
tu territorio de sangre, imagen y excremento; tu intemperie
hipotecada con círculos de sal, tu laberinto perfecto hecho de greda y altura,
sujeto de sueños por las calles marcadas de río en eucaristías devaluadas
de hijo.
Mi abuela soñaba la llovizna a la hora de la siesta. Eran los tiempos del bien morir.Voy a declararte mi amor, voy a alterar tu química, los estados disipativos
que resultan en futuro, humores que se vuelven religión, nada mejor que eso
para volver liturgia nuestros secretos más sucios. Cuanto más onírico, más manso,
más volar boleterías. ¿Qué más violar?, ¿órganos sexuales sobre las butacas?
Mi amor es de filas en la sala. Todos somos mujeres en la penetración previsible.
XIV
de acuerdo: setenta veces maldito el asesino del dragón, y setenta más
el que abandone a la doncella en puerto lejano, maldito
el dueño de la tierra y los mercaderes de pesadillas en capítulos,
de ellos será el reino de algún dios enfermo de su propia creación.
El limo del imperio se asienta en las pupilas
y corren leones por los arenales del alma,
somos todos lánguidos ciudadanos de Roma,
los mansos analfabetos al despliegue del tiempo:
lo que yace abierto a mí y al otro
lo que nos revela a unos contra otros
como en los botines de Van Gogh, los frescos de Pompeya,
los grabados de Bedoya y los ojos de un pantócrator,
¿a quién clavar la lanza, en qué costado del ser
está la muerte, la muerte nueva de la Ciudad Eterna?
La máquina de dios está inmóvil, y en el circo
todos los rostros se esconden en la tierra.
XV
maldición de modernidad en el fin del mundo: Coltrane cae
sobre el aroma de tu piel, ¿quién navega en la voz
multiplicada que a nadie sacia?, ¿qué haremos con los padres
y los hijos, los guerreros y los amantes, cuando el sol se muera
al mediodía?
Con las tristezas del Andalús en la sangre
intento plegarias inventándome luceros
esquinas de faroles mágicos y malaguetas.
Sobre un tonel de niebla baila la mujer que pierdo en sueños
corren caballos árabes, regresan los toros ciegos
y canta en vísperas cifras de hechicería un moro.
Qué sé yo de redes y peinetas de apuñalar la noche
qué sé de humores y venganzas animales y divinas
qué sé de escotes rojos donde mirar el mar en llamas.
Hay fandangos pendientes mientras la vida corre
y entre las dársenas abandonadas de la memoria
busco el ruedo, hecho un garabato de coraje entre barcos
encallados.
crujientes, las almitas
se trizan como algas secas
bajo Kren en carne viva.
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