Basil Bunting, Reino Unido, 1 de marzo 1900 – Reino Unido, 17 de abril 1985
Traducción Aurelio Major
Briggflatts
A Peggy
Son los paxarïellos de mal pelo exidos
I
Jáctate, toro tenorino,
con el madrigal del Rawthey discanta,
cada guija su parte
en la primavera tardía de los cerros.
Danza de puntas toro,
negro frente al espino.
Ridículo y hermoso
sigue a saltos las sombras
de la mañana al meridiano.
Espino en el cuero del toro
y en toda el abra
repletos los surcos de espino,
que al lución solan el camino.
Un cantero ritma su escoda
con el gorjeo de la alondra,
escucha mientras el mármol reposa,
tiende la regla
al borde de una letra,
las yemas verifican
hasta que la piedra deletrea un nombre
que a nadie nombra,
un hombre revocado.
¡Alondra dolida que por subir labora!
La escoda solemne recalca:
en la cárcava de la sepultura
él reposa. Nosotros, podredura.
La ruina arrecia contra el filo,
el trigo se alza tembloroso
en la boñiga. Rawthey tiembla.
La lengua se alela, el oído yerra
de temor a la primavera.
Con arena estrega la piedra,
arenisca húmeda que arranca
la rudeza. Los dedos
en la piedra estregada lastimados.
El cantero dice: el azar
nos da las rocas.
Nadie aquí la puerta acerroja,
el amor es pura congoja.
Piedra tersa cual piel,
fría como los muertos que echan
en un carromato de noche.
La luna se posa en el cerro,
pero habrá de llover.
En la piedra bajo costales
dos niños acostados,
escuchan mear al caballo,
el silbo del cantero,
los arreos susurrarle a las varas,
chirriar la pina al eje,
el trompicón del aro en lo rodado,
cascajo triturado.
Jersey y jersey, calceta y calceta,
cabeza en brazo recio,
se besan en la lluvia,
magullados por la cama de mármol.
En Garsdale, amanece;
en Hawes, té de la lata.
La lluvia cesa, los costales
humean al sol. Se enderezan.
De alambre cobrizo el mostacho,
los ojos que la mar reflejan
y el habla báltica de canto llano
declaran: en aquel berrueco
unos acabaron con Hachacruenta.
La sangre fiera palpita en su lengua,
palabras parcas.
Alrededor de Stainmore se reúnen
cráneos rapados para cascos de acero.
Sus riachos resuenan en la caliza,
murmuran en la turba.
El carro atascado empuja al caballo cuesta abajo.
En el aire tan apacible
caminan con esfuerzo, cantan,
y francos dejan en el aire la tonada.
El avefría escondidiza,
del ribazo balidos,
se calman todos los sonidos.
El pulso de ella el paso,
palma opuesta a la palma,
hasta llenar la zanja,
la piedra blanca como malva
desprecia al abra.
Madera nudosa, apenas se raja,
rescoldada hasta la ceniza;
aroma de manzanas en octubre.
El camino de nuevo,
al trote.
Mojados, tibios, miran
meditar al cantero
en la fecha y el nombre.
Enjuaga la lluvia el camino,
el toro escurre y se lamenta.
Amargas gachas de centeno en el brasero,
crema y té negro,
carne, corteza y migaja.
Con los padres en cama
los niños enjutan su ropa.
A ella le ha desatado la cinta
de las bragas de franela listada
frente a la hornilla. Nudo
en la áspera estera de trapo
los dedos cardan
su greña de viril morada.
Voces gratas y generosas urden
sobre la noche descubierta
palabras que lo confirman y encantan
hasta de las aves el alba.
Ella alcanza el agua de lluvia
en el tonel y una franela
para lavarlo palmo a palmo,
tocando los guijarros.
El luciente lución es parte del prodigio.
El cantero se inflama:
¡palabras!
La pluma es muy ligera.
Escribe con una puntera.
Todo nacimiento es un crimen
y toda sentencia la vida.
¿Limpia de moho y trizas
rodará la bola en línea recta?
No hay esperanza de retorno.
Los sabuesos vacilan y se pierden,
la deshonra aparta la pluma.
El amor muerto ni sangra ni asfixia
sólo empuja el codo del dibujante.
Mudado, ¿qué puede decirle
a ella, mudada o acaso muerta?
El gozo mengua.
La culpa queda idéntica.
Es difícil hallar palabras breves,
formas para el tallado y el desecho:
rey de York, Hachacruenta,
rey de Orcania, rey de Dublín.
No atiende al llanto;
rotula la piedra erigida
sobre el amor apartado, no sea
que una dicha insufrible impida
huir a Stainmore,
buscar
a la alondra, la escoda,
los riachos y los atos
y el golpe del machado.
La bosta no ha de manchar el mosaico
del lución. La alondra transida
cae para anidar en los despojos empapados;
el Rawthey truculento, sucio.
Afanarse con la escoda, el espino derribado,
niebla en los cerros. Reos de la primavera
y de que la primavera acabara
los años amputados duelen luego
de que el toro es carne, el amor ventaja.
Es más fácil morir que recordar.
A la fecha y al nombre
rajados en blanda pizarra
algunos meses los arrasan.
Traducción Aurelio Major
Briggflatts
A Peggy
Son los paxarïellos de mal pelo exidos
I
Jáctate, toro tenorino,
con el madrigal del Rawthey discanta,
cada guija su parte
en la primavera tardía de los cerros.
Danza de puntas toro,
negro frente al espino.
Ridículo y hermoso
sigue a saltos las sombras
de la mañana al meridiano.
Espino en el cuero del toro
y en toda el abra
repletos los surcos de espino,
que al lución solan el camino.
Un cantero ritma su escoda
con el gorjeo de la alondra,
escucha mientras el mármol reposa,
tiende la regla
al borde de una letra,
las yemas verifican
hasta que la piedra deletrea un nombre
que a nadie nombra,
un hombre revocado.
¡Alondra dolida que por subir labora!
La escoda solemne recalca:
en la cárcava de la sepultura
él reposa. Nosotros, podredura.
La ruina arrecia contra el filo,
el trigo se alza tembloroso
en la boñiga. Rawthey tiembla.
La lengua se alela, el oído yerra
de temor a la primavera.
Con arena estrega la piedra,
arenisca húmeda que arranca
la rudeza. Los dedos
en la piedra estregada lastimados.
El cantero dice: el azar
nos da las rocas.
Nadie aquí la puerta acerroja,
el amor es pura congoja.
Piedra tersa cual piel,
fría como los muertos que echan
en un carromato de noche.
La luna se posa en el cerro,
pero habrá de llover.
En la piedra bajo costales
dos niños acostados,
escuchan mear al caballo,
el silbo del cantero,
los arreos susurrarle a las varas,
chirriar la pina al eje,
el trompicón del aro en lo rodado,
cascajo triturado.
Jersey y jersey, calceta y calceta,
cabeza en brazo recio,
se besan en la lluvia,
magullados por la cama de mármol.
En Garsdale, amanece;
en Hawes, té de la lata.
La lluvia cesa, los costales
humean al sol. Se enderezan.
De alambre cobrizo el mostacho,
los ojos que la mar reflejan
y el habla báltica de canto llano
declaran: en aquel berrueco
unos acabaron con Hachacruenta.
La sangre fiera palpita en su lengua,
palabras parcas.
Alrededor de Stainmore se reúnen
cráneos rapados para cascos de acero.
Sus riachos resuenan en la caliza,
murmuran en la turba.
El carro atascado empuja al caballo cuesta abajo.
En el aire tan apacible
caminan con esfuerzo, cantan,
y francos dejan en el aire la tonada.
El avefría escondidiza,
del ribazo balidos,
se calman todos los sonidos.
El pulso de ella el paso,
palma opuesta a la palma,
hasta llenar la zanja,
la piedra blanca como malva
desprecia al abra.
Madera nudosa, apenas se raja,
rescoldada hasta la ceniza;
aroma de manzanas en octubre.
El camino de nuevo,
al trote.
Mojados, tibios, miran
meditar al cantero
en la fecha y el nombre.
Enjuaga la lluvia el camino,
el toro escurre y se lamenta.
Amargas gachas de centeno en el brasero,
crema y té negro,
carne, corteza y migaja.
Con los padres en cama
los niños enjutan su ropa.
A ella le ha desatado la cinta
de las bragas de franela listada
frente a la hornilla. Nudo
en la áspera estera de trapo
los dedos cardan
su greña de viril morada.
Voces gratas y generosas urden
sobre la noche descubierta
palabras que lo confirman y encantan
hasta de las aves el alba.
Ella alcanza el agua de lluvia
en el tonel y una franela
para lavarlo palmo a palmo,
tocando los guijarros.
El luciente lución es parte del prodigio.
El cantero se inflama:
¡palabras!
La pluma es muy ligera.
Escribe con una puntera.
Todo nacimiento es un crimen
y toda sentencia la vida.
¿Limpia de moho y trizas
rodará la bola en línea recta?
No hay esperanza de retorno.
Los sabuesos vacilan y se pierden,
la deshonra aparta la pluma.
El amor muerto ni sangra ni asfixia
sólo empuja el codo del dibujante.
Mudado, ¿qué puede decirle
a ella, mudada o acaso muerta?
El gozo mengua.
La culpa queda idéntica.
Es difícil hallar palabras breves,
formas para el tallado y el desecho:
rey de York, Hachacruenta,
rey de Orcania, rey de Dublín.
No atiende al llanto;
rotula la piedra erigida
sobre el amor apartado, no sea
que una dicha insufrible impida
huir a Stainmore,
buscar
a la alondra, la escoda,
los riachos y los atos
y el golpe del machado.
La bosta no ha de manchar el mosaico
del lución. La alondra transida
cae para anidar en los despojos empapados;
el Rawthey truculento, sucio.
Afanarse con la escoda, el espino derribado,
niebla en los cerros. Reos de la primavera
y de que la primavera acabara
los años amputados duelen luego
de que el toro es carne, el amor ventaja.
Es más fácil morir que recordar.
A la fecha y al nombre
rajados en blanda pizarra
algunos meses los arrasan.
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