Traducción Gerardo Lewin
Porno
En otras circunstancias, me hubiera enamorado de ella.
Tenía una mezcla de beldad francesa
con cierta hermosura oriental de indefinible origen.
La esbeltez de su cuerpo, su rostro y la gracia de su andar
convertían en horribles a las mujeres que hasta ese momento había conocido.
Su encanto persiste y hace de la belleza física
una pregunta cruel. Por momentos, la más cruel de las preguntas.
Desearla, con los otros tipos. Todos:
aquellos que se exhibían en la peli haciéndole cosas frente a mí
y los demás que conmigo la contemplaban, rechinando en sus asientos:
ancianos aferrados a sus deseos últimos;
maricas franeleando;
negros que migraron a Tel Aviv para blanquearse los destinos
y cuya temerosa extranjería aun en la oscuridad se revelaba;
trabajadores árabes: migrantes, sucios, pobres,
masturbándose en los rincones con una pasión desesperada,
ávidos de expulsar al invasor sionista;
silenciosos, púdicos vietnamitas de los restaurantes
y otros - anónimos en las pesadas sombras
atravesadas por un rayo tembloroso
que transportaba a la pantalla su disfrutable imagen,
el eco luminoso de su hipotética existencia.
¿Acaso desearla junto a aquellos todos
era como encontrar en el infierno a Eurídice
paseando pura y blanca y eran sus labios carmín y fresa
en las voraces nieblas del país de la muerte?
Éste es un símil banal: sólo halaga al poeta,
que se pretende así equiparable a Orfeo.
Desearla junto a aquellos todos
era como encontrar, en una playa abandonada,
entre asfaltos y latas de bebidas,
entre algas y vellocinos -
una perla perfecta.
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