Carta
Te escribo porque no fue posible hallarte.
Sé que estás en ese lugar que a diario
se nos confunde con el universo.
Pero como la mirada es más amplia que los ojos
el universo es todavía muy estrecho para el deseo.
Te digo esto para destruir tu posible inocencia.
No debes creer que sólo soy el poema
que leíste el domingo en el diario.
Los poemas son apenas resúmenes de una penitencia
que el buen gusto nos impide revelar.
¡Si sólo fuésemos el poema seríamos tan felices!
Te escribo para acostumbrarte a la decepción.
Mírate en la corriente caída
y recoge a nado la flor preparada.
El trámite de la penumbra
desasosiega el alba, pero también lo penetra
como una lámpara olvidada en vano.
Iníciate en el miedo.
El miedo es un cerrado continente, pero es también una bandera defendida.
¿Qué sería de la voracidad de mis gorriones
sobre tus enhebras golondrinas
si no se oyera esta carta entre nosotros?
No seremos excepciones
de crueldad, de egoísmo y de impureza.
Es necesario comprender este fracaso.
Te escribo agraviando por roncas minerías.
Déjame prevenir el pequeño triunfo
que otorgará el recuerdo, cuando pueda decirte,
entre ciertas costumbres y ciertas resistencias,
que ya testimoniamos la falta de sorpresas.
Debo verte llegar
como a una barca coronada de tormentas.
Desciende y espérame.
No, no te hundas de inmediato
en los oráculos de la ciudad.
Espérame en la costa, casi a los pies del río.
Espérame allí, porque allí nace el olvido.
Espérame.
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