Saint John Perse, Francia, 31 de mayo 1887 – Francia, 20 de septiembre 1975
Traducción Jorge Zalamea
Anábasis
Canción
Nacía un potro bajo las hojas de bronce. Un hombre puso bayas amargas en nuestras manos. Extranjero. Que pasaba. Y he aquí que se habla de otras provincias a mi gusto… “Os saludo, hija mía, bajo el más grande los árboles del año”.
Pues el sol entra en Leo y el Extranjero ha puesto su dedo en la boca de los muertos. Extranjero. Que reía. Y nos habla de una hierba. ¡Ah! qué de soplos en las provincias! ¡Cuánta holgura en nuestras vías! ¡y cómo me es delicia la trompeta y la pluma sapiente en el escándalo del ala!… “Alma mía, moza, tenías maneras que no son las nuestras”.
Nació un potro bajo las hojas de bronce. Un hombre puso estas bayas amargas en nuestras manos. Extranjero. Que pasaba. Y he aquí un gran ruido en un árbol de bronce. ¡Asfalto y rosas, don del canto! ¡Truenos y flautas en las cámaras! ¡Ah! cuánta holgura en nuestras vías, ah, cuántas historias en la añada, y el Extranjero tiene sus maneras por los caminos de toda la tierra!… “Os saludo, hija mía, bajo el más bello traje del año”.
I
Sobre tres grandes estaciones estableciéndome con honra, auguro bien del suelo en que he fundado mi ley.
Las armas en la mañana son bellas y la mar. A nuestros caballos entregada la tierra sin almendras
nos vale este cielo incorruptible. Y el sol es nombrado, pero su pujanza está entre nosotros
y el mar en la mañana como una presunción del espíritu.
Poderío, cantabas sobre nuestras rutas nocturnas!… En los idus puros de la mañana, qué sabemos del sueño, nuestro mayorazgo?
Todavía un año entre nosotros! Dueño del grano, dueño de la sal, y la cosa pública en justas balanzas!
No llamaré a las gentes de otra orilla. No trazaré granes barrios urbanos sobre las laderas con el azúcar de los corales. Pero designio tengo de vivir entre nosotros.
En el umbral de las tiendas toda gloria! mi fuerza entre vosotros! y la idea pura como una sal abre sus audiencias en el día.
Obsedí la ciudad de vuestros sueños y detuve en los mercados desiertos ese puro comercio de mi alma, entre vosotros.
invisible y frecuente como un fuego de espino al aire libre.
Pujanza, cantabas sobre nuestras rutas espléndidas!… “En la delicia de la sal todas son lanzas del espíritu! Avivaré con sal las bocas muertas del deseo!
A quien, alabando la sed, no ha bebido del agua de las arenas en un casco,
poco crédito le concedo en el comercio del alma…” (Y el sol no es nombrado, pero su pujanza está entre nosotros).
Hombres, gentes de polvo y de todas las usanzas, gentes de negocio y de ocio, gentes de los confines y gentes de allende, oh gentes de poco peso en la memoria de estos lugares; gentes de los valles y de las mesetas y de los más altos declives de este mundo en la desembocadura de nuestros ríos; husmeadores de signos, de semillas y confesores de soplos en Oeste; seguidores de pistas, de estaciones, arrieros de campamentos bajo el vientecillo del alba; oh buscadores de ojos de agua en la corteza del mundo; oh buscadores, oh descubridores de razones para irse a otra parte,
no traficáis con una sal más fuerte que ésta cuando, en la mañana, en un presagio de reinos y de aguas muertas altamente suspendidas sobre los humos del mundo, los tambores del exilio despiertan en las fronteras
la eternidad que bosteza sobre las arenas.
… Con el traje más puro entre vosotros. Por un año aún entre vosotros. “Mi gloria está en los mares, mi fuerza entre vosotros!
A nuestros destinos prometido ese soplo de otras riberas y, llevando más allá las semillas del tiempo, el esplendor de un siglo en su apogeo en el fiel de las balanzas…”
Matemáticamente pendientes de los bancos de la sal! En un punto sensible de mi frente en donde se plantea el poema, inscribo este canto de todo un pueblo,
de nuestros astilleros extrayendo inmortales carenas.
Traducción Jorge Zalamea
Anábasis
Canción
Nacía un potro bajo las hojas de bronce. Un hombre puso bayas amargas en nuestras manos. Extranjero. Que pasaba. Y he aquí que se habla de otras provincias a mi gusto… “Os saludo, hija mía, bajo el más grande los árboles del año”.
Pues el sol entra en Leo y el Extranjero ha puesto su dedo en la boca de los muertos. Extranjero. Que reía. Y nos habla de una hierba. ¡Ah! qué de soplos en las provincias! ¡Cuánta holgura en nuestras vías! ¡y cómo me es delicia la trompeta y la pluma sapiente en el escándalo del ala!… “Alma mía, moza, tenías maneras que no son las nuestras”.
Nació un potro bajo las hojas de bronce. Un hombre puso estas bayas amargas en nuestras manos. Extranjero. Que pasaba. Y he aquí un gran ruido en un árbol de bronce. ¡Asfalto y rosas, don del canto! ¡Truenos y flautas en las cámaras! ¡Ah! cuánta holgura en nuestras vías, ah, cuántas historias en la añada, y el Extranjero tiene sus maneras por los caminos de toda la tierra!… “Os saludo, hija mía, bajo el más bello traje del año”.
I
Sobre tres grandes estaciones estableciéndome con honra, auguro bien del suelo en que he fundado mi ley.
Las armas en la mañana son bellas y la mar. A nuestros caballos entregada la tierra sin almendras
nos vale este cielo incorruptible. Y el sol es nombrado, pero su pujanza está entre nosotros
y el mar en la mañana como una presunción del espíritu.
Poderío, cantabas sobre nuestras rutas nocturnas!… En los idus puros de la mañana, qué sabemos del sueño, nuestro mayorazgo?
Todavía un año entre nosotros! Dueño del grano, dueño de la sal, y la cosa pública en justas balanzas!
No llamaré a las gentes de otra orilla. No trazaré granes barrios urbanos sobre las laderas con el azúcar de los corales. Pero designio tengo de vivir entre nosotros.
En el umbral de las tiendas toda gloria! mi fuerza entre vosotros! y la idea pura como una sal abre sus audiencias en el día.
Obsedí la ciudad de vuestros sueños y detuve en los mercados desiertos ese puro comercio de mi alma, entre vosotros.
invisible y frecuente como un fuego de espino al aire libre.
Pujanza, cantabas sobre nuestras rutas espléndidas!… “En la delicia de la sal todas son lanzas del espíritu! Avivaré con sal las bocas muertas del deseo!
A quien, alabando la sed, no ha bebido del agua de las arenas en un casco,
poco crédito le concedo en el comercio del alma…” (Y el sol no es nombrado, pero su pujanza está entre nosotros).
Hombres, gentes de polvo y de todas las usanzas, gentes de negocio y de ocio, gentes de los confines y gentes de allende, oh gentes de poco peso en la memoria de estos lugares; gentes de los valles y de las mesetas y de los más altos declives de este mundo en la desembocadura de nuestros ríos; husmeadores de signos, de semillas y confesores de soplos en Oeste; seguidores de pistas, de estaciones, arrieros de campamentos bajo el vientecillo del alba; oh buscadores de ojos de agua en la corteza del mundo; oh buscadores, oh descubridores de razones para irse a otra parte,
no traficáis con una sal más fuerte que ésta cuando, en la mañana, en un presagio de reinos y de aguas muertas altamente suspendidas sobre los humos del mundo, los tambores del exilio despiertan en las fronteras
la eternidad que bosteza sobre las arenas.
… Con el traje más puro entre vosotros. Por un año aún entre vosotros. “Mi gloria está en los mares, mi fuerza entre vosotros!
A nuestros destinos prometido ese soplo de otras riberas y, llevando más allá las semillas del tiempo, el esplendor de un siglo en su apogeo en el fiel de las balanzas…”
Matemáticamente pendientes de los bancos de la sal! En un punto sensible de mi frente en donde se plantea el poema, inscribo este canto de todo un pueblo,
de nuestros astilleros extrayendo inmortales carenas.
II
En los países frecuentados, los más grandes silencios; en los países frecuentados por grillos al mediodía.
Marcho, marcháis por un país de altas laderas de toronjil, donde ponen a secar la colada de los Grandes.
Saltamos sobre el traje de la Reina, todo de encaje con dos bandas de color tostado (ah! cómo el ácido cuerpo de la mujer sabe manchar un traje en el lugar de la axila!)
Saltamos sobre el traje de su hija, todo de encaje con dos bandas de color vivo (ah! cómo la lengua del lagarto sabe atrapar las hormigas en el lugar de la axila!)
Y acaso no transcurra el día sin que un mismo hombre haya ardido por una mujer y por su hija!
Risa sabia de los muertos, que nos monden estas frutas!… Y qué, no hay ya gracia en el mundo bajo la rosa silvestre?
Viene, de este lado del mundo, un gran mal violeta sobre las aguas. El viento se levanta. Viento marino. Y la colada
vuela! como un sacerdote despedazado…
III
A la cosecha de las cebadas sale el hombre. No sé qué ser poderoso ha hablado sobre mi techo. Y he aquí que los Reyes se han sentado a mi puerta. Y el Embajador como a la mesa de los Reyes. (Que los nutran con mi grano!) El Contralor de pesos y medidas desciende los ríos enfáticos con toda suerte de restos de insectos
y de briznas de paja en la barba.
Ah! nos sorprendemos de ti, Sol! Nos has dicho tales mentiras!
Fautor de tumultos, de discordias! Nutrido de insultos y de escándalos! oh Frondista! haz reventar la almendra de mi ojo! Mi corazón ha piado de alegría bajo las magnificencias de la cal, el pájaro canta: “oh ancianidad”… los ríos sobre sus lechos son como gritos de mujeres y este mundo es más bello
que una piel de morueco teñida de rojo!
¡Ah! más amplia la historia de esta hojarasca en nuestros muros, y el agua más pura que en sueños, gracias, gracias le sean dadas de no ser un sueño! Mi alma está plena de mentira, como la mar ágil y fuerte bajo la vocación de la elocuencia! El olor poderoso me rodea. Y se despierta la duda sobre la realidad de las cosas. Pero si un hombre tiene por agradable su tristeza, que lo saquen a la luz! y mi consejo es que lo maten, si no,
habrá una sedición.
Mejor dicho: te prevenimos, Retórico, que nuestras ganancias son incalculables. Los mares culpables en los estrechos no conocieron juez más rígido! Y el hombre entusiasmado por un vino, llevando su corazón arisco y zumbante como un pastel de moscas negras, comienza a decir cosas: “… Rosas, purpúrea delicia: la tierra vasta para mi deseo, y quién pondrá, y quién pondrá los límites esta noche?… la violencia en el corazón del cuerdo, y quién pondrá los límites esta noche…” Y un tal, hijo de un tal, hombre pobre,
llega al poder de los signos y de los sueños.
“Trazad las rutas por donde vayan las gentes de toda raza, mostrando ese color amarillo del calcañal; los príncipes, los ministros, los capitanes de voz amigdaliana; los que han hecho grandes cosas, y los que ven en sueño ésto o aquello. El sacerdote ha depuesto sus leyes contra el gusto de las mujeres por las bestias. El gramático escoge el lugar de sus disputas al aire libre. El sastre guinda de un árbol viejo un traje nuevo de muy bello terciopelo. Y el hombre aquejado de gonorrea lava su ropa en el agua pura. Hacen quemar el silicio del achacoso y el olor llega al remero en si banco,
y le es deleitoso”.
A la cosecha de las cebadas sale el hombre. El olor poderoso me rodea, y el agua más pura que en Jabal hace ese ruido de otra edad. En el más largo día del año mondo, alabando a la tierra bajo la hierba, no sé qué ser poderoso ha seguido mis pasos y con los muertos bajo la arena y la orina y la sal de la tierra, he aquí que se ha hecho como con el cascabillo cuyo grano fue dado a las aves… mi alma, mi alma vela tumultuosamente a las puertas de la muerte. –Pero di al Príncipe que calle: en la punta de la lanza, entre nosotros
ese cráneo de caballo!
IV
Así va el mundo y de ello sólo alabanza tengo. Fundación de la ciudad. Piedra y bronce. Fogatas de zarzas en la aurora
pusieron al desnudo estas grandes
piedras verdes y aceitosas como fondos de templos, de letrinas,
y el navegante alcanzado en el mar por nuestros humos vio que la tierra, hasta la cima, había cambiado de imagen (vastas artigas vistas desde alta mar y esos trabajos de captación de aguas vivas en la montaña.)
Así la ciudad fue fundada y colocada en la mañana bajo las labiales de un nombre puro. Los campamentos se arrían en las colinas! Y nosotros que estamos sobre las galerías de madera,
cabeza desnuda y pies desnudos en la frescura del mundo,
de qué, pues, nos reímos, pero de qué tenemos que reírnos, desde nuestra tribuna, ante un desembarque de mozas y de mulos?
y qué hay que decir, después del alba, de todo ese pueblo bajo las velas? Arribos de harinas!… Y los bajeles más altos de Ilión bajo el pavorreal blanco del cielo, habiendo franqueado la barra, se detenían,
en ese punto muerto en el que flota un asno muerto. (Se trata de arbitrar a este pálido río, sin destino, de un color de langostas aplastadas en su savia).
En el tumulto fresco de la otra orilla, los herreros son amos de sus fuegos! Los chasquidos del foete descargan en las calles nuevas carretadas de infortunios latentes. Oh! Mulas, nuestras tinieblas bajo el sable de cobre! cuatro cabezas reacias al nudo del puño forman un vivo corimbo sobre el azur. Los fundadores de asilos se detienen bajo un árbol y les acuden las ideas para la elección de los terrenos. Me enseñan el sentido y la destinación de los edificios: fachada de honor, fachada muda; las galerías de laterita, los vestíbulos de piedra negra y las piscinas de sombra clara para las bibliotecas; construcciones fresquísimas para los productos farmacéuticos. Y luego se acercan los banqueros que silban en sus llaves. Y ya por las calles un hombre cantaba solo, de aquellos que tiznan sobre su frente la cifra de su Dios. (Crepitar de insectos para siempre en el barrio de las basuras”)… Y no es este el lugar para contaros nuestras alianzas con las gentes de la otra orilla; el agua ofrecida en odres, las prestaciones de caballerías para los trabajos portuarios y los príncipes pagados en moneda de peces. (Un niño triste como la muerte de los simios –hermana mayor de una gran belleza– nos ofrecía una codorniz en una zapatilla de satín rosa).
…Soledad! el huevo azul que pone un gran pájaro marino, y las bayas en la mañana odas grávidas de limones de oro! Fue ayer! El pájaro ha volado!
Mañana las fiestas, los clamores, las avenidas bordeadas de plantas leguminosas y los servicios de limpieza acarreando a la aurora grandes trozos de plantas muertas, restos de alas gigantes… Mañana las fiestas,
las elecciones de magistrados del puerto, las vocalizaciones en los suburbios y, bajo las tibias incubaciones de tormenta,
la ciudad amarilla, encasquetada de sombra, con los pantalones de sus muchachas en las ventanas.
… A la tercera lunación, los que velaban en las crestas de las colinas replegaron sus tiendas. Se hizo arder un cuerpo de mujer en las arenas. Y un hombre avanzó hasta la entrada del Desierto –profesión de su padre, vendedor de frascos.
V
Para mi alma mezclada los negocios remotos, cien fuegos de ciudades avivados por los ladridos de los perros…
Soledad! nuestros extravagantes partidarios adulaban nuestras obras, pero ya nuestros pensamientos acampaban bajo otros muros.
“A nadie he dicho que espere.. Os odio a todos con dulzura… ¿Y qué decir de este canto que nos extorsionáis?…”
Duque de un pueblo de imágenes por conducir a los Mares Muertos, dónde hallar el agua nocturna que lavará nuestros ojos?
Soledad!… Compañía de estrellas pasan por el borde del mundo, anexándose en las cocinas un astro doméstico.
Los Reyes Confederados del cielo hacen la guerra sobre mi techo y, señores de la altura, allí establecen sus vivacs.
Dejádme solo con las brisas de la noche, entre los Príncipes panfleistas, bajo la catarata de las Biélidas!…
Alma unida en silencio al betún de los Muertos! cosidos con agujas nuestros párpados! Loada la espera bajo nuestras pestañas!
La noche da su leche, que estén a ello atentos! y que un dedo de miel se deslice por los labios del pródigo:
“… Fruto de la mujer, oh Sabea!…” Traicionando al alma menos sobria y asqueado de las puras pestilencias de la noche,
me alzaré en mis pensamientos contra la actividad del sueño;
me iré con los gansos salvajes, en el soso olor de la mañana!…
–¡Ah! cuando la estrella pernoctaba en el barrio de las sirvientas, sabíamos que ya tantas lanzas nuevas
perseguían en el desierto los silicatos del Estío? “Aurora, narrabais…” Abluciones en las riberas de los Mares Muertos!
Aquellos que yacieron desnudos en la inmensa estación se levantaron en masa sobre la tierra –se levan en masas y gritan
que este mundo es insano!… El anciano mueve los párpados bajo la luz amarilla; la mujer se despereza sobre su uña;
y el potro pringoso pone su quijada barbuda en la mano del niño, que no piensa en saltarle un ojo…
“Soledad! A nadie he dicho que espere… Me iré por ahí cuando lo quiera…” Y el Extranjero todo vestido
con sus nuevos pensamientos, gana todavía partidarios en las vías del silencio: su ojo está lleno de una saliva,
ya no hay en él substancia de hombre. Y la tierra en sus simientes aladas, como un poeta en sus palabras, viaja…
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