sábado, 30 de enero de 2016

Mariano Pini -Era una virgen llorando sangre

Mariano Pini, Bajo Flores, 23 de marzo 1980


Era una virgen llorando sangre

Era una virgen llorando sangre.
Ante ella se hincaban los pálidos tigres de overol,
las estrellas de temblor de arena,
espantapájaros de huesos y párpados colgando
y un rinoceronte de papel maché. Juro que los vi.
Era una virgen sosteniendo una guitarra.
Era una dulce comerciante de guirnaldas. Era una ministra.
Un albatros de fuego, un péndulo de luz.
Me tuvo en un costado de su hiel.
Dentro de su caja de niebla musical.
Era una diosa quitándose el pellejo,
pasando por el agua hirviendo de una calle de arrabal,
comiendo uvas del patio de mis huesos,
lamiéndome la cal, la harina gris
de mi pan de octubre al desmayar.
Para el banquete de su adiós, mis piernas de ceniza.
Para su boca de rubíes indomables, mi pálido gesto de cartón.
Ahora se ríe en ese altar.
Dicen que de noche baja y entra a los boliches,
que sumerge su cuerpo de sirena musical
en la ginebra espesa de cada pulpería,
que así los emborracha. Que así los envenena.
Que se come el corazón de todo el paisanaje
con su risa plebeya de jazmín angelical.
Dicen que guarda corazones en frascos amarillos
previamente desinfectados con el humo de mi alcohol.
Al mío lo tiene en un lugar preferencial,
de noche se oye latir en la mesa de luz.
Yo soy uno más que tarde a tarde llega en procesión.
Vengo a buscar lo que me pertenece.
Pido nada más por lo que es mío.
Y ella se inclina, con su cara de perra fantasmal,
enciende un cigarrillo con la luz del fuego que me queda.
Juro que era de verdad, tenía los muslos de un azul feroz.
Era la hijastra de un violín tocado por un loco.
Era una virgen llorando sangre.


foto de Gabriel Guerra Bianchini




jueves, 28 de enero de 2016

Beatriz Vignoli -La caída

Beatriz Vignoli, Rosario, 29 de enero 1965


La caída 

Si te dicen que caí
es que caí.
Verticalmente.
Y con horizontales resultados.Soy, del ángulo recto
solamente los lados.
Ignoro el arte monumental del sesgo,
esa torsión ornamental del héroe
que hace que su caer se luzca como un salto.
Ese rizo del mártir que, ascendiendo
se sale de la víctima
y su propio tormento sobrevuela
no es mi especialidad. Yo, cuando caigo,
caigo.
No hay parábola
ni aire, ni fuerza de sustentación.
Un resbalón: espero. Al suelo llego
por la ruta más breve.
Un alud, una piedra,
una viga a la que han dinamitado.
No hay astucias del cuerpo en mi descenso.
Se sobrevive: el fondo
del abismo es más blando
para quien no vuela, sólo cae.
Si te dicen que caí,
no vengas
a enseñarme aerodinámica revisionista.
No me cuentes de los que cayeron venciendo.
No vengas a decirme
que no crees que haya sido un accidente.
En lo único que creo es en el accidente.
Lo único que sabe hacer el universo
es derrumbarse sin ningún motivo,
es desmoronarse porque sí.

martes, 26 de enero de 2016

Philippe Soupault -Georgia

Philippe Soupault,Chaville, Francia, 2 de agosto 1897 - París, 12 de marzo 1990
Traducción Aldo Pellegrini


Georgia

No duermo Georgia
Lanzo flechas en la noche Georgia
espero Georgia
pienso Georgia
el fuego es como la nieve Georgia
la noche es mi vecina Georgia
oigo todos los ruidos sin excepción Georgia
veo el humo que sube y huye Georgia
camino a paso de lobo en la sombra Georgia
corro aquí está la calle aquí están los barrios Georgia
Aquí está una ciudad siempre igual
y que yo no conozco Georgia
Me apresuro aquí está el viento Georgia
y el frío y el silencio y el miedo Georgia
me escapo Georgia
corro Georgia
las nubes están bajas están por caerse Georgia
extiendo el brazo Georgia
no cierro los ojos Georgia
llamo Georgia
grito Georgia
llamo Georgia
yo te llamo Georgia
quizá vengas Georgia
pronto Georgia
Georgia Georgia Georgia
Georgia
no puedo dormir Georgia
espero Georgia

lunes, 25 de enero de 2016

Rafael Vásquez -Muerte de un poeta

Rafael Vásquez, Boedo, 11 de octubre 1930


Muerte de un poeta
                                                a Juan Gelman

A veces
cuando se muere un poeta
hay que quedarse callado.
No por los recuerdos comunes
de lo vivido
(que no siempre existen)
sino porque los ecos de su voz ausente nos enmudecen solos.
Esos poemas que saben persistir
con su rastro asombrado de quedarse en uno.
Vienen también las fotos. Y los ojos.
Como un antiguo archivo dado vuelta
caen
mezcla de edades y miradas
de tristeza y fatiga
de premios y de duelo.
La avidez de la nota
o la penumbra de la fantasía.
Hay momentos que bajan escapados del sueño.
Son testigos que el aire disimula
y las manos se quedan con la nada del alma.
La mano de escribir
no sabe aproximarse a lo que tanto tuvo
y ahora le falta.
Su poesía
permanece en los libros.
Forma de no morir.

viernes, 22 de enero de 2016

Alfredo Fressia -Souvenir d´automne

Alfredo Fressia, Montevideo, 2 de agosto 1948        


Souvenir d´automne

Fue en Praga, allá por el otoño
del año 1980, a la hora del té en el Café Europa
y él se llamaba Hyacinthe, como los gatos
deberían llamarse. Olía a jazmín
y me decía “je l’aime encore”.
Nunca te olvidé, Hyacinthe
aux yeux verts, aux cheveux noirs, y hoy
sentado frente a la playa, entre los jazmineros
del Boulevard de la Mer, al borde
del Atlántico en América del Sur, digo
“je l’aime encore” en voz alta
y me río solo mientras dos muchachos
se vuelven para mirar a un viejo que ríe sin motivos, dice
“je l’aime encore” y también huele a jazmines.


miércoles, 20 de enero de 2016

Vladimir Maiakovski -Conversando con la Torre Eiffel

Vladimir Maiakovski, Georgia, 19 de julio 1893 – Moscú, 14 de abril 1930
Versión Lila Guerrero


Conversando con la Torre Eiffel

París,
caminada por millones de pies,
gastada por miles de llantas.
Ando errante por tus calles,
solo, hasta el horror,
                                           ni un rostro amigo,
 hasta el horror,
                                 ni un alma.
Alrededor mío,
los autos fantasean una danza.
Alrededor mío,
desde sus fauces de dragones-pescados y luises,
silba y cae el agua de las fuentes.
Llego a la plaza de la Concordia,
y espero a que venga a la cita,
cruzando la niebla,
surgiendo tras las casas apiladas,
la torre de Eiffel.
¡Chist...!
Torre,
más despacio,
que la pueden ver.
La luna, tema de guillotina,
asiste a nuestra cita.
Me acerqué a ella,
susurrándole en la radio-oreja.
He aquí lo que le digo:
-He hecho propaganda a los edificios y a las cosas.
Nosotros,
sólo esperamos su aprobación.
Torre,
¿quiere encabezar la insurrección?
Torre,
nosotros la elegimos jefe.
Usted,
modelo de genio y técnica,
no debe quedar aquí,
ocultando sus contornos Apollinarios.
No es para usted,
este lugar de podredumbre,
París de prostitutas,
la Bolsa,
y los "poetas".
Los Metró están de acuerdo.
Los Metró están conmigo.
Ellos,
arrojarán al público,
de su embaldosados vientres.
Y la sangre nueva,
lavará las paredes,
de los afiches de polvo y perfume.
Ellas,
-las paredes-
están convencidas.
Ellas no quieren ser esclavas de los avisos lujosos,
ellas saben que les sienta mejor a la cara,
nuestros agudos carteles de lucha.
¡Torre!
¡No tenga miedo a las calles!
Si el Metró no suelta la gente,
la calle lo castigará con los rieles.
Yo levantaré el motín de los rieles.
¿Teme?
Los tractores vendrán en columnas,
nos defenderán.
Vendrá Rive-gauche en nuestra ayuda.
¡No tema!
Ya me puse de acuerdo con los puentes.
Vadear los ríos,
                                 no es fácil.
Los puentes,
se levantarán de golpe,
movidos por el encono,
cerrando las entradas a la ciudad,
por todos los costados de París.
Al primer llamado,
se amotinarán los puentes,
arrojando a los peatones,
con su toros de piedra.
Se rebelarán todas las cosas,
las cosas,
ya no pueden soportar más,
este orden de cosas.
Pasarán quince años o veinte,
se ablandará el acero,
y las mismas cosas
se lo aseguro,
irán solas,
a venderse por las ferias de Montmartre.
¡Torre vamos!
Venga con nosotros.
Usted,
allá, en casa,
nos hace más falta.
¡Venga con nosotros!
La recibiremos,
con el brillo de nuestros aceros.
La recibiremos,
con más ternura que al primer amante amado.
¡Vamos a Moscú!
Torre,
allá tenemos más lugar.
Usted,
tendrá todas las calles que quiera.
Nosotros,
la cuidaremos,
cien veces al día,
lustraremos su acero y su cobre,
y quedará como el sol.
Deje,
que su ciudad-,
París de tontas pitucas,
París de bulevares abribocas,
acabe sola,
enterrada en el cementerio del Louvre,
con el vejestorio de su museo en los bosques de Boulogne.
¡Adelante!
¡Marche!
¡Marche con sus cuatro patas poderosas,
remachadas según lo planos de Eiffel,
para que en nuestro cielo,
asome tu frente de radio,
para que nuestras estrellas,
ante ti se avergüencen!
¡Decídase, torre!
Hoy se levantan todos,
removiendo a París,
desde la cabeza hasta los pies.
¡Vamos,
venga con nosotros a la URSS!
¡Venga, con nosotros!
Yo,
le conseguiré el pasaporte.

lunes, 18 de enero de 2016

Ted Hughes -La Última Carta

Ted Hughes, Reino Unido, 17 de agosto 1930 – Londres, 28 de octubre 1998
Traducción Luis Antonio de Villena


La Última Carta

¿Qué ocurrió aquella noche? Aquella última noche
En que todo fue expuesto dos veces,
Tres. Te vi viva por última vez
Al caer la tarde del viernes
Quemando en el cenicero con una extraña sonrisa
Esa última carta a mí. ¿Había yo estropeado tus planes?
¿O me había sorprendido antes de lo que tenías previsto?
Una hora más tarde y ya te habrías marchado
Donde yo no pudiese encontrarte.
Yo, con tu carta en la mano,
Un rayo que no podía llegar a la tierra,
Me habría alejado de tu puerta cerrada y roja
Que ya nadie abriría.
Eso para mí
Hubiera sido un tratamiento de choque
Que se repetiría una vez y otra, todo el fin de semana,
Cuando la leyera o simplemente al pensarla.
Eso hubiera ordenado mis pensamiento y mi vida.
El tratamiento que planeabas necesitaba tiempo.
No puedo imaginarme cómo
Hubiera podido soportar ese fin de semana.
No puedo imaginarlo. ¿Lo tenías ya todo planeado?

Tu nota me llegó demasiado pronto. Ese mismo día,
Viernes en la tarde y la habías mandado en la mañana.
La adelantaron los demonios que siempre prevalecen.
Esa fue una más de las marcas de la mala suerte
Que contra ti quiso poner el servicio postal
Y que se añadió a tu carga. Salí rápido por entre la nieve
Ya azulada en Febrero. Anochecía en Londres.
Lloré de alivio cuando abriste la puerta.
Mil y un acertijos a solucionar. Lágrimas precoces
Que no pude interpretar, que fracasaron al comunicar
Su verdadera importancia. Pero lo que dijiste,
Sobre las cenizas aún humeantes de esa carta
Destruida con tanto cuidado, con tanta calma,
Me dejó dejarte, marcharme
Para que quitaras las cenizas de tu plan, del cenicero
En el que apoyaste para que yo leyera
El número de teléfono del doctor.
Mi huida
Se había convertido en un hechizo,
Desesperanzado e insomne, con todos sus sueños gastados,
Y yo sólo quería volver a capturarlos, sólo quería
Caer en algún sitio fuera de ese vacío.
Dos días de no hacer nada. Dos días gratis.
Dos días sin calendario y robados
De un mundo sin nombre
Más allá de lo del día, de sentimientos y de nombres.

El amor de mi vida lo agarró. El desmayado amor de mi vida
Con sus dos agujas locas,
Esas que tejían su rosa, esas que atravesaban y anudaban
En el tapete su tatuaje sangriento
En algún sitio y adentro de mí,
Anudando ese embrollo blasonado,
Dos agujas locas, pespuntando sus pespuntes,
Eligiendo
De mis nervios sus colores,
Rehaciéndose adentro de mi piel, rehaciéndose
La una a la otra como una caricatura.

Su obsesionado entrar y salir. Dos mujeres
Cada una con una aguja.

Esa noche
Mi Susan de De la Robbia. Me moví
Con la circunspección
De una llama en la mecha. Toda mi furia
Era un esfuerzo abandonado de volar
El viejo globo sobre el que las sombras doblaban
Mi delator rastro de ceniza. Corrí
De un lado a otro, corrí mirando atrás, una película al revés.
¿Corrí hacia dónde? Fuimos a Rugby Street
Donde tú y yo comenzamos.
¿Por qué fuimos allí? ¿De todos los lugares donde pudimos ir,
Por qué fuimos allí? La perversidad
En el arte de nuestro destino
Ajustó sus refinamientos para ti, para mí,
Para Susan. Un solitario
Que jugaba a ser el minotauro de ese laberinto
Que incluía hasta a Helena en la planta baja.
Tú te habías fijado en ella: una chica para un cuento.
Nunca la conociste. Pocos la conocieron
Si no era a través de los oídos y la máscara hambrienta
De su perro alsaciano. Tú ni siquiera la habías visto.
Tú tan solo te encogías
Cuando el demente animal se impactaba contra la puerta
Mientras atravesábamos el pasillo
Y la oíamos ahogarse en un infinito odio alemán.

Aquel sábado en la noche abrió su puerta
Apenas unos centímetros.
Susan se encontró con sus ojos negros, con el triste
Sobrepeso y la cara amorosa que se veía
Al otro lado de la cadena. Se cerró la puerta.
La oímos consolar al carcelero en su celda,
En su guarida, esa en la que apenas unos días después,
Lo ahogaría en gas, se ahogaría ella misma.

Susan y yo pasamos esa noche
En la cama de nuestra primera noche. No lo había vuelto a ver
Desde que nos tumbamos en ella la noche de bodas.
No me la llevé a mi propia cama.
Se me ocurrió que con el fin de semana
Pudieras aparecer en una visita sorpresa.
¿Apareciste para tocar en mi ventana oscura?
Por eso me quedé con Susan escondiéndome de ti
En nuestro lecho conyugal, el mismo
Del que en tres años se la llevarían a morir
Al mismo hospital en el que,
En doce horas,
Yo te encontraría muerta.
El lunes en la mañana
La llevé al trabajo, a la City
Y después estacioné el auto al norte de Euston Road
Y volví a donde mi teléfono me esperaba.

Lo que pasó esa noche, en tus horas,
Nadie lo sabe, como si nunca hubiera ocurrido.
La acumulación de toda tu vida,
Como en un esfuerzo inconsciente, como en el nacimiento
Que pasa lento, que atraviesa la membrana de un segundo
Hasta el siguiente, ocurrió
Sólo como si no pudiese ocurrir,
Como si no estuviera ocurriendo. ¿Cuántas veces sonó
En mi habitación vacía el teléfono
Contigo en el tuyo oyendo el tono
Y a ambos lados una memoria que se desvanece
De un teléfono sonando
En una mente que ya estaba muerta.
Cuento las veces que fuiste hasta la cabina
Al final de Saint George.
Ahí estás siempre que miro, apenas
A la salida de Fitzroy Road, cruzando
Entre los montículos de azúcar sucio.
Con tu largo abrigo negro,
Con la coleta a tus espaldas,
Con tu andar que no se mueve ni despierta
Y nadie más anda,
Andando por las escaleras de Primrose Hill
Hacia la cabina de teléfono a la que nunca llegas.
Antes de medianoche. Después. Otra vez
Y otra y otra vez. Y, ya cerca del alba, otra.

¿En qué posición de las agujas de mi reloj hiciste
Tu último intento,
Ya más allá de mí capacidad de escucharlo
Y agitaste la almohada
De esa cama vacía? ¿Una última vez
Que rozó apenas mis papeles y mis libros?
Cuando llegué el teléfono ya estaba dormido.
La almohada inocente. Dormía mi habitación
Henchida de la nevada luz matutina.
Encendí el fuego y saqué los papeles.
Y apenas había comenzado a escribir cuando el teléfono
Se despertó como alarmado,
Como recordando todo. Tomó vida de nuevo en mi mano.
Y después, como un arma elegida cuidadosamente
O como una inyección,
Depositó con frialdad sus cuatro palabras
En lo más profundo de mi oído: “Su esposa ha muerto”.

sábado, 16 de enero de 2016

Leandro Ariel Alva -Gregory Peck, jubilado

Leandro Ariel Alva, Temperley, 17de diciembre 1975


Gregory Peck, jubilado

Visita muy seguido
el jardín japonés
le quedó la costumbre
de renguear un poco
y hablar en voz alta.
Busca el pez más enorme
y más blanco
nadie sabe
que su pierna de palo
esconde un arpón.

jueves, 14 de enero de 2016

Camilo Brodsky -Kintsugi

Camilo Brodsky, Santiago de Chile, 17 de mayo 1974


Kintsugi

Un límite para la riqueza.
Como el que se construye para encontrar
el texto indicado, la línea.

Pero piden cosas que no es posible entregar
cosas que no se pueden dar sin un desgarro.

Digo
este no saber lo que se hace, el fallo
permanente en las aplicaciones de la teoría
una grieta encima
                               borrando cualquier rastro de ternura.

Detrás de todo hay una rebelión en marcha que nunca
resultará del todo, no se verá
realizada con la meticulosa neurosis que requieren estos hechos.

Hacer cuentas sin capitular.

La luz prefiere siempre superficies claras.
El lado blanco de la hoja de un álamo
brillando al ritmo del sexo bajo treintaicuatro grados célsius
y mostrando sus dos caras alternadamente
horas antes de que el calor te expulse
fuera de la cama y tengas que partir
a buscar a tu hija mayor al liceo; el álamo
que acompaña tus casas como las estaciones, el viento
la brisa caliente a comienzos del verano
parte del discurso que se te desgrana
como la falta de respuesta del destinatario

—después del sexo, en todo caso
quiero que me echen una sábana
fría y delgada sobre el cuerpo
una sombra como la que proyectaba
el pino que cortaron en Concón
porque estaba siempre a punto de caer

sobre alguien
de aplastar a alguien
de reventar contra el suelo
el cráneo de alguien

como balas sobre arena en El Alamein
o escarabajos caminando sobre tu pie izquierdo

—es algo que pasa
como las balas; el escarabajo
opaco, negro, voluminoso como la culpa
no del marrón brillante de las baratas
al borde del rojo tantas veces; pero no
pienso en un tono más egipcio
si se puede usar el símil
si se me permite
usarlo

—pero no importa en realidad
lo que se puede o no decir en el poema
como si no fuera en todo caso una ficción adentro
de otra ficción esta pregunta
retórica y mentirosa
chapucera
una paparruchada más
otra grieta en la superficie del discurso que sellar
como el señor Tagomi hubiera querido
antes de volar la quijada del alemán
que Philip K. Dick puso en su oficina
para hacer que la novela continuara funcionando
como el mecanismo de precisión que debe ser;

todo a prueba de fisuras
que rellenar con oro para embellecer
la trizadura de una vida o de una
época

un rastrojo de generación —pues no queremos
morir en este día
junto a quien no quiera
morir junto a nosotros... ¡San Crispín!

¡San Crispín!

Esa bota muerta que descansa a un lado
de la tienda de campaña permanece
impávida como el Honor o el Heroísmo, y sirve
tan poco como ellos. ¡No se come!

¡No se traga!
¡No alimenta otra boca que la boca seca!

Pero sí retuerce el cuello de la grieta
se mete como cuña y aporrea
resquebrajando toda la memoria de un hombre;
las fotografías familiares en el velador se desencajan
el maquillaje escurre por la cara de su amante tras el agua
de una lágrima salada como el Mar de los Sargazos
todo se lo lleva ese agujero de gusano
la integridad del cuerpo, su agonía —entonces

no nombrarlo.

No nombrarlo nunca, no decir el hilo, no mostrar
el recorrido de la costura.

Un zurcidor japonés
para el jarrón del alma — y todo
para volver a empezar
recorrer otra vez el poema y dar
con el error de buscar la perfección; un loop
por el que ya se ha transitado
se repite como el sol cayendo
sobre el escritorio a las cinco de la tarde, y claro
genera también ese cansancio de la iteración
que desbasta relaciones, anhelos, simples ganas de hacer algo.

Porque ahí está
siempre quebrándose algo
siempre haciéndose añicos
trozos pequeños que se clavan
en los pies
y no te dejan caminar sin que la sangre
manche el piso, el camino, la moqueta

—en el living
donde hemos sacado la alfombra a causa del calor
unas niñas —mis niñas
hacen una máscara de cartulina.

Ahí está, para mí
toda la ciencia:
saber hacer las máscaras de cartulina
muy a lo Mishima, no desesperarse y saber
hacer las máscaras de cartulina
para cubrirnos de la mejor manera ante el desastre
dejando un generoso espacio a la altura
de lo que debiera ser la boca
para sonreír de vez en cuando
y seguir tragando bocanadas presurosas

de aire
aire
aire
de aire.

Porque piden cosas que no es posible entregar
cosas que no se pueden dar sin un desgarro y eso
no nos puede conducir más que al desastre —volver
a la letra entonces, al latido de la letra. Cerrar la puerta
a la pálida intención de redimirse por el texto
a la triste idea terapéutica del texto;

matar el corazón de la letra para que la letra
deje de joderte el día con su latido insistente.

Vivir la contradicción
mientras pegas los pedazos
de cerámica
los recortes de los diarios
las fotografías de los obituarios en la cocina

y llenas tus dedos de pegamento.



martes, 12 de enero de 2016

Elder Silva -La última atajada

Elder Silva,Salto, Uruguay, 13 de noviembre 1955-28 de agosto 2019


La última atajada

Los tiempos se ponen duros
y uno no tiene donde caerse un miércoles de noche.
Te sentás frente al televisor
y entonces te dicen que ha muerto Lev Yashin.
La última atajada de la araña negra.
Con un cáncer comiéndole el estómago
y una pierna amputada hace dos años, se murió
el héroe deportivo de la Unión Soviética.
El hombre al que sólo le hicieron seis goles
en veintisiete partidos cuando el Dínamo de Moscú.
El electricista que se enroló en los tres palos de
un equipo de hockey.
Veo las atajadas siempre en blanco y negro.
paró cien penales dice el periodista.
Como si dijera:
"El muchacho se comió dos docenas de peras".
Era el mejor golero del mundo.
Pero Darnauchans lloraba arriba de un taxi.
Y el chofer no entendía las lágrimas de un cantor flaco
a las nueve de la mañana.
Y no supo que apenas escuchada la noticia me fui
a vomitar al baño, como si con el alcohol que se iba
por la pileta, pudieran irse los doce años,
cuando uno también cuidaba el área chica.
Y ella y yo teníamos tanto miedo
como Yashin ante el tiro penal.


domingo, 10 de enero de 2016

Fabio Morabito -Icaro

Fabio Morabito, Egipto, 21 de febrero 1955


Icaro

Cuando le dieron su pase de abordar
vieron que su maleta no pesaba nada.
Tuvo que abrirla. Estaba vacía.
¿Por qué su maleta viene vacía?, le preguntaron.
No tuve tiempo de hacer la maleta, dijo.
¿Por qué la trajo si viene vacía?
No me gusta viajar sin maletas.
También su equipaje de mano venía sin nada
y lo revisaron con ayuda de los perros.
Lo observaron durante el vuelo: rubio,
casi albino, muy alto, ensimismado y tímido.
La azafata, al servir el almuerzo,
le preguntó de mala forma si iba a comer.
Asintió, pero sus brazos demasiado largos
le impidieron manejar los cubiertos,
no probó casi nada y pegó la cara al vidrio.
Había pedido asiento de ventana
y su vecino gordo se fijó en el gesto
que estremecía sus hombros:
el gesto de alguien que se sacude
una adherencia que lo agobia,
un tic entre pueril y arcaico.
Era evidente que sufría por la estrechez
y, apenas descubrió un asiento libre,
el gordo emigró, no soportando ese calvario.
Más tarde se apagaron las luces
y pidieron que cerraran las cortinas,
pero él no quiso, absorto en mirar las alas.
Tuvieron que llamar al oficial en segunda.
Me mareo, dijo, si no miro las alas,
o tal vez dijo me muero.
Fueron sus primeras palabras en el vuelo
y también las últimas. Al fin lo convencieron
de no perjudicar la oscuridad de la cabina.
Para que se durmiera le ofrecieron una almohada extra.
Lo hallaron muerto después de la película. ~



viernes, 8 de enero de 2016

Fernando Lorenzo -Mensaje a los jóvenes poetas

Fernando Lorenzo, Mendoza, 11 de junio 1924 – Mendoza, 29 de agosto 1997


Mensaje a los jóvenes poetas

Poeta, cuídate. Cuida también la antorcha
si vas a la batalla: la batalla es tiniebla
pero la paz es dura, dura como la sangre coagulada.
No hay en el mundo un hombre que no haya sido niño,
por eso cada guerra es también una vasta trinchera
donde el soldado clama por la leche materna
mientras come en silencio
la pólvora y el plomo,
recordando aquel vientre ya enterrado.
Cuida tus manos, hechas con finísimo polvo de harina y oro.
No te las cortes, no te las cortes en el amor para hundirlas
como golondrinas que divisan ya el mar
en el cuerpo extendido a tu lado, que excede
los límites del país donde amas.
Toda cama es de piedra.
Gasta tus manos solamente como cantos rodados hasta que
llegue el día
y el sol te aparte de ese cuerpo, te separe,
corte tu beso en dos sin que sangren los labios.
Cuida tu frente, último muro hacia arriba, muralla sitiada.
Lo que tus enemigos buscan desde el comienzo de los tiempos,
cuando todo era azul y nadie nos miraba exisitir,
sólo dioses hambrientos.
No los dejes trepar con sus patas hendidas,
defiende tu frente, ese hueso donde todo es espanto,
donde la vida y la muerte son espanto.
Cuida tu frente, bajo la cual vive enterrada en vida
tu infancia.
Tu frente, también vela de tu barco.
Cuida tu cuerpo, esa llaga vestida, armoniosa y sumada,
contraluz y paciencia de la luz,
maraña que ata y desata el viento...y las palabras.
Cuida esa perfección, ese dolor que investiga el deseo.
Cuida tu cuerpo que duerme, que se acuesta, que se levanta,
que va y no vuelve nunca igual a sí mismo, que te ronda,
despierta y confunde lo soñado y lo vivido,
que envejece sin ruido entre los objetos eternos.
Cuida tu cuerpo desnudo y cuida el cuerpo desnudo que amas:
serán tu paz necesaria y tu guerra dichosa.
Son, uno junto al otro,
la tierra y el mar soldados por un aro de fuego,
mientras los ojos ofician de estrellas en la noche perfecta.
Cuida al fin tus palabras. Porque has venido al mundo
a soplar al oído de los hombres
la tempestad y su cortejo de cristales partidos,
los días quemados sin objeto,
el último sabor de una lágrimas. Has venido a soplar
sobre la cerradura de la muerte,
sobre el vino humano tierno, dócil a la boca
-hermano callado de la pena que andamos divulgando-
sobre la cabecera de la cama
-reunión de tantas cosas-
sobre el fuego que amenaza apagarse,
sobre los árboles más altos...
Has venido a soplar sobre la sombra que va cubriendo el mundo
las últimas monedas de los dioses.
Y cuida tus lágrimas. No las gastes en ojos.
No derroches esa agua preciosa en amores perdidos.
Guárdala para el día en que pactes con la tierra.
El día, la hora y el instante
del aliento final, entre las sábanas,
cuando la necesites para la sed final, que llega entre sedientas
amapolas.


miércoles, 6 de enero de 2016

Angel Guinda -Papeles

Angel Guinda, Zaragoza, 26 de agosto 1948


Papeles

Un papel certifica mi llegada a este mundo.
Mi identidad la corrobora otro papel.
Uno más califica nuestra vida en pareja:
de derecho, de hecho, de desecho.
Otro papel registrará mi muerte.
¿Cuál será mi papel verdadero en la vida?
Abro el buzón: rebosa de papeles.
Salgo a la calle: me surten de papeles.
Voy al Banco: cumplimento papeles.
Doy una conferencia: para cobrar, papeles.
Un papel me da acceso al estadio de fútbol,
a un concierto, al cine, al teatro.
Tráfico me echa el alto: los papeles
- los busco, los escrutan, me empapelan.
Necesito una subvención
- me dicen: hay que hacer papeles.
Me pongo de los nervios en unos almacenes
- me amonestan: no pierda los papeles.
Me entregan un regalo:
sufro ansiedad al desempapelarlo.
Mi papeleta electoral traga derrota.
Me manifiesto por los sin papeles.
Traspapelé la luz, busco tus ojos.
Cada semana reciclo dos bolsas de papeles.
Vivir: papeles y papeles y papeles.
La vida, para muchos, es todo un papelón.


lunes, 4 de enero de 2016

Norma Starke -Antes Que Agosto Concluya

Norma Starke, Quilmes, 1 de junio 1949


Antes Que Agosto Concluya 

La rama en la zanja/los grillos construyen murallas que nadie tiembla/
la lluvia borra trazos que otros escriben/ Cada día iguales/
Muros huecos de roca se deslizan por el horizonte / El cielo no se cubre de aquella audaz melancolía /
Más allá de la confusión / agota el círculo/
Luz de mañana / de invierno / eclipse de ropas lavadas al sol /
intemperie lejana / Hay un viento de estar y no / Vidrios que amanecen sobre un nuevo rincón /
Lejos cerca se libera la palabra / imágenes que vuelven al centro/
¿a qué tanta perfección de la forma?

sábado, 2 de enero de 2016

Roberto Juarroz -Poesía vertical 18

Roberto Juarroz, Cnel Dorrego, 5 de octubre 1925 – Temperley, 31 de marzo 1995


Poesía vertical 18

Fisuras interiores,
grietas por donde se filtra gota a gota
el líquido espeso y apremiante
de esa invasión profunda
que llamamos oración.
La oración, que no es algo que se reza
sino una inclasificable sustancia
que no está hecha de un decir,
aunque a veces se abrigue con palabras
o fragmentos de palabras,
como el sueño se viste de fábulas rotas,
con desarticuladas historias que descarrilan al pensamiento
y encarrilan, en cambio, el sagrado estupor
que tapiza el lado oculto de los seres.
La oración y el sueño se parecen:
son dos entidades o elementos
que gotean en los entresijos de una nada
que se asemeja a algo.
¿Qué ocurriría si se abrieran de pronto
esos lentos arcaduces,
esos estrechos canales
por donde se filtra la oración
y quizá también el sueño?
¿Se mezclarían ambos acaso?
¿Un torrente arrastraría al hombre
desde su propio interior?
¿O tal vez sólo la oración continuaría goteando,
implacablemente goteando
con el mismo ritmo y la misma medida
por la imprevista abertura?
Es probable que la oración sea una parte fija,
una porción estable
de la naturaleza de cada hombre,
la aplicación de una discretísima posología,
una cuota inmodificable como el sueño.
La dosis establecida
de una extraño y casi abrumador rescate
que llevamos en el centro
de nuestra propia sustancia.