Jorge Enrique Ramponi, Mendoza 21 de agosto 1907-Mendoza, 2 de noviembre 1977
Piedra infinita
Porque compacta sombra,
o soledad,
perpetua soledad a plomo,
témpano de silencio,
rígido limbo y piedra,
tienen la misma réplica, oh cóncavo nefasto, igual
ecuación fría,
responden con un eco de margo símbolo en la
sangre.
Tembloroso, sonámbulo, tornasol, taciturno,
aguzo el corazón, palpo la piedra:
frío gesto unitario,
fruto cumplido en ámbito ya duro,
tiempo cerrado, autónomo, infinito.
Secreta mar prende en su acantilado -laurel de he-
rrumbre- un alga cárdena.
La luz del mundo vela de tacto y ojos, ciñe de aureola
su proeza,
oh, graduada de quilate inmóvil
y cetro lívido de esfinge.
Déjame que afronte su oráculo,
que escuche su vertiginoso silencio,
que libe su fatídico polen, su planetario acíbar,
negra oveja de lápidas en redes de tinieblas.
En el viento frontal que inunda lampos de páramo
y olvido,
la carne siente su visel de hueso,
esta premura misma de la sangre
es sólo fuga que se alcanza pronto.
Ampárame a reverbero, corazón, que arrostro el tém-
pano infinito.
Los siglos le zumban en el núcleo a modo de un en-
jambre eterno.
No hay laberinto de más vértigo que el de su isla fría.
Piedra es piedra:
aleación de soledad, espacio y tiempo,
ya magnitud, inmemorial olvido.
El hombre quiere amar la piedra, su estruendo de piel
áspera: lo rebate su sangre.
Pero algo suyo adora la perfección inerte.
Hay durezas, caparazones, formas tristes, con agua o
grumo vivo dentro,
Ella, sin brizna de entraña, mármol lleno de mármol.
Acaso algo terrible habilitó su caracol profundo;
de esperar, siglo a siglo, la valva cerró por intemperie.
Caída al fondo de ese abismo palpable en sus márge-
nes de espanto,
árida espalda yerta, féretro de lo estéril,
ecuador de lo triste,
no es ni desdén: ignora redonda en su materia sorda,
íntegra, nada, nunca.
Geometría en rigor, sola en su límite,
ceñida cantidad, estricto espacio,
asignatura ciega, pieza hermética,
contrita y sin piedad, armada en temple,
cuadrada en su sostén, compacto término,
duro numen del número,
sin pórtico al sueño ni a la lágrima.
Si absorbe no incorpora, ajena al vello de los líquenes.
El fuego no es su dádiva, es ardiente
secreto que el hombre le inventó buscándose.
Sentid: ni ruda música primaria,
cajón sordo, yunque seco, ataúd del sonido.
El hombre tiene ojo azul para la brizna,
tierno bisel, cándido escorzo al tornasol furtivo.
Puesto a pulsear la piedra
- oh arpa negra de bruces
desolada, asolada -,
fulge un iris nocturno por su sangre,
y un pavo de liturgia le consterna como párpado lóbrego,
ya su recinto huésped de lo aciago,
porque la honda bóveda canta, requerida canta, fiel,
en eco puro.
Puesto ya a orar,
puesto a llorar orando,
tiembla de la inocencia que en fulgor le asiste,
como una melodía en el silencio que se dilata y la
circunda,
oh víspera del ángel sabio de la celeste fábula,
cuyo valor revuela cenital como un águila de arpegio.
Qué latitud, entonces, del corazón, qué zona dulce
emerge,
-ráfagas de memoria y márgenes de olvido-,
donde la piedra flota sin reverso en la luz,
diáfana pluma, copo azul de espacio.
Pero la bestia mineral embiste al sueño.
El frío aliento que sopla su célula,
su faro de hielo, su mano de escarcha, apaga mi aura
pura.
La piedra pierde en mí su maroma de lágrimas.
Al fondo de los ojos su puente ciego se derrumba,
rebota en el corazón su arquitectura aciaga,
y alza otra vez a fiel su flota
anclada a eterna dársena y silencio,
soldada fósil sobre su agua dura.
Bultos de azar y signo.
Torreones solemnes.
Ni terrestre, ni marina, ni natural, anónima península.
Un ácido de sueño vertical, infinito,
cae desde la piedra hasta la sangre.
Patria sin súbdito,
oh abrupta silenciosa,
monótona profunda,
colectiva unitaria,
unánime infinita.
Qué viento alzó su remolino seco desterrado a escarpa,
que aún sopla en lo inmóvil,
meridiano de eternidad, eje del eje de la inercia.
A PIE de piedra baja la cascada compacta.
Islas y mar de piedra.
El ala de vorágine que abatió lo tremendo
esparció lo derruido:
oh pormenor luctuoso, oh múltiplo siniestro.
Vestíbulo del páramo.
Foro de túmulos,
teatro de sarcófagos,
estadio de héroes grises, ateridas panoplias
sobre acéfalas mitras,
bruscas estatuas vueltas en un ébano absorto,
atrios truncos
y fábulas de logias y archipiélagos.
Ni aún destruida la piedra releva su destino, su número
nefasto.
El escombro hace pie, busca tutor, se hereda en su
vestigio.
Cetro gris, pavoroso, intacto en el menhir, restaurado
en el dolmen.
Derramada en segmentos,
repartida en posturas,
piedra sin amnistía,
siempreviva de muerte.
Concéntrica de edad, imbricada de tiempo:
qué apoteosis de espanto
glorifica sus aras.
Apócrifas guirnaldas trepan sus catedrales,
interrumpen sus sótanos
pulpos de catacumbas.
Atajos de masacre
con un crimen remoto.
Formas de orden sin término
y fractura furiosa,
terrazas de agria escama
y arrecifes de herrumbre,
lívidos holocaustos,
goznes de acetileno,
escafandras de hollín y cobre púrpura.
Y un espectro de eclipse
trasciende su emporio atroz de inercia,
la infinita clepsidra,
el siniestro carámbano.
No hay pavor en el polvo.
Ved la piedra inclemente,
ahincada en su talud,
empinado en su orgullo.
Su columna tremenda de esplendor lamentable,
efigie de furor sin nadie en su efemérides.
Un iris de altitud, un ojo múltiplo,
a pura, fría cólera, vigila vertical su amén perpetuo.
EL ÁRBOL es un pensamiento de la tierra.,
bulle y fulge en la atmósfera con su rito de pájaros;
semáforo del alba sus veletas al viento,
escultura de pecho circular al paisaje.
El alma oral del agua tiembla en cuño verde, en cauce
de frescura,
su géiser hace fiestas a la sangre,
si echara a andar, nos besaría en el corazón, labio por
grumo, hoja por hoja.
La piedra es un terror que fue un dolor remoto,
cicatriz milenaria toda costra de piedra,
dimensión sideral de la muerte,
muerte inmemorial, cadáver sólo eterno,
lo que no participa ni aún asiste.
En vano la lluvia, a largas manos de caireles, busca
acento en su omóplato,
en vano la vida quiere abrirle un hondo cáncer.
(LA PIEDRA acosa al hombre,
lo asedian sus espectros,
por el reverso de la sangre suelta sus meteoros fríos,
en campos de vigilia fulge su heráldica siniestra,
empuña su perfil de crimen, verdugo de los sueños.
De espaldas, entre lo opaco inútil por traslúcido,
el corazón en cruz por un sollozo,
despierto, náufrago fugitivo de una liturgia amarga,
desnudo hasta los huesos por un lívido lampo.
Oh lecho de cruel espejo estéril,
ras a ras de su intemperie seca,
-un cráneo bajo el cráneo, un fémur a lo largo de los
fémures-
tálamo y catafalco,
en nupcias con mi propia forma blanca yacente.)
PIEDRA por piedra,
desierto sólido, áspero alcázar,
nudo macizo hasta lo negro.
Piedra o enigma de lo abstracto
o realidad de un mito puro,
olvido de Dios ya Dios de olvido.
La piedra tiene un ídolo de edad perpetua.
El hombre siente cancelar su orgullo,
prosternar su sangre.
Un gran embudo frío sorbe desde el témpano.
Todo a su alrededor cae en el rito inmóvil.
Oh nombre de cábala que el corazón canta y escucha,
aldaba del oráculo,
incógnito en sus ecos por espectros de símbolos,
su ráfaga de enigma bate la sangre,
repercute diagonal en la frente:
tras el tumulto queda su versión del silencio.
Parapetada en su baluarte,
invicta en su reducto,
ancha y honda en su esfinge,
alrededor de sí sobre su piedra inerte,
apretada y henchida:
piedra en piedra de piedra.
Quien mira sus resquicios,
quien busca su consigna por los sueños,
promueve lo terrible, comete el holocausto de sus
ángeles,
invalida lo puro, asimila lo acerbo de su numen,
tras la dura pasión el infortunio brota en negras lianas,
porque el dolor bebe la forma de un dios amargo
entre las sienes.
luego se llena de ébanos el corazón, la voz se llena de
ébanos.
ENAJENADO, mártir del soplo hasta un nivel de estigma,
solo de sola soledad consigo,
cuando restalla el rapto,
ese pavor del vítor en la frente,
-angustia vuelta fulgor, alta vigilia lúcida -;
oh atónito poseso
con su furia sagrada y su cólera ímproba de héroe,
mirando así, cantando,
sangre contra piedra,
hasta que el témpano se desvanece en humo,
hasta que el humo fatuo, de tornasol a tornasombra,
refracta un hombre que lo mira.
- Te conozco, oh el abstracto, en tu lento remolino de
círculos,
me conoces, ausente, a quien pierdo mirándome,
translúcido.
No enturbies tu cristal, detén el móvil prisma, tu
mímica de niebla,
oh emparedado, espiándome por atajos de sombra,
asimilado a grietas y resaltes,
a un parpadeo huyéndome por galerías blancas como
un limbo inocente.
Ten confianza en mi lealtad de tierra:
apacigua esa pátina en que escondes tu equívoca
vislumbre,
espejo como linfa pulsado por uñas como espinas,
guitarra del espectro que asoma en el fondo de su
arcano,
tenebrosa cariátide que trasluce la forma en que pernocta.
Oh magnético azogue:
la seca mina triste aflora en lo dentario,
en la veta del pómulo furtiva,
en el filón de nácar saledizo a las cuencas.
Tácito huésped,
rostro de faz abrupta prófuga en mi delirio,
remoto mi sereno pavor, hasta lo impávido:
te apoyaré la frente,
seco empeine transido por la tuya de hielo.
Mírame, blanco búho frontal, mírame con tu tiempo de
máscara,
con los vanos creciendo de un solo túnel,
cíclope-girasol con su cara de un ojo en éxtasis al limbo,
arrastra al corazón su torbellino impuro,
su frío aventa en seco la urdimbre de la pulpa,
delata el árbol óseo, los rígidos estambres.
Oh lira de los huesos llena de abejas tristes de la
sangre,
la mano del arpegio se cierne hasta el tañido,
demora un aleteo confuso de presagio
su mariposa abierta recóndita en mi polen,
acá, donde gajo a gajo estalla orquídeas el delirio,
acá, donde el limbo devora una a una mis luciérnagas.
CON la piedra en la frente,
el hombre cumple ciclos de soledad,
remonta una vejez inmóvil que no tiene cifra.
Donde su luz no alcanza,
el corazón oficia como ciego lúcido:
tembloroso, sonámbulo,
a tientas entre signos que soplan un nombre de tiniebla.
Hasta la última soledad.
La que no se penetra a pesar de la acústica y cilicio, perpetua cúspide a sí
misma inaccesible,
cifra total que integra su infinito solo,
donde el acorde se realiza,
donde canta ?lo escucho-,
la piedra canta un solo de eternidad y de silencio.
SILENCIO, o jeroglífico del límite,
como un rumor helado, viento fijo o incisa hiedra fría.
Oíd la piedra, ved el silencio: nombres de un terror
de lo mísero.
Sentid: cataratas de edad caen al mar de Siempre.
Se siente la alegría del astro, piedra en lámpara,
el júbilo del hielo, piedra diáfana en fuga.
Se ignora hasta dónde el signo de la piedra;
de tan honda su clave desespera a la sangre.
La piedra queda abstracta en su cuerpo de piedra,
oh sólido de túnel.
A SANGRE y canto,
- todo bajo los ojos- busco su reverso,
hasta que el propio laberinto responda,
hasta que escuche su diapasón sepulto,
-un opaco tornavoz me hace cóncavo-.
Momia de facción gris y énfasis triste,
incrustada en su nicho, inscrita en su apostura,
con su alfabeto seco entre los dientes,
parada en lo equilátero perpetuo.
Háblame,
piedra inviolada en tu unidad desnuda,
o lampos de mi canto alumbrarán tu cripta sin alvéolos.
Para serte más fiel tendré tu estirpe.
Mi corazón sin párpados, sin cancel ni frontera,
arrostra un tiempo sin tiempo ni tiempo:
fija velocidad tenaz o vértigo unitario,
-veloz color neutral ya color incoloro-
ardiente suma de la girándula.
Medio a medio del corazón ese iris de parálisis,
mirándome a trasluz, sin ver mi brizna,
-oh mansalva fatal, ineludible-
por alquimia maléfica, de imán y de rechazo,
calcina en prieto cristal mi centro puro;
con un liquen de hierro entre las vértebras
de adentro afuera crezco,
todo un álgido hueso en márgenes de mármol.
Oh mi numen carnal, oh mi tutor terrestre:
estoy en la propia piedra perpetrada en mi sangre,
dado de un yermo clima rígido, penitente, mártir en lo
inmóvil,
me quema la intemperie infinita, lo irremediable estéril;
albérgame en tu caracol o reverbero,
ampárame:
la lengua no puede al corazón, piedra de llanto...
(Oh atónita memoria, dura fatalidad que no dispone,
altitud arrecida, lejanísima fábula.
Son olvidos de estepa por la sangre,
pausas que adelantan negras escarchas de maciza
muerte,
sueño que asimila tiempo y silencio en su cantera sorda,
ya con bordes de cálculo,
el corazón cautivo yerto en su propia urna.)
Sobrevivo, náufrago de lo imperecedero,
rescatado a lo inerte, absuelto de lo árido.
El ángel acérrimo que detuvo la víspera
socorre aún al corazón sacrílego.
Recién salido del eclipse,
con el lastre de una cauda lúgubre,
sensible el vástago nocturno, la tenebrosa anémona
del limbo,
canta otra vez la sangre en mis acantilados,
oh trémulo mar entre las propias valvas.
Pesa y abruma al hombre, deudo suyo, la piedra;
demuda al corazón satélite el poderoso ídolo,
inaferrable como incorpóreo en lo compacto.
Oh confinada sin confín en su símbolo,
inaccesible, insólita,
ensimismada, intemporal, vetusta;
estatua bárbara de esfinge consigo,
o ciprés mineral, compacta mímica,
hasta que la tierra, ya zalazar, azufre de ceniza,
cierre al cabo de su párpado.
Oh pétrea empedernida,
petrificada en piedra, perpetrada perpetua.
OLEADAS de pirámides,
séquito de volúmenes,
órbitas de abismos
sujetas por su estatua.
OH pastor del mineral sin misericordia,
duro dios de intemperie.
Verdugo en forma de ciega luz, cenital espectro de
canícula,
como simún continuo, palio tórrido colgado de la
atmósfera,
deshoja cataratas de sal, vientos de seca luz,
desencadena su ácido,
reverbera su iridio,
aventa, precipita su torrencial enigma.
Paisaje de la sed.
Sed en piezas de sed.
Cenizas en esponjas prietas,
en retortuños ávidos de escoria.
Piedra oriunda del fuego:
oh abrupta música que la violenta inercia baila dura
en el páramo,
hasta el confín de su séquito inmóvil en éxodo de sed.
Sed espacial, cerrada en límites,
ensimismada en cólera compacta.
Improperios de piedra;
torsos de pedernal a látigos de sed,
escorzos góticos,
penitentes, esclavos, sedientos,
más allá de su sed empedernida.
La materia segrega substancia de suplicio,
raros nieles de mártir.
Amarillo eslabón,
garras de sed a sed.
Sed sulfúrea en el aire con fábulas, cilicio de los ojos.
Cavernas donde ofició el furor, diurno el antro, sin bóveda.
Rudos ídolos tallados en el monstruo, ecuestres en su
bestia.
Deidad horrible de la sed con un pico en sus vísceras;
gargantas como cráter obtusas por un cardo de sed,
clavado en la tráquea el estertor, el ascua en gárgara,
visibles los crótalos de asfixia.
El corazón sorbe un sollozo en sangre
como un cáliz de bilis y de herrumbre.
Oh piedra talar
torturada hasta efundir espíritu;
insepulta en su cruz,
con un desdén de héroe ascendiendo a cristal, a mito
sobre el tiempo:
sueña, sueña una corola fúlgida,
un infinito lirio inmarcesible.
Nadie conoce los pensamientos de la tierra;
el corazón sueña un granate con un ámbar dentro:
la sangre encandecida con el iris tierno en su
carbúnculo.
OH soledad redonda de piedra y hombre solos,
amarga flor de mineral y sangre que el canto rudo
cimbra.
Cuando lo misterioso pide un tenor ardiente
y dilata mi acústica,
cóncavo de esa lenta sed continua hasta los huesos,
oh caracoles ávidos,
oigo crecer la piedra por su mar profundo,
escucho el coro de los cráteres, su estentóreo silencio.
Entonces la piedra rezuma un halo
capaz de amarga herencia, un dios fulmíneo;
intimida su voluntad de ser, desesperada,
busca su tiempo tórrido en mi sangre,
me incorpora a su séquito:
un élitro subterráneo por un mugrón o túnel
estalla en mi corazón su alarido.
Silencio no es silencio,
es el tremendo vítor de la piedra.
Remonta de un golpe su clausura horrible,
su fauna mineral, remoto árbol de estatuas.
Girasol planetario meridiano en el trópico,
la aventura terrestre con su olor a vorágine,
en pizarras glaciales aun el tropel en tránsito,
oh tiempo inaccesible en su cuadrante fijo.
Decid: hueso del infinito relámpago,
trueno de eternidad y de silencio.
Un día siempre diurno,
-como un águila boreal diseminada en luz,
acumulada en nimbo- cela lo perpetuo.
PIEDRA parada al borde de la fuente:
vertiginosa cuenca en sombra,
eco de la altitud, su dimensión vacía,
cuño y espejo del estruendo sólido.
Sima y cima se abisman en reflejos
devueltas en su imagen,
doble Narciso atónito en la mente
sobre un viso de fábula.
Pero la sangre escucha bajo las bóvedas del Tiempo:
percibe un extraño silencio como aureola de mito o
estupor de hazaña,
un agudo sigilo que reverbera en su tenaz alerta.
El duelo retumba inmóvil en la frente,
sobre el cenit del sueño,
cambiante zodiaco del canto.
Desnudo dios en el broquel del ímpetu,
celada potencia de la sombra,
se afrontan, se repelen, -rayo y tiniebla intactos-
a filo de vigilia, balanza de pavor, mutuo espejo de
vértigos.
Fiel del imán y el rechazo
por el ojo de un pulso, oh brizna de luciérnaga,
el corazón se apaga, parpadea la sangre.
Atropellan el sueño, trastornan los biseles del canto,
sólidos de vacíos y vacíos de sólidos:
cóncavos terribles hasta el cielo,
cúspides hasta el fondo de la tierra:
tremendo poliedro de luz y sombra,
de alvéolos y bloques a tumbos por la frente.
OH blindada por su estéril silencio,
por su color inerte,
por su ceñida integridad violenta,
por la luz que calza a filo escueto su tumulto.
Selva de un árbol solo su cantera furiosa,
río de un agua rígido torrente,
huracán de una eterna racha en bloque,
temporal intemporal, cuajada la cólera en el antro.
En la sombra la piedra se desborda,
irrumpe de sus cauces lo múltiple hacia el canto.
El mar mece su rumor, la piedra bate su silencio.
Un eco sonámbulo canta en el odeón enardecido.
El océano abrupto agita sus altas márgenes,
remueve sus cimientos sin resquicio en su dique.
Oh corazón,
que andas en caracol o casa de misterio:
se establece en lo cóncavo ?otra vez- esa campana
como abeja tonal que desde siempre zumba,
hondo tambor a parches de silencio tenso hasta adquirir
sonido,
por laderas de acústica de eco en eco su diafragma.
Un péndulo insomne en su cántaro
inundado de piedra por la piedra,
crece del corazón hasta los bordes;
su voluntad impera desde el núcleo.
El somatén pasa pulsando los cabellos,
oh arpas del espanto,
se lo escucha con los poros redondos,
destemplando los huesos, amarilla la sangre,
el corazón ausente como un ídolo.
De pronto, campanarios sepultos,
en un viento sin ráfaga se citan en los astros brizados
por la noche.
Héroes ecuestres en tu sangre:
corta los duros grillos terrestres, apacigua tu canto,
arrodilla la grímpala del húsar.
La noche se reviste de un tiempo solitario,
toda la red de estrellas tiembla entre sus maromas.
La piedra sube en niebla de música a los astros;
las estrellas ya tañen, vueltas campanas blancas.
La noche tiende un arco total sobre la vida,
sobre el hombre y la piedra.
Oh, corazón astrólogo:
todo sucede allá, detrás del mundo.
PIEDRA arriba
pavorosos afluentes van repatriando fósiles por el nativo
estuario.
Grandes grupas leonadas convergen, empalman sus
macizos golpes, filo a torso,
repechan su oleaje,
en oblicuos torrentes al sur buscan su océano.
Sordos gajos quedan anclados en lo cúbico.
Trópico de la piedra.
Tribus de color parvo y abandono,
tribus de potestad desamparada,
vaciadas a horma ciega y alma entera,
claman a fortaleza y deterioro,
en macizos de sed de plomo y lápidas,
a penitencia fiel y escama fría.
Trabaja avaro el tiempo:
por etapas de piedra se acumula y decanta,
transpira un licor que abreva el mármol,
se ensimisma hacia un templo que embalse lo infinito.
Talados por la furia paulatina,
laterales escombros derivan a la huesa;
represan el osario rachas de piedra intermitentes;
aristas del glaciar remoto
-visibles los arreos de ira, las insignias del trueno-
interponen sus islas, náufragas en lentas fosas grises.
La resaca aun declina tuberosas estériles, residuo mi-
neral, estiércol ácido.
Piedras de hueso verde revenido en la caries,
rotas cápsulas negras que desovan su geológico polen,
un plumaje de anteras en vilanos que devora el decurso.
Paneles de un pavor liso hasta el cielo
suben a tomar Dios y no responden.
Anécdotas tortuosas de cinabrio sesgan en río el mapa
de lo sólido.
Alguna cicatriz de azafrán líquido desplaza su armadura;
le florecen granadas de intemperie y estigma.
Continente rebelde contenido,
viaja a la eternidad por vínculo de espanto.
Vino desde tan lejos que está desde el estrato y
persevera.
Es tanto su antes que hace olor a limbo.
De coraza a carozo duro páramo muerto,
desde sótano a cresta piedra todo.
Pensad en su desencadenada tromba seca,
pensad en paquidermos de piedra, fauna de lastre a
tumbos de bloque,
a pezuñas de ancla sobre el mundo.
Su estrépito se percibe por replica, se anticipa en
silencio,
o en forma de receso de catástrofe.
CORAZON de la piedra que no llora ni pregunta nunca,
forrado en soledad,
en su amarga vertiente de silencio,
penitente sin rodilla ni sangre
como esclavo girasol aborigen.
Oh satélite ciego del tiempo perpetuo.
Un meridiano estéril, desde el polo del ídolo,
propaga su terrible fase de escarcha,
imanta su destello verdugo.
La sangre apura su vejamen,
consuela su burbuja herida en el párpado,
se arrulla entre sus propias efímeras de fiebre y polvo.
Y cantaría de amor, aún, hasta arrullar el sílice,
hasta que cambie al menos la forma del suplicio.
Nivel a pulso suyo la piedra en hondo vuelo ardiente,
a oscuro rigor de alas de sangre, el canto.
NO hay equidad corpórea,
hombre de pobre tierra alzada en alarido.
Nadie alcanza la piedra.
Nadie vuelve su núcleo pulpa viva.
No la toca una vara de llanto caída en la intemperie.
Nadie conoce el sésamo ardiente que abra el témpano.
Pero el agua distribuye su magia.
Rápidos cubiletes vuelcan su azar perenne,
números bailarines por declives de danza hasta la in-
número,
súbitos sortilegios encinta de primicias.
Juegos de hembras,
fugaces biseles de muchachas,
el augurio de carnales magnolias siempre en fase de
vísperas,
la promesa de ebrias lunas de nalgas, a deriva por rá-
pido menguante.
Suelta, otra vez los pétalos confluyen.
Estallan las barajas de escama,
alguna catedral de estalactitas
por un remo de sol, sólo de luciérnagas.
Oh poliedro flagrante,
agua plural, furtiva, espectro de lo súbito.
Arboles sueltos, bosques libres huyen,
árganas de corimbos a deriva.
Tarambanas del agua,
del brazo las argollas de verbena,
rondan la piedra adusta,
le azuzan sus pléyades,
frustran su discurso de golas.
Versátiles medusas, chorreando su escarola marina.
oh benignas gorgonas vueltas gárgolas,
llaman la piedra como a un duro afluente
con sus flautas de sal y su tambor de yodo.
Y han de jugar acaso hasta absolver la piedra,
hasta que le brote una flor, un fértil corazón adentro,
un chorro de arrullo, una pluma de esmirna,
cuya criatura le cueste vivir
y morirse.
PIEDRA o vanidad del tiempo que a sí se erige dólmenes.
Máscara turbia de una fábula lenta que perdura en
su mímica.
Ignora las primaveras -danza del árbol y la sangre-
sus destello y ruinas,
témpano sin temperatura.
Accede en su color o declina en su orgullo
sólo por la gran constancia unitaria.
La tierra cargada de su plomo triste
gira para un azar de siglos y girándulas.
Quisiera sacudir su estorbo duro,
como un tumor o lacra,
áspera cuña que interrumpe la dulzura terrestre.
El hombre canta y llora a crispación de vida y muerte,
hasta cimbrar su corazón en su pedúnculo,
vasallo de un dios triste, anónimo en su fuerza,
a quien no importan vísceras ni canciones, ni sueños.
Porque no vale el caracol,
el surtidor del canto,
la dulce criatura, el bello animal nuestro que da sangre.
Ni el mineral o fósil o lingote calcáreo,
aglomerado infame, tirado a eternidad sobre su muerte,
si aun lo definitivo es sólo tránsito infinito.
(Ah, letras de la sangre cercada de gusanos,
palabras de la entraña cuyo panal devoran,
voces que el duro rapto erige
y el canto, ciego, palpa temblándole las yemas,
con la lengua pegada en qué sabor a póstuma cicuta.
El polen de la vida tiembla en los estambres de los
huesos,
trepa una larva fría sobre un lóbulo,
desde las turbias napas crece un légamo horrible,
el pésame que hereda la sangre réproba de las sangres
otra vez toma forma de callado alarido.)
VED la piedra en su código:
materia que sólo sabe dormir, dormir, párpado a plomo,
esclava en su postura,
deriva en soledad de limbo a limbo.
Acuñada en su edad, ajena al tiempo, antepasado
suyo que ella niega,
ya nadie sabe de su vástago lejano.
Rompí su cuerpo por ver su corazón: témpano sólo.
Vacié su vaso, arena muerta contenida.
Ella, lo eterno; yo, lo efímero ardiente, la atropello a
sangre y canto.
Lo sé: me mira hasta los huesos con mi lápida,
pero lloro sobre ella, porque algo suyo llora en mí su
destino.
***
HOMBRE beodo de piedra, de su vino de lápidas,
de su tufo de templo, de sagrado patíbulo,
convalece y escucha:
un élitro estival clama en tu pámpano,
oh alma que aun habitas tu cuerpo,
cuerpo que aun hospeda su sangre,
sangre que aun exige su liturgia terrestre.
Bulle en el corazón un encendido enjambre o venero de
tórridas burbujas;
criaturas de un latido asumen su vigilia en el tallo de
un pulso;
se heredan y suceden llamas de un leve pétalo votivo,
como lenguas de fuego entre voraces párpados
que inflaman su faceta púrpura y se retiran:
se percibe el humo de la vida que extinguen sus luciérnagas-
Canta pequeño pastor de unos días y una sangre
sobre la tierra, nuestra heredera y nuestra herencia,
canta, oh deudo, mientras vuelve a la heredad la dádiva,
gota a gota en su núcleo,
porque es honra del hombre libar lo que su oscura,
última flor contiene,
así madura la equidad del mundo, oh héroe del corazón, cantando.