martes, 28 de febrero de 2017

Javier Heraud -Krishna o los deseos

Javier Heraud, Lima, 19 de enero 1942 – Madre de Dios, Perú, 15 de mayo 1963 


Krishna o los deseos

                                                                                 A. C. B., interminable amigo.

                                                                         Keshava, ¿con qué objeto mataría 
                                                                         a los míos? No deseo la victoria, 
                                                                         los reinos ni los placeres. 
                                                                                               Bhagavad-Gita. I, 31


I
No deseo la victoria.
La victoria es siempre pasajera,
no queda después sino la muerte,
el regocijo, el gozo falso de la vida:
una hierba caída sobre el hombro,
un refugio que aguarda su retorno,
un escondido llanto después de la
batalla y la victoria.
Un vaso palpitante,
un cuerpo en perpetuo movimiento,
un cenicero vacío eternamente
son más efímeros quo la victoria,
efímera y vana, cansada y agotante.
Difícil es remar a remo suelto,
difícil llenar el vaso lleno,
difícil cambiar el tiempo ajeno.
No deseo la victoria ni la muerte,
no deseo la derrota ni la vida,
sólo deseo el árbol y su sombra,
la vida con su muerte.

II
No deseo los reinos.
Un reino es siempre mensurable:
tantos metros y distancias,
tantos bueyes y caballos lo
separan de otros reinos pasajeros.
No deseo ningún reino:
mi único reino es mi corazón cantando,
es mi corazón hablando,
mi único reino es mi corazón llorando,
es mi corazón mojado:
mi reino es mi seco corazón (ya lo dije)
mi corazón es el único reino
indivisible,
el único reino que nunca nos traiciona,
mi reino y mi corazón,
(ya tengo el corazón)
no deseo los reinos si tengo mi
pecho y mi garganta,
no deseo los valles ni los reinos.

III
No deseo los placeres.
No existe el placer sino la duda,
no existe el placer sino la muerte,
no existe el placer sino la vida.
(El mar lavará mi espíritu en las arenas,
lo lava todos los días en el recuerdo,
lo ha lavado con palabras,
el mar no es un placer sino una vida).
El mar es el reino de la soledad y el naufragio.

IV
No deseo sino la vida,
no deseo sino la muerte.

V
Descansar en el valle
que baña el río todas las tardes,
en las arenas que cubre el. mar
todas las noches,
en el viento que sopla en los ojos,
en la vida que alienta ya sin fuego,
en la muerte que respira el aire lleno,

domingo, 26 de febrero de 2017

José María Arguedas -Temblor

José María Arguedas, Andahuaylas, 18 de enero 1911 – Lima, 2 de diciembre 1969


Temblor

Dicen que tiembla la sombra de mi pueblo;
está temblando porque ha tocado la triste sombra del corazón
de las mujeres.
¡No tiembles, dolor, dolor¡
¡La sombra de los cóndores se acerca!
—¿A qué viene la sombra?
¿Viene en nombre de las montañas sagradas
o a nombre de la sangre de Jesús?
—No tiembles; no estés temblando;
no es sangre; no son montañas;
es el resplandor del Sol que llega a la pluma de los
Cóndores
—Tengo miedo, padre mío.
El Sol quema; quema al ganado; quema las cementeras.
Dicen que en los cerros lejanos
que en los bosques sin fin,
una hambrienta serpiente,
serpiente diosa, hijo del Sol, dorada,
está buscando hombres.
—No es el Sol, es el corazón del Sol,
su resplandor,
su poderoso su alegre resplandor,
que viene en la sombra de los ojos de los cóndores.
No es el Sol, es una luz.
¡Levántate, ponte de pie; recibe ese ojo sin límites!
Tiembla con su luz;
sacúdete como los árboles de la gran selva,
empieza a gritar.
Formen una sola sombra, hombres, hombres de mi pueblo;
todos juntos
tiemblen con la luz que llega.
Beban la sangre áurea de la serpiente dios.
La sangre ardiente llega al ojo de los cóndores,
carga los cielos, los hace danzar,
desatarse y parir, crear.
Crea tú, padre mío, vida;
hombre, semejante mío, querido.

viernes, 24 de febrero de 2017

Robert Frost -Miedo a la tormenta

Robert Frost, California, 26 de marzo 1874 – Boston, 29 de enero 1963
Versión Gerardo Gambolini


Miedo a la tormenta

Cuando el viento nos ataca en la oscuridad
y bombardea con nieve
la ventana que da al este en el cuarto de abajo,
y susurra, el monstruo, con un sordo ladrido,
“¡Sal! ¡Sal!”,
no es ninguna lucha interna no salir,
¡oh, no lo es!
Cuento nuestras fuerzas,
dos y un niño,
aquellos de nosotros no dormidos, limitados a ver
cómo entra el frío cuando el fuego se apaga finalmente,
cómo se va acumulando la nieve,
el jardín y el camino indistinguibles,
hasta que incluso el granero consolador
se agranda a la distancia
y mi corazón tiene una duda:
si está en nosotros levantarnos con el día
y salvarnos sin ayuda.


miércoles, 22 de febrero de 2017

Henri Michaux -Nosotros dos aún

Henri Michaux, Namur, Bélgica, 24 de mayo 1899 – París, 19 de octubre 1984
Versión Silvio Mattoni


Nosotros dos aún

Aire del fuego, no supiste jugar.
Arrojaste sobre mi casa una tela negra. ¿Qué es esa opacidad por todas partes? Es la opacidad
que ha tapado mi cielo.
¿Qué es ese silencio por todas partes? Es el silencio que hizo callar mi canto.

*

De esperanza, me hubiera bastado un arroyito. Pero te llevaste todo. El sonido que vibra me fue quitado.

*

No supiste jugar. Atrapaste las cuerdas. Pero no supiste tocar. Lo destrozaste todo en seguida. Rompiste el violín. Arrojaste una llama sobre la piel de seda para formar un horrible pantano de sangre.

*

Su felicidad reía en su alma. Pero todo era un engaño. No duró mucho esa risa.

*

Ella estaba en un tren que rodaba hacia el mar. Estaba en un cohete que enfilaba hacia las piedras. Se abalanzaba aunque inmóvil sobre la serpiente de fuego que iba a consumirla. Y de pronto estuvo allí, sorprendiendo a la confiada mientras peinaba su cabellera y contemplaba su dicha en el espejo.

*

Y cuando vio que esa llama subía hacia ella, oh...

*

Al instante, la copa le fue arrebatada. Sus manos ya no sostuvieron nada. Ella vio que la encerraban en un rincón. Se demoró en ello como en un enorme tema de meditación para resolver antes que nada. Dos segundos más tarde, dos segundos demasiado tarde, huía hacia la ventana pidiendo auxilio.
Toda la llama entonces la rodeó.

*

Se despierta en una cama donde el sufrimiento sube hasta el cielo, hasta el cielo, sin encontrar a ningún dios... donde el sufrimiento baja hasta el fondo del infierno, hasta el fondo del infierno sin encontrar a ningún demonio.

*

El hospital duerme. La quemadura despierta. Su cuerpo, como un parque abandonado...

*

Desalojada de sí misma, busca cómo volver. El vacío en donde maniobra no responde a sus movimientos.

*

Lentamente, en el granero, su trigo arde.

*

Ciega, a través de la larga barrera de sufrimiento, durante un mes remonta el río de la vida, navegación atroz.
Paciente, en lo innombrable tumefacto vuelve a trazar sus formas elegantes, teje de nuevo la camisa de su fina piel. Es la curación. Mañana caerá el último vendaje. Mañana...

*

Aire de la sangre, no supiste jugar. Tampoco tú supiste. Arrojaste súbitamente, estúpidamente tu necio coágulo obstructor en medio de una nueva aurora.
En ese instante, ella no encontró más un lugar. Tuvo que dirigirse hacia la Muerte.
Apenas si llegó a ver la ruta.
Un segundo abrió el abismo. El siguiente la precipitó en él.

*

De este lado quedamos aturdidos. No tuvimos tiempo de decir adiós. No tuvimos tiempo para una promesa.
El la había desaparecido de la película de esta tierra.

Lou
Lou
Lou, en el retrovisor de un breve instante
Lou, ¿no me ves?
Lou, el destino de estar juntos para siempre
en el que tanto confiabas
¿Y entonces?
No vas a ser como las otras que ya nunca más hacen señas, sepultadas en el silencio.
No, no debe bastarte con una muerte para quitarte tu amor.
En la pompa horrible
que te distancia hasta no sé qué milésima disolución
todavía buscas, nos buscas un lugar
Pero tengo miedo
No hemos tomado bastantes precauciones

Debimos haber estado mejor informados,
Alguien me escribe que serás tú, mártir, quien velará por mí ahora.
¡Oh! Lo dudo.
Cuando toco tu fluido tan delicado
demorado en tu cuarto y tus objetos familiares que aprieto entre mis manos
ese fluido tenue al que siempre había que proteger
Oh, lo dudo, lo dudo y tengo miedo por ti,
impetuosa y frágil, ofrecida a las catástrofes
Sin embargo, voy a las oficinas en busca de certificados
derrochando momentos preciosos
que más bien debería emplear para nosotros, precipitadamente mientras tiritas
esperando con tu maravillosa confianza que yo llegue y te ayude a salir de allí, pensando “Seguro que vendrá.
Habrá tenido algo que hacer, pero no se va a demorar
Vendrá, lo conozco
No me va a dejar sola
No es posible
no va a dejar sola a su pobre Lou...”

*

Yo desconocía mi vida. Mi vida pasaba a través tuyo. Se volvía simple este gran asunto complicado. Se volvía simple a pesar de la preocupación.
Tu debilidad, cuando se apoyaba en mí me sentía fortalecido.

*

Dime, ¿de verdad no volveremos a encontrarnos nunca más?

*

Lou, hablo una lengua muerta ahora que ya no te hablo. Tus grandes esfuerzos de liana en mí, lo ves, han tenido éxito. ¿Lo ves al menos? Es verdad que nunca lo dudaste. Hacía falta un ciego como yo, le hacía falta tiempo, le hacía falta tu larga enfermedad, tu belleza resurgiendo de la delgadez y las fiebres, hacía falta esa luz en ti, esa fe, para horadar al fin la pared caprichosa de su autonomía.

*

Tarde lo vi. Tarde lo supe. Tarde aprendí “juntos” lo que no parecía estar en mi destino. Aunque no demasiado tarde. Los años pasaron para nosotros, no contra nosotros.

*

Nuestras sombras respiraron juntas. Debajo de nosotros las aguas del río de los acontecimientos fluían casi en silencio.
Nuestras sombras respiraban juntas y todo era cubierto por ellas.

*

Tuve frío con tu frío. Bebí sorbos de tu pena. Nos perdíamos en el lago de nuestros intercambios.

*

 Rico con un amor inmerecido, rico que ignoraba serlo con la inconciencia de los poseedores, perdí ser amado. Mi fortuna se consumió en un día.

*

Árida, se reanuda mi vida. Pero no me repongo. Mi cuerpo sigue estando en tu cuerpo delicioso y unas antenas plumosas en mi pecho me hacen sufrir con el soplo de la resaca. La que ya no está, aferra, y su ausencia devoradora me invade y me corroe.

*

Añoro los días de tu sufrimiento atroz en la cama del hospital, cuando yo llegaba por los pasillos nauseabundos, surcados de gemidos hasta la momia gruesa de tu cuerpo vendado y escuchaba de pronto emerger como el “la” de nuestra alianza, tu voz, suave, musical, modulada, resistiéndose con orgullo a la fealdad de la desesperación, cuando a tu vez escuchabas mis pasos y murmurabas, liberada “Ah, aquí estás”.
Apoyaba mi mano en tu rodilla por encima de la frazada sucia y entonces todo desaparecía, el mal olor, la horrible indecencia del cuerpo tratado como un barril o como una alcantarilla por unos extraños atareados y cuidadosos, todo quedaba atrás dejando que nuestros dos fluidos se reencontraran a través de las vendas, uniéndose, mezclándose en un aturdimiento del corazón, en el colmo de la desgracia, en el colmo de la dulzura.
Las enfermeras, el médico de guardia sonreían; tus ojos llenos de fe apagaban los de los otros.

*

El que está solo, de noche se vuelve hacia la pared para hablarte. Sabe lo que te animaba. Viene a compartir el día. Ha observado con tus ojos. Ha escuchado con tus oídos. Siempre tiene cosas que decirte.

*

¿No me responderás algún día?

*

Pero acaso tu persona se haya vuelto como un aire de época de nieve que entra por esa ventana que uno vuelve a cerrar presa de temblores o de un malestar vaticinador de un drama, como me sucedió hace unas semanas. El frío cayó rápido sobre mis hombros y me tapé precipitadamente, me aparté cuando tal vez eras tú y lo más cálida que podías ponerte, esperando ser bien recibida; tú, tan lúcida, ya no podías expresarte de otro modo. Quién sabe si en este mismo momento no esperas ansiosa que yo al fin comprenda y vaya, lejos de la vida donde ya no estás, a reunirme contigo, pobremente, de verdad pobremente, sin medios, pero nosotros dos aún, nosotros dos...





lunes, 20 de febrero de 2017

Jorge Medina Vidal -Elogio de la melancolía

Jorge Medina Vidal, Montevideo, 4 de marzo 1925 – Montevideo, 17 de junio 2008


Elogio de la melancolía

Acodados los hombres en la ciudad dialogan
mientras cruza una barca de podre, silenciosa.

Nos vestimos con flores de granate, amarillas
y las túnicas cubren la penetrante herida.

Para tactar objetos cotidianos, los guantes
simulan imposibles epidermis sin nervio

y el rugido y la mueca, por la ciudad se mueven,
buscando los oídos y los ojos cansados.

Somos tus elegidos noble melancolía.
Somos tus elegidos noble melancolía.

Abandonados, vamos entre tanto abandono,
el eco del silencio, es el último eco.

Se busca la fatiga en los pisos más altos
del acero que crece sudores para nada.

Los signos más opacos, las palabras sin vuelo
y este acordarnos leves entre piedras calladas.

El Hastío asesino, nos visita por días
junto al fuego, en el centro, disfrazado o desnudo

y sin nadie que pueda reclamar ser primicia
apagamos las puertas y cerramos el fuego.

Ha crecido el silencio como acacia en la arena
en el pecho del hombre y este mundo inmediato.

Pero el cosmos que grita encontró en los radares
un perfume de oído, ya que estamos cansados.

¿Será este el momento de luchar, como vino
la adolescencia triste, enfermiza, gritona?

Y la nunca pasada edad del titubeo
se clausura ese día, súbitamente infame.

Y debemos pasearnos como rojos fantasmas
de los que somos, fuimos, cloqueantes de delicias.

Las puertas de los altos jardines se han cerrado
y el olor de la carne masticable es sombrío.

Sonidos de urna crecen por las calles de espuma
mientras el astro ambiguo ilumina las frentes.

En la plaza desierta, arriba, los emblemas
plurales, se estremecen, significando cosas

y el movimiento queda resuelto en una estela
que por un tiempo dice “nada más” y se esfuma,

desembocando en playas sin agua y sin alciones,
infestadas de humores, podredumbres y gritos.

Si el atabal se oyera, o un timbal, un rasgueo,
la ilusión vencería tanta urna creciente,

pero Pus nos asedia, irrumpió en la llanura
trazando su dominio con límites de frío.

Estamos en silencio, como todo, en fracaso,
ni gritamos ni huimos, no ofrecemos ni vamos,

cada uno en su gesto displicente, acodados
en grupos que dialogan la inevitable herida.

¿Vendrá el algo a ofrecernos otra melancolía,
otro mundo sin pausa, pesado como el sueño?

Todo se lo volaron en humo y fantasía
y trajeron silencio a la negra mañana.

¿Esto es lo que tenemos, mirarnos largamente
y ver sólo miradas?

sábado, 18 de febrero de 2017

Decio Pignatari -Rumbo a Nausicca

Decio Pignatari, Sao Paulo, 20 de agosto 1927 – Sao Paulo, Brasil, 2 de diciembre 2012
Traducción  Antonio Cisneros


Rumbo a Nausicca

2

Llamar suave al tiempo, Lila,
es consentir que es tarde. Mi nuca
mi brazo derecho y el pulso de platina, nunca
las llamó así la tierra, como en diciembre -no
                  la tierra
que invade las entrañas indefensas, sino
                  aquella
cuyo destierro sobre es el flujo de la sangre
¡tan floja! allende los poros, en pos
de algún surco más férreo -vivos
por sortilegio de lo insensible, sin más
imperio que pasar los dedos
por ladrillos blancos, como
un hilo de barba o menguante de uña
disueltos en un vaso: alquimia del llanto.
El soplo y la sangre crean, no
resucitan. Los muertos
aborrecen los llamados de esperanza. Los niños
turban el ordeno Los poetas
conmueven el caos, afligen
el vientre de las mujeres. Y decir
suave al sueno, es consentir: Tarde tus senos, Lila,
son muy tarde, los senos con que ahora

jueves, 16 de febrero de 2017

Leonard Cohen -Porque resulta que soy libre

Leonard Cohen, Montreal, 21 de septiembre 1934 - Los Angeles, 10 de noviembre 2016
Versión Lino Mondino


Porque resulta que soy libre

Todos conspiran para hacerme libre
Yo intenté sumarme a sus argumentos
pero había muy pocas actitudes
y yo necesitaba más
El abandonar a la chica adorable
no fue idea mía
pero ella se quedó dormida en la cama de otro
Ahora más que nunca
deseo tener enemigos
Ustedes que florecen
en el fácil mundo del amor moderno
tengan cuidado
porque he desarrollado una terrible virginidad
y al encontrarse conmigo
todos aquellos que hayan sobrepasado el beso
perecerán sumidos en la vergüenza
con verrugas y pelos en las palmas de sus manos
Ya va siendo hora de que nuestros mejores hombres mueran
en el error y la iluminación
Moisés vigilando
David en su casa de sangre
Camus junto al río
Mis nuevas leyes favorecen
no el Satori sino la perfección
por fin por fin
los judíos que van
demasiado lejos en el Sabbath
serán lapidados
Los católicos que blasfemen
sufrirán la electricidad aplicada
a sus genitales
Los budistas que adquieren propiedades
serán cortados por la mitad
Los malos protestantes
tienen gobiernos
para hacerles la vida imposible
¡Ah! el universo vuelve al orden
Los nuevos rascacielos de Montreal
se jactan de los estacionamientos
como los ganadores de un concurso de higiene
una suite de encendidas ventanas aquí y allá
como una Banda de Primera Clase
otorgada como premio a una limpieza esmerada
Una chica que conocí
duerme en alguna cama
y de todas las cosas bellas
que podría decir digo ésta
veo su cuerpo desconcertado
por las impresiones de las bocas
de todos los besos de todos los hombres
que ha conocido
como un piano arrabalero
anillado por años de vasos de cocktail
y mientras ella se da cuenta y tintinea
en la encantadora vieja y pecaminosa danza
yo camino bajo
la rubia lluvia de noviembre
castigándola con mi felicidad


martes, 14 de febrero de 2017

Jacques Prévert -Este amor

Jacques Prévert, Francia, 4 de febrero 1900 – Francia, 11 de abril 1977
Versión Raúl Gustavo Aguirre


Este amor

Este amor
Tan violento
Tan frágil
Tan tierno
Tan desesperado
Hermoso como el día
Y malo como el tiempo
Cuando el tiempo es malo
Este amor tan verdadero
Este amor tan hermoso
Tan feliz
Tan alegre
Y tan irrisorio
Tembloroso de miedo como un elefante en la oscuridad
Y tan seguro de sí
Como un hombre tranquilo en medio de la noche
Este amor que inspiraba temor a los demás
Que los hacía hablar
Que los hacía palidecer
Este amor acechado
Porque nosotros los acechábamos
Acorralado herido pisoteado acabado negado olvidado
Porque nosotros los habíamos acorralado herido
pisoteado acabado negado olvidado
Este amor todo entero
Tan viviente aún
Y radiante de sol
Es el tuyo
Es el mío
El que fue
Ese amor siempre nuevo
Y que no ha cambiado
Tan verdadero como una planta
Tan trémulo como un pájaro
Tan cálido tan viviente como el verano
Podemos los dos
Ir y venir
Podemos olvidar
Y luego volver a dormirnos
Despertarnos sufrir envejecer
Dormirnos otra vez
Soñar con la muerte
Despertarnos sonreír y reír
Y rejuvenecer
Nuestro amor está allí
Terco como una mula
Viviente como el deseo
Cruel como la memoria
Tonto como las quejas
Tierno como el recuerdo
Frío como el mármol
Hermoso como el día
Frágil como un niño
Nos mira sonriendo
Y nos habla sin decir nada
Y yo lo escucho temblando
Y le ruego
Ruego por ti
Ruego por mí
Te suplico
Por ti por mí por todos aquellos que se aman
Y que son amados
Sí yo le ruego
Por ti por mí y por todos los otros
A quienes no conozco
Quédate allí
Allí donde estás
Allí donde estabas antes
Quédate allí
No te muevas
No te mueras
Nosotros los amados
Te hemos olvidado
Tú no nos olvides
Sólo a ti te teníamos en la tierra
No dejes que nos pongamos fríos
Mucho más lejos cada vez
Y no importa dónde
Danos señales de vida
Mucho más tarde en el rincón de un bosque
En la selva de la memoria
Aparece de pronto
Tiéndenos la mano
Y sálvanos.

domingo, 12 de febrero de 2017

David Huerta -Incurable

David Huerta, Ciudad de Méjico, 8 de octubre 1949


Incurable (fragmento)

Capítulo I

Simulacro

El mundo es una mancha en el espejo.
Todo cabe en la bolsa del día, incluso cuando gotas de azogue
se vuelcan en la boca, hacen enmudecer, aplastan
con finas patas de insecto las palabras del alma humana.
El mundo es una mancha sobre el mar del espejo,
una espiga de cristal arrugado y silencioso,
una aguja basáltica atorada en los ojos de la niña desnuda.
En medio de la calle, con el ruido de la ciudad como otra ciudad
conectada en la pantalla de la respiración,
veo en mis manos los restos del espejo: tiro todo a la bolsa y
sigo mi camino,
todo cabe en la bolsa del día, incluso la palabra incluso,
un manchón negro en la línea que se va deshojando en la boca.
Si me acercara, con un sonido genital y absolutamente húmedo,
tocando las paredes del miedo con manos espaciosas y una
circulación de letras aplastadas contra la linfa color de olvido;
si me acercara, seco y coordinado en los pliegues, oyendo el paso
de los otros en el techo,
una legión sorda, un estertor de marabunta, un hueso
desmoronándose,
una lluvia caliza por el suelo, en el paladar;
si me acercara, si desmenuzara una figurilla con los dedos que
gotean vino;
si me procurara un placer, un desvío, un tocamiento de nubes o
un roce plateado,
un manoseo en el oro, un deslizarse en la entrepierna de los
muebles para dormir ahí un sueño de saliva y silencio;
si me acercara, dando en el tiempo un acorde caliginoso, un tempo
fúnebre de reunión a oscuras...
¿Cómo comprobar entonces que estás ahí,
construido en el plinto de tu ser sujeto, continuo y manifestado
como un dato hundido en el fango de la evidencia,
pensando en medio de las cosas, entero y positivo como un
número estupendo? ¿Cómo saberlo, cómo sacarte de la
multitud.
del tiempo, de los apretados espacios ponerte frente a mis ojos
como un discurso impreso,
como una tinta fluvial en las venas del mediodía?
¿Cómo sentir el jugo de tu vuelo, tu anatomía que fluye entre los
objetos maltratados;
tu percepción que registra el mundo como lo que es, la mancha
en el espejo, el simulacro?
Mundo foliado, espacioso, apretado: riqueza sumergida en la
extensión del constante naufragio,
las palabras del alma selladas con un frío fuego, una flama
desprendida de las cuerdas del sábado,
un fulgor bruñido y biselado contra el pecho de los recién nacidos.
Mundo de signo y de silencio, mundo manifestado,
con sus seres atados y sus congelamientos al borde, su
derramamiento neutro,
su orilla abstracta, su cartílago ciego.
Mundo de ser, de no-olvido, establecimiento de ruina y
llamarada.
Mundo de olvido, un revés negro, barnizado con los datos de la
proximidad,
temblor del no-ser: cajas transparentes atraviesan las orillas del
incendio como almendras cargadas de sentido,
un sentido de mundo en regreso, un retorno enmascarado, perros
en el callejón de la noche muerden las nalgas de los viajeros que
se bajaron en la estación equivocada,
la cerrada sala donde le reciben para consagrarte a tu propio
fantasma, entre tazas de té, peltre, porcelanas, galletas
fúnebres,
la pared que exclama con un ardiente ojo de buzo que en sus
piedras puedes ya sumergirte, para descubrir, en los pliegues,
un continente minucioso, atlántidas intramuros, vaticanos espesos
de tesoros absurdos,
micenas lastradas por desconsuelos concretos, escrituras arcaicas
jeroglifos velocísimos que
te esperan bajo la piedra serena, gris, política, adverbial.
Larvas o simulacro de Egipto, el mundo es una abertura en el
agua del espíritu, muesca
en el tiempo y en el espacio, hendedura sutil o desesperada.
Dominios del vientre de la cosa, la material, reino y pasto
del mundo,
yesca dormida en el navío de las palabras,
encendimiento, línea del canto, capitular de las palabras
iniciales,
objeto lloroso o consumido, sequedad, baba, veloz certeza
y muelle de todos los fantasmas.
Materia del yo, un descenso órfico en el deseo,
un tocamiento de lo que se derrama, sin centro ni asidero,
un pozo limitado por el norte de las palabras y el sur infernal o
egipcio
de lo reprimido, postergado, diferido, abandonado en los jardines
horrendos del pasado.
Un collar de quietud rodea los espaciosos milímetros del yo,
un silencio blasfemo, un ídolo entre las manchas.
Ah, las cosas y la materia del yo, como un humo paralítico:
charcos, tarjetas perforadas, jazmines, gavetas, ceniceros, gansos,
páginas, ferrocarriles
las teclas, pulsadas con un dedo y otro, el yo encerrado en las
caras augustas de la civilidad,
transido y tambaleantes. Luego la errancia, el desprendimiento:
un hacia, las varillas del abanico que se abre en los alveolos
para que respires un mar en cada sorbo, una playa en la lengua
que tocaba las bordadas comisuras de la muerte o el trabajo,
un rincón para estirar las piernas como un coloso, fumando el
azul despliegue de la vida, en la luz que roza las instantáneas
babilonias de la vacación.
Anadiomena, niña en harapos, epifanía en la sal de los torrentes,
pedazo de Niño en la tela del mundo: modo del abrazo,
llama en la oscuridad, extravío y dolor estriado de placer.
Lo que en Anadiomena no es persona levanta sus constelaciones
rumbo a tus argumentos,
duración en libertad inscrita en el maelstrom de sus ardientes
diferencias.
Cosido a la secreción por los bordes de mi traje-centauro,
avanzo en el chisporroteo de las diferencias, labrado en el
segundo y consumido siglos más tarde cuando el minuto acaba,
con mi máquina de sentir edificando partenones a mi paso,
escribiendo en el nomadismo el parche o la sutura de donde surjo,
exhausto en mi boca-mediterráneo y diseminado, tan derramado
en la cinta del mundo
que la maleza del yo transpira como una excrecencia en el
desierto que dejo atrás,
conjugándome con las estrellas en reposo, expuesto al tiempo y
al espacio y a la materia,
como un grano de platino manifestado en las solemnidades del
Ente,
como un desperfecto obsceno en una estructura longilínea.
Adivinar en los almacenes de las palabras dónde se esconde el
rayo, el escondrijo del mundo en la bolsa del día,
la página mercurial que no ha sido escrita y cuya blancura está
recubierta con la tinta de los deseos desalojada por
los nombres,
vagabundeo en busca de esa adivinación en la escuálida y
pegajosa luz de este almacén,
abandonado por las noches y espolvoreado por el hisopo lejano
de un chispazo de fiebre: Este almacén de palabras
donde te sientes el oscurantista, el tuareg, el
animal, el monstruo en la laguna de las denominaciones,
el gato negro sobre las piernas de la reina de las palabras,
el intruso sin credenciales, el prófugo, el anegado, el ladrón
de instrumentos ortopédicos,
el que traga nueces con cáscaras, el que bebe el menstruo en una
copa pompeyana,
el que se asusta con sus propios reflejos, el que pena en la
madrugada de las vacaciones afantasmadas, el que se pone
verde
cuando piensa en su madre con las piernas abiertas y no
precisamente dándolo a luz,
el que tiene una lengua telescópica, el que se duele por ausencias
inventadas y por melancolías falsas,
el que baila una danza de gusanos, el que construye murallas
chinas en sus labios agujerados,
el que brilla como una brújula rodeada de nortes,
el que se lanza en la corriente para rescatar una dentadura
postiza como si fuera una civilización a la deriva,
el que sabe callarse en medio del estruendo, el que se pone las
manos en la entrepierna y aúlla como una hidra delirante,
el que se siente un islote y oye el rumor del mar en la
profundidad de los rostros.
El almacén de las palabras es un lugar extraño, húmedo, una
galería sigilosa, un hospital dormido,
Cardumen candoroso, con su latinidad a cuestas,
difícil, fosforescente como una omega 'en el pizarrón de las
etimologías'.
Ojiva o multitud, ramo de piedras, rocas, en el oro del nombre,
siemprevivas palabras, 'oscura siembra' en la cúspide sorda y
monumental del mármol sonoro.
El almacén es un espacio trémulo, una tecla genésica
que el mundo amplifica hasta la magnitud mortuoria del réquiem
o la súplica.
El almacén de las palabras: el almacén de las palabras.
Saturado en la diseminación, por los bordes del no, exhibido en
las cosechas del silencio,
busco el margen, el medianil, el uranio de un linde, límite para
el dinosaurio que invade mis egiptos,
mis instrumentos blancos de tiempo, canosos, del movimiento que
me implanta en los espacios interminables.
Un sistema de máquinas horrendas invade el almacén,
un corte aquí, nueve allá: hervor de nombres, el cancerbero de la
historia hila con sus ladridos la camisa de los atormentados,
caen los siglos como pedruscos en lo negro de la medida,
en la ceguera de la totalidad: mundos lineales, tejidos al olor
de una cercanía, de una multiplicidad,
de un espanto arborescente que se agita en el sonido seco de un
chasquido que anuncia la eternidad.
Uvas, nombres a la deriva en las espaldas de la biblioteca,
autores y personajes pálidos contra el cielo del tiempo... y lo
que sobrevive son las uvas, sus oscuros fulgores,
planetas mínimos en el cosmos que simula el jardín. La tarde
serena está bordeada
por las uvas: la tarde, su perfil griego y su morado vinoso, sus
mitos, sus racimos de sombra neutralizada,
sus cavernosas ingenuidades, su naturaleza enorme y
desordenada.
La tarde, aquí, es un esplendor estadístico,
un sosiego de proliferación, un estallido múltiple. Cantidades
magnetizadas la bordean
y más adentro fluyen las uvas como espectros germinativos
bajo los microscopios que nos habitan,
amplifican el mundo y nuestra soberbia de Conocedores.
Letra en las Pléyades, promontorio y profusión de lo que recubre
la escritura,
un modo de construir la ciudad del Sí Mismo para luego
deshabitarla
con el silencio de dejar de escribir, habitado por la tenue
blancura que deja el sabor de la estrella escrita
en el paladar fantasioso. Una blancura, una muerte,
un hacerse el muerto con el sueño desprendido junto a la
Cabellera de Berenice,
el sueño manchado de cafeína y derramado tres y seis veces en el
cuerpo anguloso de un cuaderno, de una página.
El Sí Mismo hurga en la escritura, en la escena, el texto de sus
errancias: quiere fundar una ciudad.
Una ciudad o una eternidad, un disfraz con su máscara roja para
ser el flujo demoniaco
que lo instale en el siempre labial de sus proclamaciones, como
edgarpoe en el poema de mallarmé, igualmente,
tel qu′en lui-méme enfin l′éternité le change, el grano milenario,
la llanura de sus centímetros propios,
los instrumentos del Sí Mismo para la cirugía de no-moverse,
como si la inmovilidad fuese la eternidad,
y no el fluyente cauce, la máquina que cede y recorta, la letra en
las Pléyades de toda escritura,
la Cabellera de Berenice que encanece furiosamente, iracunda en
sus mares astillados,
por la brisa tenaz de la escritura y de su progenie-minotauro: la
sedosa y ardiente carne de las imágenes.
Cambio, me modifico en los límites del mes,
en el zócalo del jueves, conociendo mi gerundial sangre en los
labios, mi puño ciego,
mi incorrección al vestir, mi genitalia archivada a las once de
la noche,
lejos de todo sexo y de todo calor, hirviendo de deseos por la
avenida San Juan de Letrán
y mirando el barniz del otoño alrededor de las cosas como una
cinta de hojas secas,
mirando la fecunda imagen de la ciudad siempre recién
descubierta,
las articulaciones de un mundo nuevo, de un mecanismo
planetario o lunar
que arrastra en su corriente fresca las cantidades humanas, las
estructuras vivas,
las magnitudes que rodea esta luz empapada de ruidos,
chasquidos, rumores, demoliciones que el instante opera
en el interior de los objetos y de los corazones expuestos bajo
el peñasco del minutero...
Modificado avanzo por los huecos babélicos, y modificandome
más aún hasta la raíz de los cabellos,
y Proliferando, fluyendo solo y silencioso, esmaltado por una
blancura de muerte que me instala en el centro de su grandiosa
almendra generadora, de su matriz lunar,
entre los pudrideros, entre la basura inmaculada y meditativa,
sorda acumulación que no cesa... Respiro en las
diseminaciones ficticias y azarosas del yo monumental,
funerario,
como un pulso de partículas, de caras, de mediterráneos, de
manos acercadas a mí, de especies, de hileras palpitantes
que se sumergen bajo mi peso en el asfalto nocturno, me rodean
y me sumergen a su vez
hasta las líneas negras de una población donde renazco ofrecido
al trazo reinante de la fiebre,
países petrificados en un contrasentido de avance y fluvialidad,
confederaciones deseantes que enganchan el mundo momentáneo
a la ceniza de los siglos, pálidas reuniones rotas por la
desfigurada cirugía de la historia
y sintetizada en los trémulos rasgos del ahora o nunca.
Me modifico en la sustancia extraña del mes, hago trámites, me
confundo y recuerdo, me visto y me confieso,
percibo los deslizamientos de la duración en la humedad marchita
de mi boca,
en el temblor amenazado de mis manos, en el funcionamiento de
mi estómago,
en las intermitencias de la debilidad física, laminillas de
niquelado cansancio en la llanura muscular,
en la resistencia cada día más débil que opongo a lo que
convengo en llamar las circunstancias.
(Es el invierno obstinado y obsesionante este lugar donde,
tembloroso y con los dedos manchados de tabaco, hago
cuentas
para sacar algunas conclusiones sobre mí: estoy en un invierno
que dobla, en el follaje del yo, un matinal espectro;
que dobla una metamorfosis árida; que dobla en fin la
aprisionada tela de la persona civil
y la deja, como un atado de ropa limpia, para la ingente y fértil
'próxima vez' del ciudadano que soy.)

viernes, 10 de febrero de 2017

Víctor Cuello -Subido...

Víctor Cuello, Bs As, 13 de octubre 1976  


SUBIDO a tus hombros
pude ver la luna más cerca


en tus palabras
el mundo
no me fue desconocido


y cuando me desorienté
sólo tuve que ver
hacia qué dirección tus huellas iban


lo curioso
es que/  ahora/
la memoria no logra reconstruir
fielmente
tu voz y tu rostro

lo curioso es que/ ahora/ sólo pienso
que fuiste un sueño de mi infancia








Foto Emile Maldonado

miércoles, 8 de febrero de 2017

Austin Clarke -Tiresias

Austin Clarke, Barbados, 26 de julio 1934 – Toronto, 26 de junio 2016
Versión Gerardo Gambolini


Fragmentos de Tiresias 1

II

“Paseando un día, después de las calendas, por el monte Cliene,
qué vi junto a la huella polvorienta, sino un par de víboras al sol,
entrelazadas, brillantes mientras copulaban, plácidamente.
Intrigado por el origen de aquella especie, las toqué.
Mi túnica se encogió. Sentí con alarma dos tumores desagradables
que crecían en mi pecho. Juno, madre nuestra universal, tú sabes
con qué facilidad moja la cama de noche un niño. Perdón por la franqueza
al decir que mi henchida vejiga se desahogó. “Dioses –se lamentó–
¿me he vuelto yo una mujer desdichada, humillada por el Destino, sí,
forzada a sentarse en cuclillas dos veces al día?”
“La abeja podadora me aterra, Ariadna en su laberinto.”
Tímidamente oculto como una dríade contra el roble,
me animé a quitarme la túnica y descubrir mis flamantes senos.
Vi que eran bellos. Toqué suavemente los pezones
y a medida que enrojecían sentí más abajo la abrasadora respuesta;
mojado aún, bajé la vista, pero sólo una flor de rizos castaños
había allí. Si un hombre al que amputaron su miembro
sigue sintiendo el latido de las arterias cortadas, ¿olvidaría yo ahora
la picazón de pene? Toda una hora padecí hasta que la luz de la luna,
entrando al bosque, plateó mis senos. Se erguían tan calmos,
tan orgullosos, que la paz –tomándome de la mano con regocijo–
me condujo a casa, escoltado por luciérnagas.


..............................................................................................................

Una tarde,
durante la siesta, miraba con reverencia mi cuerpo desnudo,
esbelto como un níspero, y me atreví a poner entre mis piernas
mi espejo de afeitar de plata bruñida — un regalo de cumpleaños
que me hizo mi madre; exploré por aquí y por allá los pliegues carnosos
que guardaban el atajo, rojo como mis verdaderos labios,
al Paso del Placer. Al día siguiente desperté de un sobresalto;
sintiendo un hilo de sangre correrme por el muslo.
“Madre”, exclamé sollozando,
“nuestros osados Penates
me pincharon mientras dormía.”
“Déjame ver, Pirra.”2
Entonces rió.
“No hay nada de qué’ preocuparse, cariño mío. Todas las mujeres
sufren cada mes esta vergüenza.”
“¿Qué significa?”
“Que estás preparada
para la dicha nupcial.”
Y diciendo esto, me limpió
y me vendó.
Al reponerme, una ardiente sensación
permanecía en mí. Desvelada en las noches, acostada sobre mi vientre,
anhelaba que un mortal o un centauro me sorprendiese.
Un día, a la siesta,
me puse el vestido ocre –ceñido, con un volado en la falda–
y cubriéndome con un manto azul, salí de casa en silencio; pasé
las ventanas entornadas, el templo local,
el mercado vacío; tomé el segundo camino en el cruce
y llegué hasta un escarpado de colinas.
Seguí una huella de mulas que trepaba por un bosque
más allá de las pasturas; una choza de pastor apareció frente a mí.
Me acerqué, espié un camastro de helechos con un vellón raído.

Me aventuré a entrar; podía oír a la distancia
el cencerro de un carnero apacentado con su rebaño
mientras el amo y el perro descansaban seguramente a la sombra.
Yo había olvidado para entonces mucho de mi pasado, pero aún recordaba
las canciones de amor que los pastores tocaban entre las matas
para los jóvenes bellos y las tímidas pastoras.
¿Fue una tonada pastoril lo que me había llevado a esa cabaña?
Sin duda me equivocaba. Cortapapeles, piedra pómez,
pluma y manuscritos, desprolijamente amontonados;
tintero, tablillas de cera, pequeños pinceles sobre una mesa rústica.
“Aquí vive un estudiante”
pensé.
Y quitándome la ropa,
extendiendo lentamente el manto sobre el vellón,
me recosté en el azul, cerrando los ojos, preguntándome,
“¿Qué hará cuando me vea desvestida?”
Pronto Morfeo
me adormeció hasta el crepúsculo. Me desperté...
No en brazos de la dulzura, sino debajo del suave peso
de un joven desnudo.
En vano grité, “¡Júpiter Todopoderoso!”,
y luché contra su rígida voluntad.
“¿Y te rendiste?”
“Sí, pues, ¿cómo podría haberlo detenido cuando yo ardía como él?
En lo que pareció menos de un minuto, había sido desflorada
sin placer ni dolor. Una vez más, el joven montó sobre mí,
resuelta por cada diosa del cielo a compartir su efusión,
yo me retorcía, pero justo cuando estaba por...”
“¿Qué paso?”
“Él se agotó.”
Oh, ¿por qué el espoleado placer de la mujer expectante
debe frenarse a un metro de la llegada?
“¿Cómo te llamas?”,
le pregunté mientras él descansaba.
“Kelos,
estudiante de egiptología, tercer año.
Luego te mostraré papiros enrollados, jeroglíficos,
inscripciones en tintas amarillo arena, marrón Nilo, verde junco,
con adornos de halcones, cuernos, capullos de loto, cetros, soles,
lunas crecientes.”
Me contó de maravillas remotas, el Coloso
que guarda el puerto de Rodas, con su escroto más pesado
que un carguero repleto pasando entre sus piernas, los templos
que no se inundan, más allá de Asuán, tesoros de roca,
las Montañas de la Luna, Alejandría y el Faro,
la lámpara de los barcos.

Luego, en la fuente de una gruta,
bajo el gotear de los helechos, nos lavamos uno al otro, riendo.
Kelos trajo unas ramas y encendió fuego para el brasero;
yo encontré una lonja de íbice en la alacena, la guisé con algarrobas,
manzana, cebolla y un poco de tomillo. Y así cenamos,
compartiendo una bota de vino siciliano hasta la medianoche,
cuando volvimos un poco ebrios a nuestro lecho de amor.
Amodorradamente abrazados, nos movimos despacio, suavemente,
conteniéndonos en dulces dilaciones, hasta que cedimos al fin,
confundiendo nuestro flujo natural, sintiéndolo casi
prolongarse en nuestro sueño.
Me despertó la amarilla luz del mediodía. Kelos
dormía aún, abierto de brazos y piernas, y vi que estaría
soñando conmigo, pues murmuró “Pirra”. Acaricié su falo erecto,
corrí la piel,
vi por primera vez el glande, una ciruela púrpura, pero más dura,
cubriéndolo como un hombre, me moví hasta que él me aferró:
más rápido, má rápido aún, aceleramos,
firmes acometidas descendentes rivalizando con otras
ascendentes — sacudiéndonos, deslizándonos — un exquisito espasmo de
contracción, dilatación, transformado en breves
orgasmos preparatorios –un placer desconocido para el varón–
que en su espiral culminaron en el gran orgasmo.”


1 El protagonista del poema es Tiresias, hijo de la ninfa Cariclo y de Everes. Las versiones sobre su ceguera y su condición de hermafrodita son al menos dos. La que parece haber utilizado Clarke en su texto cuenta que, siendo muy joven, un día Tiresias vio a dos serpientes aparearse en el monte Cilene. Con su bastón mató a la hembra y quedó convertido en mujer. Siete años más tarde, en el mismo lugar, volvió a encontrar a dos serpientes y mató a1 macho, lo que lo devolvió a su primitiva condición de hombre. Por ser e1 único mortal que había sido sucesivamente hombre y mujer, Zeus y Hera le preguntaron cuál de los dos sexos experimentaba mayor placer sexual, a lo que Tiresias, despertando la ira de Hera, contestó que a la mujer le correspondían nueve partes y al hombre sólo una. Acto seguido, Hera lo cegó, pero Zeus, en compensación, le dio un bastón para guiarse, una larguísima vida y el don de profetizar.
2 De acuerdo con los diccionarios de mitología, Pirra fue la hija de Epimeteo y Pandora que, con su esposo Deucalión, engendró el linaje humano. El nombre también le fue dado a Aquiles cuando, disfrazado de muchacha, vivió en la corte del rey Licomedes.


lunes, 6 de febrero de 2017

Lord Byron -Oscuridad

Lord Byron, Dover, 22 de enero 1788 –Grecia, 19 de abril 1824
Traducción Luis López Nieves
       
      
        Oscuridad

        Tuve un sueño, que no era del todo un sueño.  
El brillante sol se apagaba, y los astros
Vagaban apagándose por el espacio eterno,
Sin rayos, sin rutas, y la helada tierra
Oscilaba ciega y oscureciéndose en el aire sin luna;
La mañana llegó, y se fue, y llegó, y no trajo consigo el día,
Y los hombres olvidaron sus pasiones ante el terror
De esta desolación; y todos los corazones
Se congelaron en una plegaria egoísta por luz;
Y vivieron junto a hogueras - y los tronos,
Los palacios de los reyes coronados - las chozas,
Las viviendas de todas las cosas que habitaban,
Fueron quemadas en los fogones; las ciudades se consumieron,
Y los hombres se reunieron en torno a sus ardientes casas
Para verse de nuevo las caras unos a otros;
Felices eran aquellos que vivían dentro del ojo
De los volcanes, y su antorcha montañosa:
Una temerosa esperanza era todo lo que el mundo contenía;
Se encendió fuego a los bosques - pero otra tras hora
Fueron cayendo y apagándose - y los crujientes troncos
Se extinguieron con un estrépito - y todo estuvo negro.
Las frentes de los hombres, a la luz sin esperanza
Tenían un aspecto no terreno, cuando de pronto
Los haces caían sobre ellos; algunos se tendían
Y escondían sus ojos y lloraban; otros descansaban
Sus barbillas en sus manos apretadas, y sonreían;
Y otros iban rápido de aquí para allá, y alimentaban
Sus pilas funerarias con combustible, y miraban hacia arriba
Con loca inquietud al sordo cielo,
El sudario de un mundo pasado; y entonces otra vez
Con maldiciones se arrojaban sobre el polvo,
Y rechinaban sus dientes y aullaban; las aves silvestres chillaban,
Y, aterrorizadas, revoloteaban sobre el suelo,
Y agitaban sus inútiles alas; los brutos más salvajes
Venían dóciles y trémulos; y las víboras se arrastraron
Y se enroscaron entre la multitud,
Sisando, pero sin picar - y fueron muertas para ser alimento:
Y la Guerra, que por un momento se había ido,
Se sació otra vez; - una comida se compraba
Con sangre, y cada uno se sentó resentido y solo
Atiborrándose en la penumbra: no quedaba amor;
Toda la tierra era un solo pensamiento - y ese era la muerte,
Inmediata y sin gloria; y el dolor agudo
Del hambre se instaló en todas las entrañas - hombres
Morían, y sus huesos no tenían tumba, y tampoco su carne;
El magro por el magro fue devorado,
Y aún los perros asaltaron a sus amos, todos salvo uno,
Y aquel fue fiel a un cadáver, y mantuvo
A raya a las aves y las bestias y los débiles hombres,
Hasta que el hambre se apoderó de ellos, o los muertos que caían
Tentaron sus delgadas quijadas; él no se buscó comida,
Sino que con un gemido piadoso y perpetuo
Y un corto grito desolado, lamiendo la mano
Que no respondió con una caricia - murió.
De a poco la multitud fue muriendo de hambre; pero dos
De una ciudad enorme sobrevivieron,
Y eran enemigos; se encontraron junto
A las agonizantes brasas de un altar
Donde se había apilado una masa de cosas santas
Para un fin impío; hurgaron,
Y temblando revolvieron con sus manos delgadas y esqueléticas
En las débiles cenizas, y sus débiles alientos
Soplaron por un poco de vida, e hicieron una llama
Que era una burla; entonces levantaron
Sus ojos al verla palidecer, y observaron
El aspecto del otro - miraron, y gritaron, y murieron -
De su propio espanto mutuo murieron,
Sin saber quién era aquel sobre cuya frente
La hambruna había escrito Enemigo. El mundo estaba vacío,
Lo populoso y lo poderoso - era una masa,
Sin estaciones, sin hierba, sin árboles, sin hombres, sin vida -
Una masa de muerte - un caos de dura arcilla.
Los ríos, lagos, y océanos estaban quietos,
Y nada se movía en sus silenciosos abismos;
Los barcos sin marinos yacían pudriéndose en el mar,
Y sus mástiles bajaban poco a poco; cuando caían
Dormían en el abismo sin un vaivén -
Las olas estaban muertas; las mareas estaban en sus tumbas,
Antes ya había expirado su señora la luna;
Los vientos se marchitaron en el aire estancado,
Y las nubes perecieron; la Oscuridad no necesitaba
De su ayuda - Ella era el universo.




sábado, 4 de febrero de 2017

Luis Rogelio Nogueras -Café de noche

Luis Rogelio Nogueras, El Vedado, 17 de noviembre 1944 – La Habana, 6 de julio 1985


Café de noche

Jean Nicolas Arthur Rimbaud
y Karl Heinrich Marx
se han vuelto a encontrar este verano en Londres,
en el mismo café donde una noche de 1873
se cruzaron,
acaso tropezaron y siguieron de largo,
demasiado ocupados como iban.
Ahora los dos recuerdan con asombro
cómo llovía esa tarde sobre Europa,
cómo la vieja ciudad temblaba bajo el agua,
qué solas se veían las torres de todos los campanarios,
y se ríen.
Hace ya tanto tiempo
y sin embargo están cien años más jóvenes,
Marx,
con su saco un poco estrujado para siempre,
sus zapatos invencibles,
su irremediable sonrisa de filósofo,
y Rimbaud fumando desvergonzadamente,
ruidoso y destartalado como un viejo gramófono,
con sus pantalones demasiado ceñidos,
su eterna mirada soñadora
de oveja degollada.
Bajo la lenta luz de las bombillas
de Kenington Park,
pasean en el atardecer de Londres,
siguiendo el lento vuelo de un alcatraz
color de plomo
que pasa hacia la bahía,
mirando la frágil agonía de una nube
que se desgarra contra el fondo
ocre y triste de un paisaje de Van Gogh.
Luego bajan hasta el puente,
fumando en las viejas pipas,
y se asoman al río que se rompe, gira,
corre sin fin, ciego,
y se preguntan qué lo mueve hacia el mar,
eternamente.
La noche llega en la cubierta del vapor The Hell
y un pescador saluda desde la orilla.
Una estrella enorme tiembla en el agua
velada ahora por la niebla.
Lentos bajo el peso de la lluvia,
Marx y Rimbaud
regresan al mismo café de Bull Street
donde una noche de 1873,
por la prisa,
el imperativo de una cita,
el tren que no llegaba a tiempo y se hacía tarde,
no pudieron conocerse.
Cuando se despiden,
un perro solitario le ladra a su propia sombra
en una esquina,
y por el fondo del poema
pasa cojeando el fantasma de Verlaine.
Comienza a dormirse la ciudad.

jueves, 2 de febrero de 2017

Francisco Ramírez -“Eso”

Francisco Ramírez, Santiago de Chile, 14 de junio 1976 


“Eso”
                                                                                                                “Esta enumeración sólo
                                                                                                                  tiene valor de ejemplo”
                                                                                                                           (Michel Foucault)
Estoy harto de cada circunstancia
Y estoy harto de que todo sea circunstancia
Estoy harto de respirar
Estoy harto de caminar
Estoy harto de comer
Estoy harto de defecar
Estoy harto de dormir
Estoy harto de…
                                                                                                                                          orinar
Estoy harto de reír
Estoy harto de llorar
Estoy harto de ver
Estoy harto de oír
Estoy harto de degustar
Estoy harto de oler
Estoy harto de tocar
Estoy harto de leer
Estoy harto de escribir
Estoy harto del amor
Estoy harto del odio
Estoy harto de la luz
Estoy harto de la oscuridad
Estoy harto del cuerpo
Estoy harto del espíritu
Estoy harto de temer
Estoy harto del intelecto
Estoy harto de los sentimientos
Estoy harto del placer
Estoy harto del dolor
Estoy harto del nacimiento
Estoy harto de la juventud
Estoy harto de la vejez
Estoy harto de la medicina
Estoy harto de la salud
Estoy harto de la enfermedad
Estoy harto de lo insignificante
Estoy harto de lo significante
Estoy harto del día
Estoy harto de la noche
Estoy harto de los animales
Estoy harto de las plantas
Estoy harto de los minerales
Estoy harto del fuego
Estoy harto del aire
Estoy harto del agua
Estoy harto de la amistad
Estoy harto de la enemistad
Estoy harto del orden
Estoy harto del caos
Estoy harto de la irrealidad
Estoy harto de la realidad
Estoy harto de todo
Estoy harto de nada
Estoy harto de la aprobación
Estoy harto de la reprobación
Estoy harto de lo posible
Estoy harto de la sabiduría
Estoy harto de lo físico
Estoy harto de lo metafísico
Estoy harto de la estupidez
Estoy harto de lo imposible
Estoy harto de la inteligencia
Estoy harto de la esclavitud
Estoy harto de la libertad
Estoy harto de la ignorancia
Estoy harto de la inmoralidad
Estoy harto de la moralidad
Estoy harto de la verdad
Estoy harto de la mentira
Estoy harto de la justicia
Estoy harto de la injusticia
Estoy harto de la infelicidad
Estoy harto de la felicidad
Estoy harto de la armonía
Estoy harto de la inarmonía
Estoy harto de la cordura
Estoy harto de la locura
Estoy harto de la quietud
Estoy harto del movimiento
Estoy harto de palabras.
Estoy harto de números
Estoy harto del ruido
Estoy harto del silencio
Estoy harto de esto
Estoy harto de la legalidad
Estoy harto de la ilegalidad
Estoy harto de la paz
Estoy harto de la violencia
Estoy harto del monólogo
Estoy harto de la conversación
Estoy harto de la desnudez
Estoy harto de la vestimenta
Estoy harto del anonimato
Estoy harto de la fama
Estoy harto de ideologías
Estoy harto de la prostitución
Estoy harto de la castidad
Estoy harto del nombre
Estoy harto del apellido
Estoy harto del cigarrillo
Estoy harto del alcohol
Estoy harto de la droga
Estoy harto del sexo
Estoy harto de la Belleza
Estoy harto de las fiestas
Estoy harto del dinero
Estoy harto de eso
Estoy harto de la televisión
Estoy harto de la Música
Estoy harto de la Literatura
Estoy harto del Arte
Estoy harto de Universidades
Estoy harto del Periodismo
Estoy harto.
Estoy harto del Pasado
Estoy harto del Presente
Estoy harto del Futuro
Estoy harto del Tiempo
Estoy harto del Idioma
Estoy harto de la Historia
Estoy harto del Génesis
Estoy harto del Apocalipsis
Estoy harto de la Eternidad
Estoy harto del Cielo
Estoy harto del Infierno
Estoy harto de los Dioses
Estoy harto de la muerte de los Dioses
Estoy harto de la Máquina
Estoy harto de la Mujer
Estoy harto del Hombre
Estoy harto del Siglo XX
Estoy harto del Siglo XXI
Estoy harto de todos los siglos
Estoy harto de la Comedia
Estoy harto de la Tragedia
Estoy harto de aquello
Estoy harto de la Política
Estoy harto de la Filosofía
Estoy harto del Deporte
Estoy harto de la Ecología
Estoy harto de la Globalización
Estoy harto de la Posmodernidad
Estoy harto de la Modernidad
Estoy harto del Desarrollo
Estoy harto del Subdesarrollo
Estoy harto del Yo
Estoy harto del Tú
Estoy harto del Él
Estoy harto del Ella
Estoy harto del Nosotros
Estoy harto del Vosotros
Estoy harto del Ustedes
Estoy harto del Ellos
Estoy harto del Ellas
Estoy harto de los extraterrestres
Estoy harto de los terrestres
Estoy harto de la familia
Estoy harto del hogar
Estoy harto de la pareja
Estoy harto del matrimonio
Estoy harto del divorcio
Estoy harto de este sentimiento
Estoy harto de la paternidad
Estoy harto de la maternidad
Estoy harto del aborto
Estoy harto de la desnutrición
Estoy harto de la bulimia
Estoy harto de interpretaciones
Estoy harto del sol
Estoy harto de la luna
Estoy harto del Otoño
Estoy harto del Invierno
Estoy harto de la Primavera
Estoy harto del Verano
Estoy harto del Bien
Estoy harto del Mal
Estoy harto de la Ciudad
Estoy harto del Campo
Estoy harto de la Calle
Estoy harto de Santiago
Estoy harto de Chile
Estoy harto de los continentes
Estoy harto del mundo
Estoy harto del Universo
Estoy harto de todo lo que pueda estar más allá.
Estoy harto de esta enumeración.
Estoy harto de nada
Estoy harto de todo
Estoy harto de ti
Estoy harto de mí
Estoy harto de que todo sea circunstancia
y estoy harto de cada circunstancia
Y sin embargo…. vivir
Estoy harto, sin embargo
                                                                                                                         … también de “eso”