Jorge Medina Vidal, Montevideo, 4 de marzo 1925 – Montevideo, 17 de junio 2008
Elogio de la melancolía
Acodados los hombres en la ciudad dialogan
mientras cruza una barca de podre, silenciosa.
Nos vestimos con flores de granate, amarillas
y las túnicas cubren la penetrante herida.
Para tactar objetos cotidianos, los guantes
simulan imposibles epidermis sin nervio
y el rugido y la mueca, por la ciudad se mueven,
buscando los oídos y los ojos cansados.
Somos tus elegidos noble melancolía.
Somos tus elegidos noble melancolía.
Abandonados, vamos entre tanto abandono,
el eco del silencio, es el último eco.
Se busca la fatiga en los pisos más altos
del acero que crece sudores para nada.
Los signos más opacos, las palabras sin vuelo
y este acordarnos leves entre piedras calladas.
El Hastío asesino, nos visita por días
junto al fuego, en el centro, disfrazado o desnudo
y sin nadie que pueda reclamar ser primicia
apagamos las puertas y cerramos el fuego.
Ha crecido el silencio como acacia en la arena
en el pecho del hombre y este mundo inmediato.
Pero el cosmos que grita encontró en los radares
un perfume de oído, ya que estamos cansados.
¿Será este el momento de luchar, como vino
la adolescencia triste, enfermiza, gritona?
Y la nunca pasada edad del titubeo
se clausura ese día, súbitamente infame.
Y debemos pasearnos como rojos fantasmas
de los que somos, fuimos, cloqueantes de delicias.
Las puertas de los altos jardines se han cerrado
y el olor de la carne masticable es sombrío.
Sonidos de urna crecen por las calles de espuma
mientras el astro ambiguo ilumina las frentes.
En la plaza desierta, arriba, los emblemas
plurales, se estremecen, significando cosas
y el movimiento queda resuelto en una estela
que por un tiempo dice “nada más” y se esfuma,
desembocando en playas sin agua y sin alciones,
infestadas de humores, podredumbres y gritos.
Si el atabal se oyera, o un timbal, un rasgueo,
la ilusión vencería tanta urna creciente,
pero Pus nos asedia, irrumpió en la llanura
trazando su dominio con límites de frío.
Estamos en silencio, como todo, en fracaso,
ni gritamos ni huimos, no ofrecemos ni vamos,
cada uno en su gesto displicente, acodados
en grupos que dialogan la inevitable herida.
¿Vendrá el algo a ofrecernos otra melancolía,
otro mundo sin pausa, pesado como el sueño?
Todo se lo volaron en humo y fantasía
y trajeron silencio a la negra mañana.
¿Esto es lo que tenemos, mirarnos largamente
y ver sólo miradas?
Elogio de la melancolía
Acodados los hombres en la ciudad dialogan
mientras cruza una barca de podre, silenciosa.
Nos vestimos con flores de granate, amarillas
y las túnicas cubren la penetrante herida.
Para tactar objetos cotidianos, los guantes
simulan imposibles epidermis sin nervio
y el rugido y la mueca, por la ciudad se mueven,
buscando los oídos y los ojos cansados.
Somos tus elegidos noble melancolía.
Somos tus elegidos noble melancolía.
Abandonados, vamos entre tanto abandono,
el eco del silencio, es el último eco.
Se busca la fatiga en los pisos más altos
del acero que crece sudores para nada.
Los signos más opacos, las palabras sin vuelo
y este acordarnos leves entre piedras calladas.
El Hastío asesino, nos visita por días
junto al fuego, en el centro, disfrazado o desnudo
y sin nadie que pueda reclamar ser primicia
apagamos las puertas y cerramos el fuego.
Ha crecido el silencio como acacia en la arena
en el pecho del hombre y este mundo inmediato.
Pero el cosmos que grita encontró en los radares
un perfume de oído, ya que estamos cansados.
¿Será este el momento de luchar, como vino
la adolescencia triste, enfermiza, gritona?
Y la nunca pasada edad del titubeo
se clausura ese día, súbitamente infame.
Y debemos pasearnos como rojos fantasmas
de los que somos, fuimos, cloqueantes de delicias.
Las puertas de los altos jardines se han cerrado
y el olor de la carne masticable es sombrío.
Sonidos de urna crecen por las calles de espuma
mientras el astro ambiguo ilumina las frentes.
En la plaza desierta, arriba, los emblemas
plurales, se estremecen, significando cosas
y el movimiento queda resuelto en una estela
que por un tiempo dice “nada más” y se esfuma,
desembocando en playas sin agua y sin alciones,
infestadas de humores, podredumbres y gritos.
Si el atabal se oyera, o un timbal, un rasgueo,
la ilusión vencería tanta urna creciente,
pero Pus nos asedia, irrumpió en la llanura
trazando su dominio con límites de frío.
Estamos en silencio, como todo, en fracaso,
ni gritamos ni huimos, no ofrecemos ni vamos,
cada uno en su gesto displicente, acodados
en grupos que dialogan la inevitable herida.
¿Vendrá el algo a ofrecernos otra melancolía,
otro mundo sin pausa, pesado como el sueño?
Todo se lo volaron en humo y fantasía
y trajeron silencio a la negra mañana.
¿Esto es lo que tenemos, mirarnos largamente
y ver sólo miradas?
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