Antoni Clapés, Barcelona, 22 de julio 1948
Traducción Carlos Vitale
Al margen
Il y a des traces de silence sur le sable que l’homme efface.
Edmond Jabès
¿Poesía para / en un tiempo de crisis?
Poesía como crisis.
Como un enjambre enloquecido: el poema emergiendo del silencio.
La poesía, la voz misma del silencio.
El silencio, también, como catarsis: hacer hablar de nuevo a las palabras, con una
voz
otra.
Reescribir el poema en el blanco de entre versos.
La poesía puede consistir, también, en acercarse al lado humilde de la vida: historia
interior, casi secreta, del poeta.
El discurso poético es la reflexión misma sobre la poesía: puro anhelo alegórico.
Cada palabra, cada elemento, contiene la totalidad del poema.
Materia de dudas, materia de sombras.
La poesía.
La duda de la poesía frente a la certeza de la razón.
El poema sólo quiere decir lo que es: incitación a dar un salto en el vacío para ver qué
hay detrás de él, más allá de las palabras.
El poema intenta atrapar la prisa del tiempo por abandonar el mundo.
Condenada desde hace años al ostracismo, la poesía, a pesar de todo, continúa
resistiendo.
Quién sabe si por la (¿enfermiza?) fascinación que ejerce de placer solitario, marginal, onanista, con un velado deje romántico.
Cada poema tiene una forma específica, que le es propia, y que condensa su decir.
Las imágenes soñadas llenan, poco a poco, la realidad del poema.
El pensamiento permanece escondido entre los versos y constituye un todo con la forma.
La poesía tiene mil rostros. Al arrimarnos a uno de ellos, perdemos la posibilidad de
captar todos los demás de un solo golpe de vista.
A partir de la modernidad, la poesía es concebida como un lenguaje: objeto y, a la vez, mirada sobre el objeto.
La metapoesía.
La impresión transforma la poesía en lenguaje.
Escritura: campo plural de poéticas diversas.
La fascinación (erótica) del / por el lenguaje poético: por las palabras, por el ritmo, por
el uso de las imágenes.
Fascinación, también, por saber qué hay, qué se esconde tras las palabras, tras el ritmo,
tras las imágenes.
La poesía pone “fuera de sí” a la razón. Agrede el lenguaje, crea artificios, genera
sombras.
Hablo en voz baja, sueño afanes quiméricos.
Escribo un poema.
La muerte de un poeta significa, también, la muerte, antes de nacer, de miles de
metáforas. Se desvanece la posibilidad de generación de nuevo lenguaje. Sin remedio.
Un poema refleja una poética, pero no puede reflejar aquella reflexión.
La poesía es un artificio, un juego, frente al lenguaje positivo.
El poema, el signo poético, debe ser multievocador.
Zarza de palabras: el poema.
La poesía recitándose a sí misma.
Tocando fondo como género, ha firmado su sentencia de muerte.
Quizá el carácter marginal ha ayudado a no difundir el mensaje de la “muerte de la poesía”: evidencia de la paradoja de que la marginalidad le conserva la vida, a la poesía.
Abandonar la idea de una poesía para hacerla pública.
Sólo escribir.
El poeta es un ladrón de palabras que las devuelve más tarde hechas metáforas.
Sentirse solo frente al papel en blanco: vértigo, vagar por las ideas y por las palabras.
La poesía.
Sin embargo, no hay nada más prescindible que la poesía.
El poema puede permanecer aún escondido bajo los adoquines de los bulevares.
La palabra y su respiración: el poema.
Poesía es liberar el texto de la tensión de las palabras, del lenguaje.
Despojar el poema, hacer que cada elemento se convierta en autónomo, (re)tornar a la esencia de lo que significa.
El poema es el territorio que acoge a las palabras: la poesía apenas lo habita, espacio
frágil, efímero, que la hace posible.
Entre la alcantarilla y la xerocopia. He aquí el ámbito en que debe (sobre) vivir la poesía.
También versos leídos en catálogos de hojas en blanco.
Armonía de conceptos, a los que llamamos filosofía, a los que llamamos música, que confluyen.
La poesía.
¡Cuántas palabras para hacer un silencio!
Hay unas palabras justas para cada poema.
¡Qué incómoda, para los demiurgos, la poesía que habita en las fronteras de los denominados géneros!
¿Quién ha elegido al poeta: el azar o la voluntad de serlo?
Rumor de hojas secas llevadas por el viento helado del invierno.
Captar este frotar de sedas con el trazo de un solo color: el poema.
Ser libre para todo: escribir poesía.
Leer a Aleixandre, Hölderlin, Elytis, Montale: entender la poesía.
El anhelo de escribir un libro de poemas.
(Soñar con este anhelo sin saber que el libro ya ha sido escrito.)
Olvidar las palabras para descubrir la poesía.
Olvidar la poesía para descubrirse a sí mismo.
Palabras: “moneda gastada” que el poeta vuelve a acuñar.
Dar vueltas y más vueltas sobre un material que conozco bastante bien.
(¿La poesía no es, justamente, este vagar?)
Escribir el poema: intentar atrapar el sol del mediodía sobre las baldosas de la terraza.
En el silencio es cuando intuimos la presencia de la palabra, de la muerte.
De la poesía.
La poesía tan sólo necesita palabras para (sobre) vivir.
Poesía: proyectar el deseo por encima de las palabras. Hacer de la pasión un durísimo alegato.
Tras unos matorrales, un estornino y el mar. Y Scriabin.
El poema.
La permanente angustia de la poesía, como un amor no correspondido.
A veces los poemas huyen, o parecen esconderse, en ignotos rincones de uno mismo.
Entonces invocamos a la diosa fortuna para reencontrarlos.
El poema pespuntea silencios.
La palabra designa el objeto y, al designarlo, lo hace real.
Al ser dicha, la palabra vuelve opaco, inexistente, quizá, el objeto designado.
La poesía genera el ámbito donde se hace posible el silencio.
Un tordo vuela a ras de la muralla, casi rozándola: las pupilas de la zorra se dilatan.
El poema.
Suspendido en la bóveda barroca del sueño, el poema roza las raíces de la palabra con la geometría de la metáfora.
La poesía comienza allí donde, aparentemente, parecen morir las palabras.
El poeta cruza el proceloso océano del silencio para conseguir aproximarse al
archipiélago de la palabra.
El poema es la idea del poema, como la realidad es la idea de la realidad.
El poema clava sus afiladas garras en el lomo de la realidad de las palabras para
extraerle la sangre, la metáfora.
El poeta debe formular (se) preguntas, apenas.
¡Cómo aprisiona el silencio, el poema!
Regresar a la *poesía esencial+.
Al fin y al cabo, la poesía es una de las formas de la nostalgia.
Evocar, con el poema, lo que hay más allá de las palabras.
Escribir poesía, también, para intentar descubrir la belleza oculta de las cosas, del
mundo.
Cerrar los ojos para ver el mundo. Callar para describirlo.
La poesía.
La poesía como nexo de unión de un universo desvertebrado.
Incontables ediciones marginales, todo el juego que hoy permite la autoedición, proporcionan y alimentan la vana ilusión de ser poeta.
Con la poesía se vuelve real lo que de imaginario hay en el mundo.
Una poesía que raye la misma voz del silencio, que provoque aquel estado de ánimo que
sólo en el silencio se puede interiorizar.
Te evoco a ti, poema que aún no sé cómo nombrarte.
Te evoco a ti, poema oculto entre los pliegues de la memoria.
Te evoco a ti, poema, para habitarte.
Memoria y lenguaje: materiales con los cuales el poeta construye su obra.
La poesía es el ensueño de las palabras en la música, muy cerca del pensamiento.
Un cuaderno lleno de ideas y de silencios. Lleno de poemas.
Horas y horas mirando la fina raya del horizonte: el silencio se ha convertido en música
y el viento, en poema.
El primer verso incluye el primer poema, y éste, todo el libro.
La poesía ordena palabras: usa la razón para crear los signos del desorden.
Con la metáfora, el poeta altera una lógica para instaurar otra.
La poesía, la sinrazón.
El poema es un pájaro prisionero de las imágenes.
El lenguaje del poeta tiende al silencio, como el discurso del místico tiende a Dios.
Toda palabra esconde, vela, un profundo sentido: aquel que el poeta intenta hacer
aflorar con su discurso.
Silencio y palabra van, constantemente, a la caza el uno de la otra. Y, en este itinerario, componen toda una poética.
Poesía: anverso y reverso del lenguaje.
Poema: “trompe l’oeil” de la realidad.
Escribir poesía: ¿para qué? ¿para quién?
Escribir.
El poeta mira hacia adentro: su mirada, este gesto, descubre (¿lee?) su propio universo,
el lugar donde nace y habita la palabra.
Atrapar la vibración de la vida y cercarla en unas cuantas palabras.
Deshacer la idealización e incorporarle la territorialidad.
Escribir poesía.
La poesía sinrazona y sintetiza.
El lenguaje del poeta se va creando a medida que progresa el poema.
No existe un sentido predeterminado de la obra.
La poesía que sólo tiene un compromiso con la poesía.
La poesía que reclama el esfuerzo del lector.
Interiorizar el paisaje de la propia vida: toda una poética.
No punto final, antes letra capital de capítulo. El silencio.
La poesía (con)mueve.
Juegos de memoria y de olvido. La poesía.
Escribir centenares de poemas para obtener un buen verso.
La poesía tiende al infinito.
Entre silencios navega el frágil velero de la palabra, del poema.
Las palabras tan sólo esperan la llamada del poeta para que las transforme.
La poética.
Sustituir la idea por el símbolo.
Escribir poesía.
La paradoja de saber que hay tantas personas escribiendo aquello que jamás nadie leerá: poemas.
¿Cómo se transforma un hombre en poeta y su lenguaje en poesía?
El poema intenta iluminar aquellos lugares donde el pensamiento no llega.
El poema deja pistas, señales, en el camino trillado por la experiencia.
Pasar de la escritura epigonal a la escritura original.
La poesía no admite el flirteo: tan sólo le vale el compromiso profundo.
Vaciarse totalmente de uno mismo para que la poesía lo habite.
La poesía nos aproxima al silencio y, con él, al sentimiento de iluminación.
La poesía sólo se hace comprensible cuando no se intenta comprender nada.
El poema roza el silencio con la punta de sus palabras.
Todo debe estar presente y ausente, a la vez, en el poema.
Sarajevo nos hace cómplices a todos.
¿Podremos seguir hablando de poesía, después de Sarajevo?