Lucía Estrada, Medellín, 11 de julio 1980
Clara Rilke
Qué cercanas y distintas
las hojas de un mismo árbol.
Crecen silenciosas
en la contemplación de sí,
de sus bordes,
en el trabajo minucioso del insecto
que las hiere.
Apenas unidas por un hilo de savia
eternamente
a la corteza del mundo,
a su naturaleza vegetal.
El viento las obliga a inclinarse
sobre su propia sombra
y en el misterio único
de ser Sauce o Avellano,
se adhieren, se compenetran
sin perturbarse.
Así, recibirán a un tiempo
su gota de lluvia,
el beso ígneo del verano.
Caerán también bajo la misma luz,
rodearán como sílabas diversas
de un mismo alfabeto
la profundidad de las raíces,
la grieta oscura del tronco
que las vio levantarse
y permanecer.
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