En el bar de don ramón
En el bar de don ramón somos todos almas en pena.
Bellos y dolorosos como los cinco minutos del amor.
Manjares del solitario.
Fluídas sus narices en qué perfume.
Cae el vaso y derrama todas las lenguas.
El vino es una calumnia.
Balbucean algo parecido a cielo.
Las hadas del mezcal nos acercan al cielo.
Taos de la calle.
Falos que engullen migas,
arrastran la carne el pan
y lo tragan
como a una sobra de invierno.
Bienvenida mamita al oleaje del sudor
(el poeta clava un tramontina
como un verso inalcanzable que sacia).
Los miro y cruzo las piernas y los dedos
escondiendo si pudiera el temblor.
En procesión carromatos ofrecen flores, yerba buena.
La avenida es un espejo de pequeñas arañas
que se indigestan con seda amarga.
Me voy deshaciendo en un pandemónium cristalino.
Sostengo con un pie la moneda que di.
No sé si son las manos o la mesa
todo se mueve en redondo.
La vida es un reloj y recuerdo a Borges.
Sus senderos, sus esferas.
El perfecto copo de nieve del que habló mi hijo.
La carterita que trajo de la feria del Rastro.
Y el no escribas mamá si no es preferible al silencio.
Prófuga deshielo socavo el cielo tan triste.
Don ramón limpia el tiempo.
Barre el escombro como a un lucero.
Pasa la cuenta.
Un vino.
Una milanesa.
Cinco pesos de cubierto.
Y la copa deje nomás.
Copa rota en mi boca partida.
Camino en el patio de los suspiros.
Cruzo San Telmo con sabor a ajo.
Sin un peso. Con hambre.
Sin embargo sonrío
con la sinceridad generosa
de quien renuncia
a todo.
a Juampi
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