Juan L. Ortiz, Puerto Ruiz, Entre Ríos, 11 de junio 1896-Paraná, 2 de septiembre 1978
Entre diamante y Paraná
Un cielo de prelluvia
demora y demora un estupor de grises
y de azules... de azules, es cierto en inminencia aún
de decidirse...
lo demoraría
hasta esa penumbra en que habrá de desleír
su silencio, al fin,
apenas, éste, apenas, muy apenas, caído
o negado en una poco menos que adivinación de arpas, o de
brillos
a soñar pero que flotarían
en hilados, quizás, con intermitencias, por ahí,
en una casi ceguera, entonces, por encima
del tecleo que habrá de cristalear, por su parte, se diría
en abismamiento
a los lados de las banquinas?:
las ramitas
deberán por él, consecuentemente, de seguir
digitando su llamamiento, o qué?, de junto o en medio de un
misterio de marismas
sobre una nada de vidrios?
Pero el camino
se enciende, ahora, en la irradiación de una agonía
que fija
altísimamente una nube o un cisne
más bien, de gloria, o mejor, una suerte de capullo del cual no
se sabría
si se despide
o si en un fluido de oro y rosa, transcielamente, ya replica
el amanecer de sus suspiros...
Y son allá y más allá unos pasajes, no?, de trigo
en subida
o en vaporización o espectralmente en fuga entre las cintas
de un verde por anochecer y todos en la misma
melodía
que despliegan y despliegan lateralmente los minutos
que armonizándose en otra línea,
hacia arriba,
llegan a extasiarse en una como transfiguración de rayos de
jardín
o de recuerdos, en un haz, de visos…
Mas he aquí que uno de éstos se extravía
al abatirse
y da en descubrir
lo que quedaba a un lado del asfalto, en un equívoco
de denuncia, al exaltarlo precisamente así:
lo que quedaba de un perrito
que alguien, quién?, separase de la madre y de los otros
de la cría:
consignados, me dijeran, sobre una bolsa, en un
declive
a la margen de la ruta y contra un grupo de arbolillos…:
consignados en la prisa,
entonces, del desasimiento y del endoso, que se sigue,
del fastidio..
consignados a lo fortuito
de una “piedad” que, por su parte, en el vacío que la
aspira
sólo puede, a lo sumo, ir delante de sí
y oír
únicamente el zumbido
de un tiempo que quisiera apurar hasta el límite
y ello siempre que no lo asimile
éste, y a lo largo, ensordecedoramente, del día…
Y entonces, me parece que la puérpera hubo de preguntar en
medio de hipos
a ese desconocido
que le alzara su hijo
a un destino
al que sólo le fuera dado lamer casi en seguida
entre acaso fintas
que le impusiera el tráfico, ciertamente, ay, obstruido
por ellos allí
desgarradas aquéllas de su parte por gritos
ante el horror que aún quizás se le infligiera de que ella debería
lacrar con su vida
eso a cuyo misterio no pudiese sino despertar más los
latidos
y tenderlos no solamente por todo el curso, diríase,
de la luz, pero asimismo
por el de la propia sombra con el juego entre sí
de la fascinación de los faros hasta la corrida
de la vigilia
por desprender la última a tiempo que la vela asimismo
de las luciérnagas fosforecía
el fin
de los escalofríos
sobre el propio, en correspondencia, de las briznas...
Y fuera en ese momento cuando probablemente más habrá
sentido
la ausencia de aquel, de cualquier modo, calorcillo
que les asignaran por ahí
la dispensa de lo que, ciertamente, significase un “abuso de
familia”
pues el descendimiento para asistirlos
de ese cielo que llegaba por momentos aun a adherírseles,
no llegaba, a fuer de “animitas”
que era, a tocar justamente, el lado de su frío,
ese que le hiciera desesperar en la ocasión, más si cupiese, los
aullidos
en la necesidad de oír
allende los vanos que abrieran, fugitivamente, los ruidos
del amanecer de la vía
un posible
de respuesta, a pesar de los pesares, de alguna viejecita
o de algún linyera, desprendidos
de su pesadilla,
pero sin duda ellos, con oídos,
a los que siempre, siempre, no se sabe, no, qué nadie,
tras la reverberación misma,
les vuelve solamente, ay, solamente, a los gemidos...:
ellos así
los únicos, o casi, conforme a la experiencia que de por ahí
tuvieran los fieles de las otras jerarquías
del Olimpo...
capaces de cortar a tiempo el lazo de lo definitivo
por correrse sobre unos hálitos...:
ellos así
como ángeles en trapos en esa lividez que profundiza
todos los precipicios
en que el alba va cediendo, ya, a los pies
de los forzados de la intemperie
cuando sin saber cómo no son éstos aspirados, de improviso,
entre los espartillos...:
ellos así
para escuchar o adivinar bajo o entre la circulación, todavía,
del ruido
los silencios que tiritan
desde el extremo, se dijera, ya, del hilo...:
ellos los aparecidos,
literalmente, de este lado, para hacer que aún no pasen al otro
de su limbo
sus hermanos de aquí
si para ello bastara algo de lo recogido
de las bolsas de la noche de bajo las aceras cuando en la
amanecida
del volcadero, bajo un verde de volidos
ya, o en medio de un crema ya también de ensortijados en
hilitos
y entre el óseo de los otros digitales, asimismo
urgando, pero todos nivelados, madrugadoramente, allí,
por las urgencias de la bulimia...:
aparecidos
además, en esa eternidad de un segundo de la ausencia bajo el
filo
del juicio
a los olvidados, por ellos asumido...:
o aparecidos
de qué providencia, sencillamente, aunque en equilibrio
acaso también para asistir
en su desliz
a los anónimos de siempre o que parecieran elegidos
de las caídas...
Pero elegidos
ellos, a la vez, por qué no?, para que el alba se redima
y así
que la luz de la leche siquiera en algún sitio
sensibilice
en ese azulamiento de la fuga hacia lo alto que habré luego de
cernir
el desdén, casi, del “espíritu”...
sensibilice o vaya sensibilizando lo que a éste, al fin,
justificaría
por los desheredados, paradójicamente, de sus “títulos”
entre los grumos de su nadir
inclinándose para lavarle a través de las figuras
de su piedad, con el rocío
que, llorase, desde sus estrellas, ella misma…
para lavarle lo que, después de todo, fueran por
allí
humanamente, sus pies...
Aunque ello, es cierto, en las antípodas, y más que
espacialmente, del continuo
que allá vuelve las arcillas
y las lianas y los aires de un revés de apocalipsis
en los estallidos
de una de arañas de teratología o gigantismo
y la llovizna
de los desfoliantes de amarillo, sólo, a no dudar, para
amarillos
y las “flechitas”
con aletas para demorar por tres lunas el cruce a la otra
orilla,
y un lo inasible
de salientes por la noche ya de los tejidos…
y todavía
los globos en deshojamiento de esquirlas
ajenas al metal pero en familiaridad, sin embargo, con
el secreto de los gritos. .:
todas las “técnicas”, en fin,
de la desintegración y de la perennidad de la agonía
para reducir
a los condenados a un infierno de tres décadas, ya,
y por estar, al último, en el círculo
de la estrategia de la ceniza
que hundiría
para siempre, después, en cavidades de cosmogonía,
a lo demás del continente con la única
culpa de haber ensayado recuperar, colectivamente,
y aun abrir
las líneas
del yan y del yin...
Y más, hacia el Este “cercano” de la “civilización”, las mujeres
y los niños,
reos de discurrir,
desde luego, sin saberlo, sobre el oro de las
profundidades, cuyo viento necesita
aquélla ilustrar e invertir
en las llamas de la purificación para el dominio:
reos, pues en el suplicio
de los pronunciamientos de fósforo cayendo de unas
alas en la apertura
de unas villas…
Y en otro nivel, la “civilización” que se inflige,
en el mejor de los casos, por el señuelo de unos “bienes”
a cortar el circuito
de una sabiduría
que florece a su hora, bien que en lo invisible,
que debe, quizás, a unas corrientes que presionan
silenciosamente, desde siglos...
Y eso cuando ella no revierte contra la propia cetrería
las artes de sus neblíes
pero superándolas, progresivamente, hacia la caza de
los miedos,
o de los monstruos de por encima
de por dentro y de por bajo si en los infinitos
que acechan asimismo...
Y, ah, por añadidura, de este lado, en la Amerindia,
igual descendimiento de los “súper”, para horror de la floresta,
a ras de los que pisan
o poco menos, ignorándolo también, unas minas
del combustible.
Y ello por entre los claros que tapa a continuación, de
improviso,
una fatalidad de aluminio que todavía
acosa, si cabe, de más bajo, a las familias,
hasta la ilusión de las barquillas,
pues entonces aquélla habiendo encontrado una manera de
vacío
sobre el afluente en fiebre al blanco, por
minutos del mediodía
le adelanta un crepúsculo, en dehiscencia, de cobrizos…
Y es más arriba
el suicidio
en comunidad de las tribus
ante el solo trueno que anuncia el genocidio...
Y es ahora mismo
el expatriamiento, en inminencia, de las
dríadas del origen
a la aventura de una orilla
del mar de energía
o de la “presa” a alimentar o a sangrar, de verdad,
bajo la desnudez de algunos ríos
por los fantasmas, acaso, ya, del fin
de Nandurú—Arandú...
Hay, pues, Stefan George, algún momento, en realidad,
que dé todo de sí
cuando al curvar, jardinadamente, un recuerdo de círculo,
deja caer un eco, diríamos,
de uno de sus pétalos sobre la propia palidez también en ida
de la ruta y enciende como un casi imposible
de memoria más que abre unas líneas
que nos toca seguir
vueltos, súbitamente, a pesar nuestro, del olvido
del Estigia,
y con todo que a aquél, en nuestro caso, le hubiésemos,
naturalmente, de abrir
hacia los espacios, por qué no?, del devenir
o de su devenir
con el concurso de hadas y silfos
a través de la penumbra y a través aun de la misma
sombra: ellos, entonces, en instrumentistas
de lo invisible?…
aunque… aunque… es cierto que las ondas que ahora no
inmunizarían
despliegan, concéntricamente, a la vez,
la amanecida
en una rosa aun de cinc
que toca, en verdad, muy apenas las orillas,
pero en la presión, ya, no puede negarse, desde el fondo del río,
de una piedad que se decide
a amartillar el propio corazón de los siglos...