Kikí Dimulá, Atenas, 6 de junio 1931
Versión Nina Anghelidis y Carlos Spinedi
Septiembre
28-9-1985
Septiembre sí septiembre es este
nudo en la garganta el pegadizo recuerdo que
impide tragar los sólidos ausentes
el decaimiento la languidez que vacían el cuerpo
en una fuga colmada de orificios,
la acidez de sueños famélicos en el estómago,
los sin ritmo apagados puños del pulso
-qué crees, de tal modo se detienen
y a veces terminan las bromas sangrientas.
Chatas las cafeterías sobre la vereda.
Aceite la quietud.
Firme el amargo de mi café
lejos de esa azúcar cargosa
-una costumbre lo indispensable, la eliminas.
Tintineo de monedas en el pasillo del organista.
El piadoso septiembre deja caer sus hojas.
Sí, septiembre. El vil miserable mes
el odioso avaro mes –te brindó
tan sólo la mitad y su otra mitad, la mejor
-más grande que la tuya- con engaño
la arrebataron los vivos.
Sí. Pero hoy él estaba irreconocible.
Idéntico a un inocente desconocido.
Inmaterial y, sin embargo, vanidosamente presumido
mientras lo empalagaba un calor* más corpulento
un calor involuntario –lo había violado en el vacío,
desalquilado fin de agosto.
Su opacidad era tan cargosa como el pecado,
su instante tan impetuoso como un gran amor,
tan obstinada la costosa
agua de colonia que tenía puesta –de algún lejano rocío
tan insistentemente mundano su nombre
que para no ofenderlo
yo te había olvidado.
Que la suerte acompañe al gitanito vendedor de unos
culposos pañuelos de papel –de segunda selección-
empapados mis ojos.
*Calor en griego es de género femenino.
Versión Nina Anghelidis y Carlos Spinedi
Septiembre
28-9-1985
Septiembre sí septiembre es este
nudo en la garganta el pegadizo recuerdo que
impide tragar los sólidos ausentes
el decaimiento la languidez que vacían el cuerpo
en una fuga colmada de orificios,
la acidez de sueños famélicos en el estómago,
los sin ritmo apagados puños del pulso
-qué crees, de tal modo se detienen
y a veces terminan las bromas sangrientas.
Chatas las cafeterías sobre la vereda.
Aceite la quietud.
Firme el amargo de mi café
lejos de esa azúcar cargosa
-una costumbre lo indispensable, la eliminas.
Tintineo de monedas en el pasillo del organista.
El piadoso septiembre deja caer sus hojas.
Sí, septiembre. El vil miserable mes
el odioso avaro mes –te brindó
tan sólo la mitad y su otra mitad, la mejor
-más grande que la tuya- con engaño
la arrebataron los vivos.
Sí. Pero hoy él estaba irreconocible.
Idéntico a un inocente desconocido.
Inmaterial y, sin embargo, vanidosamente presumido
mientras lo empalagaba un calor* más corpulento
un calor involuntario –lo había violado en el vacío,
desalquilado fin de agosto.
Su opacidad era tan cargosa como el pecado,
su instante tan impetuoso como un gran amor,
tan obstinada la costosa
agua de colonia que tenía puesta –de algún lejano rocío
tan insistentemente mundano su nombre
que para no ofenderlo
yo te había olvidado.
Que la suerte acompañe al gitanito vendedor de unos
culposos pañuelos de papel –de segunda selección-
empapados mis ojos.
*Calor en griego es de género femenino.
Maravilloso poeta del dolor y la extrañeza de sufrir
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