Fernando Lorenzo, Mendoza, 11 de junio 1924 – Mendoza, 29 de agosto 1997
Mensaje a los jóvenes poetas
Poeta, cuídate. Cuida también la antorcha
si vas a la batalla: la batalla es tiniebla
pero la paz es dura, dura como la sangre coagulada.
No hay en el mundo un hombre que no haya sido niño,
por eso cada guerra es también una vasta trinchera
donde el soldado clama por la leche materna
mientras come en silencio
la pólvora y el plomo,
recordando aquel vientre ya enterrado.
Cuida tus manos, hechas con finísimo polvo de harina y oro.
No te las cortes, no te las cortes en el amor para hundirlas
como golondrinas que divisan ya el mar
en el cuerpo extendido a tu lado, que excede
los límites del país donde amas.
Toda cama es de piedra.
Gasta tus manos solamente como cantos rodados hasta que
llegue el día
y el sol te aparte de ese cuerpo, te separe,
corte tu beso en dos sin que sangren los labios.
Cuida tu frente, último muro hacia arriba, muralla sitiada.
Lo que tus enemigos buscan desde el comienzo de los tiempos,
cuando todo era azul y nadie nos miraba exisitir,
sólo dioses hambrientos.
No los dejes trepar con sus patas hendidas,
defiende tu frente, ese hueso donde todo es espanto,
donde la vida y la muerte son espanto.
Cuida tu frente, bajo la cual vive enterrada en vida
tu infancia.
Tu frente, también vela de tu barco.
Cuida tu cuerpo, esa llaga vestida, armoniosa y sumada,
contraluz y paciencia de la luz,
maraña que ata y desata el viento...y las palabras.
Cuida esa perfección, ese dolor que investiga el deseo.
Cuida tu cuerpo que duerme, que se acuesta, que se levanta,
que va y no vuelve nunca igual a sí mismo, que te ronda,
despierta y confunde lo soñado y lo vivido,
que envejece sin ruido entre los objetos eternos.
Cuida tu cuerpo desnudo y cuida el cuerpo desnudo que amas:
serán tu paz necesaria y tu guerra dichosa.
Son, uno junto al otro,
la tierra y el mar soldados por un aro de fuego,
mientras los ojos ofician de estrellas en la noche perfecta.
Cuida al fin tus palabras. Porque has venido al mundo
a soplar al oído de los hombres
la tempestad y su cortejo de cristales partidos,
los días quemados sin objeto,
el último sabor de una lágrimas. Has venido a soplar
sobre la cerradura de la muerte,
sobre el vino humano tierno, dócil a la boca
-hermano callado de la pena que andamos divulgando-
sobre la cabecera de la cama
-reunión de tantas cosas-
sobre el fuego que amenaza apagarse,
sobre los árboles más altos...
Has venido a soplar sobre la sombra que va cubriendo el mundo
las últimas monedas de los dioses.
Y cuida tus lágrimas. No las gastes en ojos.
No derroches esa agua preciosa en amores perdidos.
Guárdala para el día en que pactes con la tierra.
El día, la hora y el instante
del aliento final, entre las sábanas,
cuando la necesites para la sed final, que llega entre sedientas
amapolas.
Mensaje a los jóvenes poetas
Poeta, cuídate. Cuida también la antorcha
si vas a la batalla: la batalla es tiniebla
pero la paz es dura, dura como la sangre coagulada.
No hay en el mundo un hombre que no haya sido niño,
por eso cada guerra es también una vasta trinchera
donde el soldado clama por la leche materna
mientras come en silencio
la pólvora y el plomo,
recordando aquel vientre ya enterrado.
Cuida tus manos, hechas con finísimo polvo de harina y oro.
No te las cortes, no te las cortes en el amor para hundirlas
como golondrinas que divisan ya el mar
en el cuerpo extendido a tu lado, que excede
los límites del país donde amas.
Toda cama es de piedra.
Gasta tus manos solamente como cantos rodados hasta que
llegue el día
y el sol te aparte de ese cuerpo, te separe,
corte tu beso en dos sin que sangren los labios.
Cuida tu frente, último muro hacia arriba, muralla sitiada.
Lo que tus enemigos buscan desde el comienzo de los tiempos,
cuando todo era azul y nadie nos miraba exisitir,
sólo dioses hambrientos.
No los dejes trepar con sus patas hendidas,
defiende tu frente, ese hueso donde todo es espanto,
donde la vida y la muerte son espanto.
Cuida tu frente, bajo la cual vive enterrada en vida
tu infancia.
Tu frente, también vela de tu barco.
Cuida tu cuerpo, esa llaga vestida, armoniosa y sumada,
contraluz y paciencia de la luz,
maraña que ata y desata el viento...y las palabras.
Cuida esa perfección, ese dolor que investiga el deseo.
Cuida tu cuerpo que duerme, que se acuesta, que se levanta,
que va y no vuelve nunca igual a sí mismo, que te ronda,
despierta y confunde lo soñado y lo vivido,
que envejece sin ruido entre los objetos eternos.
Cuida tu cuerpo desnudo y cuida el cuerpo desnudo que amas:
serán tu paz necesaria y tu guerra dichosa.
Son, uno junto al otro,
la tierra y el mar soldados por un aro de fuego,
mientras los ojos ofician de estrellas en la noche perfecta.
Cuida al fin tus palabras. Porque has venido al mundo
a soplar al oído de los hombres
la tempestad y su cortejo de cristales partidos,
los días quemados sin objeto,
el último sabor de una lágrimas. Has venido a soplar
sobre la cerradura de la muerte,
sobre el vino humano tierno, dócil a la boca
-hermano callado de la pena que andamos divulgando-
sobre la cabecera de la cama
-reunión de tantas cosas-
sobre el fuego que amenaza apagarse,
sobre los árboles más altos...
Has venido a soplar sobre la sombra que va cubriendo el mundo
las últimas monedas de los dioses.
Y cuida tus lágrimas. No las gastes en ojos.
No derroches esa agua preciosa en amores perdidos.
Guárdala para el día en que pactes con la tierra.
El día, la hora y el instante
del aliento final, entre las sábanas,
cuando la necesites para la sed final, que llega entre sedientas
amapolas.
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