jueves, 10 de noviembre de 2016

Paul Claudel -Verlaine

Paul Claudel, Francia, 6 de agosto 1868 – París, 23 de febrero 1955
Traducción Miguel Frontán Alfonso.


Verlaine

I

Débil Verlaine

El niño demasiado grande, el niño mal decidido a ser hombre, lleno de secretos y lleno de amenazas,
El vagabundo de largos pasos que comienza, Rimbaud, y que se va de sitio en sitio,
Antes de que encuentre allá su infierno tan definitivo como esta tierra lo permite,
El sol delante suyo para siempre y el silencio más completo,
He aquí que desembarca por primera vez, y lo hace en medio de esos horribles hombres
de letras y en los cafés,
No teniendo nada para revelar, solamente que ha encontrado de nuevo la Eternidad,
No teniendo nada para revelar, solamente que nosotros no estamos en el mundo.
Sólo un hombre en medio de la risa y del humo y de los vasos de cerveza,
todos esos monóculos y esas barbas sucias,
Uno sólo miró a ese niño y comprendió quien era,
Miró a Rimbaud y para él se terminó de ahora en adelante
El Parnaso Contemporáneo y el pequeño negocio donde se fabrican
Esos sonetos que caminan solos como petacas musicales.
Ya nada significa nada, todo está roto, ni siquiera su joven mujer amada,
Siempre y cuando pueda seguir a ese niño.
¿Qué es lo que dice en medio de sus blasfemias y de sus sueños?
Sólo a medias entiende lo que dice pero esa mitad le basta.
El otro mira hacia lo lejos con sus ojos azules, ignorando todo lo que tras de sí arrastra.
¡Débil Verlaine, quédate ahora solo, ya que no puedes ir más lejos!
Rimbaud se va y no lo volverás a ver; y lo que se queda en un rincón,
Furioso, a medias loco y peligroso para la seguridad pública,
Los belgas lo recogen cuidadosamente y lo encierran en una prisión de ladrillos.

Está solo. Se halla en perfecto estado de hundimiento y de abandono.
Su mujer le notifica un juicio de separación.
La Buena Canción ha sido cantada y ya no existe la modesta felicidad.
Solamente existe, a un metro de sus ojos, el muro desnudo.
Afuera, el mundo que lo excluye y, adentro, Paul Verlaine,
La herida, y el gusto en él de esas cosas que no son sólo humanas,
Allá arriba la ventana es tan pequeña que no deja ver otra cosa que el cielo
Y, desde la mañana hasta la noche, está sentado y contempla el muro,
El interior de ese lugar en donde está y que lo preserva del peligro,
De ese castillo gracias al cual toda la miseria humana es enjugada,
Impregnado de dolor y de sangre como el lienzo de la Verónica,
Hasta que nazca la imagen y el rostro allí contenidos,
Resucitados del fondo de los tiempos ante su rostro ofuscado,
Esa boca que calla y esos ojos que poco a poco lo miran,
El hombre extraño que poco a poco se transforma en mi Dios y mi Señor,
Jesús, más interior que la vergüenza, que le muestra y le abre su Corazón.

Y si trataste de olvidar el pacto que en esa hora hiciste,
Lamentable Verlaine, poeta, ¡ay, cómo te la ingeniaste mal!
Ese arte de vivir honorablemente con todos sus pecados
Como si no existiesen desde el momento en que los escondemos,
Ese arte moldeable como la cera de acomodar el Evangelio con el mundo,
¡Cómo nada entendiste de ello, especie de soldado inmundo!
¡Glotón! fue breve el vino en tu vientre y la hez profunda.
La capa delgada de alcohol en tu vaso y el azúcar artificial,
¡Cómo te dabas prisa a terminarlas para encontrar la hiel!
¡Cómo fue breve el vendedor de vinos al lado del hospital!
¡Cómo fue breve el libertinaje triste al lado de la pobreza fundamental!
¡Tan grande en veinte años por las calles latinas, que fue para todos un escándalo,
Privación de la tierra y del cielo, falta de hombres y falta de Dios!
Hasta que en el fondo mismo de todo te fuese permitido morder,
Morder y morir en esa muerte que estaba ordenada para ti,
En esa habitación de prostituta, la cara contra el suelo,
¡Tan desnudo en el suelo como el niño que sale enteramente desnudo del vientre de su madre!


II

El irreductible

Fue ese marinero abandonado en tierra y que le provoca lástima a la gendarmería,
Con sus dos centavos de tabaco, su prontuario belga y su permiso judicial para llegar a París.
Marinero para siempre privado de la mar, vagabundo de una ruta sin kilómetros,
Domicilio desconocido, profesión, ninguna... "Verlaine, hombre de letras".
El desgraciado, en efecto, hace versos para los cuales Anatole France no tiene indulgencia:
Cuando se escribe en francés es para hacerse entender,
El hombre, sin embargo, con su pierna rígida es tan gracioso que lo ha puesto en una de sus novelas.
A veces le pagan un vaso de aguardiente; es célebre entre los estudiantes.
Pero lo que ha escrito son cosas que no pueden leerse sin indignación,
Ya que tienen trece pies a veces y ningún sentido.
El premio Archon-Despérouses no es para él ni la mirada del señor de Montyon que está en el cielo.
Es el aficionado irrisorio en medio de los profesionales.
Todo el mundo le da buenos consejos; si se muere de hambre es por su culpa.
Nadie se deja envolver por ese famoso mistificador.
En cuanto al dinero, apenas si hay para los Señores Profesores
Que más tarde darán cursos sobre él y que, todos, han sido condecorados con la Legión de Honor.

Nosotros no conocemos a este hombre ni sabemos quién es.

El viejo Sócrates calvo gruñe en su barba enredada;
Un ajenjo cuesta cincuenta céntimos y se necesitan al menos cuatro para emborracharse:
Pero él prefiere estar ebrio antes que parecerse a alguno de nosotros.
Puesto que su corazón está como envenenado después del día en que lo pervirtió
Esa voz de mujer o de niño - o de un ángel que le hablaba en el paraíso.
¡Que Catulle Mendès se quede con la gloria y Sully Prudhomme, ese gran poeta!
Él se niega a recibir su patente de cobre y su gorra de trabajo.
¡Que otros se reserven el placer con la virtud, las mujeres, el honor y los cigarros!
Él se acuesta desnudo en un hotelucho con una indiferencia tártara,
Conoce a los vendedores de vino por su nombre de pila y se halla en el hospital como en su casa:
Pero más vale estar muerto que ser como la gente de aquí.

Celebremos, pues, todos juntos a Verlaine, ahora que nos dicen que está muerto.
Era la única cosa que le faltaba, y lo que es aún más increíble
Es que, todos, entendemos sus versos, ahora que nuestras señoritas nos los cantan con la música
Compuesta para ellos por grandes compositores con toda clase de acompañamientos seráficos.
El hombre viejo y célebre se ha marchado: ha vuelto a ese barco del que había descendido
Y que lo esperaba en ese negro puerto, pero nosotros de nada nos dimos cuenta,
Solamente oímos la detonación de la gran vela que se hincha
y el ruido de una quilla poderosa en medio de la espuma,
Solamente oímos una voz como una voz de mujer o de niño o de un ángel que llamaba:
¡Verlaine!, en medio de la bruma.


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