sábado, 30 de marzo de 2019

Macedonio Fernández -Elena bellamuerte

Macedonio Fernández, Bs As, 1 de junio 1874 – Bs As 10 de febrero 1952


Elena bellamuerte

No eres, Muerte, quien
por nombre de misterio
pueda a mi mente hacer pálida
cual a los cuerpos haces. ¡Si he visto
posar en ti sin sombra el mirar de una niña!
De aquella que te llamó a su partida
y partiendo sin ti, contigo me dejó
sin temer por mí. Quiso decirme
la que por ahínco de amor se hizo engañosa:
«Mírala bien a la llamada y dejada; la Muerte.
Obra de ella no llevo en mí alguna
ni enójela,
su cetro en mí no ha usado,
su paso no me sigue,
ni llevó su palor ni de sus ropas hilos
sino luz de mi primer día,
y las a1zadas vestes
que madre midió en primavera
y en estío ya son cortas;
ni asido a mí llevo dolor
pues ¡mírame! que antes es gozo de niña
que al seguro y ternura
de mirada de madre juega
y por extremar juego y de amor certeza
—ved que así hago contigo, y lo digo a tus lágrimas
a su ojos se oculta.
Segura
de su susto curar con pronta vuelta».
¡Si he visto cómo echaste
la caída de tu vuelo, tan fío,
a posarse al corazón de la amorosa!
Y cuál lo alzaste al pronto.
de tanta dulzura en cortesía
porque amor la regía,
porque amor defendía
de muerte allí.
¡Oh! Elena, ¡oh! niña
por haber más amor ida,
mi primer conocerte fue tardío
y como sólo de todo amor se aman
quienes jugaron antes de amar
y antes de hora de amor se miraron niños
—Y esto sabías: este grave saber
tu ardiente alma guardaba;
grave pensar de amor todo conoce—
así en ternísimo
invento de pasión quisiste esta partida
porque en tan honda hora
mi mente torpe de varón niña te viera.
Fue tu partir así suave triunfando
como se aquieta ola que vuelve
de la ribera al sena vasto
en tu frente un fin de ola se durmió
por caricia y como en fantasía
de serte compañía
y de mostrar que allí
Ausencia o Sueño pero no muerte había;
que no busca un morir
almohada en otra muerte.
Pero sí sueño en sueño;
niño se aduerme en madre.
Y te dormiste en Inocente victoria.
¿Te dormiste? Palabras no lo dicen.
Fue sólo un dulce querer dormir,
fue sólo un dulce querer partir
pero un ardiente querer atarse
pero un ardiente querer atarme.
¿Dónde te busco alma afanosa
alma ganosa, buscadora alma?
Por donde vaya mi seguimiento
alma sin cansancio seguidora
mi palabra te alcance.
La que se fue entendida
cuál ninguna, entendida en su irse
y su retorno.
Y sí así no es, es porque es mucho más.
Y si así no es, ¡no cortes Hombre mi palabra!
Criatura de poría de amor
que al Tiempo destejió.
Que llamó a sí su primer día
se hizo obedecida a su porfía;
y se envolvió la frente
y embebió su cabeza
y prendió a sus cabellos
la luz de su primer sagrado Día
dócil al sagrado capricho
de hora última de mujer
en el terrenal ejercicio.
Y me decía
su sonreír en hora tan oscura:
“Déjame jugar, sonreír. Es un instante
en que tu ser se azore.
Llevóme de partida tu comprender
me. Voyme entendida,
torpeza de amor de hombre ya no será de ti”.
Niña y maestra de muerte
fingida en santo juego de un único, ardiente destino.
Fingimiento enloquecedor
que por Palabra tuvo
el torrente de las lágrimas corriendo.
Cual cae en seriedad y grave pulsa
pecho de doncella turbado
por cercanía de amor
y pénese en valentía y pensamiento
de la prueba fortísima,
quedó aquél para sólo quien
fue entendida, oculta y mostrárase de nuevo,
la amorosa.
Yo sabía muerte pero aquel partir no.
Muerte es beldad y me quedó aprendida
por juego de niña que a sonreída muerte
echó la cabeza inventora
por ingenios de amor mucho luchada.
¡Oh qué juego de niña quisiste!
Niña del fingido morir
—con más lágrimas visto que el más cierto.
Tanta lucha sudorosa hizo la abrumadora cabeza
cuando la echaste a dormir tu “muerte”
en la almohada
—del Despertar Mañana—
ojos y almas tan dueños del mañana
que sin amargarse en lágrimas
todo lloro movieron.
Tanta certeza en el ser de una niña florecida
secos tuvo sus ojos: todo en torno lloraba—.
Oh niña del Despertar Mañana
‘que en luz de su primer día se hizo oculta
con sumisión de Luz, Tiempo y Muerte
en enamorada diligencia
de servir al sacro fingimiento
del más Hondo capricho en levísimo juego,
de último humano querer de la ya hoy no humana.
Muerte es Beldad
pero muerte entusiasta,
partir sin muerte en luz de un primer día
es Divinidad
Grave y gracioso artificio
de muerte sonreída.
¡Oh cuál juego de niña
lograste Elena, niña vencedora!
Arriba de Dios fingidora
en hora ultima de mujer.
Mi ser perdido en cortesía
de gallardía tanta,
de alma a todo amor alzada.
¿Cuándo será que a todo amor alzado
servido su vivir,
copa de muerte a su vivir servida,
prueba otra vez, la eterna vez del alma,
el mirar de quien hoy sólo el ser de la Espera tiene
cual sólo el ser de un Esperado tengo?


jueves, 28 de marzo de 2019

Beatriz Arias -La vida va

Beatriz Arias, Almagro, 19 de diciembre 1951


La vida va llevándome en sus ojos pendulares
me quedé sin edades y sin nombres,
repitiéndome.
No fueron las lluvias con sus ráfagas de agua
tan necesarias, para nacer y morir, nacer y morir tantas veces.
Siempre está el mundo para recordármelo;
seguir andando en los otoños con sus manos despiertas,
seguir hablando, con una luna rota en los espejos
seguir un vuelo con su canción de llaves.
a veces con el dolor abierto,
a veces con los brazos inmóviles,
a veces de puerta en puerta midiendo el juego de
los vientos,
desde alguna ventana los ojos se calzan horizontes
sobre algún vértice del día, las lagrimas suenan
a cristal y  a duende.
El barco traza un sueño, la ruta se devora
su punto de partida, y el mar es una larga
carta de regreso.

martes, 26 de marzo de 2019

Arturo Fruttero -Canto al dedo gordo del pie

Arturo Fruttero, Tortugas, Sta Fe, 26 de octubre 1909 - Sta Fe, 10 de agosto 1963


Canto al dedo gordo del pie

Ya que no tu gordura, tu belleza,
Tu adecuación perfecta, tu armonía
Connatural y antigua,
Canto.

Más allá de la planta, en el confín del pie,
Que es también una forma de ser primero,
Se asienta tu realeza.

Maravilloso es el pulgar.
Y justa la teoría plural de los halagos,
Pero entre los dedos tú eres el hércules,
El dedo y el dedazo entre todos los dedos.

Nadie sabe de ti.
¿Quién te recuerda, allá, por la memoria?
¡A ti, seguro norte!
Y esta noche, bajo un cielo que hiere los ojos
Y regocija el alma con el polvo de diamante
Que aventa la vía láctea,
He oído tu mensaje silente y rotundo.

¡Nadie sabe de ti! De ti, seguro norte
Por estas calles del mundo.
Digo estas calles iguales y diversas:
La calle prieta de silencios y de ecos
En el aire denso del invierno,
Dibujado su aire con la isocronía
De la marcha rítmica y sonante.
Y la calle poblada de voces y de luces,
La calle bullanguera y trasnochada
De los días estivales.
Y esta calle de primavera, fresca y clara,
Con un aire no más espeso ni más denso,
Ni muy ligero ni muy enrarecido,
En que tú afirmas mi equilibrio de peatón
Y otorgas la solvencia vertical de mi volumen.

Seguro norte al través de las calles de la ciudad,
Seguro norte al través de los caminos del mundo,
Más elegante o menos apolíneo.
Enhiesto o apenas torcido,
Eres toda la geometría del pie,
Puesto que en ti culmina,
Y a él le otorgas la fuerza y la prestancia.

Bien que antigua,
Tuya es la virtud de la modestia.
Al olvido consagrado se une el evento
En que se ofrece tu desnudez.
Demarcando el perfil de la alpargata,
Holgando en la red de la sandalia,
Y oculto en la armazón de cuero del zapato,
Si no irrumpes junto a la risa del agua,
O provisor te señala la inocencia de los niños,
Tan solo en la pobreza y la miseria de los pueblos
Te exhiben en la plenitud de tu figura.
Tuya es la virtud
Porque la violeta es pequeña y de suyo gratuita su prez,
Mientras tu robustez
Bien alto proclama tu recato.

No es que pretenda erigirte en cartabón,
Ni pronunciarte paradigma incomparable,
Pues ahí, muy breve, está el mundo soberbio de la planta,
Y allende, la escultura soberbia de la pierna
Sosteniente de las furias del sexo.
Pero sí oponer tu conocimiento vivo
A la fábula idiota y al mito exasperado.
Enfrentar quiero con tu exaltación
La búsqueda infructuosa del ave legendaria,
Certificando la proximidad de la dicha
En la gustación de las delicias más íntimas.

Tu sencillez alcanza a tu eficiencia,
Y en la historia natural de la especie
Acaso sea comparable tu advenimiento
A la rueda y el fuego para la gesta humana.
Todos parejos en lo simple y lo grande,
Todos gemelos de puro inadvertidos,
Y pues que necesarios e ineludibles, transcordados.
En tu feliz desempeño advierto la armonía realizada,
Y tu ejemplo pregusta la futura y más amplia armonía
Del hombre y su contorno,
La belleza de una vida lograda, ahíta de esteticismos,
Y sí gozosa de libertad cabal y plena.

La vida nos ha apartado de la vida,
Pero está pronto el día de tu loa segura,
Cuando la vida nos devuelva a la vida.

domingo, 24 de marzo de 2019

Jesús Lizano -Mi madre decía: a mí me gustan las personas rectas

Jesús Lizano, Barcelona, 23 de febrero 1931 – Barcelona, 26 de mayo 2015


Mi madre decía: a mí me gustan las personas rectas

A mí me gustan las personas curvas,
las ideas curvas,
los caminos curvos,
porque el mundo es curvo;
y me gustan las curvas
y los pechos curvos
y los culos curvos,
los sentimientos curvos
la ebriedad: es curva;
las palabras curvas:
el amor es curvo;
¡el ventre el curvo!;
lo diverso es curvo.
A mí me gustan los mundos curvos;
el mar es curvo,
la risa es curva,
el dolor es curvo;
las uvas: curvas;
los labios: curvos;
y los sueños, curvos;
los paraísos, curvos
(no hay otros paraísos);
a mí me gusta la anarquía curva;
el día es curvo
y la noche es curva;
¡la aventura es curva!
Y no me gustan las personas rectas,
el mundo recto,
las ideas rectas;
a mí me gustan las manos curvas,
los poemas curvos,
las horas curvas:
¡contemplar es curvo!;
(en las que puedes contemplar las curvas
y conocer la tierra);
los instrumentos curvos,
no los cuchillos, no las leyes:
no me gustan las leyes porque son rectas,
no me gustan las cosas rectas;
los suspiros: curvos;
los besos: curvos;
las caricias: curvas.
Y la paciencia es curva.
El pan es curvo
y la metralla recta.
No me gustan las cosas rectas
ni la línea recta:
se pierden
todas las líneas rectas;
no me gusta la muerte porque es recta,
es la cosa más recta, lo escondido
dentro de las cosas rectas;
ni los maestros rectos
ni las maestras rectas:
¡libérennos los dioses curvos de los dioses rectos!
El baño es curvo,
la verdad es curva,
yo no resisto las verdades rectas;
vivir es curvo,
la poesía es curva,
el corazón es curvo.
A mí me gustan las personas curvas
y huyo, es la peste, de las personas rectas.


viernes, 22 de marzo de 2019

Malú Urriola -Gatos

Malú Urriola, Santiago de Chile, 9 de junio 1967


Gatos

I
Los gatos chicos a veces mueren
apretados en el hocico de una perra
y parece que juegan
y mueven la colita
pero se están muriendo.
Hacen globitos con la sangre
mientras la lengua arranca
y un sol lúdico tironea su sombra.
El gatito se inclina
proyectando desde los ojos
una noche que se desmenuza
que cae en pedazos toda roñosa
y el cucho reventándose
trata de alcanzar un sol que se inclina
que cae en una noche pataleante
entonces hace como si se ahogara
mientras fermenta la noche
en un día lleno de sol
que cae duro en los techos
en sus ojos vidriosos
y el gato es extinguido
sacado fuera de lo real.

IV
Hey, malú, asume la vida de gato
que te toca saltar de techo en techo
porque ni siquiera un poco de sol
los hará volver
porque no nacimos para dar
pero tampoco para recibir
hay que asumir el costo
te estás chalando
nada te llena
y el hastío te agarra de espaldas
por eso le seguimos el juego
a los imbéciles
y corremos en esta carrera de equinos
de mala sangre
cuando el poeta canta su bar cecil
y Dios le guiña un ojo
y por el otro le cae un goterón de tinto
de aburrido tinto.
Hey, malú, nace una estrella
nadie quiere el nobel
pero se mueren de sólo pensarlo
los poetas se odian
toman juntos pero se odian
a quién le importa
que se maten
que se tengan pica hasta la muerte
total, de todas maneras
no tenemos quien nos abrace
porque los gatos se retiran de noche
quién sabe dónde.
Hay que asumir, pendeja
que estás sola
que te bailas un rock
para quitarte las ganas –tú sabes de qué–
porque de tanto perraje patriarcal trompeteado
estás hasta la tusa
y ellos siguen tirándose a partir
prejuiciados
amablemente discrepantes
hey, malú una raja, qué te importa
si ni siquiera encuentras algo que te importe
por eso callas y luego ríes
porque nadie te llena el hoyo,
ni el vino
ni los machitos
ni mirar sus traseros sin forma
no te queda más que caminar borracha
y llegar borracha a tu home
piedrita mendiga

XI
Lo estropearon todo, baby
y te bailas un rock de malas ganas
porque ellos quieren verte
reventar de noche
ebria
sin hablar con nadie
y de día se lo pasarán pateando gatos
es entretenido verlos pavonearse
con sus chascas y ropitas excéntricas
pretendiendo volver al divino tesoro
qué va, son iguales a los demás
las grandes lumbreras del mundo
devorando ratas en las bibliotecas
bebiendo de noche en algún bar snob
de algún barrio snob
y salir snobmente borrachos
trágate esa vaga sensación de techos
despoblados, pendeja
y ve a emborracharte hasta que revientes
con tus amigos oligofrénicos
a quién le importa
que el último gato gris se aleje
en medio de los cachureos del techo
y que a lo lejos Bob Dylan gima
“like a rolling stone”.

XII
                              a angélica saldaña

Hace tanto tiempo, querida amiga
acá los poetas mienten
y tus ojos son ya
un par de gorriones que se fornican
no sé dónde
reniego de la poesía
y todas esas vanalidades
la mistral ha muerto
neruda ha muerto
lihn ha muerto
sólo quedamos los necios.
Recuerdas cuando nos emborrachamos
amparadas por una chimenea medio loca
tú, estás allá ahora, recordándolo todo
con un suave dejo de melancolía
la puta melancolía que has guardado
largo tiempo en el anonimato
y un sol turístico cae
sobre tu rimbombante isla en el Mediterráneo
mientras acá el sol pega
sobre cientos de cabezas hastiadas.
Ah, querida mía
los seres somos tan maleables
de ahí la distorsión a la que Hugo
intentó someter el alejandrino.


miércoles, 20 de marzo de 2019

Antonia Pozzi -Esbozo

Antonia Pozzi, Milán, 13 de febrero 1912 – Milán, 3 de diciembre 1938 
Traducción Herme G. Donis


Esbozo

Pienso esta noche
en la leyenda del Pájaro de Fuego,
en su aparición en la espesura,
en su canto liberador.

Y todos hablan
del joven príncipe,
y del sueño de sus enemigos,
y de su salvación.

Nadie piensa en el árbol oscuro
donde apareció el pájaro
la primera noche.
Nadie piensa en la vida del árbol
después de aquella noche,
ya sin el fulgor
de las alas mágicas.

Solo yo sé
que el árbol vive
de nostalgia y de espera,
y que alrededor ve
a la gente que pasa,
pero que no hay vestimenta llamativa
que para él valga
lo que el esplendor
del Pájaro desaparecido.

El árbol no sabe ya
para quién es su florecer,
y por cada hoja que brota
se retuerce en lo más íntimo de sus fibras.
El árbol ya no sabe
a quién ofrecer
su sacrificio primaveral,
y espera la noche,
la noche negra sin estrellas, sin fuentes,
la hora del oscuro silencio,
cuando desde sus profundas raíces,
en un fulgor extremo y cegador,
le surgirá, le correrá por el tronco
hasta la cima de sus frondas,
su único bien:
el recuerdo ardiente del Pájaro.

lunes, 18 de marzo de 2019

Diego Brando -Soportamos las bromas de un dios urbano

Diego Brando, Leones, Córdoba, 29 de diciembre 1987


Soportamos las bromas de un dios urbano

I
El gato
que desde el tapial mira
mi figura recortada
detrás de la reja de la ventana
no sabe de mi miedo,
aunque, quizá, quién sabe,
lo intuye.
Para disimularlo
alterno mi mirada entre el lucero
y las hojas que dejó caer
la tormenta.
Tirar el cigarrillo,
producir un incendio
sería, al menos, una solución,
la de hacer del temor
un espectáculo.

II
A la hora en la que los obreros retornan a la fábrica
nosotros nos dirigimos con nuestras motos a la laguna,
incluso uno de nuestros amigos nos saluda con su casco
amarillo en la mano, lo mantiene y lo mueve en el aire.
Se ríe, pero nosotros lo compadecemos, a esa hora de la tarde,
ese calor, quedar encerrado en un pequeño galpón en las afueras
de un pueblo al que nadie llega, donde no hay nada más
que el sol y las gotas de sudor que caen por nuestro pelo.
No tenemos familias que mantener y todavía la vergüenza
no se infiltró en nuestras cabezas, somos jóvenes
que alargan en sus vidas el tiempo del ocio y la vagancia.
A veces, me digo a mí mismo, ya es hora de empezar ese
nuevo ciclo, de asir a mi cabeza el casco amarillo
y la ropa de trabajo, dejar que el aceite lo ensucie
y lo trabaje con los años. Pero es sólo una idea,
ahora surcamos con nuestras motos la pequeña ruta
para llegar a la laguna y sentarnos en los troncos que ubicamos
estratégicamente desde que el calor se hizo presente.
Con el paso de los años la imagen es la misma, los obreros
que entran a la fábrica, nosotros en nuestras motos,
la laguna allá a lo lejos. Pero la vida pasa y es cierto
que nuestra rutina genera tedio y que a veces peleamos
entre nosotros y alguna trompada vuela en el aire.
Cuando ya no quede nadie con quien pelear, y el hastío
haya podido más que el terror al trabajo, nos pararemos
afuera de la fábrica y saludaremos con nuestros cascos
amarillos de un lado al otro de la ruta, hacia la nada.

III
Bebemos vino en las tardes de verano.
Mientras otros vacacionan y beben también
en las playas de mares y de ríos, nosotros
ansiamos la tranquilidad en un patio.
Es cierto que a veces la idea aparece
y soñamos con hacer nuestro viaje,
pero bebemos más vino y olvidamos.
¿Qué viaje haríamos? ¿Hacia dónde?
Estamos afincados a nuestro pueblo,
al barro de los campos y a nuestros
patios colmados de árboles.
Nos limitamos a predecir qué será
de la vida de la gente como nosotros.
Somos profetas en una tierra
sin nadie a quien dirigirnos.

IV
Cuando mi madre hace un silencio
es porque sobrevuela sus flores
un colibrí de tonos azules.
Las tardes de verano en el patio
con los gatos extendidos a la sombra
de un aromo que crece enorme
suelen tener esa manifestación divina.
El pájaro puede irse y luego volver
construyendo otro silencio.
Yo sólo pienso y contemplo,
así ha sido la vida de mi madre,
un momento detenido tras otro
en el que la muerte se ha querido posar en ella
con la prestancia de un pájaro eléctrico.

V
El cuerpo pide que lo rieguen
como esas plantas al comenzar el verano,
hojas y flores apuntando hacia la tierra.
El pequeño demonio que se posa
sobre la nuca y los brazos deja marcas
que arden al contacto con la lluvia
y es preciso correr por las avenidas
del pueblo hasta refugiarse
en un pequeño alero de alguna casa ajena.
Somos jóvenes del interior,
vivimos entre la pereza y la insolación
y correr resulta un acto desesperado.
Pero corremos y miramos quién se adelanta,
quién se queda detrás y sonreímos.
Encontramos oro en una tierra abandonada.

VI
El ruido del tren en el paso a nivel más cercano
y la sombra proyectada de todo un grupo de álamos,
plantados pero no podados, sobre nuestras siluetas,
ponen en duda, una vez más, nuestra existencia.
¿Estaremos allí, de verdad presentes, o seremos
personajes de un pequeño drama imaginario?
En las noches del pueblo donde residimos
o más bien, en el que soportamos las bromas
de un dios urbano que quiere por momentos borrarnos,
intentamos, a pesar del ruido, conversar
sobre nuestras vidas, o lo que sería de ellas
si las sombras y los sonidos no nos ocultaran.
Brillamos en el interior de nuestras casas
pero afuera somos apenas sombras de nada.
Levantamos la voz, nos corremos del lugar oscuro
buscando la luz, pero no es suficiente,
la escenografía de un teatro divino nos eclipsa
y un pequeño telón parece cerrarse ante nosotros.

VII
La casa que nuestro abuelo construyó
con sus propias manos, se cae a pedazos.
Si mañana, por el descuido de una divinidad
se desplomara y no quedaran más que ruinas
no sabríamos erigirnos un nuevo hogar.
Somos jóvenes en la época de la inutilidad,
o quizá, la inutilidad misma. Volvemos
día a día a casa, y encontramos una nueva
fisura, la mancha de humedad más grande.
Pasamos de largo por el pasillo y nos
acostamos en nuestras camas a leer.
Si me preguntaran qué sucedió con nuestra
generación, no sabría responder, quedaría
en silencio. El mismo silencio que mi abuelo
de escucharlo, sin dudas, se pondría a insultar.

VIII
Mi padre toma fuertemente de la bombilla del mate,
combatimos el verano sentados en las viejas mesas
de cerámica de nuestros abuelos, el calor de la bebida
nos hace transpirar, pero es una costumbre en la que no cedemos.
Llevamos dos días de tranquilidad en el patio,
desde que la tormenta azotó la región y la dejó sin luz.
Impasibles, permanecemos sentados. Sólo a veces,
cuando el perro del vecino salta el tapial,
nos levantamos y con un grito bárbaro lo alejamos.
Protegemos a la gata que justo se le dio por parir.
Es inminente que la luz va a volver en pocas horas,
pero bien podría no hacerlo, nos sentimos hombres primitivos
que nada necesitan de las comodidades de una casa.

IX
Para atravesar todo este camino e ir a verte
necesito tener cerca a Ítaca en mi cabeza.
Sentiría un cansancio anticipado si pensara
en Cíclopes o pretendientes a quienes derrotar.
Si tuviera que cruzar toda la ruta en un pequeño colectivo
pensando en un Telémaco aún no nacido, no saldría
nunca de viaje, aunque me llamaras y me lo pidieras.
¿Qué es lo que necesito para emprender la vuelta,
el nacimiento de una nueva necesidad, un nuevo motor?
Para tejer juntos con la mente en un nuevo motivo,
sobre todo necesito tener cerca a Ítaca en mi cabeza.

X
El dolor desbordante
en una de sus vértebras,
el ladrido de una jauría de perros
y los caños de escape
de las motos que vuelan
rasantes por la avenida
le impiden conciliar el sueño.
Boca arriba, las manos a los costados,
los ojos bien abiertos
y el pensamiento recurrente
de que nada de esto habría importado
si el día anterior no hubiera resultado
lo que finalmente fue, un infierno.

sábado, 16 de marzo de 2019

Sharon Olds -Su lista

Sharon Olds, California, 19 de noviembre 1942
Traducción Inés Garland e Ignacio Di Tullio


Su lista

Ella tiene, en el desayuno, una lista de cosas
que pensó durante la noche. Quiere
decir que mató a un sapo, una vez –
lo puso en el radiador,
y se le escapó, y lo volvió a poner
y se le escapó, y lo volvió a poner
y lo desplegó. Quiere contarme
que no lloró en el entierro de su madre,
me muestra como espió
por entre los cortinados del velatorio, a
los asistentes, los labios apretados,
los ojos achinados, como una joven hechicera.
No estaba triste cuando murió su madre,
ella y su hermana simplemente se miraron,
se subieron al auto de la hermana,
manejaron durante la mitad
de la noche, hablando y haciendo planes.
Se inclina sobre la mesa de desayuno, consulta
su lista. Su madre le tiró el ensayo de fin de año
por la ventana, a la lluvia.
Su madre vino a su clase de quinto grado y
les dijo a todos los compañeros que ella era una mentirosa.
Su madre la sentó en el inodoro hasta que se le pegó –yo sabía eso
su madre le sacó los ruleros mientras dormía –yo sabía eso.
Su madre llegó dos horas tarde
a una fiesta en su honor, y no los dejó a ellos, sus hijos,
comer o tomar nada, porque
la fiesta era en su honor,
no en honor a ellos. Los ojos
feroces de mi madre se achican para mirarme,
como si estuviera furiosa conmigo –cuando se mordía
las uñas, su madre la ató a la cama
y no la dejaba ir a hacer pis.
¿Cuántas veces hizo eso?
Una, creo, dice mi madre.
Y yo la miro –ella me ató a mí
una única vez. ¿Sabes como le dicen a esto ahora, le
digo, mamá? Fuiste un poco abusada.
Se ríe sin placer, me mira sin
deleite ni pena, dice, nunca pensé en eso. Y yo
la abrazo, le acaricio el bulto duro en la espalda, su
cabecita con permanente está tan cerca de mi pecho –
pero si intentara algo, pienso salvajemente, no sería
difícil romperle la muñeca. Palmeo
su joroba cartilaginosa,
era una niña, llegó sin haber lastimado a nadie.
Se había formado en la oscuridad, dentro de su madre, en
el líquido que su madre no había tocado nunca
y con el que su madre tenía poco que ver. Se formó en la palidez,
la forma de lo que serían sus pechos
y su útero nadaban, libres, por su cuerpo,
hacia el lugar de su amarra.

jueves, 14 de marzo de 2019

Juan Pablo Abraham -Nombre y luz

Juan Pablo Abraham, Noetinger, Córdoba, 28 de noviembre 1980


                                      Estoy enterrado bajo las pirámides escribiendo versos  
                                                                     (Fernando Pessoa – La lluvia oblicua)

Nombre y luz

Cuando era niño escribí mi nombre en la pared externa de la casa,
elegí la intemperie a la humilde habitación donde dormía.
Tantas preguntas, tanta mala noticia dando vuelta,
y nosotros jugando como juegan los niños,
entre todos y en soledad.

Quise que el sol me toque con la primera luz de la mañana,
había perros y gatos,
había un caballo de carrera en el patio,
pero ellos debían esperar que alguien los llamara,
para dejar su existencia de perro, gato y caballo,
yo, en cambio, estaba inmortalizado en la pared de mi casa.

Pasaron los años y aún se conserva mi nombre,
por la sola virtud de la luz del sol.











martes, 12 de marzo de 2019

Marie Gaglione -Una semana sin ti (noches de la una a la cuatro)

Marie Gaglione, Chesapeake, Virginia, 23 de mayo 1996
Traducción Katie Cantone y Fernando Valverde 


Una semana sin ti (noches de la una a la cuatro)

                                                       a country far away as health
                                                                                    Sylvia Plath

noche uno
cierra con mi solitario cuerpo en diagonal
en la habitación oscura en mi cama oscura después de que

intentara expulsarte de mis pulmones toda la noche
inhalar humo barato y exhalar la culpa de mis entrañas

por qué elegí Luna Nueva y Eclipse
cuando el parecido implica una cierta deliberancia

no podría asegurarlo pero no daba la impresión de ser una casualidad
y sé que estas no son palabras comunes, pero es así,

lo que puedo hacer en la primera noche es mantener una falsa
jovialidad a pesar del hueco en el pecho nuevamente en carne viva

que ha vivido superficialmente para mostrar
un aparente sentido de cordura.

por ejemplo, esta noche viendo Eclipse
no sentí nada parecido a aquel viejo y nostálgico júbilo

cuando el pensamiento de bella estaba atrapado
entre dos apasionados amores

todo lo que vi allí fue toxicidad y dependencia
y otras palabras que he desgastado esta semana


noche dos
estaba tan fuera de mí que no podía
cerrar los ojos por el mareo

ahorrando horas de sueño para el día
en que me cure, el cual ha sido reprogramado, de nuevo

pero esta noche junto a ella nosotros estamos de alguna forma
al lado y estará su cuerpo respirando junto a mí.

me recordará a ti, pero sólo hasta el momento en que me giro
y siento su cabello, ligero, sobre mi almohada


noche cuatro
porque la noche tres está borrosa
(otro borrón) pero ya estoy reescribiendo

la noche dos y lamentando el melodrama
de reprogramar un país tan lejos

de estar sano. Vas a estar bien, chica,
vas a estar realmente bien, le digo

a la ducha caliente y al espejo
a mi almohada cuando me acuesto en diagonal

sobre mi cama oscura y solitaria. Pero es sólo
noche cuatro y estoy comenzando a ser amable

en mi cabeza. Tendiéndome en la ducha, dije
tú estás bien, y planeé un nuevo día.

allí habrá una visita a una biblioteca, y trabajo,
y escribiré la noche cinco después de leer un libro

y fumando sólo un poco más
después sí, otro somnífero, y entonces, lentamente

me quedaré dormida. Sola en mi oscura cama,
en diagonal, pero en calma.



domingo, 10 de marzo de 2019

Yaki Setton -Dragona

Yaki Setton, CABA, 8 de enero 1961


Dragona

El viento las mueve como si fueran
hilos de plata que brillan a la luz
de la luna pero no, son tus crines
que se agitan al compás del silencio
que menea nuestros cuerpos sin decir
palabra. Dulce dragona que me abraza,
me susurra y me resopla leve
el cuello mientras tu desnudez de terso
animal escamado, fulgente y confiado
baila en el ondular oscuro por este
monte que habita el pabellón
de tu casa. Ahí me veo volando
entre tus brazos, con tus alas abiertas
y tu fuego que nos prende y apaga
como si fuéramos destellos aislados
en medio de la noche. Ahí, ¡en el aire
está el riesgo! y suspendidos ambos
y aferrados bebo tu rostro espigado,
tu boca de ángulos cincelada
por el tiempo, tus manos de membranas
ásperas y lánguidas para que lentos,
con cuidado y juntos reposemos
en la hierba húmeda, sí, entre sueños.







foto Federico Lo Bianco

viernes, 8 de marzo de 2019

María Elena Walsh -Eva

María Elena Walsh, Ramos Mejía, 1 de febrero 1930 – Bs As, 10 de enero 2011


Eva

Calle Florida, túnel de flores podridas.
Y el pobrerío se quedó sin madre
llorando entre faroles sin crespones.
Llorando en cueros, para siempre, solos.

Sombríos machos de corbata negra
sufrían rencorosos por decreto
y el órgano por Radio del Estado
hizo durar a Dios un mes o dos.

Buenos Aires de niebla y de silencio.
El Barrio Norte tras las celosías
encargaba a París rayos de sol.
La cola interminable para verla
y los que maldecían por si acaso
no vayan esos cabecitas negras
a bienaventurar a una cualquiera.

Flores podridas para Cleopatra.
Y los grasitas con el corazón rajado,
rajado en serio. Huérfanos. Silencio.
Calles de invierno donde nadie pregona
El Líder, Democracia, La Razón.
Y Antonio Tormo calla "amémonos".

Un vendaval de luto obligatorio.
Escarapelas con coágulos negros.
El siglo nunca vio muerte más muerte.
Pobrecitos rubíes, esmeraldas,
visones ofrendados por el pueblo,
sandalias de oro, sedas virreinales,
vacías, arrumbadas en la noche.
Y el odio entre paréntesis, rumiando
venganza en sótanos y con picana.

Y el amor y el dolor que eran de veras
gimiendo en el cordón de la vereda.
Lágrimas enjuagadas con harapos,
Madrecita de los Desamparados.
Silencio, que hasta el tango se murió.
Orden de arriba y lagrimas de abajo.
En plena juventud. No somos nada.
No somos nada más que un gran castigo.
Se pintó la República de negro
mientras te maquillaban y enlodaban.
En los altares populares, santa.
Hiena de hielo para los gorilas
pero eso sí, solísima en la muerte.
Y el pueblo que lloraba para siempre
sin prever tu atroz peregrinaje.
Con mis ojos la vi, no me vendieron
esta leyenda, ni me la robaron.

Días de julio del 52
¿Qué importa dónde estaba yo?

II

No descanses en paz, alza los brazos
no para el día del renunciamiento
sino para juntarte a las mujeres
con tu bandera redentora
lavada en pólvora, resucitando.

No sé quién fuiste, pero te jugaste.
Torciste el Riachuelo a Plaza de Mayo,
metiste a las mujeres en la historia
de prepo, arrebatando los micrófonos,
repartiendo venganzas y limosnas.
Bruta como un diamante en un chiquero
¿Quién va a tirarte la última piedra?

Quizás un día nos juntemos
para invocar tu insólito coraje.
Todas, las contreras, las idólatras,
las madres incesantes, las rameras,
las que te amaron, las que te maldijeron,
las que obedientes tiran hijos
a la basura de la guerra, todas
las que ahora en el mundo fraternizan
sublevándose contra la aniquilación.

Cuando los buitres te dejen tranquila
y huyas de las estampas y el ultraje
empezaremos a saber quién fuiste.
Con látigo y sumisa, pasiva y compasiva,
única reina que tuvimos, loca
que arrebató el poder a los soldados.

Cuando juntas las reas y las monjas
y las violadas en los teleteatros
y las que callan pero no consienten
arrebatemos la liberación
para no naufragar en espejitos
ni bañarnos para los ejecutivos.
Cuando hagamos escándalo y justicia
el tiempo habrá pasado en limpio
tu prepotencia y tu martirio, hermana.

Tener agallas, como vos tuviste,
fanática, leal, desenfrenada
en el candor de la beneficencia
pero la única que se dio el lujo
de coronarse por los sumergidos.
Agallas para hacer de nuevo el mundo.
Tener agallas para gritar basta
aunque nos amordacen con cañones.

miércoles, 6 de marzo de 2019

Armando Rojas Guardia -Poemas de Quebrada de la Virgen

Armando Rojas Guardia, Caracas, 8 de septiembre 1949


Poemas de Quebrada de la Virgen

1


Fray Angélico pintaba
a Jesús y a la Madona
de rodillas.
                    ¿Qué daría
yo, minúsculo
monje laico, fraile menor
de alguna Orden extinta
por prosternarme ahora
que intento describir
este olor inocente de la tierra,
la redonda castidad
que perfuma hoy este mundo
donde hasta el ruido torpe del camión,
el canto lejanísimo del gallo
e incluso el sudor, feliz,
de mis axilas
                        se confunden
en un aroma hímnico, en la antífona solar
que entona el aire virgen?


2


  “…el cantus firmus, la melodía central
en torno a la cual cantan las otras voces
                 de la vida”
Dietrich Bonhoeffer

Adoré antes cada dádiva de Eros

Ahora sé que en todos mis deseos
ardes Tú -invicto y detergente-
como la luz, delfín pulquérrimo,
nada y salta en los colores
sin mancharse con ellos


3


Lezama, hoy voy a orar contigo:
todo es metáfora de todo.

Las cosas, mirándose las unas en las otras,
son espejos en el reino de la imagen.

Por ejemplo, aquella acacia sola,
como si en verdad me adivinara,
enseña ahora, bajo el silencio cóncavo del cielo,
el tiritante,
el retorcido,
el exacto crucifijo de dos ramas
que ya no ampara el follaje.

Pero un poco más allá, un eje calmo
en la corriente clara del arroyo
me revela de pronto la naturaleza
del tiempo (y la resurrección):
no arrastra a la piedra el agua ávida,
¡sólo la pule!


4


Lugar común desinfectado,
hoy resplandece lo humilde
de tan obvio:

sólo en silencio
descubro
que Suenas


5


“Belleza....santa perra”
Juan Sánchez Peláez



Lo aprendo aquí, sobre estos cerros,
bajo estas nubes buenas: ahora existe
una fiesta celebrándose en la carne
de la intemperie triste de las cosas
(¿dónde duele ese picotazo de la luz,
cuándo vibra esa cadencia de las formas?)
Momentos al garete en que la yerta,
insultada materia se vuelve ceremonia,
liturgia móvil de líneas y volúmenes
incendiándote los ojos que no aguantan,
que no soportan ya tanto ladrido
de la perra feliz, incandescente,
llamando enamorada a su Señor,
a la ebria presencia de su Amo.


6


“Treinta años hace que no te invocaba”
                                         Dámaso Alonso

Aunque poeta menor, no soy el inocente
Berceo que conversaba contigo sobre el pan
cotidiano y moreno de los pobres.
Apenas soy un Epulón, que ya presiente
el fasto final de su miseria: la mirada
de Lázaro colmada.
                                   Tú sabes
que el camello, gordo y de buen precio,
mira con horror la puerta estrecha
del ojo de la aguja.

Torre de Marfil, con la que mido
mi risible Babel de biblioteca, puntual mesa,
neón oficinista, limpia cama
(¿quién podrá aherrojar el Arca de la Alianza
donde nace el Pacto con los últimos,
humillados
y proscritos,
Mater Páuperum?
¿no está ya la Rosa Mística
plantada para siempre en “Nazareth” -así se llama
la escuelita de un barrio de Caracas-?)

Pero quizá no es tarde, todavía:
frente al Dios masacrado que arrullaste,
olvidado de sí el rostro de Narciso
contempla en el agua de las lágrimas
el Espejo de Justicia, tu
óvalo perfecto


7


        “… elEspíritu de Dios aleteaba
      sobre la superficie de las aguas”
                                            Génesis 1,2
“… a menos que uno nazca del agua
      y el Espíritu, no puede entrar en
                                                el Reino”
                                                 Juan 3,5

En la capilla,
fuente y estanque
(bautismo terso
sobre mi mente
esta mañana)

Junto al sonido
del glugluteo
arrodillada
habla la aurora:
en el principio
sólo había agua
(únicamente
sorbía el Espíritu
el centro núbil
de aquel rubor
en la garganta)

De esta manera
para volver
al ser intacto
de ese comienzo
cuando Dios mismo
gustaba en ella
su propia higiene
originaria,
hay que nacer
sí, del Espíritu,
pero también
del elemento
que en su sabor
guarda el principio:
el que de pronto
nos sabe a Todo
¡igual que a Nada!


8


Me despierta Tu olor entre las sábanas.
Vengo junto a Ti, que te me expandes
en la carne agradecida, con ímpetu solar.

Digo Junto a ti. Vuelvo a decirlo.
Y para algunos, poquísimos amigos
es hoy este rubor confidencial:
                                                        nadie sabe

que, a Tu sombra, gusto vivo,
el ápice frutal de mi deseo sabe intacto,
anterior al paladar de su lenguaje,
como aquella manzana de Cezanne
exacta sobre el fondo. Sin gusano.


9


Me recuerdo
a expensas de las ráfagas de música
mientras aquel terco, helado espejo
devolvía mi rostro iluminado
donde el alcohol ya empezaba a dibujar
la náusea de caer, harto de mí,
en cualquier cuerpo, como en mi propia tumba.

Como entonces, apronta Tú mañana y siempre
aquella flor menuda junto al piano
-imposible loto zen en el bazar-,
la flor que nadie mira, erguida sólo
para arrasar de lágrimas mis ojos
con el estupor feliz, con la vergüenza.


10


El sabor del agua después de gustar la picadura
holandesa de mi pipa.
El rojo asoleado del capó de un automóvil
donde canta la salud del siglo XX.
La terca, muda, compacta verticalidad de la pared
sacramento de la paciencia de las cosas
soportando, día tras día, el desorden de mi cuarto.
Los tristísimos ojos de Charles Baudelaire
-fotografiados ahí, sobre la mesa-
mendigos aún de la hermosura.
La silueta del gato visto anoche
jadeante y sigilosa como la luna de Edith Piaf.
La torpeza de aquel piano -tres apartamentos más abajo-
donde las manos de alguna pálida vecina
                                                                            ensayaban a Chopin
(bendito seas, Señor, en esta tarde cargada de misiles,
porque resuenan fragantes todavía la tos almidonada
y el frac y el malabar y la lavanda musical de Federico).
Aquel epicúreo rectángulo de sombra bajo el porche.
El color de la trinitaria en el crepúsculo
recordándome otra tarde en Nicaragua
en que bebí morado líquido (un jugo casual de pitahaya)
La risa de Miguel, para saber que existe el Paraíso
en la franja tropical de la memoria.

Haría falta también nombrar el cuento múltiple
de lo que me hace más sabio a su contacto:
el 3er. movimiento de la 9a. de Beethoven,
el cósmico juguete que son los dedos de Thelonius
tocando “Round Midnigth”, un solo lentísimo de Parker
-por ejemplo, “Lover Man”- en la mañana
cuando el abrazo se demora, insiste, recomienza
aquel poema de Ezra Pound, el que termina:
“…la aurora entra en el cuarto,
con pasitos menudos,
como una dorada Pavlova…”,
ciertas páginas calientes de Lezama
en que huele a malecón, las olas rompen
e incluso el mar tiene un color de daikirí,
aquella última secuencia de la película de Chaplin
(la ex-ciega y el mendigo se consuelan
de su imposible amor, con la mirada).

Enumeraría igualmente esos instantes
inocentes, su gloriosa mansedumbre
que no vistió, desde luego, a Salomón:
el momento más justo del acorde,
la simetría sedante del paisaje,
la esbeltez japonesa de la curva,
la gravidez sonora del volumen,
la santa promiscuidad de los colores:

me refiero a Tus poemas menudos dibujando
la infinita secuencia de la anécdota
que le cuenta a mi muerte Scherezada
en la penúltima, horrenda, bella noche.

(A Miguel Martínez)


11


Aquí, en esta casa,
donde cada palabra, cada gesto
son sólo los dóciles ecos de la luz
inmaculada,
vertical,
inapelablemente última,
añoro para ella
(la cháchara mujeril de la poesía
con sus técnicos chismes de ocasión
tan fotogénicos -whisky en mano-
sobre la página social
de algún Suplemento Literario),
le añoro, digo, algo de la casta
doncellez de la madera
recibiendo
la frugalidad silenciosa de una cena,
de la última cena.


12


“Todavía -dijo el niño- luchas con El”
                                 Nikos Kazantzakis

         “…máteme tu vista y hermosura”
                                 San Juan de la Cruz

Rasante, en el sol pleno de las doce.
Reconozco la cólera del vuelo.

Había olvidado ya
que para merecer la epifanía
mortal del gavilán
en picada fugaz sobre la presa
(la sangre feliz entre sus garras)
era necesaria esta canícula
precaria de la espera,
el sudor convalesciente
aguardando el ojo clínico del ave,
las dos alas batientes gobernándote,
el pico alegre y fúlgido
desgarrando la carne bienherida
víctima al fin de la salud,
curada por la muerte.


13

“Vino un huracán violento, que
descuajaba los montes (...) pero
el Señor no estaba en él
(...) Después se oyó una brisa
tenue, y al sentirla, Elías se
tapó el rostro (ante Su presencia)…”
                                 
                                        1 Reyes 19,13


¿Dónde podría encontrarte ahora
sino en la respiración de su sueño
junto a mí:
adánica, uniforme, bajo el alba?


14


“Oyeron al Señor Dios, que se paseaba por
el jardín a la caída de la tarde. El hombre
y la mujer se escondieron (...) Pero el
Señor Dios llamó al hombre: -¿Dónde estás?
Él contestó: -Te oí en el jardín , me entró
miedo porque estaba desnudo”

                                                                                    Génesis 3,8-10


Hay otro tiempo.
Sé que hay otro, sugiriéndose
allí, en pleno centro
de esta anárquica orquesta de relojes
dando la hora para nadie,
porque es siempre el minuto en que no estoy,
en que me fui.

Sé que hay otro,
ingrávida cadencia que no registra el télex
ni el fonógrafo: ella sola
es el pentagrama oculto de los hechos
componiendo aquel acorde,
el pianísimo blanco del instante
(el del anhelo, el único central, el extraviado)
en que se oyen, tan leves, Tus pisadas
bajo el miedo, la música invisible
de Tu danza en el jardín, que me pregunta
por aquella memoria de quietud,
                                                           desnuda siempre,
que cubrió la velocidad de mi vergüenza,
esta prisa amnésica olvidando
la puntualidad del Paraíso.

(A Esdras Parra)


15


Los ojos de la monja me sonríen
al servir, discretísima, mi cena
como si ejercitara con los dedos
-con el alma entre los dedos, mejor dicho-
algún arte sagrado. En este instante,
para ella soy un extraño solamente
y por eso su lenta cortesía:
a sus ojos soy alguien, alguien sólo,
una santa demanda colocada, como un don,
en las afueras de su Yo. Para acogerla,
para recibir ese regalo inmerecido,
hay que salir al extramuro, autoexilándose
en la intemperie ética, que inclina
a recoger las migas de mi plato,
las sobras del simple transeúnte
un comensal anónimo, el Otro vivo
con quien se comparte el pan inexorable;
el hecho de habitar sobre la tierra.


16


“…llegó con un frasco de perfume; se
colocó detrás de él, junto a sus pies,
llorando, y empezó a regarle los pies
con sus lágrimas (...) Y El, volviéndose
a la mujer, dijo a Simón: “…se le
perdonan sus pecados, porque amó mucho”

                                                 Lucas 7, 38, 47


Sobre la cubierta de aquel ferry,
frente al ardor matutino del mar calmo,
yo sé que una mirada, cualquier gesto,
habrían delatado mi ansiedad,
ese anhelo de demorar un tacto leve,
simplemente amistoso, sobre el hombro,
y la necesidad de prolongar lo suficiente
la caricia discreta de los ojos
para que al fin él lo supiera,
lo comprendiera todo de repente.

Hoy he vuelto al sentir, frente a la noche,
la misma delicia de aquel miedo,
esta añoranza, súbitamente impostergable,
de confesar sin estridencia
                                                  mi amor silencioso,
tan íntimo que sangra
con la más invisible de las sangres:
la que no puede fluir, porque está hecha
del heroísmo último del alma, del martirio
que se ha tragado la muerte solitaria
para que el otro sea dichoso.

Dame siquiera el saber que he amado mucho,
el perfume caliente de mis lágrimas
enjugando las Tuyas, que también
ardieron calladas, sin reproche,
por él, sonriente y esbelto sobre el ferry,
desde luego por mí,
por la indiferencia sólida del mundo.


17


Manando sangre negra, Tu costado
vierte hoy la tinta del poema:

para llegar al centro
de la indecible comunión,
no te apresures
multiplicando abrazos a destiempo.
Quédate ahí, en la intemperie
exacta de tu cuarto (ni siquiera monacal:
fijado por sus paredes habituales)
abriéndote al minuto de silencio
-llegará, te lo aseguro,
entre las grietas del ser, inconfesadas -
en que empieza a resonar
aquel llanto penúltimo, el gemido
suplicante de la madre al estallar
la cólera paterna, ese sollozo
rogando por el miedo que has de oír
en el ruido insomne de los otros
construyendo el amor, el desamparo.



18

“Iam lucis orto sidere
Deum precemur supplices,
Ut in diurnis actibus
Nos servet a nocentibus”

Breviario romano, Hora prima


Señor,
¿será la madurez esta mirada
que saluda sin engaño al día naciente?
Sé que está aquí la aurora whitmaniana
tanteando mis músculos con gozo:
aspiro en lo hondo su salud
regalándome la fruta para el labio,
el estribillo aquel para el oído,
la cósmica quietud tras el orgasmo;
pero con qué dulce ironía ahora compruebo
cómo asciende, disfrazada por la luz,
la sombra quevediana que también
amanece con el alba:
mis treinta y cinco
años gustando lo que prueban
varios puestos vacíos en la mesa,
teléfonos repicando en el olvido,
insaciables bocanadas de cigarro
(el deseo que, inútil, recomienza).

Señor,
que envejezca conmigo la esperanza
hasta la videncia virgen de la muerte
donde Whitman y Quevedo me parezcan
cara y sello de la única moneda:
el relámpago total de la mañana.


19


“… el momento más duro para un ateo
es aquel en que se siente agradecido
y no sabe a quién dar las gracias”.

                                          G.K. Chesterton


No buscados, hoy amanecen
el pan sin el soporte de la mesa,
el agua regia sin el vaso,
el árbol sin las letras que lo escriben o pronuncian,
el pájaro puntual en la ciudad dormida.

La lluvia pisa la grama y resucita
vírgenes perfumes. La cal nueva
fulge en la pared del campanario
donde el domingo me convoca.

Ese trozo de musgo en el asfalto
me recuerda que el Mundo, subversivo,
derrota a la Historia finalmente. Y con él,
vence este día, cabal e impronunciado,
redimiendo en su fasto la basura
acumulada ayer sobre la acera.

Hay asueto en la entraña del silencio
y hasta las motocicletas braman hoy
en el vacío festivo, como un circo
de animales prehistóricos jugando
en la infancia silvestre del oído.

La calle de siempre es otra calle:
una estampa escrita por detrás
en la caligrafía primera de la luz.
No hay mariposas, pero en cambio
los ojos de aquel perro, bajo el porche,
agradecen, acuosos, el sol tibio.

Me miran ignorando su dulzura
en la extática plegaria del instinto.

¿Cómo cristalizó el mito de esta hora
en el ateísmo líquido del tiempo?
Alguien dibuja el día por nosotros.
Alguien me ama hoy, secretamente.

(A Alberto Barrera)


20


“Estábame allí… con El”
                    Santa Teresa


El abismo en el fondo tiene rostro.
Allí, siempre detrás, aguarda el Tú.
No el Mundo (él, crudo en el labio,
inteligible en fracciones de segundo
bajo la luz genésica, se expande
como un hogar vacío,
resplandeciente, sí, pero al fin Nadie,
porque no puede hablarme enterneciéndose).
No soy Yo mismo quien me espera (yo,
ahíto de mí, ¿cómo es que haría
para lograr ese abrazo total, totalizante,
que no alimenta vanidad, sino fulmina
consolando sin jamás compadecerse,
al que no puedo huir, pero que salva
acompañando mi soledad reconciliada?)
No, no son los Otros los atentos
(¡los Otros!: ¿podrían ellos,
mis espejos o disfraces al quererme,
enajenándome repletos de su amor
que me sosiega defraudando o de mi afecto
que no logra cubrirlos al sedarlos,
podrían ellos ser el Otro, la absoluta
Alteridad donde naufragan
afectos, amores y deseos
en la horrenda comunión, en la gloriosa
Presencia que no devuelve mis imágenes
o siluetas de cuerpos añorados
sino que es única y voraz, Ternura íngrima
reclamándome sin embargo en pleno centro
de los ojos del padre, la madre, los hermanos,
el amante, los amigos?)
Sí, detrás, en lo preciso
donde el espesor compacto desfallece
y se esfuman ingrávidas las líneas,
espera el Tú,

Allí con El,
tan sólo.


21


… sal corriendo a las plazas y calles
de la ciudad y traéte a los pobres, a
los lisiados, a los ciegos y a los cojos”

                                              Lucas 14,21


¿Y si fuera verdad que la poesía
debe partir su pan especialmente
con el último invitado inoportuno,
bostezador profesional, mártir del sueño,
el que arrastra los pies, el eructante,
el que tira la lata en la avenida,
el que acaba tal vez de masturbarse,
el gordo, el ruin, el feo, el tartamudo,
aquel Pérez escueto sin un nombre
o ese simple Juan sin apellido
que llora estornudando en el zaguán
su carta en la hoja de cuaderno,
su solicitud de empleo, su estampilla,
su foto de domingo junto al árbol
donde un adolescente con acné
dibujó un corazón a navajazos?
¿y si ese corazón fuera la síntesis
de lo que quiero decir con estos versos
escritos por cualquiera, un poeta sólo
silbando su poema, como todos?

(A Rafael Castillo Zapata)


22


El mismo cristofué
de la niñez
surca mi ventana
mientras pienso:
¿cómo decir
ahora
que Tú y yo nos amamos?
¿qué palabra
aterida aún por el misterio,
livianísima, extraviada
quizás en el olvido,
haría falta pronunciar
para aludir, sin cháchara,
a la herida
-tatuada en la carne de los dos-
cuya sangre tiene el nombre de mi vida?
Acaso exista esa palabra
aleteando sobre el tráfago
sordo del lenguaje: este trinar
de un simple cristofué
en la mañana indigna de los ruidos,
intacto como el último,
primer pájaro.


23


Para saber de Ti, para escucharte,
haría falta hundirse en ese tiempo
que duerme en la memoria, como el álbum
familiar espera al fondo
de la última gaveta. Basta entonces
unas manos otra vez ávidas de infancia
para que rostros, miradas y sonrisas,
hablándonos para siempre en esas fotos,
reconstruyan, como balsa de naufragio,
una presencia acompañante: la raíz
oculta de la propia vida:
nuestra historia, dibujada en las páginas
del álbum, regresa al húmedo desván
donde nos aguarda aquella fábula, ese cuento
de hadas narrado acaso por la madre
en una noche íngrima, solemne,
donde éramos únicos, hermosos, sempiternos
porque nos sabíamos amados (así,
sencillamente buenos por queridos)
y la razón solar de nuestra vida
era aquel árbol sagrado en cuya copa
la aventura se llamaba mundo todavía,
se llamaba sexo, se llamaba enamorarse,
trabajo se llamaba la tarea
consistía apenas en ser héroes, porque todos
lo eran ya, hasta los animales y la luna)
y bullía, sacramental, la mesa del almuerzo
y el viaje imaginaba cualquier isla
y el juego celebraba cada piedra.

Haría falta, Señor, ser anacrónicos
hasta no sé qué paz de la memoria
-marchita como una flor ya fósil
que aún perfuma las manos al rozarla-
para devolvernos hacia el fondo,
hacia esa viva, secreta arqueología
que oculta nuestra saga, la verdad
épica que entrevió la adolescencia
en el relato total del universo:
somos el mito que nos cuentas
y los recuerdos del niño saben ya
que Tú eres el pasado del futuro.
Nos bastará morir para vivirte.


24


Uno quisiera decirle a los amigos
que Te buscan sin saberlo:
“El está aquí, éste es Su rostro”.
Pero Tú surges oblicuo, tangencial,
entre dos horas que parecen
más vivas que Tu vida,
entre dos espacios tan espesos
que le roban densidad a Tu lugar,
como si esas dos mitades de existencia
no supieran de la paz que las divide
irrigándolas discreta en pleno centro,
porque Tu puntualidad inubicable
es un aire de atrás, viento de espaldas
golpeándonos el rostro: no aprehendemos
su oxígeno invisible, aun respirándolo,
que silente llamea en los pulmones
y amamanta nuestros glóbulos vitales
con un hálito que no podemos atrapar
o medir, pero que está -patrimonio común-
en cualquier parte, oreándonos la vida,
disponiéndola a un ingrávido silencio
-como aquel en que danza el astronauta
bajo la piedad muda de los astros-
al que accedemos, de pronto, sin notarlo,
en cualquier calle, en cualquier autobús,
como a una fiesta.


25


Así como a veces desearíamos
que Karl Marx y Arthur Rimbaud
se hubiesen conocido en una mesa
de algún Café de Londres,
mientras en el agua sórdida del Támesis
-ahíta de grumos aceitosos
que flotan entre botellas y colillas
y ropa gris de gente ahogada-
espera el Barco Ebrio, ya sin anclas,
a que el fantasma que recorre Europa
suba también, para zarpar
(Karl, vestido con blue jeans marineros
se despide de Engels en el muelle
y Arthur hace lo propio con Verlaine
-los sueños insolentes ahora enfundados
en la gorra que usó él mismo en la Comuna);

así como, a estas alturas, quisiéramos
que Hegel, apeado del estrado de su cátedra,
hubiese visitado a Hölderlin un día
en su manicomio oculto de la torre
para escuchar cómo el demente
-sin reconocerlo tal vez en su delirio-
le habla de un viejo amigo de Tubinga
con quien, en mitad de una fiesta adolescente,
bailó una mañana, junto a un árbol
por ellos mismos levantado
(“Libertad”, lo llamarían),
tan fieros y felices como niños orinándose,
con el impudor de los puros, frente al rey
(en la siesta monocorde del verano,
recordando novias suavísimas de Heildeberg,
los dos compañeros se confiesan:
la razón debe pedirle a la locura
su danza irreductible, la inocencia
con que el loco Hiperión, desde su torre,
enseña al profesor que la luz blanca,
la rosa de los vientos del Espíritu,
no termina en el Estado de los Césares,
se burla de las Prusias de los káiseres);

así querría yo hoy que a William Blake
lo hubiesen dejado predicar un solo día
sobre el púlpito labrado de una iglesia
-la catedral de Westminster, por ejemplo-
en presencia de arzobispos y presbíteros
y de una multitud de feligreses
harta, como todas, de sermones.
Imagino el viento sagrado resonando,
por primera vez, junto a los mármoles,
mientras los cuerpos, desnudados por fin
como a la hora del agua o del amor,
se erizan con el paso del Dios vivo
y tiemblan ante el olor de Cristo el Tigre
devorando las ingles de las almas,
ahora tan intactas, tan ebrias y tan vírgenes
como la de aquel niño canoso viendo ángeles
a la hora en que arde Venus sobre Lambeth
y hasta las prostitutas de Soho profetizan.


26


Te agradezco ahora el tierno, iridiscente mundo.
Si tuviera hoy que resumirlo
en una sola y brusca imagen,
Tú sabes que escogería, entre todas, el crepúsculo
en que llegué hasta ella, fatigado
de un trayecto feliz desde Friburgo.
Sí, este ocre, este oro viejo
bajo el sol tumefacto de las cinco,
me la recuerdan hoy, ebria de aguas.
Pesada de esplendor, sobre las márgenes
ondulantes y suavísimas de junio,
ofreciéndose con una obscenidad primaveral
(bullicio de las flores en las plazas
donde albean los mármoles desnudos)
ella flotaba apenas como un cuerpo que se esparce
en un tibio olor de pan y en una música
de fuentes y en un clamor geométrico
de palomas vespertinas:
                                            Roma allí, por fin,
como la meta natural de un viaje en tren
que empezó nomás con nuestra infancia,
abriéndose hasta esa pulpa joven
que es caminar descalzo sobre el suelo
embaldosado de la calle y preguntar
si es verdad que aquella página dorada
reescrita por la luz, la piedra insomne, el agua terca,
anuncia la emoción meridana de mi vida,
mi pasmo adulto ante el inmóvil
huracán de gestos y muslos y caídas
y espasmos y torsos y miradas genuflexas
-los cuerpos desnudados por el viento atroz de la justicia-
que un hombre tuerto y medio ciego
lanzó sobro nosotros
desde todos los escombros
del mundo parturiento .

(A Rafael Arráiz I.ucca)


27


Anochece.
Hacia Costa Rica, los volcanes
evaporados en la niebla.
¡Y el Lago, impalpable, hecho de aire!
Extensión de aceite helado
a ratos gris (¿pero qué gris, qué ámbar?),
a ratos ¿rojo? (horizontal y líquido crepúsculo),
colores no nombrados todavía,
casi fucsia -malva ígneo - metal u ópalo.
Y bosques, unánimes bosques aplaudiendo
-rumor denso del viento entre las hojas
donde aletea el cormorán y chilla el mono
y los grillos empiezan a arrullar
el chapoteo isócrono del remo,
nuestro bote flotando entre las islas.

La memoria
arde aún en el taller, hacia las once,
cuando el Lago es sólo lámina de zinc:
mis manos, a esa hora
con torpeza descubren el cemento
la piedra
la madera
Le aprendo el color a la vinílica, el rastro acre
al kerosene, su luz propia a cada tarro de pintura
Matemática del trazo (“que quede parejito”,
ordena Oscar)
tan seria como la Filosofía
Y no hay libros: sólo manos (las de Oscar)
sucias, minuciosas, inquietantes
La ciencia exacta de la carne,
del impulso inteligente hecho de dedos
para estas nupcias íntimas: mis manos
desposándose aquí con la materia
en bodas sudorosas y ampolladas
cuando el cuerpo huele a ron y sabe a fruta
de puro entresacar forma del barro,
mientras el sol, ¡ay sol del hambre!,
calibra, inapelable, cada hueso

El arte verdadero empieza aquí -y no después-
   y la poesía:
épica digital o tacto lírico,
mi estética bregante a ras de tierra,
gobernante del volumen y la línea (¿qué poema
pudo tener jamás el útero nocturno de este vaso,
la curva dócil de este cenicero,
el fru-fru gentil de este collar al ser tocado,
el ojo invicto de este pez que pinté ayer?)

También comienza aquí la conversión
- “¿..pues no es éste el hijo del
carpintero?” (Mc 3, 4)
y            “trabajen con sus manos
como les hemos enseñado” (1Ts 4,11)

El trabajo manual como protesta
y comunión y desagravio
“Se dedicaba luego a la rueca, hasta haber
hilado cierto número de madeja. A veces se le
encontraba absorto examinando
los detalles de los últimos modelos
de ‘charkhas’ y dando instrucciones al
diseñador”
(Uno de los biógrafos de Gandhi)

Yo, en mi agenda de neo-paria
(cotona, blue jeans, botas de hule),
anoto el día que me espera:
cada resistencia del metal,
las hazañas del pincel y de la acrilica,
la aventura de una raya:
el sentido de mis manos
(las reinvento)
hasta el resposo dulce, hasta el silencio

Sol y Lago, Nuestro bote. Parsimonia
de una danza remante bajo el drama
cromático del cielo. Vibra el aire.
Resplandecen las aguas. Fosforecen.
Sólo el grito de alarma del pocoyo
en los manglares lóbregos del alma.
Atracar será las risas de la cena
y la cólleman insomne, convocándonos.
Anochece.


28


“La imagen como un absoluto (...), la
imagen como la última de las historias
posibles”


Lo recuerdo con redonda precisión:
Laura, esbelta ante la tumba,
como otro ciprés del cementerio;
yo no aparto los ojos de la cruz
escueta y limpia, bajo el sol.
Se me quiebra la voz (Laura me mira)
pero el cielo está ahí, luz estridente,
gravitando puntual para esta cita.
Balbuceo el Padrenuestro, mientras pienso:
haría falta encontrar una metáfora
que discierna la verdad de este minuto
en que el grifo solar del mediodía
abre voces y risas de la calle
cuando arde luminoso incluso el polvo
que blanquea el silencio de su lápida
donde las letras fulgen, invencibles.
Haría falta aquí y ahora que el poema
(uno de los suyos, por supuesto)
viniera a declarar este prodigio
que Laura y yo, temblando, contemplamos:
el resplandor voraz incendia afuera
el hervor insurrecto de la historia
con la misma luz intacta que en el mármol
quema el verso de su nombre, tres palabras
JOSÉ LEZAMA LIMA
anunciando una sola incandescencia
calle y tumba abrasadas en la imagen.

(A Laura Antillano)


29


A veces Te me niegas.
Sólo rozo tu aspereza, la costra
de esta nostalgia que Te busca.
Secuestrado por una atmósfera compacta
no hay una sola, brusca grieta
por la que pueda tocarte mi deseo.
Mi impotencia y mi fatiga.
zumban ante Ti, calientes, transpiradas,
como dos insectos que no pueden
posarse al fin en esa lumbre
que sin embargo los atrae.

De pronto, mi insistencia
alargándose total hasta aquel ápice
donde el contacto vibra, centelleando,
encuentra un flujo de abandono.
Con qué pasmo ígneo de ternura
-si la ternura puede colindar con el espanto-
gozo ese minuto en que llamas,
volviendo de repente ya porosa,
tan dúctil y maleable que sonrío,
la materia pesada de mi cuerpo.

Resucita, entonces, la mirada
a la que suben, impúdicas, las lágrimas.
Te respiro otra vez, como los pájaros
olfatean el alba desde lejos,
cuando me trepa la agolpada gratitud
de que cedas sin lucha y sin medida.

(A Antonia Palacios)


30


“…creo que no existe nada más bello, más
profundo, más atractivo, más viril y más
perfecto que Cristo; y me digo a mi mismo,
con celoso amor, que no existe ni puede existir.
Más aún: si alguien me demuestra que
Cristo está fuera de la verdad, y que ésta
no se halla en él, prefiero quedarme con Cristo
antes que con la verdad”

Fedor Dostoiewsky


Cuando Mahalia Jackson dice Lord,
reservándole a esa nítida palabra
la nota más pura de la voz,
yo enseguida lo comprendo: sé que allí,
en la negrura abismal de su garganta,
sangra la única carne que me importa,
el cuerpo amado hasta dolerme,
mi hijo ajusticiado, hermano íngrimo,
padre a quien engendra mi ternura,
mi Señor que apaleo, último amigo
al filo de la noche, en plena duda,
por debajo del asco y la vergüenza
y más allá del estruendo de la dicha,
porque no hay otro amor, otra, respuesta:
apenas sus dos ojos que me otean,
sus oídos que me auscultan,
ese tacto inasible despertándome
a la pulpa redonda de mí mismo
cuando nada me importa, excepto El
arrinconado allá (desván o sótano)
junto al soldado de goma y la muñeca,
payaso en el circo de los locos,
camarada del poeta y de la puta,
príncipe de flores y leprosos,
majestad harapienta, Dios proscrito
a quien unos cuantos, negra tribu,
llamamos con ronquísima dulzura
compañero.




lunes, 4 de marzo de 2019

María Folatelli -Pedir la muerte

María Folatelli, Bs As, 7 de mayo 1988


Pedir la muerte

Cómo hablar de las veces que recé y pedí
que mamá muriera. La tarde
que se desvaneció en el baño
y con papá la recostamos
en la cama
con la colostomía abierta
y el líquido oscuro
de su abdomen chorreando
por la piel. Los nervios
de los tres tensados
por el estupor y la falta
de orientación.
O cuando la sangre bullía
por dentro, mamá arañaba
las sábanas entre espasmos. Nosotras
maniobrando con qué aplomo
la jeringa de morfina
regresándola
al amparo temporal del sueño.
Esos días corrían
como una hemorragia incontenible.
Mentiría si dijera que no tenía ganas de llorar.
Mentiría si dijera que no lloraba.
Su cuarto era un templo, un perfume
de otro mundo inundaba el aire
de un relente veraniego.
Hasta era dulce, casi.
Sentados en círculo a su alrededor
apenas si atinábamos
a despejarle el pelo, acariciarla.
Musitábamos algo parecido
a confesiones de despedida,
cuando mamá cantó con una voz heroica
su propio rezo. Así fue.

sábado, 2 de marzo de 2019

Héctor Miguel Ángeli -Carta

Héctor Miguel Ángeli, Bs As, 23 de agosto 1930 – Bs As, 12 de abril 2018 


Carta

Te escribo porque no fue posible hallarte.
Sé que estás en ese lugar que a diario
se nos confunde con el universo.
Pero como la mirada es más amplia que los ojos
el universo es todavía muy estrecho para el deseo.
Te digo esto para destruir tu posible inocencia.
No debes creer que sólo soy el poema
que leíste el domingo en el diario.
Los poemas son apenas resúmenes de una penitencia
que el buen gusto nos impide revelar.
¡Si sólo fuésemos el poema seríamos tan felices!
Te escribo para acostumbrarte a la decepción.
Mírate en la corriente caída
y recoge a nado la flor preparada.
El trámite de la penumbra
desasosiega el alba, pero también lo penetra
como una lámpara olvidada en vano.
Iníciate en el miedo.
El miedo es un cerrado continente, pero es también una bandera defendida.
¿Qué sería de la voracidad de mis gorriones
sobre tus enhebras golondrinas
si no se oyera esta carta entre nosotros?
No seremos excepciones
de crueldad, de egoísmo y de impureza.
Es necesario comprender este fracaso.
Te escribo agraviando por roncas minerías.
Déjame prevenir el pequeño triunfo
que otorgará el recuerdo, cuando pueda decirte,
entre ciertas costumbres y ciertas resistencias,
que ya testimoniamos la falta de sorpresas.
Debo verte llegar
como a una barca coronada de tormentas.
Desciende y espérame.
No, no te hundas de inmediato
en los oráculos de la ciudad.
Espérame en la costa, casi a los pies del río.
Espérame allí, porque allí nace el olvido.
Espérame.