martes, 30 de octubre de 2018

Leonor García Hernando -La intensidad de las víctimas

Leonor García Hernando, Tucumán, 20 de julio 1955 - Bs As, 30 de marzo 2001


La intensidad de las víctimas

con guantes de encaje
vienes a romper mi frente, mi aleta de nadar en la avenida
sucia
¿qué quieres de mí, más que ese corazón
que comes de entre enaguas?. Tu delgada cucharilla
de plata escarba su lenta carne idiota.
No mires aún los círculos tristes de mi oído. No hables
sobre la cabeza inclinada en el mimbre esta guillotinada
debe todavía? ¿cuántas monedas de púrpura fiebre?
la indigencia en túneles no es suficiente.
Me quieres con el foco en la frente, como una muñeca de
loza en el teatro cerrado
este estrellado cielo contra mi nuca
esta mano de tinta en el cuello quebrado
hay una intensidad en las víctimas
un esplendor en esos ojos alzados hacia el que ajusta un
pañuelo de seda
hay una intensidad en las víctimas
en la sombría indiferencia con que levantan la frente
cuando la piedra es lanzada desde las terrazas
una impresión de sello en lacre tibio.
He de dormir después atropelladamente un
automóvil plateado sobre un gato tuerto, en la ruta a
Dolores. Lo vi hace 16 años y el gato fascinaba con su
único ojo abierto en el pavimento ardido. En la banquina
blanda como un arrozal, el vapor saturaba los nervios. Lo
brutal sucede tan rápido
y ha quedado esa oscuridad del grisado asfalto extenso
también en mi corazón
detalles en los abismos flores que crecen rarísimas en
la pendiente abrupta pétalos y agua fangosa que se
estiran en un fondo atravesado el crimen que agita las
sienes el sol contra el agua final de ese paisaje roto,
para que llegue descalza la intensidad de las víctimas
recuerdos que caen pesados y fatales en un deshacerse de
plumas pequeño navío de velas pálidas que el
atardecer consume suavemente
detalles ¿sutilezas? pequeños bocados de un pan
rancio desviaciones que son desgracia sólo para el
desgraciado.
Otros pasan rasantes sin hundirse
sólo los intensos resbalan con la espina dorsal arran-
cada como una mala hierba de entre los pulmones,
los dedos negros de arañar terrones y el creciente cabello
de los muertos en la noche de una tierra partida
puedo contar algunas cosas porque he
dormido en vigas secas y puedo hablar de algunos
sucesos que ocurren en las estaciones de tren al
contemplar a los amantes que tiemblan
y puedo preguntar, sí, seguro que sí,
puedo pedir alguna explicación porque la estafa ha sido
altísima
porque me han quitado dientes en los intervalos
y perdí papeles en autos que sangraban una luz rojiza
y puse mi rostro entre las uñas, sin poder respirar,
pedí deseando verdaderamente que me den y no me
dieron
candelabros y fragmentos que el agua inunda bibliotecas
en sótanos sumergidos algas en un temblor que es de
rezo nocturno
yo no pedí venir a esta casa a esta
división de las manos sobre materia ácida
quítenme este sombrero de paja de la
frente estas enaguas estas construcciones que me señalan
quítenme ese aire confuso ese olor a
remedios en un cuarto cerrado y caliente ese manto
sobre los hombros débiles y aún así la intensidad brillará,
su rareza será un esplendor en la noche de ráfagas su
estación será el verano de un agua estancada
y todo por preguntar: ¿por qué somos intensas las
víctimas?
¿por qué nos distingue el daño entre los nadadores de la
piscina?
¿por qué vinimos al mundo para sostener un estuche de
fósforo?
no pedí esta docilidad de las sábanas
que cubren el cuerpo desnudo no quise la gramilla
del parque fisurada por fuentes de piedra
no pedí esta fiesta de rosadas flores de hule y las pupilas
dilatadas en el calor de boleros
porque hay una intensidad en las víctimas
porque camino entre jardines enrejados con un búho
blanco en el hombro
yo no pedí venir no quise que los altísimos techos
negros fueran sostenidos por columnas doradas no
quise esta losa grabada en mi boca
me hiere como otro alfiler clavado du-
rante mi trabajo de costura ver los labios de los que dicen
amarme.
La intensidad sumerge las palabras que se dicen al oído
con el musitar de un moribundo
no pedí venir bajo estos carteles que en la noche subida
palpitan como animales cansados no quise estos gru
-mos no besé su garganta para dormir con agua de es-
malte frío sobre los párpados. Sólo ayer dormía con un
cuerpo olvidado sobre la hierba y tuve unos días de sere-
nidad sobre los lunares de mi pecho
y pasaron días inmensos, de frías rajaduras en los vidrios,
sin que nadie pregunte por mí, sin que a nadie aflija mi
cabeza rapada
yo no trato con pequeños incidentes
aquí estoy mi boca de cine mudo aguardando su
bermellón pastoso como una sangre reciente
la capucha de piel caída en la espalda.
En un cuenco de madera sostengo la vela de cebo
marchito e ilumino el corredor
hay una intensidad en las víctimas
hay elegidos para la caricia
y hay elegidos para la navaja
he dado mi luz en un pasillo que se hundía en puertas
entre esos grises deteriorados de paredes que no se
ventilan
es intenso el pasillo de los retenidos
y es intenso y confuso el lecho de las asesinadas.



estamos abiertos otra vez un peque-
ño y húmedo batracio de piel lisa y ojos de desnudo azu-
lejo vivo
y sin domesticar sin respetar los estiletes
eran ofrendas de musgo y papeles que
se curvan al acercarles la llama de un fósforo .Todo era
tinta que se derrama, niebla sobre el pastizal que se borra,
cuadernos viejos de tapas arrancadas
¿Dónde estás sabor de la noche, sorpresa de los baños
con puertas escritas por rouge, carteles flojos en un viento
de astillas fijas?
¿Me querías delatora? al fin contando las
vergüenzas de una garganta acariciada al fin confesa
duerme sobre mi lengua, idioma que te
pierdes en los asientos traseros de los taxis. Escombros de
mi boca. Saliva de lentos mástiles. Bandera arrancada y
tirada sobre el cabello de los muertos.
¿Me querías de uñas esmaltadas, estúpida, de tacos
dejados en la escalera? ¿Me querías estimulante en una
sábana cruda, mordiendo bordes, poseída y sin nadie?
pídele paz a esas sienes insoladas, a ese
tajo en el vientre en la pollera ese tajo de milonga
arrastrada
y sin domesticar afilando tu tijera en la caja de costura.
tu cabello cae trenzado
y aún escribes inclinada contra el foco.
Todavía silvestre errabas entre mármoles
y no había suavidad, ni misales con dorados rezos, ni pena
tenías, ni un jarro para calentar café.
Tu proximidad con el desastre era lo que tardarías en
caer desde tus tacos de alto negro
¿para qué esa rasada tela nocturna? ¿y las escamadas
estrellas que se estremecen, como un desparramado pez,
en la saliva de una boca que es noche sueño que se repite
incompleto pesadilla que habla por pasillos donde se
apagaron las lámparas?
deja tu lengua en mi lengua como a una
hermana siamesa como criaturas que aman su
imperfección.
No quiero el reposo de los que se estiran al sol,
apretados al agua lavada de las piscinas
no confío en el pudor. Dame hambre y bestias
y corrales de piedras encajadas y páramos lluviosos con
sombra impresa de líquenes
dame desorden muletas que derivan en sótanos
inundados columnas encaladas y piedad
quejidos en las cúpulas volcadas de la ciudad sin patria
seres expulsados de las mesas familiares, heridos entre
el estallido de las copas, entre pocillos de porcelana que
transparentan la oscuridad de las manos
seres sutiles vagamente sospechosos
dame esa sangre de los atravesados por un familiar
cuchillo de cocina
porque no callaron cuando debían
y cayeron con un trémulo ramito de perejil entre los dedos
que son vapor ahora blancas desenvolturas de un
aliento que pide.
era turbada por algunas palabras.
Completaban mi boca con un bocado enfermo "Pañol de
Herramientas" nombre de un cofre alto, de un sufrido
gris resquebrajado, abierto para mostrar sus tenazas y
filos en un orden de amputación y de encastres; olor a
trabajo, a dedos percudidos, a madera iluminada de
lustres, a hierros domesticados. Eran hombres convirtien-
do la materia en objetos
y yo aullaba con la frente sujeta a un vidrio de esquina
Montevideo lapicera fuente negra de tanque trans-
lúcido pereza de la virtud que quiere sábanas rajadas
como vendas jergón donde vas a tirar tu cabello a las
débiles arañas de cabezas ocres, cuadradas, malignas.
los ojos se derraman en una mirada
aturdida. Las bocinas inyectan la noche de pánico. Un
hotel incendiado se retuerce con su cúmulo de amantes
desprovistos
escribe hazme este reino amargo: un fruto de carozo
verde
intenta separarte de tu piel como un reptil en su época de
mutaciones
estás despojada de encanto
idiota de medias negras esperando el deslizamiento del
ascensor.
Vives de esas imágenes desatadas
escribe:
era sospechosa entre los que avanzaban con el
capote golpeando sus tobillos
era escurridiza entre arcadas, donde los hierros rojos
se imponen como una flora menstrual
era ilusa y aún así, las mujeres ciegas anudan
las perlas de sus collares. Aún así, con la mano abierta
recibías las peinetas de vidrio
otros hundimientos envolvían la
garganta con un celofán que brillaba quejándose
en la noche algo ardía hoteles del once y algo se inundaba.
La boca iba hacia las sienes y sonreía
el trapo sucio de la noche cubría mis piernas. Las visitas
eran raras, con ropas enceradas, máscaras japonesas,
extranjeros que sostenían escudillas de arroz con hongos
la patria terminaba en un pastizal
aguado. No tenías provincia no había lengua de los
padres, no tenías otro exilio que las altas terrazas
escribe relata la humedad de los bordes abismos
donde la selva se arrastra como un animal de livianas
vertebras líquenes acumulados sobre la placa negra de
un disco girante en el cráneo roto
y sin domesticar sin pausa en el destello de la hoja de
toledo, encofrada en un pequeño mango de madera,
sin adornar con jazmines el dormitorio
sin sirvientas en tu corazón.
era el país caluroso. Los hombres orina-
ban junto a las carrocerías era tarde
eras extraña como un objeto de barro
la mórbida desnudez de tus ojos en las iglesias
la mantilla caída sobre los hombros de clavículas
expuestas
una ilusión de frescura en el verano ponzoñoso
escribe relata el pecho sofocado por fardos de calor, esa
ilusión de pudor o de mar
dame palabras necias escribe
nadie abrigaba la boca de tu padre en la tumba
nadie abrigaba tus cabellos fríos, lentos, amarillentos
como un tigre
nadie acercaba el cirio de los agonizantes a tus dedos con
fiebre.
¿por qué no dejar que la tarde circule
como el pez de plata en la redonda pecera?
que la intemperie crezca en los techos de pizarra.
Los mimbres de la hamaca son extraños en este cuarto
quieto; los baúles, las botellas de vidrio azul, los íconos
que la insolación fermenta la acumulación de objetos
donde la belleza estuvo alguna vez
temblores en la sombra que crece
¿por qué no dejar tus cabellos vendados
sobre las duras hojas de hiedra?.



Deja descansar mi cabeza sobre las hojas la fría
aspereza del verde rodeando cabellos caídos
y la suavidad del dolor que ya no espera calma
sólo el abandono del musgo en las sienes
puedo ofrecer las manos lavadas de
anillos del inocente. Pero me alumbra rígida la lámpara
del sospechado
confesaría cualquier crimen con tal de
tener las hojas del sueño refrescando mi nuca
daría cualquier pista para terminar
condenada y dormir.
Deja mi cabeza en la húmeda hiedra que crece
arrastrada.
No tengo fuerzas para mantenerme erguida sobre el
pupitre.
No tengo rezo para incarme en los reclinatorios.
No tengo balas para el revólver que dejó mi padre en la
pequeña silla de mimbre.
No hay pudor para ocultar mi mentira.
Deja mi cabeza en la hierba, entre las hojas caídas de los
plátanos,
entre el murmurado peso de las agujas de pino sobre la
tierra sombría.
No es bueno que los amantes se acerquen en las mesas
de mármol
deja mi cansancio en el verde que Marzo mutila
deja mi pasión en la escarcha que cubre los brotes del
ligustro
¿para qué sonreir con un
vidrio apartando los labios?
¿para qué esa insistencia en verter el rojo
espeso de la copa en el mantel?
estoy para las hojas livianas del almendro,
estoy para las gruesas hojas del gomero luctuosas y sin
perfume,
para las hojas del nogal suavemente curvas y de
nervaduras ocres
y estoy para el silencio de los abetos cuajados de mínimas
piñas
o puedo, extensa como la Tuya Dorada, distraerme sobre
jardines perezosos.
No acerques mi cabeza a tu pecho. Bajo mi oído no
quiero los golpes de tu corazón; la mentira de tu vientre
como un suelo de tablas podridas
dame la vida de los árboles que no mudan de entierro.
Desean y persisten en un suelo aferrado como intrusos en
un baldío visitado por el juez
botellas quebradas en una vía angosta paisaje de
descuidos uñas rotas en el desastre la mano lastimada
sin trapos para cubrirla
entre juncos móviles
cae el dulce peso muerto de las flores de almendro. Es frío
desganado el agua que se inclina
seré estéril, sin codicia y sólo la cabeza hundida en
líquenes será mi bienestar
ceniza floja en la corriente viva
sombra de las manos arrastradas en el limo y ese barro es
mi vida. Es mi nombre. Es mi boca ligera, turbia, de
agitación imbécil.
La vida no ha sido sencilla.
deja mi cabeza en la hojas. Perdona este cuerpo que tan
temprano en la noche acaba su sangre
perdona ese grisado del agua que no golpeó piedra
alguna; sólo se escurrió entre pieles de batracios.
Deja mi cabeza en la pendiente enredada
¿para qué fingir cuidados por un míni-
mo jarro de loza que se quebró?
¿para qué fingir amistad con una extran-
jera sin recursos?
quiero las moradas hojas del cerezo como un fuego en la
redonda intemperie. Dame ese rubor. Dame esa ver-
güenza en la blusa arañada de los cuerpos NoAmados
devuelve mi espalda al yuyal de los asesinados
seré una buena chica.
mi cabeza rodará como una perla del collar desatado
seré muda con las pupilas dilatadas, aceitosas de
belladona
los párpados inmóviles
los muslos excesivamente blancos sobre las hojas oscuras.
La noche es de sábanas quietas
de escarabajos que se deslizan en un aire de apretadas
cortinas
de un perfume a pájaros; a plumas quemadas con un
hisopo.
Arden las estrellas del puñal en el cielo alto.
Abandona mi cabeza en las hojas.
Dame el Bosque Real de la Matanza
dame esas aguas sucias, de engangrenadas orillas,
estancadas de drogadas serpientes
y esa hermética, íntima, pobre soledad
ese bosque brutal
donde nunca estuve con nadie
en este cuarto en este Hotel de Pasajeros
estoy en maderas de un piso que cruje, con visitas que
recorren el pasillo ajeno
supondrás mi vida entre arrecifes entre piernas entre
pespuntes
y nada será cierto, más que este retiro sin puertas
este encono de paredes sin aire donde estuve de roces
colmada
sin almuerzo
sin abrigo en los hombros
sin peinetas de carey
y sin otra caricia que el monte recordado, los yuyales
fangosos, las hojas amontonadas en húmedo cieno
deja mis cabellos como algo líquido que se derrama en la
tierra,
dame tu desamparo.
No hay amor en el barro del bosque atravesado.



de delgadas uñas de arrepentida boca
es la caricia del amante y de un dorado casi translúcido el
cuerpo de las botellas desparramadas en el estante.
El crimen es sólo espera reunida
nada más para anotar: esta lámina de
objetos que se derrumban. Fulgores de un intervalo
pero,
para quién suelta su música la máquina tragamonedas?
son delgados labios sobre puertas cerradas
son intensos párpados
maletas que fermentan pañuelos bordados, ligas de encaje
negro, un perfume intenso a mutilación.
Sobre la ráfaga un hombre alza sus dedos remotos en el
aire
¿dice "perdóname esta mano de cercenados dedos en el
aire"?
¿dice "mírame la herida, por favor"?
Inútil es la sombra de la arboleda. Sobre el empedrado
el reposo es intranquilo y caliente. Otros días, miraba peces
muertos girar en la superficie de los acuarios. Eran
tristísimas esas escamas sangrientas,
esos verdes como aquellos ojos de mi padre,
esas desviaciones de lo que tiembla
deja esas caricias en mi garganta para
otra noche, para otro lugar
inútil es la sombra rota de los párpados rotos en esos
quemados ojos de mi padre
inútil el crecimiento del jazmín sobre su ceniza floja.
qué quieren de mí?
¿qué cinta debe atar mi trenza desilusionada en la espalda
deshecha? ¿Qué quieren de mí?
¿cuántas líneas debe crecer el mercurio?
ya está bien. No quiero esa insolación de
voces sobre mi nuca. No quiero pedir, otra vez, en
susurros amarguísimos, cubierta la cabeza por sábanas
sucias. No quiero que anochezca sobre esta arena, esta
boca repentina
estaba entonces despidiéndome,
dormida con el oído inclinado sobre el gotear del veneno
y aún así sin domesticar
aún así afilando la tijera de costura
¿que quieren de mí? qué espalda de desparramados
cabellos qué corza dibujada en la frente como en una
caverna qué niebla de arrugados párpados sobre el
pantano que no tiene orilla?
Bordes, son estos días de una tristeza
que no se quiere vivir.
Padre, fue mucho tiempo atrás que
éramos buenos. Tú no habías muerto
y yo era tu hija de cabellos rubios.
Padre, ¿qué apariencia tenían entonces
las catástrofes? cuando asesinaban a un hombre en un
descapotable
¿qué apariencia tenían las rosas de sangre en el tapizado?
Amanece papeles cansados rotan en el pavimento frío.
Amanece sobre estos pocos sollozos. Un baño quitará la
sorpresa de mi corazón, quitará la intriga
padre, ¿cuando fue que dormía sin pesadillas, sin
muérdago en el pecho?
papá éramos buenos entre los
alzamientos del ligustro los crímenes no cruzaban el
Puente 12 la belleza era esa ciénaga de turbio temblor,
esas estrías de serpientes rojas en la noche de un barro
que insiste
Es muy tarde para confesiones
es muy tarde
para ser en la arboleda que divaga, un padre y su hija.



no hay buenas palabras
nada para sonreir mientras giran los ventiladores de
techo.
La boca arruina la espuma de los vasos.
no preguntes por la cicatriz en el dorso
de la mano; ¿para qué iniciar una conversación? otras
lunas han dejado su párpado roto en el cielo sin que nadie
acaricie su herida
sótanos para esas sombras de bocas
huidizas
nada que decir como alguien que aferró su mapa de
los túneles
así fue que estamos descorazonados
pídeme los ojos alzados sobre los vidrios. En una cámara
nupcial estamos de espejos coronados
entre almohadas de un lupanar ¿para qué iniciar una
conversación?
¿para qué errar entre palabras como en arrecifes?
abiertos como esa paloma en el pupitre el foco
colgante sobre las trenzas que se desatan
así fue que estamos descorazonados
y el sueño inunda nuestras sienes como terrones de un
azúcar negro caídos en el té
un fluir hacia el terror. Nada que decir.
Ninguna pregunta que hacer son estos años
el cabello que el viento mueve es todo lo que tiembla
¿para qué dorar la píldora?
que un farmacéutico me pida en su cama
y que sea viejo; con lentes donde yo pueda ver los reflejos
de la vida eso estaría bien
eso sería bueno ¿para qué iniciar una conversación?
dime tu mentira sin agitación igual no me importa la
verdad
de musgo helado son las palabras de los sótanos
carne de estrellas frías
luz agria de hotel en la ruta
pobrísimas hojas de un ligustro que crece ante la puerta de
alcobas amantes
así fue que estamos descorazonados
acariciarnos sin horror y respirar. ¿Qué recordarás de este
tatuaje en el muslo, esta"dalia negra"?
Perfume de cosas dejadas se estiran bajo los techos donde
las aspas del ventilador rotan en un calor fastidioso
¿para qué iniciar una conversación?
¿para qué demorarnos en un error?
almendras amargas se suceden bajo los párpados,
iguales manos alzan la capucha de piel sobre las nucas
rapadas,
iguales alambres atan el corazón como a un animal que va
a ser carneado.
¿qué cuento de tristeza quieres darme,
qué cal qué casa de expósitos?
Mírame la frente como a la pizarra azul de una cúpula,
tan extraña, tan perdida en ese cielo sin compasión
¿Qué Dios pudo hacer estos sótanos esta vulgaridad
en las almas
qué Boca nos arrojó de la pasión? oh, veneno que
duras!
no me dejes sola. No te vayas de mí
feroces son los días
cabellos sin inocencia enaguas sin temblor lámpara
que la tormenta agita
aletean como pájaros blancos en el espacio de un bosque
quemado
plumas en las cenizas
así fue que estamos descorazonados
así es de sospechoso nuestro impermeable que sacude la
lluvia. Una naturaleza muerta que mueve su aliento
cinematográfico, su atmósfera de conspiración en almacén
cerrado ¿para qué iniciar una conversación?
bordo "dalias negras" ceremonias para una muchacha
asesinada en un sótano
nada que preguntar nada que pedir
esquela dejas en letrinas insinuaciones dejadas a un
contestador automático blues que gimen en cráneos
vacíos como un órgano en una catedral inundada
sobreentendidos que no pueden explicar ni esos grumos
de ceniza en el mantel
un taco de billar que se te incrusta en la sien y te arroja en
estos sótanos
así fue que estamos descorazonados
de qué hablar? Mira mi corazón como un puño cerrado
que quiere golpear
nada de Novios de muchachos que te corran la silla
nada de sutiles deferencias. Aquí hay aguada para que
descansen las bestias y sigan, en el polvo deshaciéndose;
manada que subyuga la sed y el hastío espanta
nada que retener un paisaje de cardos, el pobre azul
de esas flores que dilata el calor
será que estoy triste y el estallido de vidrios en el mosaico
acerca aquellos latidos
violáceo crespón escurriéndose entre paredones de
curtiembres
eran otros los sótanos eran otras
torturas
y la memoria, como un reducidor de cabezas, aprieta sus
imágenes en cajas cada vez mas estrechas
¿qué pedir ahora que pesó tanta sombra
sobre nuestros suaves vientres estériles?
¿qué esperar ahora? La espumosa noche
crece como un mar de lonas negras
y son friolentos los dedos sobre las cucharas de plata, los
dátiles, sobre el lento cabello que la lluvia ilumina
derramado en la espalda
de tajos en la lengua son estos años,
de paladares negros de lobos sin idioma
¿para qué iniciar una conversación? Pídeme la vida que
es tan poca cosa en este país
esta pampa de sótanos donde ningún Señor pregunta a
Caín
"¿dónde está tu hermano?"



en los vestuarios permanecen encajados
los fieltros de los sombreros, unos sobre otros,
y la sombra maquilla las sedas de un reflejo agónico.
la torpeza es el agua que alzamos con la
mano y no alivia la rodilla raspada en escalones que se
repiten en un ascenso carnívoro
¿existe una poética del amo y del esclavo?
¿quién es la sirvienta que limpia las manchas de sangre
en su corazón?
ella agota sus labios en pedir y no es
calma lo que quieren los intranquilos. Es sólo la tristeza
que puede llevarse con un sombrero negro entre plátanos
blandos.
Seré una desviación de pasto en la pendiente, una lengua
de yuyal en el barro. Serán desahuciados los hombros que
la enagua deja descubiertos
los alambres separan la uvas del pasean-
te en una tierra sembrada. Ves huéspedes donde sólo lle-
gan intrusos con linternas
vivo de escamas separadas
vivo de mutilaciones
sonriente a los pies inundados. Despierta entre casas de
tolerancia.
no es calma lo que quieren los asfixiados
pedir macetas en el balcón laureles en el estante de la
cocina un hogar sobre la nuca quebrada algo que
viva en las manos como un animal de fiebre
dime qué lugar en las sábanas
dime qué rezo bajo las cúpulas altísimas
dime qué final ayer y antes, cuando era una niña y ya
pedías mi muerte
estoy sólo para ser asesinada
quiero ser tu sirvienta en el crimen
y quiero ser la criatura que hace perverso un filo.
es suave la caída del terraplén sobre la avenida. Los
camiones saturan de faros el pavimento hasta convertirlo
en un páramo blanco y en el deslumbramiento, el vestido
flota como un bandera rendida
es una conversación secreta que se sorprende en la alcoba
contigua una lámpara volcada que comienza el
incendio
y te marchitas en ese raspar de luces en la velocidad.
dime lo que quieres en el asfalto abierto
como una cuchillada en la planicie
dime lo que pides, Leonor
qué buscas en la niebla, antigua, adherida al agua negra,
pantano que desbordas
y entonces, ayer, cuando eras niña y llegaban las frases de
las visitas desde el cuarto en que estaba la estufa
eras torpe
y las medias caídas sobre los tobillos acentuaban las
piernas torcidas.
No querías contacto con esas bocas pintadas, con esos
rostros afeitados del día anterior. Sus mentiras tenían la
carne blanda de un molusco. Reían con desprecio.
Tardaban en retirarse lo que la tarde en quitarse del
ligustro
palabras como hojas picantes que se prensan en un cuenco
de jade desprendimientos de un fondo estancado,
enjoyado de batracios cicatrices
y atrás días que se evaden como humo del pastizal
quemado
atrás atrás los pájaros que picotean escarcha
y eras extraña y sin caricias
y pasabas las noches contando las formas romboides del
alambre.
gallineros plumas en el calor maíz
desparramado en una tierra gris. Pocas palabras para
relatar esos granos, ese suelo seco y desviado hacia
extremos del tapial gallinas agónicas cuando atardece
y quedan goteando sangre en la noche porosa
y atrás eras niña y ya pedían tus cabellos atados. Ya
querían olfatear tu sangre como la de un ciervo
y la tormenta comía los límites del parque. Me lavaba las
piernas, como un amante, con una esponja embebida en
aceite
qué pides, leonor? qué espera esa niña
que miraba? qué temor guardas?
desobedece sin temblar
eras escurridiza y lagañas de sueño hacían amarilla tu
frente
eras vana y desprolija retama crecida en la intemperie
torcido el delantal rígido de almidón
eras descalza en la tierra invadida de cardos
y con zapatos blancos en el parquet encerado.
no había arrepentimiento en tu boca
y del castigo guardo la trenza, quitada al rape desde la
nuca.
desobedece sin temblar
duerme en esas anchas maderas. Ajusta los labios otra vez
sobre el hilo de costura. Devora tu almuerzo de arroz con
hongos verdes
extasiada en tu pequeña soledad donde se mueven lentas
las manos del amante. Como un disco rayado, tan antigua,
te repites en su corazón
desobedece sin temblar. Todavía es tarde.



¡oh; la vida que existe en los libros de
aventuras infantiles, para recompensar-
me a mí que he sufrido tanto ¿me lo
darás tú?
-Arthur Rimbaud-
lejano, lejano
parpadeo del reloj en la intimidad de la sombra.
Huyen por el desfiladero embozados de amotinadas
capas.
La congoja de mis labios fue antes, en una copa que por
minutos mordí.
Ahora retiro con un pañuelo rouge, espuma rota
los vidrios quedaron quebrados en la alfombra.
Anchos mantos retroceden en el desfiladero con un
estertor de pájaro alcanzado por la piedra. El tango
completa el gesto de las piernas una forma de acercar
el cigarrillo a la boca, herida que abre el rostro para que los
besos se retiren
lejano, lejano
comprometerse a esas manos que apartan el pesado
cabello de la frente y luego devorar la ceniza pequeña que
ha quedado en el mantel.
Estoy para perder tantas veces como
caigan los dados de una forma maltrecha
estoy para los grandes acontecimientos: un patio con un
foso al fondo donde serán sumergidos los ahorcados, un
pabellón de cal y las enfermas tocándose las ropas, el
hundimiento de los barcos cargueros con pimienta negra
y perlas de Malasia, con aceite crudo y navajas de Sevilla
yo estoy para las mutilaciones para los
mancos con voz profunda con sus únicos cinco dedos
alzados, agitados en su incapacidad de extrangular.
Como en un estuche, mi frente es la perla bajo las
placas de fiebre.
Los lisiados desnudan sus rodillas para acercarlas al mar
y fatigados dejan que el agua oprima sus mansas piernas
incompletas
lejano, lejano
soy para los asmáticos el puñado de hojas que quema la
estufa; el espinazo de pánico en el descarrilamiento del
Metró Port de Clinancurt - Port de Orleans
y la sospecha de los devoradores encapotados apostados
en el desfiladero
lejano, lejano: ¿dónde estaba Dios cuando
te fuiste? el tango propone reprochar
escribir como un jadeo
retener ese bote que quiere deslizarse en el pantano con mi
cuerpo atravesado en la quilla rozar esa cicatriz que el
paisaje dejó en los párpados
estoy para rezongar
para cubrir de trébol la nuca del sonámbulo y lentos
canales de sueño desagüen en esa cabeza neutra, de
cabellos cortados al rape. Cabeza errática en la mesa
desnuda; evoca otra posesión, otra intensidad en los
cubiertos. Las cabezas descubiertas, desprotegidas entre la
fuerte circulación de las voces, de las copas donde el trago
es de ansiedad. Nadie quiere ser consolado.
Saturan esas manos que rozan la garganta. Perturban esos
dedos las sienes escamadas de los que sólo quieren
reposar
y estoy para abrir las cajas de música y escuchar los
sollozos de las muchachas que abrieron otras cajas de
música otras puertas de cuartos de hotel sus blusas
con botones de nácar abrieron uno a uno desprendían los
ojales del corazón y miraron con una aflicción de bolero
las piernas de los hombres.
Estoy desnuda de situaciones poderosas. Si alguien me
llamara desde una ventana oscura una voz que empu-
jase mi nombre en la noche una voz descarnada con
el rostro retrasado en la penumbra la desdicha de un
barco guiado hacia el crecimiento de corales y el sonido de
la brusca intemperie, de los mansos utensillos ahogados.
Una voz en la sombra grita un nombre y promete otras
zonas (y mi nombre es de reina dos veces construida y
dos veces exiliada; fue hecho para el amor cortés, para las
sofocaciones).
La resonancia de una palabra es tan alta tan
penetrente la atmósfera de un nombre que el amante
desatento no encuentra donde abandonar el cuerpo
desmayado de Leonor hecho de criaturas perplejas, de
vacilaciones, la boca turbia de tierra: es mi reino que comí
para que no me lo quitaran.
Mi nombre gritado desde esa alta formación de vidrio,
desde un ácido encierro
y yo seré más buena seré un cachorro que alza sus
lúcidos ojos a la promesa de una voz. Tendré el encanto de
los que perdieron siempre.
Estoy para los grandes acontecimientos
para dormir con Robin, el de los bosques.

domingo, 28 de octubre de 2018

Louise Glück -Epílogo

Louise Glück, Nueva York, 22 de abril 1943
Versión Sandra Toro


Epílogo

Leyendo lo que acabo de escribir, ahora creo
que paré de golpe, de modo que mi historia parece haberse
distorsionado un poco, al terminar como lo hace, no abruptamente
pero sí en una especie de niebla artificial como la que
rocían sobre los escenarios para un cambio de set difícil.

¿Por qué paré? Algún instinto
distinguió una forma, y la artista que hay en mí
intervino como para parar el tráfico?

Una forma. O destino, como dice el poeta,
vislumbrado hace mucho en esas pocas horas—

Alguna vez debí haber pensado así.
Y todavía me disgusta el término
que me parece una muleta, una fase,
la adolescencia de la mente, quizás—

Así y todo, era un término que con frecuencia
yo misma usaba para explicar mis fallas.
Destino, suerte, cuyos designios y avisos
ahora me parecen nada más
que simetrías locales, chucherías
metonímicas dentro de la gran confusión—

Caos fue lo que vi.
Mi pincel se heló --no pude pintarlo.

Oscuridad, silencio: ese era el sentimiento.

¿Y cómo lo llamamos?
Una “crisis de la visión”, que creí en correspondencia
con el árbol que enfrentaron mis padres,

pero mientras a ellos los empujaron
contra el obstáculo,
yo me replegué o huí.

La niebla cubrió el escenario (de mi vida).
Los personajes fueron y vinieron, cambiaron de vestuario,
mi mano del pincel se movió de un lado para el otro
lejos del lienzo,
de un lado para el otro, como un limpiaparabrisas.

Seguro esto era el desierto, la noche oscura.
(En realidad, una calle de Londres atestada,
con los turistas haciendo flamear sus mapas coloridos).

Uno dice una palabra: Yo
De ahí fluían
las grandes formas—

Respiré hondo. Y llegó a mí
la persona que dibujaba ese aliento
no era la persona de mi historia, su mano infantil
empuñaba decidida el crayon—

¿Era yo esa persona? Un chico pero también
un explorador para el que el camino de pronto es claro, para el que
la vegetación se abre—

Y de ahí en más, ya no explorada por la vista, esa soledad
exaltada que tal vez Kant experimentó
en su camino a los puentes—
(Compartimos un cumpleaños).

Afuera, a fines de enero, las calles de fiesta
estaban orladas con luces de navidad exánimes.
Una mujer se apoyó en el hombro de su amante
y cantó Jacques Brel con su soprano agudo—

¡Bravo! La puerta está cerrada.
Ahora no se escapa nada, nada entra—

Yo no me había movido. Sentí el desierto
que se extendía delante, estirándose (me parece ahora)
para todos lados, cambiando mientras hablo,

de manera que yo estaba constantemente
cara a cara con la blancura, esa
hija adoptiva de lo sublime
que, resulta,
fue a la vez mi sujeto y mi medio.

¿Qué hubiera dicho mi gemelo, mis pensamientos
lo habrían alcanzado?

Quizás hubiera dicho
que en mi caso no hubo ningún obstáculo (por amor al debate)
después de lo cual me hubiera
remitido a la religión, el cementerio donde
se responden las preguntas de la fe.

La niebla se había despejado. Los lienzos vacíos
se habían volteado hacia dentro de cara a la pared.

El gatito está muerto (así decía la canción)

¿Voy a resucitar de entre los muertos?, pregunta el espíritu.
El sol dice que sí.
Y el desierto responde:
Tu voz es arena dispersa en el viento.


viernes, 26 de octubre de 2018

Enrique Verástegui, -Salmo

Enrique Verástegui, Lima, 24 de abril 1950 – Lima, 27 de julio 2018 


Salmo

Yo vi caminar por las calles de Lima a hombres y mujeres
carcomidos por la neurosis,
hombres y mujeres de cemento pegados al cemento aletargados
confundidos y riéndose de todo.
Yo vi sufrir a estas pobres gentes con el ruido de los claxons
sapos girasoles sarna asma avisos de neón
noticias de muerte por millares una visión en la Colmena
y cuántos, al momento, imaginaron el suicidio como una ventana
a los senos de la vida
y sin embargo continúan aferrándose entre
marejadas de Válium
y floreciendo en los maceteros de la desesperación.
Esto lo escribo para ti animal de mirada estrechísima.
Son años-tiempo de la generación psicótica,
hemos conocido todas las visiones de Kafka y Gregory Samsa
pasea con Omar recitando silbando fumando mariguana
junto al estanque en el parque de la Exposición – carne
alienada por la máquina y el poder de unos soles
que no alcanzan para leer Alcools de Apollinaire.
Recién ahora comprendo mañana reventaré como esos gatos
aplastados contra la yerba
y las cosas que ahora digo porque las digo ahora
en tiempos de Nixon – malísimos para la poesía
- corrupción de los que fueron elegidos como padres - gerentes
controlando el precio de los libros
de la carne y toda una escala de valores que utilizo
para limpiarme el culo.
Yo vi hombres y mujeres vistiendo ropas e ideas vacías
y la tristeza visitándolos en los manicomios.
Y vi también a muchos gritando por más fuego desde los autobuses
y entre tanto afuera
el mundo aún continúa siendo lavado por las lluvias,
por palabras como estás que son una fruta para la sed.

miércoles, 24 de octubre de 2018

Elizabeth Bishop -La bahía

Elizabeth Bishop, Massachusetts, 8 de febrero 1911 – Massachusetts, 6 de octubre 1979 
Versión Nahuel Lardies


        La bahía

                                                              (En mi cumpleaños)

        ¡Qué transparente es el agua con la marea baja!
        Blancas costillas de marga desgastada asoman y relucen;
        los barcos están secos, y los pilotes secos como fósforos.
        Más absorbente que absorbida, el agua
        de la bahía no humedece nada,
        tiene el color del fuego con la hornalla al mínimo.
        Una la puede oler evaporarse; si fuese Baudelaire,
        una podría escuchar cómo va transformándose en música de marimba.
        La pequeña draga ocre en las obras del final del muelle
        ya hace sonar los claves de manera perfecta en débiles acentos secos.
        Los pájaros que sobrevuelan, inmensos. Me parece que
        los pelícanos chocan de manera
        innecesariamente abrupta contra este vapor tan peculiar,
        como picas, saliendo a superficie
        muy raras veces con algo que amerite la atención
        y yéndose, con gracia, a los codazos.
        Blancos y negros, pájaros guerreros planean
        sobre corrientes impalpables
        y abren sus colas en las curvas como tijeras
        o las tensionan como espoletas hasta el temblor.
        Botes desaliñados continúan entrando
        con su aire servicial de perros de caza,
        erizados con anzuelos y garfios
        y una ornamentación de esponjas como pompones.
        Hay un cerco de alambre a lo largo del muelle
        donde, reluciendo como pequeñas rejas de arado,
        las colas gris azul de tiburones cuelgan hasta secarse
        para el negocio del Restaurant Chino.
        Algunos de los blancos botecitos siguen amontonados
        el uno contra el otro, o yacen de costado en cúmulos,
        aún no rescatados (si es que alguien alguna vez lo hará) de la última tormenta,
        como cartas rasgadas al abrirlas, que nunca respondimos.
        La bahía está contaminada con antiguas correspondencias.
        Click. Click. La draga sigue,
        y saca una mandíbula llena de marga.
        Toda la desprolija actividad continúa,
        horrible pero alegre.




lunes, 22 de octubre de 2018

Flor Monfort -Luna Plutón

Flor Monfort, Bs As, 22 de abril 1976


Luna Plutón

Yo no te amo pero quiero que me ames
Nuestro hijo tiene 18 meses y ahora puedo sentarme a escribir el agotamiento
revisar el home banking la dentición
temprana y los anillos de pepa de saturno.

Toda esa ropa nueva que puedo ver en las redes sociales
la vajilla el futón, fuiste a un sastre, adelgazaste el desafío no es dejar de pensar
atrás de todo este castigo estoy yo, mi esencia
salvaje, yo que me gusto me guiño el ojo y no estoy tan decepcionada.

Dejo un poco de helado para la noche sola en la calle violencia
adentro mullido y luces altas agendas con abogados el agua purifica un viaje
en bondi de vez en cuando.

Yo no te amo, no disfrutaría tu compañía no te encuentro interesante
pero sí muy sexy sos tan majo
el problema no es que el bebé se prenda sino perder la paciencia dando la teta.

Dormir sola en la cuna
mientras él resopla desde mi almohada
el apego es bañarse juntos ponerse colorados no te miento cuando me llamás
me saco la remera y lo dejo tomar a su antojo.

La maternidad es un lío un poema de emoticones
en la cresta de la ola de la cena
mi ex novio me refiere sus consejos de crianza doy golosinas toda mi plata
no soy como él, no me compro nada
mantengo el orden hasta ahí mantengo la raya las cuentas se pagan el día que vencen
los carnets se pierden varias veces al año elegí un barrio bosque un barrio montaña para pasear el pata pata
miles de perros con collares de osos ventanas y rampas.

Pablo me dice que medite, que descanse mi cabeza del autocontrol de ser una boluda
todo el tiempo de sentir tanto tan poco

del rivotril de hacer la cama de la autoexigencia
y yo digo no, no me exijo mucho eh? y él dice sí, te das con un palo
y yo no quiero ser perfecta quiero ser armada
pero no puedo ni dar discursos.

Ahora mientras soy mamá de un nuevo descanso de algunos problemas
como esa pulseada por controlar.
Lo importante no es el amor sino la lealtad.

sábado, 20 de octubre de 2018

León de Greiff -Sonatina

León de Greiff, Medellín, 22 de julio 1895 – Bogotá, 11 de julio 1976


Sonatina 

Todavía irrumpir, irrumpir otra vez, echar
más favilas al viento,
más guijarros, más lascas, más jacillas al mar,
más sueños al azar,
más azar al soñar,
más líneas de tangencias y de evasión al cavilar.
Todavía irrumpir, irrumpir otra vez, otra vez dar
de beber al sediento,
de yantar al hambriento,
de atesorar al avariento…
Otra vez dar de amar y de yogar al sediento, avariento y hambriento del liento
surco del taladrar, del singlar, del arar, del navegar, del sembrar, del fecundar, del germinar, del cosechar…
Yo siempre digo como siento.
Yo siempre digo lo que siento,
yo siempre vivo como siento,
yo siempre escribo lo que siento,
yo siempre escribo cuando siento cuánto siento, sin cesar, sin cejar,
y siempre con aromas y ritmos, melodías y pasmos del soñar –al azar-,
siempre con ácidos y sales y heces y posos del pensamiento.
Yo siempre escribo lo que siento,
lo que siento o presiento sentir, rudo, hasta muy más –a lo hondo-
del lacerar y el lancinar mi corazón. Y lo que siento y presiento sentir, duro, cuando el cogitar
-pensieroso- hasta muy más –hacia el ápex- del meditar,
del cavilar hecho martirio, lacra, estigma, tormento.

Todavía irrumpir, ogaño. Todavía. Otra vez. Otra vez echar
más pavesas, vilanos, más briznas de bazofias de basuras al viento,
más cenizas y escorias y zurrapas al mar,
más abalorios y falaciosos oropeles y espejismos falenciosos al soñar –al azar-.
Más azar, más albures y suertes, más mitos delusorios y fábulas ficticias al soñar.

Todavía irrumpir, irrumpir otra vez, para dar
de yogar y de amar y se herir, de folgar y extasiar y yacer, al aún turbulento;
de beber, de placer y soñar –pero nunca en jamás le saciar-,
al de solo de ensueños y fervor y furor y de ardor y de amor y de sedes opulento.

Yo siempre siento lo que doy en pensar.

Yo siempre siento lo que doy en pensar.
Yo siempre pienso lo que doy en sentir. Siempre siento
lo que doy –al azar- en trovar e idear, en soñar y ensoñar e imaginar
y, -juglar,
ministril, minnesinger, trovador y poeta-, en fabular…
En fabular y fabular
con heces y color de fantasía, nébulas irisadas de ficción, sombras del divagar;
en fabular y fabular
con ácidos y sales y tósigos y tóxicos y filtros y heces y posos del pensamiento virulento.

Yo siempre siento lo que doy en pensar.
Yo cuento siempre como siento:
como siento y presiento sentir y presentir entre las venas, entre su red tentacular
hasta muy más –en lo profundo- de lo anímico y medular,
y como pienso cogitar, pensieroso-trascendente y soñar, ensoñar y vagar
-infraconsciente- hasta muy más allende (a la cima, a la sima) del befar, del zaherir,
de la locura en serio, del disparate, la bufonada, el esperpento.

Yo siempre pienso como siento,
yo siempre siento como cuento el invento y el intento y el portento del momento.

Todavía irrumpir, irrumpir otra vez, derramar,
emanar, dimanar, y –con ello- aromar. Aromar:
de zábila es, de sándalo, de amomo, la savia que me resta dispender…
Otra vez reverter,
con ello deterger, derruír, corroer: son ponzoñas letales las hieles que me falta propinar,
las hieles que me falta consumir…
Todavía irrumpir, irrumpir otra vez, otra vez irrumpir:
solo cuenta el minuto, sólo vale el momento en movimiento.
Sólo importa el instante del catar:
sólo importa el instante en que se toma, se posee y se goza al pasar:
y el efímero instante catar, saborear, gozar y disfrutar y poseer…
Todavía irrumpir.

Todavía irrumpir. Irrumpir otra vez… No ciar.
Todavía irrumpir. Siempre izar, no amainar.
Todavía irrumpir, irrumpir otra vez. No anclar en el recuento
de fazañas, proezas, de éxtasis y deliquios de dulce memorar,
de capitoso retrotraer,
de deleitable revivir…
Todavía irrumpir.
Irrumpir otra vez. No amainar. No ciar. Jamás anclar…:
menos –al pairo y en carena- enmohecer.
Aún menos, incurrir en el recuento de lo que pudo ser,
ni en el de empeños vanos y fallidos conatos, hechas de delinquir o de perder,
delusorias estancias, aciagas estadías, embaidores mirajes –de sollozo y lamento…-
Todavía irrumpir. No cejar. Todavía irrumpir.
Todavía, todavía irrumpir: si todo ha de finar,
todo de se abolir,
si todo ha de finar, de caducar y de periclitar y de parar
-memento- en el Memento.
Si todo ha de caer
en el no ser,
si todo ha de finar y concluir
en el se ir:
sabio es vivir viviendo a toda hora, toda hora, sabio es vivir, vivir.
Vivir el día ya, vivir al día desde la albada hasta el atardecer.
Vivir al día el día hasta el se echar
en cómodo decúbito y yacer.
Vivir al día el día sin cesar, sin cejar.
Sin cesar, sin cejar y erigir:
y erigir a lo efímero, de lo efímero, con lo efímero, perenne monumento.

Yo siempre vivo lo que siento,
yo siempre pienso como siento, yo siempre siento lo que cuento,
como invento y de intento:
con aromas y ritmos, melodías y pasmos del soñar –al azar-;
como invento y de intento:
con ácidos y sales, heces y posos y ponzoñas del pensamiento…
Como invento y de intento…
Para echarlo a volar y a danzar, a danzar y girar,
para echarlo a danzar,
a danzar y bogar y vagar,
a danzar y volar, parabolar, cabriolear y revolar
con el viento,
con el viento –que es viento para el viento,
por el viento, en el viento…-


martes, 16 de octubre de 2018

Mary Oliver -Lluvia

Mary Oliver, Ohio, EEUU, 10 de septiembre 1935
Versión Sandra Toro


Lluvia

1.

Toda la tarde llovió, y después
semejante poder cayó de las nubes
en un hilo amarillo,
autoritario como se supone que es Dios.
Cuando golpeó al árbol, el cuerpo de ella
se abrió para siempre.


2. La ciénaga

Anoche, bajo la lluvia, unos hombres treparon
el alambrado del centro de detención.
En la oscuridad se preguntaban si lo iban a lograr
y supieron que tenían que intentarlo.
En la oscuridad treparon el alambre de púas, palmo
a palmo.
En la oscuridad, también, capturaron a la mayoría
y los mandaron de nuevo adentro.
Pero unos pocos todavía siguen trepando, o vadeando
la ciénaga azul del otro lado.

¿Cómo se sentirá agarrar el alambre de púas como
si fuera un pedazo de pan o un par de zapatos?
¿Cómo se sentirá agarrar el alambre de púas como
si fuese un plato y un tenedor, o un puñado de flores?
¿Cómo se sentirá agarrar el alambre de púas como
si fuese el picaporte de una puerta, papeles de trabajo o
una sábana limpia con la que te querés cubrir el cuerpo?


3.

O esto: un día de lluvia, mi tío
acostado en un lecho de flores,
frío y roto,
arrancado del auto inútil
con su tapa de trapo, y su manguera
larga y brillante. Mi padre
gritó,
después llegó la ambulancia,
después todos miramos a la muerte,
después la ambulancia se lo llevó.
Desde la puerta de calle
me di vuelta otra vez
buscando a mi padre, que se había quedado,
que todavía estaba parado entre las flores,
que era ese hombre embarrado e inmóvil,
que era esa figura diminuta bajo la lluvia.


4. A la mañana temprano, el día de mi cumpleaños

Los caracoles se mueven entre las campanillas
sobre el trineo rosado de su cuerpo.
La araña duerme entre los pulgares rojos
de las frambuesas.
¿Qué voy a hacer, qué voy a hacer?

La lluvia es lenta.
Bajo ella reviven los pajaritos.
Hasta los escarabajos.
Las hojas verdes se la toman a lengüetazos.
¿Qué voy a hacer, qué voy a hacer?

La avispa se sienta en el porche de su castillo de papel.
La garza azul sale de las nubes flotando.
El pez salta, todo arco iris y boca, del agua oscura.
Esta mañana los lirios de agua no son menos hermosos, creo,
que los lirios de Monet.
Y yo no quiero más ser útil, ser dócil,
guiar
a los chicos desde los campos hasta el texto
de la civilidad, enseñarles que ellos son (no son) mejores
que el pasto.


5. A la orilla del mar

Ya escuché esta música antes
dijo el cuerpo.



6. El jardín

La manga arrugada
del repollo,
la campana hueca
del pimiento,
la cebolla laqueada.

Remolachas, borraja, tomates.
Chauchas.

Entré y puse todo
sobre la mesa: cebollines, perejil, eneldo,
el zapallito como una luna pálida,
las arvejas con sus zapatos de seda, el maíz
hermoso que la lluvia empapó.


7. El bosque

De noche
bajo los árboles
la serpiente negra
avanza, gelatina,
frotando
áspera
los tallos de la sanguinaria,
las hojas amarillas,
los pedacitos de corteza,
para quitarse
la vida vieja.
Yo no sé
si sabe
lo que pasa.
No sé
si sabe
si va a funcionar.
A lo lejos
la luna y las estrellas
iluminan un poco.
A lo lejos
chilla la lechuza.

A lo lejos
chilla la lechuza.
La serpiente sabe
que este es el bosque de la lechuza,
que este es el bosque de la muerte,
que este es el bosque de la miseria
donde uno se arrastra y se arrastra,
donde se vive en la cáscara de los árboles,
donde se duerme sobre ramas silvestres
que no pueden soportar tu peso,
donde la vida no tiene un propósito
y no es civil ni inteligente.

Donde la vida no tiene un propósito,
y no es civil ni inteligente,
empieza
a llover,
empieza
a haber olor como a cadáveres
de flores.
Detrás de la nuca
la piel vieja se abre.
La serpiente tiembla
pero no vacila.
Avanza lentamente.
Debajo, empieza a sangrar
como si fuera seda.




                                                  en mi felicidad
                                                  en mi cuerpo blando,
                                                  en mi pelo largo y brillante –
                                                  
                                                  porque todo eso fue verdadero:
                                                  el milagro de mí misma,
                                                  sus sueños,
                                                  su desesperación.

domingo, 14 de octubre de 2018

Léo Ferré -Con el tiempo

Léo Ferré, Mónaco, 24 de agosto 1926 – Italia, 14 de julio 1993
Traducción Juan Luis Moreno Rojo


Con el tiempo

Con el tiempo...
con el tiempo va, todo se va.
Olvidamos la cara y olvidamos la voz.
Cuando el corazón ya no late,
no vale la pena seguir buscando,
hay que dejarlo ir... y así está bien.

Con el tiempo...
con el tiempo va, todo se va.
La otra, a la que adorábamos, que buscábamos bajo la lluvia.
La otra, a la que adivinábamos al desviar la mirada,
entre palabras, entre líneas y bajo la sombra de los ojos
de un juramento maquillado que va por la noche.
Con el tiempo todo se desvanece.

Con el tiempo...
con el tiempo va, todo se va.
Incluso los recuerdos más divertidos.
“Qué cara tenés...” —balbuceó en el gran almacén,
en los pasillos de la muerte, un sábado a la tarde,
cuando la ternura se va, por sí sola.

Con el tiempo...
con el tiempo va, todo se va.
La otra, a quien le creíamos los resfríos y cualquier cosa,
la otra, a la que dábamos el viento y las joyas,
por quien vendimos el alma a cambio de unos centavos,
y ante quien nos arrastramos como se arrastran los perros.
Con el tiempo... va… todo va bien.

Con el tiempo...
con el tiempo va, todo se va.
Olvidamos las pasiones y olvidamos las voces,
que nos decían en voz baja, las palabras de la gente:
“No vuelvas tarde a casa, y sobre todo, no tomes frío”

Con el tiempo...
con el tiempo va... ¡todo se va!
Y uno se siente canoso, como un caballo rendido,
y uno se siente congelado en un lecho de azar,
y uno se siente solo, pero tranquilo,
y uno se siente engañado por los años perdidos.
Entonces, en realidad, con el tiempo...
ya no se vuelve a amar.

viernes, 12 de octubre de 2018

Federico García Lorca -Oda a Walt Whitman

Federico García Lorca, España, 5 de junio 1898 - Granada, 18 de agosto 1936


Oda a Walt Whitman

Por el East River y el Bronx
los muchachos cantaban enseñando sus cinturas,
con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo.
Noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas
y los niños dibujaban escaleras y perspectivas.

Pero ninguno se dormía,
ninguno quería ser el río,
ninguno amaba las hojas grandes,
ninguno la lengua azul de la playa.

Por el East River y el Queensborough
los muchachos luchaban con la industria,
y los judíos vendían al fauno del río
la rosa de la circuncisión
y el cielo desembocaba por los puentes y los tejados
manadas de bisontes empujadas por el viento.

Pero ninguno se detenía,
ninguno quería ser nube,
ninguno buscaba los helechos
ni la rueda amarilla del tamboril.

Cuando la luna salga
las poleas rodarán para tumbar el cielo;
un límite de agujas cercará la memoria
y los ataúdes se llevarán a los que no trabajan.

Nueva York de cieno,
Nueva York de alambres y de muerte.
¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla?
¿Qué voz perfecta dirá las verdades del trigo?
¿Quién el sueño terrible de sus anémonas manchadas?

Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,
he dejado de ver tu barba llena de mariposas,
ni tus hombros de pana gastados por la luna,
ni tus muslos de Apolo virginal,
ni tu voz como una columna de ceniza;
anciano hermoso como la niebla
que gemías igual que un pájaro
con el sexo atravesado por una aguja,
enemigo del sátiro,
enemigo de la vid
y amante de los cuerpos bajo la burda tela.
Ni un solo momento, hermosura viril
que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles,
soñabas ser un río y dormir como un río
con aquel camarada que pondría en tu pecho
un pequeño dolor de ignorante leopardo.

Ni un sólo momento, Adán de sangre, macho,
hombre solo en el mar, viejo hermoso Walt Whitman,
porque por las azoteas,
agrupados en los bares,
saliendo en racimos de las alcantarillas,
temblando entre las piernas de los chauffeurs
o girando en las plataformas del ajenjo,
los maricas, Walt Whitman, te soñaban.

¡También ese! ¡También! Y se despeñan
sobre tu barba luminosa y casta,
rubios del norte, negros de la arena,
muchedumbres de gritos y ademanes,
como gatos y como las serpientes,
los maricas, Walt Whitman, los maricas
turbios de lágrimas, carne para fusta,
bota o mordisco de los domadores.

¡También ése! ¡También! Dedos teñidos
apuntan a la orilla de tu sueño
cuando el amigo come tu manzana
con un leve sabor de gasolina
y el sol canta por los ombligos
de los muchachos que juegan bajo los puentes.

Pero tú no buscabas los ojos arañados,
ni el pantano oscurísimo donde sumergen a los niños,
ni la saliva helada,
ni las curvas heridas como panza de sapo
que llevan los maricas en coches y terrazas
mientras la luna los azota por las esquinas del terror.

Tú buscabas un desnudo que fuera como un río,
toro y sueño que junte la rueda con el alga,
padre de tu agonía, camelia de tu muerte,
y gimiera en las llamas de tu ecuador oculto.

Porque es justo que el hombre no busque su deleite
en la selva de sangre de la mañana próxima.
El cielo tiene playas donde evitar la vida
y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora.

Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.
Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía.
Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades,
la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises,
los ricos dan a sus queridas
pequeños moribundos iluminados,
y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.

Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo
por vena de coral o celeste desnudo.
Mañana los amores serán rocas y el Tiempo
una brisa que viene dormida por las ramas.

Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whítman,
contra el niño que escribe
nombre de niña en su almohada,
ni contra el muchacho que se viste de novia
en la oscuridad del ropero,
ni contra los solitarios de los casinos
que beben con asco el agua de la prostitución,
ni contra los hombres de mirada verde
que aman al hombre y queman sus labios en silencio.
Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades,
de carne tumefacta y pensamiento inmundo,
madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño
del Amor que reparte coronas de alegría.

Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos
gotas de sucia muerte con amargo veneno.
Contra vosotros siempre,
Faeries de Norteamérica,
Pájaros de la Habana,
Jotos de Méjico,
Sarasas de Cádiz,
Ápios de Sevilla,
Cancos de Madrid,
Floras de Alicante,
Adelaidas de Portugal.

¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!
Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores,
abiertos en las plazas con fiebre de abanico
o emboscadas en yertos paisajes de cicuta.

¡No haya cuartel! La muerte
mana de vuestros ojos
y agrupa flores grises en la orilla del cieno.
¡No haya cuartel! ¡Alerta!
Que los confundidos, los puros,
los clásicos, los señalados, los suplicantes
os cierren las puertas de la bacanal.

Y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson
con la barba hacia el polo y las manos abiertas.
Arcilla blanda o nieve, tu lengua está llamando
camaradas que velen tu gacela sin cuerpo.
Duerme, no queda nada.
Una danza de muros agita las praderas
y América se anega de máquinas y llanto.
Quiero que el aire fuerte de la noche más honda
quite flores y letras del arco donde duermes
y un niño negro anuncie a los blancos del oro
la llegada del reino de la espiga.



fotografía: www.facebook.com/literland/

miércoles, 10 de octubre de 2018

José Coronel Urtecho -Oda a Rubén Darío

José Coronel Urtecho, Nicaragua, 28 de febrero 1906 – Costa Rica, 19 de marzo 1994


Oda a Rubén Darío

                                “¿Ella? No la anuncian. No llega aún.”
                                                         Rubén Darío. Heraldos

I
(Acompañamiento de papel de lija)

Burlé tu león de cemento al cabo.
Tú sabes que mi llanto fue de lágrimas,
i no de perlas. Te amo.
Soy el asesino de tus retratos.
Por vez primera comimos naranjas.
Il n´y a pas de chocolat —dijo tu ángel de la guarda.
Ahora podías perfectamente
mostrarme tu vida por la ventana
como unos cuadros que nadie ha pintado.
Tu vestido de emperador, que cuelga
de la pared, bordado de palabras,
cuánto más pequeño que ese pajama
con que duermes ahora,
que eres tan sólo un alma.
Yo te besé las manos.
“Stella —tú hablabas contigo mismo—
llegó por fin después de la parada”,
i no recuerdo qué dijiste luego.
Sé que reímos de ello.
(Por fin te dije: “Maestro, quisiera
ver el fauno”.
Mas tú: “Vete a un convento”).
Hablamos de Zorrilla. Tu dijiste:
“Mi padre” i hablamos de los amigos.
“Et le reste est literature” de nuevo
tu ángel impertinente.
Tú te exaltaste mucho.
“Literatura todo —el resto es esto”.
Entonces comprendimos la tragedia.
Es como el agua cuando
inunda un campo, un pueblo
sin alboroto i se entra
por las puertas i llena los salones
de los palacios —en busca de un cauce,
del mar, nadie sabe.
Tú que dijiste tantas veces “Ecce
Homo” frente al espejo
i no sabías cuál de los dos era
el verdadero, si acaso era alguno.
(¿Te entraban deseos de hacer pedazos
el cristal?) Nada de esto
(mármol bajo el azul) en tus jardines
—donde antes de morir rezaste al cabo—
donde yo me paseo con mi novia
i soy irrespetuoso con los cisnes.


II
(Acompañamiento de tambores)

He tenido una reyerta
con el Ladrón de tus Corbatas
(yo mismo cuando iba a la escuela),
el cual me ha roto tus ritmos
a puñetazos en las orejas…
Libertador, te llamaría,
si esto no fuera una insolencia
contra tus manos provenzales
(i el Cancionero de Baena)
en el “Clavicordio de la Abuela”
—tus manos, que beso de nuevo,
Maestro.
En nuestra casa nos reuníamos
para verte partir en globo
i tú partías en una galera
—después descubrimos que la luna
era una bicicleta—
y regresabas a la gran fiesta
de la apertura de tu maleta.
La Abuela se enfurecía
de tus sinfonías parisienses,
i los chicuelos nos comíamos
tus peras de cera.
(Oh tus sabrosas frutas de cera)
Tú comprendes.
Tú que estuviste en el Louvre,
entre los mármoles de Grecia,
y ejecutaste una marcha
a la Victoria de Samotracia,
tú comprendes por qué te hablo
como una máquina fotográfica
en la plaza de la Independencia
de las Cosmópolis de América,
donde enseñaste a criar Centauros
a los ganaderos de las Pampas.
Porque, buscándome en vano
entre tus cortinajes de ensueño,
he terminado por llamarte
“Maestro, maestro”,
donde tu música suntuosa
es la armonía de tu silencio…
(¿Por qué has huído, maestro?)
(Hay unas gotas de sangre
en tus tapices).
Comprendo.
Perdón. Nada ha sido.
Vuelvo a la cuerda de mi contento.
¿Rubén? Sí. Rubén fue un mármol
griego. (¿No es esto?)
“All’s right with the world”, nos dijo
con su prosaísmo soberbio
nuestro querido sir Roberto
Browning. Y es cierto.

FINAL
(Con pito)

En fin, Rubén,
paisano inevitable, te saludo
con mi bombín,
que se comieron los ratones en
mil novecientos veinte i cin-
co. Amén.

lunes, 8 de octubre de 2018

Abelardo Castillo -Fotografía de Malcom Lowry

Abelardo Castillo, San Pedro, 27 de marzo 1935 - Bs As, 2 de mayo 2017


Fotografía de Malcom Lowry

Tremendas mangas, tremendos pantalones y ese mar y esa barba,
Malcolm Lowry y el Popocatepetl detrás, o lo que sea,
algo como un volcán,
como el Embudo aquél,
como un presagio.

Es raro, señor Lowry,
lo miro y hace frío,
me digo yo a este hombre lo conozco con esa mole gris como la
muerte, tiene las manos entre las piernas, tiene frente
de mono y grandes mangas y un pantalón de lino, un
pantalón como de marinero,
detrás la bestia gris, como de Biblia
detrás
hay una especie de montaña que a lo mejor fue verde en las laderas,
pero cómo saberlo.

Y es notable
que alguien saque la foto
de los que posan sobre un fondo tan gris mirando lejos.

Sería interesante
hacerse una pregunta, consultar
a un astrólogo,
sincerarse,
y ver qué significa Malcolm Lowry mirando lejos junto al mar
con las manos entre las piernas
como un chico que duerme, con sus tremendas mangas y
sus tremendos pantalones, Malcolm Lowry con sus tremendos
pantalones y su barba,
tranquilamente junto al mar,
pegado en mi pared,
de perfil al demonio.

sábado, 6 de octubre de 2018

José Hierro -Generación

José Hierro, Madrid, 3 de abril 1922 – Madrid. 21 de diciembre 2002


Generación

No fue jamás mejor aquello.
Esto de ahora es doloroso;
pero el dolor nos hace hombres
y ya ninguno estamos solos.
Alto fue el precio que pagamos:
miseria y llanto de los ojos,
nuestros mejores años verdes
y nuestros sueños más hermosos.

Porque nacimos bajo el signo
del cerebro. Pero ya todo
se vino a tierra una mañana.
Lo devastó un viento glorioso,
y somos ruinas o cimientos,
algo inconcreto, algo borroso:
tronco cortado a ras de tierra,
que nadie sabe que fue tronco.

Predestinados para sabios,
para teóricos,
nos enseñaron muchas cosas
conceptualmente. Y como a un pozo
de agua estancada y silenciosa,
fuimos echando piedras, lodo,
trozos inútiles de muerte,
mármoles rotos.
Ahora no vemos sobre el agua
El paisaje que se alza en torno.

Predestinados para sabios,
para teóricos,
conoceríamos la vida
sólo a través del microscopio,
y nuestro amigo, nuestro hermano,
serían entes, microcosmos,
nombres velados, sin sentido,
abstracciones…

Pero ya todo
se vino a tierra una mañana.
Lo devastó un viento glorioso.
Se desbordó un día la vida,
nos tornó locos,
y les pusimos a las cosas
nuevos nombres. Y el vino rojo
de la sangre, y el agua pálida
del llanto, el sol majestuoso
del mediodía de verano
fueron más que simples fenómenos,
abstracciones, malabarismos
de los teóricos.
Éramos hombres, y el de enfrente,
aquel que hablaba con nosotros,
de su tiempo, de nuestro tiempo,
no era un ente ni un microcosmos.
El que sufría, el que gritaba
o lloraba por estar solo;
el que durmió sobre la hierba
las noches húmedas de otoño
a nuestro lado, alma con alma,
hombro con hombro,
aquél, cegado por la tierra
que nos echaban a los ojos;
aquél que anduvo por los campos
solitario, pisando odios,
era un hombre de carne y hueso
como nosotros.


Es extraño. Noches y días
se suceden. Seguimos solos
como unos árboles raquíticos
en la cima de un monte. Pozos
semicegados. (Pero el agua,
invisible para los ojos,
como una remota esperanza
suena en el fondo.)

Es triste alzarse de uno mismo,
poner los ojos en el rostro
de los hombres que han de venir
tras de nosotros,
que no sabrán que entre los árboles,
sobre la hierba, en el mar hondo,
en las ciudades, en las cumbres,
hemos cantado, temblorosos
por la alegría de estar vivos.

Así pasamos, como un soplo
de brisa azul sobre la piedra.
Sin dejar rastro, como el oro
de las hojas, cuando coronan
la frente grave del otoño…

Porque no queda ni una sola
rosa plantada por nosotros.

jueves, 4 de octubre de 2018

Flavio Crescenzi -Lecciones de urbanismo XIV

Flavio Crescenzi, Córdoba, 20 de julio 1973


Lecciones de urbanismo XIV

Todos pensamos un crimen perfecto, decisivo, como se piensa un poema o una sinfonía. Se trata de un crimen capaz de completarnos, de liberarnos, de hacernos más nosotros. Todos soñamos siempre un crimen, lo soñamos despiertos, lo perfeccionamos día a día, durante años, siglos, cerca o lejos de la víctima.

Y afilamos cuchillos, sacamos navajas o tijeras a la luz de la luna, imaginamos armas muy lustrosas que hermosean la muerte, un estampido de silencio o un lento filo de oro que navega las aguas de un cuerpo, hasta dar con su proa en el corazón del mártir elegido.

Todos tenemos un crimen escondido, nuestro viejo proyecto, un último gesto de odio acuñado con ternura, una suave decisión violenta, ese cuerpo que ya flota, como enorme magnolia, en el agua agazapada del estanque, y que teñirá todo de rojo, como lo hace el crepúsculo que hay en cada sacrificio.

Vivimos nuestro crimen, lo pensamos despacio, vamos cambiando de proyecto, o insistiendo en el mismo, ultimando detalles como un buen novelista. Crimen cuyo motivo, en puridad, ya hemos olvidado, porque el asunto es matar a alguien muy concreto, aunque no sepamos por qué. Y así, obsesiva y sagradamente, vamos depurando un cadáver viviente gracias a una serie de ultrajes inventados. No hay nada que vengar, el tiempo se encarga de hacer justicia a su manera, pero el muerto (nuestro muerto) tiene ya cara de víctima. Su existencia, su trato con nosotros, el espacio que ocupa en la noche o en el día, es una provocación, un signo, una tácita invitación al homicidio.

Todos tenemos una víctima. No sabríamos vivir sin ella. Y urdir ese crimen, pasar noches enteras blanqueando metales, aquellas dagas imposibles de la bellísima falta, todo eso es lo que nos va matando, eso es de lo que vamos muriendo. Moriremos finalmente de nuestro propio crimen, de aquel que jamás cometeremos.





martes, 2 de octubre de 2018

Joyce Mansour -Rapaces

Joyce Mansour, Reino Unido, 25 de julio 1928 – París, 27 de agosto 1986
Traducción Eugenio Castro


Rapaces

No conozco el infierno
Pero mi cuerpo arde desde mi nacimiento
Ningún diablo aviva mi odio
Ningún sátiro me persigue
Pero el verbo se transforma en parásitos en mis labios
Y mi pubis tan sensible a la lluvia
Inmóvil como un molusco flatulento de música
Se aferra al teléfono
Y llora
A mi pesar mi carroña se exalta con tu viejo sexo al descubierto
Y durmiente.

*****

Estoy harta de los hombres
De sus súplicas de su pelambre
De su fe de sus modos
Ya he tenidos suficiente con su esqueleto
Bendíceme loca luz que iluminas los montes celestes
Aspiro a quedarme de nuevo vacía como el ojo apacible
Del insomnio
Aspiro a ser astro de nuevo.