Tom Paulin, Reino Unido, 25 de enero 1949
Versión Gerardo Gambolini
Arthur
Todo el mundo tenía alguien que le obsequiaba naranjas,
soberanos o florines lustrosos,
que usaba sacos verde-botella, que fumaba
una pipa de arcilla el día de St. Swithin*
y que calentaba su cerveza metiendo un atizador al rojo vivo
en la jarra de litro.
Pero tú, tú eres distinto.
Tú partiste antes de que millones se calzaran las polainas
y huyeran al mar, alas praderas, a New York,
donde te arrojaban a una celda cuando le decías a alguien
que el pelo rubio te hacía espía de Alemania.
Después del telegrama solicitando
tu certificado de nacimiento,
nadie en la isla supo nada de ti
hasta que el Armisticio trajo una carta de una esposa
de la que nadie nunca había escuchado.
La dejaste con el niño.
Ella quería dinero.
Tú estabas en algún lugar de Sudamérica
en la mayor libertad, la libertad
de desde-entonces-nunca-más-se-supo-de-él.
Así’ es que te veo a veces
remontando el Orinoco o el Río de la Plata
con rifle, mestizo fiel y una querida nativa,
atravesando ciudades de estuco derruido y cubierto
de lianas y anacondas,
pasando por sus teatros abandonados
donde solía cantar Caruso entre un millón de botellas
de espumante importado.
O te veo si no en las repúblicas de abasto,
tomando ron por el puerto en Buenos Aires,
esperando que te cambie la suerte;
las noches cálidas y pegajosas, las noticias de Europa,
los criminales de guerra anidando como murciélagos
en la pringosa oscuridad.
Tu hermana creyó ver tu rostro una vez en una escena,
entre el gentío. Fue al cine toda una semana,
aguardando tu opaca aparición. Ella piensa
que estás vivo, sentado en la galería de tu hacienda,
mi tío abuelo perdido, el rubio temerario indestructible
que andaba siempre haciéndose la rabona y saltando
del muro del puerto.
Lo que yo quiero saber es
cómo lo hiciste,
cómo te libraste de una prudencia heredada
o si es que sencillamente nunca la conociste.
Creo que tu tumba está perdida
en la espesura de un continente tropical.
Eres un recuerdo que dejó de emitir señal.
Y aunque te pusieron el nombre por el rey que supuestamente
despertará y regresará algún día,
yo sé que si te aparecieras en mi puerta,
un viejo lobo de mar con un cinturón de cuero gastado
y un rostro que he visto antes en otra parte,
no serías bienvenido.
Querría que te fueras.
* Santo irlandés en cuyo día los curas bendicen las gargantas de los fieles.
Versión Gerardo Gambolini
Arthur
Todo el mundo tenía alguien que le obsequiaba naranjas,
soberanos o florines lustrosos,
que usaba sacos verde-botella, que fumaba
una pipa de arcilla el día de St. Swithin*
y que calentaba su cerveza metiendo un atizador al rojo vivo
en la jarra de litro.
Pero tú, tú eres distinto.
Tú partiste antes de que millones se calzaran las polainas
y huyeran al mar, alas praderas, a New York,
donde te arrojaban a una celda cuando le decías a alguien
que el pelo rubio te hacía espía de Alemania.
Después del telegrama solicitando
tu certificado de nacimiento,
nadie en la isla supo nada de ti
hasta que el Armisticio trajo una carta de una esposa
de la que nadie nunca había escuchado.
La dejaste con el niño.
Ella quería dinero.
Tú estabas en algún lugar de Sudamérica
en la mayor libertad, la libertad
de desde-entonces-nunca-más-se-supo-de-él.
Así’ es que te veo a veces
remontando el Orinoco o el Río de la Plata
con rifle, mestizo fiel y una querida nativa,
atravesando ciudades de estuco derruido y cubierto
de lianas y anacondas,
pasando por sus teatros abandonados
donde solía cantar Caruso entre un millón de botellas
de espumante importado.
O te veo si no en las repúblicas de abasto,
tomando ron por el puerto en Buenos Aires,
esperando que te cambie la suerte;
las noches cálidas y pegajosas, las noticias de Europa,
los criminales de guerra anidando como murciélagos
en la pringosa oscuridad.
Tu hermana creyó ver tu rostro una vez en una escena,
entre el gentío. Fue al cine toda una semana,
aguardando tu opaca aparición. Ella piensa
que estás vivo, sentado en la galería de tu hacienda,
mi tío abuelo perdido, el rubio temerario indestructible
que andaba siempre haciéndose la rabona y saltando
del muro del puerto.
Lo que yo quiero saber es
cómo lo hiciste,
cómo te libraste de una prudencia heredada
o si es que sencillamente nunca la conociste.
Creo que tu tumba está perdida
en la espesura de un continente tropical.
Eres un recuerdo que dejó de emitir señal.
Y aunque te pusieron el nombre por el rey que supuestamente
despertará y regresará algún día,
yo sé que si te aparecieras en mi puerta,
un viejo lobo de mar con un cinturón de cuero gastado
y un rostro que he visto antes en otra parte,
no serías bienvenido.
Querría que te fueras.
* Santo irlandés en cuyo día los curas bendicen las gargantas de los fieles.
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