Aimé Cesaire, Martinica, 26 de junio 1913 – Martinica, 17 de abril 2008
Traducción José Luis Rivas
Las armas milagrosas
El violento machetazo del placer rojo en plena frente había
sangre y ese árbol llamando flamboyán flamígero y al que
nunca le queda tan bien ese nombre como en vísperas de
ciclón y de ciudades saqueadas la nueva sangre la razón
roja todas las palabras que en todas las lenguas significan
morir de sed y sólo cuando el morir tenía el sabor del pan
y de la tierra y la mar un sabor de antepasado y ese pájaro
que me grita que no me rinda y la paciencia de los alaridos
en cada recodo de mi lengua
(la arcada más bella y que es un chorro de sangre
la arcada más bella y que es una ojera lila
la arcada más bella y que se llama noche
y la belleza anarquista de tus brazos en cruz
y la belleza eucarística que llamea de tu sexo en cuyo nombre
saludaba yo el embalse de mis labios violentos)
había la belleza de los minutos que son joyas con rebaja del
bazar de la crueldad el sol de los minutos y su lindo hocico
de lobo que el hambre saca del bosque la cruz roja de los
minutos que son las murenas camino de los viveros y las
estaciones y las fragilidades inmensas de la mar que es un
pájaro loco clavado muerto sobre el portón de las tierras
cocheras y había hasta el pavor tales como el relato de julio
de los sapos de la esperanza y de la desesperanza limpios de
astros por encima de las aguas allá donde la fusión de los
días que garantiza el bórax justifica las veladoras gestantes
las fornicaciones de la hierba que no hay que contemplar
sin cautela las cópulas del agua reflejadas por el espejo de
los magos los animales marinos para atrapar en la cuenca
del placer de los asaltos de vocablos con todas las cañoneras
humeantes para festejar el nacimiento del heredero
varón en instancia paralela con la aparición de las praderas
siderales en la vertiente de la bolsa de los volcanes
escolopendra escolopendra
hasta el párpado de las dunas sobre las ciudades prohibidas
azotadas por la cólera de Dios
escolopendra escolopendra
hasta el desastre crepitante y grave que arroja las ciudades
enanas contra la cabeza de los caballos más fogosos cuando
en plena arena levantan
su tenebrario sobre las fuerzas desconocidas del diluvio
escolopendra escolopendra
cresta cresta cimacio revienta olas en sable en caleta
en aldea
dormido sobre sus piernas de pilotes y de safenas de agua
cansada
en un momento se producirá la derrota de los silos olfateados
de cerca
el azar rostro de pozo de condotiero ecuestre con charcos
artesianos y las cucharillas de los senderos libertinos a
modo de armadura
rostro de viento
rostro uterino y lémur con dedos ahuecados en las monedas
y la nomenclatura química
y la carne invertirá sus grandes hojas de plátano que el viento
de los tugurios fuera de las estrellas que señalan la marcha
hacia atrás de las heridas de la noche hacia los desiertos de
la infancia hará como si leyera
en un momento habrá sangre vertida donde las luciérnagas
tiran de las cadenillas de las lámparas eléctricas para la
celebración de las compitales
y las chiquilladas del alfabeto de los espasmos que traza las
grandes cornamentas de la herejía o de la connivencia
habrá el desprendimiento de los trasatlánticos del silencio
que surcan
día y noche las cataratas de la catástrofe en torno a las sienes
duchas en trashumaciones
y la mar retraerá sus minúsculos párpados de halcón y tú
tratarás de asir el instante el gran feudatario recorrerá su
feudo a la velocidad del oro fino del deseo por las rutas
de neuronas observa bien si el pajarillo no ha tragado la
estola de gran rey atónito en la sala pletórica de historias
adorará sus manos pulquérrimas sus manos levantadas
en el rincón del desastre entonces la mar calzará otra vez
sus zapatillas acuérdate de cantar para no apagar la moral
que es la moneda obsidional de las ciudades privadas de
agua y de sueño entonces la mar se sentará a la mesa muy
suavemente y los pájaros cantarán muy suavemente en las
básculas de la sal la canción de cuna congoleña que la
soldadesca me ha hecho olvidar pero que la mar muy piadosa
de las cajas craneanas conserva en sus folios rituales
escolopendra escolopendra
hasta que las correrías a caballo anden de juerga por los
prados salinos de abismos con el murmullo humano rico
de prehistoria en los oídos
escolopendra escolopendra
mientras no alcancemos la piedra sin dialecto la hoja sin
torreón el agua frágil sin fémur el peritoneo seroso de las
noches del manantial
Traducción José Luis Rivas
Las armas milagrosas
El violento machetazo del placer rojo en plena frente había
sangre y ese árbol llamando flamboyán flamígero y al que
nunca le queda tan bien ese nombre como en vísperas de
ciclón y de ciudades saqueadas la nueva sangre la razón
roja todas las palabras que en todas las lenguas significan
morir de sed y sólo cuando el morir tenía el sabor del pan
y de la tierra y la mar un sabor de antepasado y ese pájaro
que me grita que no me rinda y la paciencia de los alaridos
en cada recodo de mi lengua
(la arcada más bella y que es un chorro de sangre
la arcada más bella y que es una ojera lila
la arcada más bella y que se llama noche
y la belleza anarquista de tus brazos en cruz
y la belleza eucarística que llamea de tu sexo en cuyo nombre
saludaba yo el embalse de mis labios violentos)
había la belleza de los minutos que son joyas con rebaja del
bazar de la crueldad el sol de los minutos y su lindo hocico
de lobo que el hambre saca del bosque la cruz roja de los
minutos que son las murenas camino de los viveros y las
estaciones y las fragilidades inmensas de la mar que es un
pájaro loco clavado muerto sobre el portón de las tierras
cocheras y había hasta el pavor tales como el relato de julio
de los sapos de la esperanza y de la desesperanza limpios de
astros por encima de las aguas allá donde la fusión de los
días que garantiza el bórax justifica las veladoras gestantes
las fornicaciones de la hierba que no hay que contemplar
sin cautela las cópulas del agua reflejadas por el espejo de
los magos los animales marinos para atrapar en la cuenca
del placer de los asaltos de vocablos con todas las cañoneras
humeantes para festejar el nacimiento del heredero
varón en instancia paralela con la aparición de las praderas
siderales en la vertiente de la bolsa de los volcanes
escolopendra escolopendra
hasta el párpado de las dunas sobre las ciudades prohibidas
azotadas por la cólera de Dios
escolopendra escolopendra
hasta el desastre crepitante y grave que arroja las ciudades
enanas contra la cabeza de los caballos más fogosos cuando
en plena arena levantan
su tenebrario sobre las fuerzas desconocidas del diluvio
escolopendra escolopendra
cresta cresta cimacio revienta olas en sable en caleta
en aldea
dormido sobre sus piernas de pilotes y de safenas de agua
cansada
en un momento se producirá la derrota de los silos olfateados
de cerca
el azar rostro de pozo de condotiero ecuestre con charcos
artesianos y las cucharillas de los senderos libertinos a
modo de armadura
rostro de viento
rostro uterino y lémur con dedos ahuecados en las monedas
y la nomenclatura química
y la carne invertirá sus grandes hojas de plátano que el viento
de los tugurios fuera de las estrellas que señalan la marcha
hacia atrás de las heridas de la noche hacia los desiertos de
la infancia hará como si leyera
en un momento habrá sangre vertida donde las luciérnagas
tiran de las cadenillas de las lámparas eléctricas para la
celebración de las compitales
y las chiquilladas del alfabeto de los espasmos que traza las
grandes cornamentas de la herejía o de la connivencia
habrá el desprendimiento de los trasatlánticos del silencio
que surcan
día y noche las cataratas de la catástrofe en torno a las sienes
duchas en trashumaciones
y la mar retraerá sus minúsculos párpados de halcón y tú
tratarás de asir el instante el gran feudatario recorrerá su
feudo a la velocidad del oro fino del deseo por las rutas
de neuronas observa bien si el pajarillo no ha tragado la
estola de gran rey atónito en la sala pletórica de historias
adorará sus manos pulquérrimas sus manos levantadas
en el rincón del desastre entonces la mar calzará otra vez
sus zapatillas acuérdate de cantar para no apagar la moral
que es la moneda obsidional de las ciudades privadas de
agua y de sueño entonces la mar se sentará a la mesa muy
suavemente y los pájaros cantarán muy suavemente en las
básculas de la sal la canción de cuna congoleña que la
soldadesca me ha hecho olvidar pero que la mar muy piadosa
de las cajas craneanas conserva en sus folios rituales
escolopendra escolopendra
hasta que las correrías a caballo anden de juerga por los
prados salinos de abismos con el murmullo humano rico
de prehistoria en los oídos
escolopendra escolopendra
mientras no alcancemos la piedra sin dialecto la hoja sin
torreón el agua frágil sin fémur el peritoneo seroso de las
noches del manantial
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