Alice de Chambrier, Suiza, 28 de septiembre 1861–Suiza, 20 de diciembre 1882
Traducción Missi Alejandrina
Evoluciones
Dónde desaparecieron, los innumerables pueblos,
Otrora fugitivos de los abismos de la nada.
Semejantes de las huestes devoradas por las arenas
¿Qué deposita la ola al borde del océano?
Un día, vinieron conquistadores soberbios,
Sometieron el globo, reinaron sobre él;
Un solo corte de la hoz que desbroza los campos
Los ha sumergido súbitamente en la noche eterna.
Hemos visto derrumbarse, sus poderes seculares,
Babilonia, Nínive, Tebas y Menfis;
Estas urbes no han dejado sino esquirlas efímeras,
Testigos inanimadas, arcilla sepultada.
En estos sitios, hoy vastos desiertos estériles,
Se exhibía el esplendor de un lujo minucioso,
Y el pueblo que con júbilo colmaba las ciudades
A la inmortalidad se creía destinado.
No hizo falta más de un día o una hora
Para desmoronar sus muros, sus templos y sus dioses,
Para hacer de palacios suntuosos el amparo
De serpientes áridas y pájaros celestes.
Otros les han sucedido, sobrevivientes de naufragios;
Otros han reunido la multitud de sus vestigios
Ruinas diseminadas en el Océano de las eras,
Destrozos de un navío yaciente en el fondo de las aguas.
Arte y Ciencia sus alas entreabrieron
Como un águila altiva de veleidoso vuelo;
Sobrevolaron nuevos territorios
Para rehacer su nido al abrigo de otros cielos.
Empezaron con Asia donde la historia del mundo
Nace ante el verde de los bosquecillos del Edén,
Asia, astro radiante que penetra la noche profunda
Como el sol saliente en la opacidad matinal.
Le siguieron África y Egipto fértil
Donde aparece el Nilo como un dios bienhechor,
Tebas y su grandiosa necrópolis, tétrica cripta;
Donde los muertos reunidos vigilaban el presente.
Eligieron después, Europa, Italia,
Nación tiernamente arrullada por las olas azules,
Donde, en el vago eco de un sollozo debilitado,
Espira la ráfaga de viento sobre la arena ondulada.
Italia, donde parecida a una piedra preciosa
Incrustada en el centro de un hermoso relicario,
Roma, que sostenía la voluntad divina,
De las asombradas poblaciones deslumbraba los ojos.
Ella misma en su ímpetu fue preciada y derrumbada,
Ella ha visto apagarse su gloria y su esplendor;
Lo que queda hoy día de su belleza pasada
No es más que un espejismo lejano de su arcaica grandeza.
Mas fue la ignorada Europa del Norte
La que devino en refugio del saber y las artes;
Es ella ahora la nación suprema,
Y los hombres sobre ella atraen las miradas.
¿Hasta cuándo? Nadie sabe. Existe un Nuevo Mundo
Más allá de las olas que se multiplican día tras día;
Su frontera es inmensa y su tierra fecunda,
América puede que sea su próximo destino.
Pasará igualmente. – Aquella tierra apartada
¿Recibirá la carga que las otras perdieron?
En aquella región, entre aquella raza humana
¿Arderá todavía el fuego de esa llama sagrada?
¡Sí! Dentro de unos cuantos miles de años, en menos tiempo quizá
¿Dónde estarán nuestros palacios, nuestros imperios, nuestras leyes? –
El tiempo, nivelador[1] feroz, gran maestro,
Habrá transformado todo por céntima vez.
Y las bellas ciudades en las que nos glorificamos,
Donde debían sucedernos nuestros hijos para siempre,
No serán más que un sueño para la triste memoria,
Como ustedes ¡Oh Nínive! ¡Oh Tebas! ¡Oh Menfis!
Traducción Missi Alejandrina
Evoluciones
Dónde desaparecieron, los innumerables pueblos,
Otrora fugitivos de los abismos de la nada.
Semejantes de las huestes devoradas por las arenas
¿Qué deposita la ola al borde del océano?
Un día, vinieron conquistadores soberbios,
Sometieron el globo, reinaron sobre él;
Un solo corte de la hoz que desbroza los campos
Los ha sumergido súbitamente en la noche eterna.
Hemos visto derrumbarse, sus poderes seculares,
Babilonia, Nínive, Tebas y Menfis;
Estas urbes no han dejado sino esquirlas efímeras,
Testigos inanimadas, arcilla sepultada.
En estos sitios, hoy vastos desiertos estériles,
Se exhibía el esplendor de un lujo minucioso,
Y el pueblo que con júbilo colmaba las ciudades
A la inmortalidad se creía destinado.
No hizo falta más de un día o una hora
Para desmoronar sus muros, sus templos y sus dioses,
Para hacer de palacios suntuosos el amparo
De serpientes áridas y pájaros celestes.
Otros les han sucedido, sobrevivientes de naufragios;
Otros han reunido la multitud de sus vestigios
Ruinas diseminadas en el Océano de las eras,
Destrozos de un navío yaciente en el fondo de las aguas.
Arte y Ciencia sus alas entreabrieron
Como un águila altiva de veleidoso vuelo;
Sobrevolaron nuevos territorios
Para rehacer su nido al abrigo de otros cielos.
Empezaron con Asia donde la historia del mundo
Nace ante el verde de los bosquecillos del Edén,
Asia, astro radiante que penetra la noche profunda
Como el sol saliente en la opacidad matinal.
Le siguieron África y Egipto fértil
Donde aparece el Nilo como un dios bienhechor,
Tebas y su grandiosa necrópolis, tétrica cripta;
Donde los muertos reunidos vigilaban el presente.
Eligieron después, Europa, Italia,
Nación tiernamente arrullada por las olas azules,
Donde, en el vago eco de un sollozo debilitado,
Espira la ráfaga de viento sobre la arena ondulada.
Italia, donde parecida a una piedra preciosa
Incrustada en el centro de un hermoso relicario,
Roma, que sostenía la voluntad divina,
De las asombradas poblaciones deslumbraba los ojos.
Ella misma en su ímpetu fue preciada y derrumbada,
Ella ha visto apagarse su gloria y su esplendor;
Lo que queda hoy día de su belleza pasada
No es más que un espejismo lejano de su arcaica grandeza.
Mas fue la ignorada Europa del Norte
La que devino en refugio del saber y las artes;
Es ella ahora la nación suprema,
Y los hombres sobre ella atraen las miradas.
¿Hasta cuándo? Nadie sabe. Existe un Nuevo Mundo
Más allá de las olas que se multiplican día tras día;
Su frontera es inmensa y su tierra fecunda,
América puede que sea su próximo destino.
Pasará igualmente. – Aquella tierra apartada
¿Recibirá la carga que las otras perdieron?
En aquella región, entre aquella raza humana
¿Arderá todavía el fuego de esa llama sagrada?
¡Sí! Dentro de unos cuantos miles de años, en menos tiempo quizá
¿Dónde estarán nuestros palacios, nuestros imperios, nuestras leyes? –
El tiempo, nivelador[1] feroz, gran maestro,
Habrá transformado todo por céntima vez.
Y las bellas ciudades en las que nos glorificamos,
Donde debían sucedernos nuestros hijos para siempre,
No serán más que un sueño para la triste memoria,
Como ustedes ¡Oh Nínive! ¡Oh Tebas! ¡Oh Menfis!
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