Chantall Maillard, Bruselas, 18 de marzo 1951
Las lágrimas de Kali, la conjuradora
I
Que nadie me mire:
caerá fulminado;
que nadie se aproxime,
que nadie me requiera:
contestaré con el rayo,
con la espada
o el detonador
de un arma mortífera.
En mi parcela de universo
yo soy Siva,
soy Kali,
la destructora,
no la cólera de Dios,
no,
sin cólera,
sin rencor,
sin venganza,
sin justicia,
soy la gran destructora cuya furia
no se aplaca,
mi mundo,
el que yo he creado,
desaparece entre las llamas
que brotan de mis pies.
Danzo descalza sobre mis enemigos,
¡No pronunciéis mi nombre!
¡Cuidad de no pronunciarlo!
La voz se os quebraría en la boca
y escupiríais diamantes
como si fuesen un volcán vuestras entrañas.
Que nada se mueva: todo
lo que se agite se disolverá
en su propio aleteo.
No es justicia,
no es némesis,
es la pura Soledad
que se asume a sí misma
y se quiere y respeta
la voluntad de ser
de ser una,
una sola,
de ser única.
Yo soy Kali,
la destructora,
la oscura,
la del collar de calaveras,
la bebedora de sangre,
la solitaria.
La fuerza del universo
es el sonido de mis armas
y no hay perdón ni hay
remordimiento
porque no hay ofensa ni ofendido,
ni culpa ni culpable,
hay tan sólo un mundo acumulado
bajo las plantas de mis pies
y no lamento el final desgraciado
de algunos,
ni el argumento que fue felizmente
resuelto,
no lamento el final de todas
las historias
pues yo soy el principio
y el fin de todas ellas.
Yo soy Kali la oscura,
la terrible,
la bella,
la que construye el tiempo
contando sus víctimas.
Yo soy la que,
más tarde,
al despuntar el día,
contemplará los despojos
humeantes de aquel mundo
que fue suyo
y llorará despacio,
a escondidas de sí misma.
II
He declarado la guerra a todos mis enemigos.
Me he declarado la guerra a mí misma.
He declarado la guerra al mí.
Alejaos.
Temedme.
Por ahora sois aún los objetos del mí.
Sois el otro que me habita y me recorre
con oriflamas alzados donde dice
"Éste es el Pabellón de las Delicias",
"Éste es el Palacio del Terror".
Todos sois ejércitos
y lugares,
a la vez ejércitos
y a la vez lugares,
sois el mí que acude a vosotros
para odiaros o para desearos.
Cuando termine esta guerra
-si alguna vez termina-
podremos conversar
y tal vez amarnos,
podremos jugar a aquel juego
que consiste en abrir distancias
y volver a cerrarlas
sabiendo que no existe
ni el cerrar,
ni el abrir,
ni ninguna distancia.
III
Sólo lo imposible me enamora.
¡Le declaro la guerra a lo imposible!
Decreto la desorganización
de las jerarquías,
la decadencia de la
verticalidad.
Absuelvo la superficie.
Asumiré, en pago,
la desaparición del vértigo
y el temblor de la espera.
Sea.
Hasta que crezca el horizonte.
Para cuidar
su crecimiento.
Sea.
Tal vez más tarde el vértigo
sea constante.
Tal vez el temblor
arranque del presente.
Sé lo intensa que es
la vida dentro de las cosas.
¡En superficie, todas!
¡Declaro la guerra a lo posible
y a lo imposible!
¡Declaro la guerra
a la voluntad de logro!
Mi voluntad sin objeto
estalla como el trueno
y arrastra
los tiempos venideros
y el pasado
como un eco. Las montañas
me reciben con esa tenebrosa
densidad que prepara las tormentas.
A mi paso se inclinan
las hierbas y las bestias y
no hay lugar donde pueda
resguardarse
un corazón sensible
o tierno o malherido.
A la des-esperación
sucede el trueno.
No espero: actúo.
La tierra es el espacio del combate,
mis pisadas levantan el polvo
como una manada de búfalos
en estampida. No hay objeto
para mi acción,
no construyo
para un futuro.
Soy la que dice No
y en la soledad se consagra
como fuerza infinita,
al fin reabsorbida,
al fin libre.
IV
Yo soy Kali,
la oscura,
la del collar de calaveras,
la que nunca duerme,
la despiadada,
la guerrera,
la amante destructora
cuyo pie se apoya
en la posibilidad
de sí misma,
la posibilidad
siempre igual a sí misma.
He trocado
la cuerda del ahorcado
por el collar de calaveras
y frente a cualquier tú expreso
la libertad primera:
ningún deseo,
ningún lamento
ocupará el lugar
donde pueda surgir la ira,
o la fuerza,
o la calma,
las formas del Poder que se alimenta
de la gran Soledad.
Yo soy la que no es,
la Sola,
la que arranca de sí misma,
aquella que aprendió a cortar
una lágrima
con el filo de su espada
sin que en su acero permanezca
ni un rastro de humedad.
Soy la que nunca más
derramará una lágrima
porque nada posee salvo
su propia fuerza.
V
Heme aquí raíz,
savia de impulsos ascendentes,
madre aún,
posible siempre,
anticipada gestación
de un porvenir intruso
en un presente
que desestima el valor
de nacer a sí mismo de nuevo.
Heme aquí clavando
mis ojos
de savia encarcelada
en los troncos vacíos de los árboles
heme aquí creyendo,
queriendo creer
en la impostura de las ruinas,
el candor del desastre,
la calidez del humo en los rescoldos.
Heme aquí,
heme aquí,
he aquí que me atrevo
a creer en las ruinas.
¡Me atrevo a creer en las ruinas!
La maravilla misma del solve et coagula
ResponderBorrar