Ernestina Mo, CABA, 5 de noviembre 1953
La promesa
Te lo había prometido…
Te juro que en su momento lo hice, gobernada por ingenuidad florecida. En ese tiempo, escudaba mi sed crucificada y mi fuego repentino, detrás de mi dermis angelical, siempre dispuesta a disculpar tus ocasionales excusas.
Te lo había prometido…
Sí, porque estaba convencida de que los labios de los otros sabrían como los tuyos.
Que las salivas de esos otros, también se licuarían junto a las mías, para marearme, para inundarme, para desvanecerme…, como sólo las tuyas sabían hacerlo. Pero al descubrir el fraude, entendí que eran cavernas navegadas por veleros de imposibles aventuras.
Te lo había prometido…
Sí, pero aquel día en que lo hice, fue por haberme visto reflejada en la soberbia de tu espejo.
Te creí inalcanzable, impenetrable como un murallón imposible de franquear.
Ese segundo puesto al que me destinabas me obligaba a demostrarle al mundo hasta dónde era capaz de llegar.
Te lo había prometido…
Y tratando de guardar mi palabra, fui de a poco, casi sin darme cuenta, dejando de sufrir, dejando de anhelar…, dejando de pensar… convirtiéndome en magnífica obrera de mi resignación, al poner día tras día un ladrillo arriba del otro en mi propia pared.
Te lo había prometido…
Sería una mansa cierva que jamás se rebelaría ante el torbellino de tu furia.
Mas ahora, cuando las agujas de mi reloj están terminando de cursar su recorrido, me pregunto qué destino salvaje tuvieron las hojas de mi calendario…
Hoy, que puedo ser tan sólo triste espectadora en la ceremonia de tu último día, te quiero decir que ya no me importa nada.
Al diablo con las promesas que un día escaparon de mis labios. Reniego de aquella complicidad…
Quiero gritar al mundo… que me niego.
Ya no te puedo prometer nada.
Hoy quiero convertirme en tierra para estar a tu lado, amalgamada, desdibujada.
Amándote así, rebelde, por toda una eternidad.
Impresionante!
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