viernes, 8 de noviembre de 2024

DANIEL ARIAS -NOVIEMBRE

 






Esperaba la tarde abierta en Bulnes y Honduras 

con árboles, su copa de oro y la penumbra apenas.

La recuerdo como una música 

que transita como un dios en mí.


Aquellas hojas del verano contemplaron 

tus manos al costado de la luz 

y las brisas de la tarde leían en tu pelo 

el largo reflejo de un sueño y cantabas,

cantabas con la voz invencible del corazón

al granito del fondo del río de la calle

a los cordones de piedra en su siesta ignorada y sonreías

alta en el semblante como un cielo blanco

a la corrosión de la sombra amenazante,

y nuestras manos fueron el rocío y el jazmín,

las bocas unidas despaciosamente

los sentidos abiertos al milagro

y desatamos el resplandor del deseo y del secreto,

en la tierra del barrio compartido que sigue encendido todavía.


Ahora el tiempo es todo el tiempo y sigo renaciendo 

en aquellos tiempos y en el beso demorado 

juntos penetramos la sombra dura 

la noche pavorosa en busca del mínimo gesto,

la pequeña luz distante, un pétalo de aire

y así nos acostumbramos al invierno,

a la humedad y a una ciudad descompuesta

de ciudades sucesivas de nausea y de neón.

Aquí las hojas del verano que brillaron su antigua edad

salvaron del naufragio el zumbido de la tierra del cielo y del mar

todo pudo ser y fue una fina hebra de sol en la vereda,

como en los cuentos, 

como ahora que seguimos creciendo en la felicidad.


Daniel Arias




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