Luis Tedesco, Buenos Aires, 4 de octubre 1941
Estado de sitio
Era cosa de ver, los cuerpos
comían, se sacudían, eructaban,
unos gritaban, otros golpeaban, otros
dormían,
los más encendidos se arrojaban jugosos
bifes de chorizo,
y el pan y el vino, como bienes pasajeros,
iban de aquí parayá, de la tradición al
escarnio, saturados de consumo.
Era la fiesta, el feriado dominguero, el
éxtasis de vivir para vivir,
las armas contra la pared, alineadas, en
ordenado reposo, relucientes,
y el batallón de seguridá que se daba
a la alegría.
En la mesa contigua, sanitos y educados,
la familia promotora, los dueños
del negocio,
melosos como monaguiyos, adiestrados
en la discreción constante del instinto,
los probos, los impacientemente correctos,
la familia ganadora,
delicadamente despectivos, manifiestamente
superiores,
cada uno con su plato,
cada uno, a su manera,
dedicado al yantar prolijo,
a la acumulación cuidadosa,
al monólogo sutil con su alimento,
relajados, consientes de su diferencia, de su
don de mando, de su permisividá
amenazante,
preparados para ser autoridá,
para competir por un lugar en lo más alto,
en el lugar soñado,
para arremeter ante cualquier desmán
de lo adquirido.
Así las cosas en el paraje democrático,
los unos y los otros en la movilidá social,
en la inclusión selectiva,
mientras la sangre tirada de la gente
que sobra,
como suele ocurrir, como siempre ocurre,
como ya es habitual que ocurra en el paisaje
ciudadano,
tibia aún, aún encrespada
por el pabilar de su agonía,
aqueya sangre todavía vigorosa
empasta las cayes y salpica,
los pasos la chapotean y salpica,
luego, ya nivelados sus bordes saltarines,
oscura, moderadamente
se endurece.
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