Nuestra sangre es la luz
(Castro de las Labradas)
Éstas son las ruinas del cielo.
Éstas son las altas praderas de la desolación.
Cerrar los ojos y quedarse aquí,
o abrir los ojos y sobrevolar
las nubes y los límites,
los espinos del mundo, las heridas del mundo.
La idea es aquí sólo un aroma.
La palabra aquí sólo un silencio.
Este nido de soledad colmado
tuvo un día dos cercos de murallas,
pero el tiempo ha vencido, una a una, a sus piedras.
Derrotadas están por la más pura luz
las piedras de la historia,
las que sembró y recolectó la muerte.
(La piedra sólo es hoy un pájaro que canta.)
Roma venció a este nido de la luz,
a este cuenco de nieve, a estos labios helados de la roca
donde el ocaso viene a posar
las brasas de los suyos.
Luego, las nuevas piedras que alzó Roma
con sus armas, sus versos, sus amores,
también las derrotó el tiempo cruel.
Para sacralizar estos espacios
sin dioses conocidos,
hoy queda un laberinto de raíces,
una trama de sierpes.
Y las enmudecidas peñas no revelan
ni un solo secreto de estos montes;
ni los prados muertos, ni los prados vivos
nos hablan de los rebaños sonámbulos,
de los pastores ausentes;
ni nos hablan las piedras
de los llantos, aullidos, sonrisas,
de los que por aquí vagaron como lunas.
En el silencio de la cima
se guarda una lección no escrita, un secreto,
pues todavía hay algo que nos canta
como la piedra, un silencio
de nevero que reverbera, un ara
en la que arde lenta una hoguera
de llamas blancas.
(El fuego que concede el instante sublime
de la plena consciencia.)
Cerrar o abrir los ojos
en estos páramos del firmamento,
sintiendo el dilatado expirar del otoño,
la música que asciende desde pinares fríos
hasta el negro encinar,
la música que nace de la respiración
de los que ahora estamos leyendo en estas ruinas
y a los que tanta luz
también nos deshará despacio un día.
Aquí tú y yo, lo tuyo y lo mío,
lo de él, y lo de ellos, lo de todos,
nada serán al fin, nada seremos.
Porque ésta fue la sima
de los puñales,
abismo de las lanzas.
Aquí hallaremos la última lección
y la tumba de las ideas contrarias,
aunque allá abajo, en valles confiados,
el hombre aún no aprenda:
luche sin fin por nada un siglo y otro siglo.
Torques y ajorcas de oro sólo son un silencio
amordazado por esta montaña
de los olvidos.
Todo lo que no son signos o símbolos
aquí yace dormido o sepultado.
(Los mejores tesoros
la muerte los mantiene muy ocultos.)
Valdemoratones: pozo sin fondo de lo morado.
Pozo de la Negruría: el ojo que devoró y devora
cuanto no es paz en el mundo,
cuanto no es alma en el hombre.
Y allá, en la lejanía, Petavonium
(tan sólo unas esquirlas de sol cobrizo,
unas pestañas quemadas de plata,
un fuego que huye siempre al noroeste).
Jamás busquéis aquí los territorios
de la sangre, ni de las ideas
enfrentadas, ni los de la ambición.
Aquí no queda ya una gota
de sangre, pues la sangre
ya es la luz.
Nuestra sangre
será la luz mientras la luz no muera.
alpialdelapalabra.blogspot.com
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