Traducción Gloria Galindo
Sobre su ceguera
1
¿Es más barato ahora, me pregunto,
escribir con tinta que cuando Borges dictaba
sus cuentos laberínticos en Buenos Aires?
El Homero argentino consideraba las palabras símbolos
que compartimos con los demás. “Creo que la estética abstracta
es una ilusión vana,” escribió en un prefacio
en el que renunciaba a la originalidad, casi sin jactancia.
Después de ciego tuvo contacto visual con John Milton
en El paraíso perdido.
2
El amor es ciego. ¡Pero pasaron cuarenta años!
Cuarenta años con estudios, imitaciones o ataques de ira
al escapar el tigre de sus sueños. A veces visitaba
al oculista, siempre con desilusión: Estudió
a Joyce que debe haber amado a Nora, pero tan ciego
nunca fue. Alonso Quijano sólo después de
perder la razón y creerse Don Quijote, dejó
la biblioteca paterna; y cuarenta años después
de encontrar el amor en Ginebra, Borges quedó ciego –
¡Tan ciego como Beethoven sordo!
3
Trabajaba en la oscuridad y pulía mentalmente sus frases,
hasta centellear de pura metafísica
“Si uno es poeta, lo es siempre y se ve todo
invadido de poesía.” Borges se alimentaba
de su desgracia y reemplazó el mundo visible
con sagas y versos en inglés antiguo. Su ceguera
se volvió un don: sólo en aquel momento se puso
al nivel de Homero, y pudo ver
en la profundidad del oscuro y vasto mundo
en ese instante vertiginoso de la eternidad.
Vi y escuché a Borges todas las veces que vino a dar una charla a Rosario, jamás lo sentí un ser alimentado por su desgracia, todos sabemos que pedía perdón cada tres o cuatro frases, "perdón por mi ignorancia", repetía y yo le creía y le creo todo. Él, José Emilio Pacheco y Antonio Gamoneda, como Francisco Madariaga y Joaquín Giannuzzi, son los seres más humildes que conocí en mi vida... "No hay más ciego que el que no quiere ver", mon dieu. No me cae bien la ironía apalabrada de suposiciones de este frío poeta dinamarqués, Geor Rivelli querido. Sorry
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