Juan Rodolfo Wilcock, Bs As, 17 de abril 1919 – Lubriano, Italia, 16 de marzo 1978
Temas
I
Ves sol, girando, lo mudable; ves
inmutables los polos de tu esfera
y todo lo demás llegar a un término;
viste las Romas sucesivas, México,
las muertes de Antinoo y Gengis Kan,
y en su tumba la falsa Helena egipcia;
antes de haber historia viste a Andrómeda
ubicarse en el cielo, y la paloma
en los húmedos cedros de Ararat;
viste todas las cosas, viste el Álef.
Y yo te veo a ti; yo también duro,
soy el espíritu y contemplo en calma
tus días y tus noches rotatorios
que dependen de mí; tranquilos árboles
nos separan; yo pienso, y tú consientes
que en una quinta de Mariano Acosta
un inmortal afirme: Tengo tiempo.
II
Cuántas veces he visto un árbol seco
erguido en el crepúsculo imitar
la fronda de los árboles vivientes.
Tristes, ignoran el verano glauco
y gradualmente los destruye el viento.
III
Este silencio que de mí depende
también depende de infinitos seres;
hay diez mil mundos superpuestos donde
miro un árbol y un campo de altos cardos,
y una hoja que vuela ante mis ojos
puede matar a un hombre, destruir
un verso milenario, ser un sueño:
diez mil dioses contemplan ese campo
y no se ven, y no ven más que un mundo.
IV
Como esas rocas donde hay tierra escasa,
y el sol quema en verano la modesta
hierba que el equinoccio ha suscitado,
donde las alas secas del insecto
no son mordidas por el ave ausente,
es la mente del hombre hasta ese día
en que el amor con una gracia azul
desconocida y rosa en él se posa.
V
Nunca un poema inscribirá la forma
de un árbol admirable, ni las clases
de hojas, ni el diseño de las nubes
cuando son blancas sobre el cielo terso.
Temas
I
Ves sol, girando, lo mudable; ves
inmutables los polos de tu esfera
y todo lo demás llegar a un término;
viste las Romas sucesivas, México,
las muertes de Antinoo y Gengis Kan,
y en su tumba la falsa Helena egipcia;
antes de haber historia viste a Andrómeda
ubicarse en el cielo, y la paloma
en los húmedos cedros de Ararat;
viste todas las cosas, viste el Álef.
Y yo te veo a ti; yo también duro,
soy el espíritu y contemplo en calma
tus días y tus noches rotatorios
que dependen de mí; tranquilos árboles
nos separan; yo pienso, y tú consientes
que en una quinta de Mariano Acosta
un inmortal afirme: Tengo tiempo.
II
Cuántas veces he visto un árbol seco
erguido en el crepúsculo imitar
la fronda de los árboles vivientes.
Tristes, ignoran el verano glauco
y gradualmente los destruye el viento.
III
Este silencio que de mí depende
también depende de infinitos seres;
hay diez mil mundos superpuestos donde
miro un árbol y un campo de altos cardos,
y una hoja que vuela ante mis ojos
puede matar a un hombre, destruir
un verso milenario, ser un sueño:
diez mil dioses contemplan ese campo
y no se ven, y no ven más que un mundo.
IV
Como esas rocas donde hay tierra escasa,
y el sol quema en verano la modesta
hierba que el equinoccio ha suscitado,
donde las alas secas del insecto
no son mordidas por el ave ausente,
es la mente del hombre hasta ese día
en que el amor con una gracia azul
desconocida y rosa en él se posa.
V
Nunca un poema inscribirá la forma
de un árbol admirable, ni las clases
de hojas, ni el diseño de las nubes
cuando son blancas sobre el cielo terso.
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