Alberto Vanasco, Bs As, 18 de enero 1925 – Bs As, 11 de mayo 1993
50 años y sus noches
Difícil es hablar de uno en un poema
difícil es porque hay tantas cosas
tantas cosas afuera
que no nos dan respiro
que no nos dejan solos
que no nos dejan nunca.
Hoy me escribo a mi mismo sin embargo
en nombres de mis muertos y de sus hijos muertos
y de los que sobreviven y nos sobrevivirán.
Durante tanto tiempo fuimos jóvenes
que cuesta envejecer.
Los soles son los mismos
son los mismos los sueños
los mismos vientos soplan sobre los mismos ojos
las mismas aguas corren bajo los mismos puentes
el amor es el mismo
el mar las lluvias son iguales que siempre
pero todo es lo mismo tan sólo para uno.
A la mirada de los otros todo es diferente.
Ya no están los amigos
han viajado a otros reinos y otros territorios
la amistad fue hacer cosas
la exaltación y el verbo.
Ya no es lo que era.
La pasión es la misma
pero el viejo paisaje ha perdido sus brillos.
Aprendí mientras tanto que a vida es el justo equilibrio
entre la eternidad y el instante
entre el espíritu y la materia
entre el azar y la fatalidad
y que somos nada más que el producto
de miles de millones de años de paciencia
de combustión y esfuerzo:
la precaria victoria en la terrible lucha
con la nada.
Cruzamos fugazmente por la escena
donde por un momento cambiamos algún rasgo
agregamos un rito
algún acento
para poder así incorporarnos.
Vi que nada es superfluo
que cada vida viene para cumplir su ciclo
de estupores y éxtasis
de deslumbramientos y descubrimientos
para dejar después que otras vidas
repitan el mismo juego con la misma pasión
y el mismo asombro.
Sé que hay un instante en que cada cosa
se detiene
entra en ebullición y resplandece
se difunde y confunde con todo lo demás.
Es cuando el centro del universo gira
se acelera
fulgura
y se detiene allí donde está uno.
Y si llegamos a alcanzar el sentido del todo
si logramos vibrar con las cosas
y también con los otros
si nos fundimos un instante con la palpitación elemental
del mundo
puede decirse entonces que no hemos vivido en vano
que no hemos participado nada más que en un sueño.
50 años y sus noches
Difícil es hablar de uno en un poema
difícil es porque hay tantas cosas
tantas cosas afuera
que no nos dan respiro
que no nos dejan solos
que no nos dejan nunca.
Hoy me escribo a mi mismo sin embargo
en nombres de mis muertos y de sus hijos muertos
y de los que sobreviven y nos sobrevivirán.
Durante tanto tiempo fuimos jóvenes
que cuesta envejecer.
Los soles son los mismos
son los mismos los sueños
los mismos vientos soplan sobre los mismos ojos
las mismas aguas corren bajo los mismos puentes
el amor es el mismo
el mar las lluvias son iguales que siempre
pero todo es lo mismo tan sólo para uno.
A la mirada de los otros todo es diferente.
Ya no están los amigos
han viajado a otros reinos y otros territorios
la amistad fue hacer cosas
la exaltación y el verbo.
Ya no es lo que era.
La pasión es la misma
pero el viejo paisaje ha perdido sus brillos.
Aprendí mientras tanto que a vida es el justo equilibrio
entre la eternidad y el instante
entre el espíritu y la materia
entre el azar y la fatalidad
y que somos nada más que el producto
de miles de millones de años de paciencia
de combustión y esfuerzo:
la precaria victoria en la terrible lucha
con la nada.
Cruzamos fugazmente por la escena
donde por un momento cambiamos algún rasgo
agregamos un rito
algún acento
para poder así incorporarnos.
Vi que nada es superfluo
que cada vida viene para cumplir su ciclo
de estupores y éxtasis
de deslumbramientos y descubrimientos
para dejar después que otras vidas
repitan el mismo juego con la misma pasión
y el mismo asombro.
Sé que hay un instante en que cada cosa
se detiene
entra en ebullición y resplandece
se difunde y confunde con todo lo demás.
Es cuando el centro del universo gira
se acelera
fulgura
y se detiene allí donde está uno.
Y si llegamos a alcanzar el sentido del todo
si logramos vibrar con las cosas
y también con los otros
si nos fundimos un instante con la palpitación elemental
del mundo
puede decirse entonces que no hemos vivido en vano
que no hemos participado nada más que en un sueño.
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