Esteban Peicovich, Zárate, 22 de diciembre 1929 - Buenos Aires, 29 de junio 2018
Curriculum
Nací (es un decir).
Guardo entre gasas mi único cadáver,
aquel cordón umbilical que ella mantuvo
en escondite de múltiple avaricia
hasta dármelo a la edad de mis sesenta.
Tozudo soy como una rosa.
Y sucesivo como las hormigas.
Lento, hasta ser todo invierno.
Y dulce hasta mis huesos.
Fui una sólida monja hasta ser padre.
A mi primera hija se la robé a su madre
un día en que el amor andaba
de animal aturdido dando tumbos
casi de farra loca por la casa
y lo atrapamos.
Tengo otra hija con la cabeza revuelta
por los pájaros.
Tres hijos del otro lado del océano,
dos nietos que por dudar de mi existencia
me llaman Sebastián,
y una madre que resiste riendo
la inundación y el tiempo.
De mis cuatro esposas,
la primera se ahogó en sus propios ojos,
la segunda fundó una maternidad,
la tercera regresó a su sitio natural
de un cuadro de Filippo Lippi
y la cuarta me arropa y alimenta
y con cuchillo de azúcar
hace de mi dos hombres que la aman.
Por mi árbol genealógico ha descendido
tanta gente que me hace ruido dentro.
Desde el minero empaquetador de azúcar
que me trajo
hasta Vidriera, el licenciado
(a pleno día se me ve la noche.)
Por la palabra, al artefacto que soy
le fue dada la rosa en consideración,
el cordero en cuidado
y el silencio de Dios en cautiverio.
Sílaba a sílaba, comparto el gineceo
de las palabras que me aman.
Un mujerío que teje/desteje como Safo
mi inconcluso diccionario perplejo.
Se presentan, ahora, asuntos nuevos:
del girasol se fuga el amarillo.
Llaman a la puerta. Es la humedad.
Ni el licor de lo eterno, ni Sherezade,
ni la picadura súbita del pezón más colibrí
pueden hacer que reviva lo que olvido.
Veré de poner música esta noche.
No vaya a ser que tope con un golpe
de dados y mi azar no lo sepa.
Curriculum
Nací (es un decir).
Guardo entre gasas mi único cadáver,
aquel cordón umbilical que ella mantuvo
en escondite de múltiple avaricia
hasta dármelo a la edad de mis sesenta.
Tozudo soy como una rosa.
Y sucesivo como las hormigas.
Lento, hasta ser todo invierno.
Y dulce hasta mis huesos.
Fui una sólida monja hasta ser padre.
A mi primera hija se la robé a su madre
un día en que el amor andaba
de animal aturdido dando tumbos
casi de farra loca por la casa
y lo atrapamos.
Tengo otra hija con la cabeza revuelta
por los pájaros.
Tres hijos del otro lado del océano,
dos nietos que por dudar de mi existencia
me llaman Sebastián,
y una madre que resiste riendo
la inundación y el tiempo.
De mis cuatro esposas,
la primera se ahogó en sus propios ojos,
la segunda fundó una maternidad,
la tercera regresó a su sitio natural
de un cuadro de Filippo Lippi
y la cuarta me arropa y alimenta
y con cuchillo de azúcar
hace de mi dos hombres que la aman.
Por mi árbol genealógico ha descendido
tanta gente que me hace ruido dentro.
Desde el minero empaquetador de azúcar
que me trajo
hasta Vidriera, el licenciado
(a pleno día se me ve la noche.)
Por la palabra, al artefacto que soy
le fue dada la rosa en consideración,
el cordero en cuidado
y el silencio de Dios en cautiverio.
Sílaba a sílaba, comparto el gineceo
de las palabras que me aman.
Un mujerío que teje/desteje como Safo
mi inconcluso diccionario perplejo.
Se presentan, ahora, asuntos nuevos:
del girasol se fuga el amarillo.
Llaman a la puerta. Es la humedad.
Ni el licor de lo eterno, ni Sherezade,
ni la picadura súbita del pezón más colibrí
pueden hacer que reviva lo que olvido.
Veré de poner música esta noche.
No vaya a ser que tope con un golpe
de dados y mi azar no lo sepa.
Genial
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